ANTONIO ORBE — ANTROPOLOGIA DE SÃO IRINEU
En lo que antecede fuimos dando elementos de solución. El planteamiento, a estas alturas, no crea dificultad. Entendemos la trascendencia del humano delito en el Paraíso. Acabamos de examinar sus efectos. Señalamos el optimismo fundamental del Santo en la permisión divina del pecado.
Aún podría aflorar la duda. ¿Hay relación entre el pecado de Adán y la encarnación del Verbo?
Dentro de la teología de San Ireneo, supuesta la dispensación de la humana salud mediante una historia progresiva hacia la perfecta semejanza en la vista del Padre, ¿se habría encarnado el Verbo a no haber faltado Adán? En el régimen de un Adán inocente, ¿habría el Hijo asumido la humana naturaleza?
Desde un punto complementario de vista, ¿influyó o no el delito del hombre en el Paraíso para la encarnación del Verbo?
Convendría analizar sistemáticamente el pensamiento de los escritores prenicenos. Yo no conozco estudios serios. La gran mayoría de los Padres postnicenos abogan por lo mismo. El Verbo se encarnó en orden a la redención del género humano. A no haber transgredido Adán, el Logos habría perseverado en el seno del Padre, sin madre.
Semejante postura obedece, en gran parte, a un prejuicio antiarriano. Con arreglo a una exégesis, muy general entre los prenicenos, de Prov 8,224: el Verbo (= Sabiduría) fue concebido y engendrado antes de la creación como instrumento de Dios para fabricar el mundo.
Al decir la Sabiduría (= Verbo): «El Señor me creó (= dio consistencia) como principio de sus caminos en orden a las obras de El», daba pie para asignársele la misión de fabricar el mundo y además sostenerle, salvarle. Anunciábase mucho antes de la humana aparición un Verbo creador y salvador.
Aunque la encarnación de la Sabiduría no se formulara explícita, tampoco era lícito excluirla. Igual que no se anunciaba la creación del hombre de manera expresa.
La teología de los apologetas iba en gran parte por ahí. Su Logos no se presentaba en coeternidad con Dios, sino como fruto de una decisión positiva del Altísimo de manifestarse por su medio al mundo y al hombre. Personalmente asequible, el Verbo era engendrado como imagen del inasequible para darle a conocer a los hombres. Tal conocimiento divino constituía-en el plan general- la salud del hombre.
¿Era aventurado descubrir en la generación divina del Logos el destino a salvar al hombre mediante una ‘humanación’ real que prolongara, como por una segunda gennesis, aquella primera?
Esto que vieron algunos prenicenos, lo comprendieron sin dificultad los arríanos, adaptándolo a su tesis. La encarnación del Verbo representaría el salto obvio de la primera a la segunda gennesis, el tránsito de la misión creadora a la salvífica del Hijo; dentro siempre de la línea específica del Logos, palabra (creativa y salvadora) de Dios.
Antes de Arrio, cuando toda la economía de la salud, desde el arranque mismo de la Trinidad, se orientaba a la manifestación de Dios al hombre por medio del Hijo, nadie tuvo reparo en prolongar la generación del Verbo hasta su encarnación. Ambas fases respondían a la índole personal del Verbo, forma del Dios informe, destinada a exaltar al hombre humana y divinamente al conocimiento del Padre.
El pecado era marginal. La dispensación divina no podía depender, en manera alguna, de él. Por un lado iría la trayectoria de la salud, gobernada por Dios, y por otro, la respuesta del individuo, nunca determinante ni decisiva.