He

HE ה

René de Tryon-Montalembert & Kurt Hruby: A Cabala e a Tradição Judaica

HÉ (ה); encontramos aqui a letra chamada o «Palácio Sagrado», letra divina por excelência devido ao fato do seu papel primordial na composição do Nome inefável, o Nome sagrado, YHWH, o Nome impronunciável, o Tetragrama.

Mario Satz: Senderos en el jardín del corazón

La aparición de la doble HE, ה, en el SHEM HA-MEFORASH o Nombre de Cuatro Letras, simboliza entre otras cosas el proceso respiratorio, la entrada y salida de aire. Sí el corazón es eco y núcleo carnal de nuestro sistema solar, los pulmones son a su vez eco del corazón. Esta relación, tan específica como hermosa, puede constatarse observando la palabra aliento o soplo, HÉBEL, en la que figuran los mismos glifos o ideogramas que en el corazón, HA-LEB. Cuando el comienzo del Eclesiastés diga aquello de “vanidad de vanidades”, empleará el verbo HÉBEL. Nada permanece porque todo fluye como el viento y la brisa, y lo que impulsa el latido expulsa el pulmón. El movimiento es continuo; tan natural que raramente pensamos en él como paradigma del ritmo cósmico. Pero entrando en la cámara de vacío que nos abre la palabra, meditando sobre el abismo o TEHOM, podemos presentir la idea de la muerte, MÁVET, como una devolución del ÂTMAN individual al gran ÂTMAN (paramâtman), ofrenda que constantemente realiza el aliento, la respiración. Los hindúes conocen a ÂTMAN por el “yo mismo” o la “yoidad” (jivatman), identificando así, y de un modo bastante poético, la atmósfera (de ATHMOS, “vapor”, y SPHAIRA o “esfera” en griego) con la gran respiración de la tierra o lo macrocósmico, y nuestra alma como la intersección del aire en los pulmones microcósmicos. ¿No es sorprendente que el planeta tenga el alma fuera y nosotros dentro? También aquí se cumple la ley hermética que sostiene que “lo de arriba es igual a lo de abajo”. Por lo tanto, si queremos ser fieles al principio de la Tabla de Esmeralda, es necesario identificar ese abismo con el alma, transitar la muerte de modo simbólico, tal como lo hace el aire en nuestra boca, entre la lengua y el paladar.