Atos de Tomé — Hino da Pérola
Texto Hino da Pérola
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*Hino Caído do Céu
*Hino e Atos
*Hino da Pérola Paralelos
*Layton Hino da Pérola
*Gillabert Hino da Pérola
Henry Corbin: Corbin Homem Luz
Esta relación ( syzygia ), que no puede expresarse sino en una paradoja es aquella a la que tiende siempre una misma experiencia fundamental, no obstante la diversidad de sus formas. Esta vez es todo un opúsculo de Sohravardi el que pone en escena la búsqueda y la consecución: un relato visionario, autobiografía espiritual, titulado Relato del exilio occidental. Este relato se relaciona directamente no ya sólo con los textos de la tradición hermética, sino con un texto eminentemente representativo de la gnosis y la devoción maniquea, el célebre Canto de la perla del libro de los Hechos de Tomás. Si es verdad que tal libro tal no podía sino ser relegado por el cristianismo oficial a la sombra de los apócrifos, se puede decir que formula sin embargo el leitmotiv de la espiritualidad irania a lo largo de toda su trayectoria, incluido el sufismo. Se ha podido ver en el Canto de la perla la prefiguración de la búsqueda de Parsifal; se ha homologado el Mont Salvat con la “montaña del Señor”, Kûh-e Khwâjeh, que emerge de las aguas del lago Hâmûn (en la actual frontera de Irán y Afganistán), donde las fravartis velan la semilla zaratustriana del Salvador, el Saoshyant por venir; como Mons victorialis, ha sido el punto de partida de los Magos, reconduciendo la profetología irania a la Revelación cristiana; conjuga, por último, el recuerdo del rey Gondophares y la predicación del apóstol Tomás. Lo que es seguro es que, por una parte, el exordio del sohravardiano Relato del exilio occidental arranca del último acto del relato aviceniano Hayy ibn Yaqzân y que, por otra parte, hay entre el Canto de la perla y el Relato del exilio occidental un paralelismo tal que parecería que Sohravardi hubiera empezado por leer la historia del joven príncipe iranio enviado por sus padres de Oriente a Egipto para conquistar la perla inestimable.
El joven príncipe se despoja del vestido de luz que sus padres le habían tejido con amor; llega a la tierra de exilio; es el extranjero; trata de pasar inadvertido, pero es reconocido y se le hacen tomar los alimentos del olvido. Viene más tarde el mensaje llevado por un águila, firmado por su padre y su madre, la soberana de Oriente, así como por todos los nobles de Partia. Entonces el príncipe recuerda su origen y la perla por la que había sido enviado a Egipto. Y ésta es la “salida de Egipto”, el éxodo, el gran Retorno hacia Oriente.
Sus padres le remiten, mediante dos emisarios, las vestiduras que había dejado cuando marchó. Habiéndola dejado de niño, él ya no se acordaba de su forma: “Y la vi toda entera en mí, y yo estaba todo entero en ella, pues éramos dos, separados uno de otro, y sin embargo uno solo con formas semejantes … Vi que todos los movimientos de la gnosis estaban en ella, y vi también que se disponía a hablar … Me dí cuenta de que mi estatura había crecido conforme a sus trabajos, y en sus movimientos regios ella se expandía sobre mí”. Sin ninguna duda el autor ha expresado así, de la forma más directa y con una feliz simplicidad, esa biunidad de la Naturaleza Perfecta (representada aquí por las vestiduras de luz) y el hombre de luz guiado por ella fuera del exilio, biunidad que de hecho escapa a las categorías del lenguaje humano.
Todos estos temas se encuentran en el Relato del Exilio occidental de Sohravardi. También aquí el hijo del Oriente es enviado al exilio, a un Occidente simbolizado por Qayrawân, la ciudad de la que habla el Corán como “ciudad de los opresores”. Reconocido por el pueblo de los opresores, el protagonista des encadenado y arrojado al fondo de un pozo, del que sólo puede salir durante la noche, por unos breves instantes. También él conoce la impotencia creciente de la fatiga, el olvido y el desasosiego. Y luego llega un mensaje de la familia del más allá, llevado por una abubilla, que le invita a ponerse en camino sin demora. Entonces, tras el destello que le despierta, emprende la partida, la búsqueda de ese Oriente que no está en el este de nuestros mapas, sino en el norte cósmico (igual que los sabios iranios, depositarios de la “teosofía oriental”, reciben su cualificación de “orientales” por un Oriente que no es el de la geografía). El retorno hacia Oriente es el ascenso de la montaña de Qâf, la montaña cósmica (o psicocósmica), la montaña de las ciudades de esmeralda, hasta llegar al polo celeste, el Sinaí místico, la Roca de esmeralda. Las obras mayores de Sohravardi precisan la topología (cf. infra III): este Oriente es la Tierra mística de Hûrqalyâ, Terra lucida, situada en el norte celeste. Es allí donde se opera el encuentro entre el peregrino y aquel que lo alumbró (y a quien se dirigía el salmo citado anteriormente), Naturaleza Perfecta, Ángel personal, que le revela la jerarquía mística de todos aquellos que le preceden en las alturas suprasensibles, y que, mostrando con un gesto a aquel que inmediatamente le precede, declara: “Él me contiene a mí como yo te contengo a ti.”
Situación semejante: en uno y otro relato el exiliado, el extranjero, se enfrenta a los poderes que quieren constreñirle al olvido, someterlo a lo que exige su magisterio colectivo. El exiliado fue primero un hereje; una vez secularizadas las normas y convertidas en normas sociales, no es más que un loco, un inadaptado. Su caso es no obstante remediable, y el diagnóstico no se para en distinciones. Y sin embargo la conciencia mística dispone por sí misma de un criterio que la hace irreductible a estas inadmisibles valoraciones: el príncipe de Oriente, el del Canto de la perla y el del Relato del exilio occidental, sabe dónde está y lo que le ha ocurrido; ha tratado incluso de “adaptarse”, de disfrazarse, pero ha sido reconocido; se le ha obligado a tomar los alimentos del olvido; se le ha encadenado en un pozo; a pesar de todo ello, comprende el mensaje, y sabe que la luz que lo guía (la lámpara en la cámara subterránea de Hermes) no es el día exotérico de la “ciudad de los opresores”.