Antonio Orbe — Parábolas Evangélicas em São Irineu
Una misma parábola es oída de todos, bien o mal dispuestos: a) los bien dispuestos la entienden; b) los mal, la oyen y no la entienden. La diferencia radica en los hombres, no en el Señor. El sol ilumina igualmente a todos: a) los enfermos de ojos no contemplan su luz; b) los sanos la contemplan.
El Señor jamás fuerza la fe, que, por libre, ha de ser meritoria. Habla a creyentes e incrédulos: a) los incrédulos la dejan perder («nullificant eum»), y se vuelven ciegos; b) los creyentes siguen dóciles al Verbo; su ánimo recibe plena y mayor luz.
El faraón y sus servidores, en los días de Moisés, descreyeron a la palabra de Dios; y lo que con buena disposición les habría iluminado y hecho salvos, con mala les induró y cegó el corazón.
Los fariseos, en los días de Jesús, adoptaron la misma disposición. El fenómeno se repite igualmente. Ni Yahvé es culpable de la induración del ánimo del faraón ni el Salvador de la ceguera y sordera de los fariseos.
Ireneo no exige santidad para ser iluminados; reclama fe y docilidad al seguimiento del Verbo (o palabra de Dios). Raab, fornicaria y llena de pecados, se salvó y salvó a su casa por creer en la señal de escarlata («fide signi coccini»); mientras los fariseos, por descreer a la venida del verdadero Josué, despreciando la señal de escarlata («coccinum signum nullificabant»), se perdieron y perdieron a su pueblo. Salvóse la iglesia de la gentilidad por la fe, y se perdió la iglesia de Israel por la incredulidad.
Las parábolas de Jesús a los fariseos eran lo que las embajadas divinas de Moisés al faraón.
Es condición primerísima para el estudio de la palabra de Dios, disponerse a él con una mente sana, segura, circunspecta (eulabes) y amiga de la verdad (Clemente de Alexandria). Segunda, limitarse a lo que Dios sometió al humano conocimiento y dejó en nuestro poder; sin traspasar las lindes de la ciencia creatural. Tercera, entregarse largamente al estudio hasta dominar y volver fácil su objeto.
Tal objeto lo constituyen las cosas inmediatas y obvias; los oráculos evidentes e inequívocos de la Escritura.
«La mente sana, y firme, y circunspecta y amiga de la verdad se ocupará con prontitud en todo aquello que Dios ha puesto en poder de los hombres y sometió a nuestro conocimiento. Y en eso adelantará haciéndose fácil mediante el trabajo de todos los dias la disciplina. Tales son las cosas que caen bajo nuestra mirada y cuantas se leen con evidencia y sin ambigüedades, literalmente, en las divinas Escrituras» (Irineu de Lião).
Los gnósticos quebrantan semejantes normas de exégesis, arrancando de ambigüedades rebuscadas en ambos Testamentos.
En rigor, las reglas de Ireneo se extienden por igual a las dicciones de los profetas, a los discursos y cartas de los apóstoles y a las parábolas del Señor. En todo ello hay materia de larga consideración para quien guste de penetrar en el misterio de la Escritura.
El santo se fija especialmente en la exégesis de las parábolas, por ser el terreno favorito de apoyatura para las especulaciones gnósticas. A ello se prestan mejor aún que los vaticinios proféticos. Basta involucrarlas con fantasías, comprometiendo la verdadera y firme ciencia de Dios, y, abandonando lo cierto e indudable, la piedra firme, para edificar sobre arena movediza.
De unas mismas parábolas, expuestas sin control, fluyen secuelas tan heterogéneas como las abigarradas soluciones de la filosofía pagana. La razón salta a la vista. Primero son las doctrinas, y luego su justificación escrituraria mediante parábolas (Tertuliano).
Resultado: cada cual deduce a su talante, y no hay modo de llegar a una exégesis de garantía.