I. La cautividad
El Génesis menciona implícitamente la cautividad. Entre las expresiones de Dios a la mujer: «Multiplicaré — dijo (Gen 3,16) — crecidamente los sufrimientos de tu gravidez; con sufrimiento parirás hijos, y tu propensión te inclinará a tu marido, el cual te dominará». Nadie, sin embargo, entre los cristianos del siglo II, traduce por cautividad el régimen que anuncia Dios para la mujer.
El término adquiere otro significado y suele aplicarse a la muerte, al pecado, o al diablo.
Ampliándolo un poco, cabría confundir el destierro de Adán con su cautividad. Siendo el Paraíso la patria o reino del Verbo, y la tierra, región de exilio, dominada por el ‘príncipe de este mundo’, el destierro resulta cautividad. Perdida la condición libre de los hijos de Dios, Adán y Eva vendrían a caer en la servidumbre del diablo, ‘dios dei siglo presente’.
San Ireneo se resiste a llamar con el Apóstol deus huius saeculi al ángel apóstata. El recurso de los herejes al epíteto paulino (2 Cor 4.4) le lleva a la exégesis, que por motivo análogo adoptará muy pronto Tertuliano, para olvidarla en seguida; y como Tertuliano, el autor del diálogo De recta in Deum fide y muchos otros eclesiásticos.
Según lectura de los herejes, el Apóstol haría mención (en 2 Cor 4.4) del Dios de este siglo — el diablo — distinto del verdadero y universal Dios, superior a toda dominación, principado o potestad. Ireneo invoca el estilo paulino, de hipérbaton poco escrupuloso, para denegar fundamento a semejante lectura.
Hállese o no el siglo sujeto de alguna forma al diablo, nunca merece éste el apelativo de ‘Dios de este mundo’. Aparte que el Apóstol no justifica el molesto nombre. O si le justifica, es relacionándolo con el dominio del enemigo sobre el hombre.
Ireneo, que yo sepa, ignora otro cautiverio que el del diablo o la apostasía. Conviene, sin embargo, prevenir equívocos.