Fraile Valentino

Guillermo Fraile — Valentino
Excertos de Guillermo Fraile, “Historia de la Filosofía”

Valentín (s.II). Natural, probablemente, de Alejandría, donde vivió y enseñó hasta 135. Prosiguió su actividad en Roma de 136 hasta 160-166. Según Tertuliano, apostató del cristianismo despechado por no haber sido nombrado obispo. Murió en Chipre, aferrado tenazmente a su doctrina.

Es la figura más destacada del gnosticismo. Era muy elocuente y poseía una formación filosófica de fondo platónico. Su sistema es el mejor conocido por las numerosas referencias de los apologistas. Está construido en función del concepto platónico de un doble mundo: uno superior, trascendente e invisible, y otro inferior, terreno y sensible, que es una pálida imagen del primero. A esto hay que añadir su preocupación típicamente gnóstica por explicar el origen del mal y conseguir la salvación. Todo ello desarrollado en forma de una complicada cosmogonía dualista, de estilo nupcial, en que las cosas se van derivando unas de otras en forma de syzygías, o parejas de eones.

I) El pléroma, o mundo supraceleste, es el reino del pneuma y de la luz. Está integrado por un conjunto de treinta eones, distribuidos en tres zonas escalonadas: la ogdóada, la década y la dodécada, las cuales, poco más o menos, proceden unas de otras de la siguiente manera:

1. La ogdóada (mundo suprainteligible). Desde toda la eternidad existían dos principios de todas las cosas, el abismo (bythos) y el silencio (sige). El abismo era el eón perfecto (teleios aion), la mónada inengendrada, incorruptible, incomprensible, ilimitada, inexpresable. Es el Dios desconocido (theos agnostos), absolutamente trascendente y separado de todas las cosas. No conoce ni interviene para nada en el mundo inferior.

Junto con el abismo existía el silencio. El abismo vivía en una completa inactividad. Pero, siendo amor, deseaba comunicarse. Se unió con el silencio, quedando constituido en padre o propadre de todas las cosas 25. De esta unión procedieron tres syzygías, o parejas de eones, que son:

a) nous y aletheia (entendimiento y verdad);

b) logos y zoe (razón y vida);

c) anthropos y ecclesia (el hombre y la iglesia).

El conjunto de estos seis eones, sumados al abismo y al silencio, constituye la ogdóada, que es la región ejemplar de la luz y del espíritu.

2. La década (mundo inteligible, kosmos noetos). La pareja logos-zoé dio origen a una década de eones, que son:

a) bythius-mixis;

b) ageratos-henosis;

c) autophyes-hedoné;

d) acinetos-syncrasis;

e) monogenes-macaría.

3. La dodécada. A su vez, de la pareja anthropos-ecclesia procedió una dodécada de eones, que fueron:

a) paracletus-pistis;

b) patrikos-elpis;

c) metrikos-agape;

d) aeinous-synesis;

e) ecclesiasticós-makariotes;

f) theletos-sophia (voluntad-sabiduría).

Este conjunto de treinta eones divinos constituye el pléroma (“pleroma”), mundo supraceleste, inteligible y suprainteligible, y está simbolizado en los treinta años de la vida oculta de Cristo. Está separado del mundo inferior (kenoma) por un límite que lo aisla por completo, y se llama horus (horos = límite), stauros (stauros = empalizada, cruz) o luthrotes carpistes. Entre el pléroma y el demiurgo ponían también la enthymesis (pensamiento, reflexión), o madre, imagen del Padre invisible, y que viene a ser la idea ejemplar del mundo.

El pecado de «Sophía». Para poder continuar la serie de emanaciones y al mismo tiempo para explicar el origen del mal, los valentinianos introducen la peripecia del pecado de Sophía, trigésimo eón del pléroma, la cual, impulsada por la curiosidad, quiso remontarse a la región suprainteligible y escrutar el misterio del abismo, cosa que sólo puede hacer el nous. Sophía cayó, y se habría precipitado en el vacío a no ser porque el límite (horos) que rodea el pléroma la sostuvo diciendo Iao. Para evitar que esto se volviera a repetir, nous (entendimiento) y theletos (voluntad) engendraron una última pareja de eones, Cristo y el Espíritu Santo, cuya misión consiste en enseñar a los demás eones del pléroma a respetar la trascendencia del abismo. De esta manera quedó restablecido el orden dentro del pléroma.

No pararon aquí las cosas. Sophía, en lugar de unirse a su pareja theletos, fue fecundada por el deseo. De ello nació una hija bastarda, llamada achamoth (Akamoth = concupiscencia), que es un aborto, una materia sin forma, y que fue expulsada del pléroma. Para reintegrarla al orden se reunieron todos los eones del pléroma a fin de producir colectivamente un nuevo ser divino, a imagen del mundo superior, dándole cada uno lo mejor que tenía, «como se teje una corona de flores». De esta manera nació el Salvador-Jesús, que fue emitido por los eones a la manera de un problema1.

Con esto vuelve a cerrarse la cadena: logos: eones: Salvador. El Salvador es hijo inmediato del conjunto de los eones del pléroma, y mediatamente del logos. Por esto se le llama también logos, aunque su nombre propio es Jesús (Salvador). Lo acompaña una cohorte de ángeles espirituales («satélites del Salvador»), y su misión consiste en crear el kénoma, o reino celeste, a semejanza del mundo superior, y además los hombres psíquicos, o espirituales.

II) El kénoma, o reino celeste, constituye una región intermedia entre el mundo superior y el terrestre. Fue creado por el Salvador a semejanza del pléroma, y tiene tres zonas, que corresponden a las del mundo superior:

1.a Ogdóada. Es el reino espiritual (pneumático), formado de pneuma degradado. Corresponde al octavo cielo, de las estrellas fijas.

2.a Hebdómada. Es el reino animal (psíquico), que corresponde a los siete cielos de los planetas. Al frente de cada uno hay un arconte. En esos cielos se escalonan otros tantos coros de ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, deidades, reinos y liturgias. La hebdómada de los ángeles psíquicos está presidida por el demiurgo, que es el Yavé de los judíos, dios de naturaleza ígnea, y que, a diferencia del abismo, es esencialmente activo y trabajador. El demiurgo es de naturaleza psíquica, y, por lo tanto, inferior a las entidades del mundo espiritual. No puede conocer el pléroma, del cual está separado por el límite (horus), ni tampoco la hebdómada celeste, que está por encima de él. Solamente conoce la hebdómada a la cual pertenece y el cosmos sensible (kosmos aisthetos), que es obra suya.

Es fácil reconocer en el demiurgo valentiniano una reminiscencia del platónico. Pero con la diferencia de que el primero no contempla el mundo de las ideas, ni siquiera tiene ideas propias. Para crear el mundo sensible será movido por Sophía como instrumento más o menos inconsciente2. Y ésta le prestará además la idea ejemplar de la creación, que ella a su vez recibe del logos-Salvador. El demiurgo no sólo ignoraba la existencia del mundo supraceleste, sino también la venida del Salvador. Viendo su propio poder, se creyó Dios y proclamó: «Ego Deus, et praeter me nenio»3. Fue el inspirador de los profetas del Antiguo Testamento, pero éstos no anunciaron la venida del Hijo de Dios, porque ni el demiurgo lo sabía ni aquél necesitaba para nada de sus profecías.

3.a Héxada. El demiurgo, movido inconscientemente por Sophía achamoth, y ésta, a su vez, por el Salvador, creó el cosmos sublunar, sensible, visible y corruptible. Se llama héxada porque “ex” es la cifra de la materia, que llegó a su perfección en el sexto día (Filón).

A su vez, este cosmos tiene también tres zonas, que son la tríada de corrupción (tes en phthora triados), cuyos elementos proceden de las tres pasiones que experimentó sucesivamente Sophía achamoth: tristeza, temor y consternación. No se menciona la ignorancia porque fue la pasión fundamental, origen de las otras tres; ni tampoco el fuego, porque es común a los demás elementos.

a) De la tristeza provino el elemento aéreo, que es la morada de los ángeles materiales, o demonios. Al frente de ellos está el príncipe de este mundo (kosmocrator), el cual, aunque es criatura del demiurgo, conoce cosas superiores a éste, porque está formado de materia espiritual.

b) Del temor y las lágrimas provino el elemento acuoso, que es la región de las almas animales (psíquicas).

c) De su consternación provino la tierra, que es la materia grosera, propia de los hombres carnales y de los seres corpóreos (hylicos). San Ireneo dice que el elemento luminoso (el aire?) provino de la risa de Achamoth.

Valentín repite tres categorías en la formación de las cosas. Hay tres reinos: el espiritual (ogdóada), el animal (hebdómada) y el material (héxada). Tres clases de ángeles: espirituales (satélites del Salvador), animales (ángeles del demiurgo) y materiales (demonios). Y hay también tres clases de hombres: espirituales (pneumáticos), animales (psíquicos), y materiales (hylicos).

Los elementos puros y buenos de los hombres provienen de la semilla de Sophía achamoth. Los pneumáticos, o espirituales, fueron formados sin intervención ni conocimiento del demiurgo. Son un género diferente (diapheron genos), que procede del espíritu superior. En ellos predomina el elemento luminoso. «Aun sepultado en el fango, el oro no pierde su belleza». Estos son los gnósticos, los cuales no necesitan redención. Para salvarse les basta la gnosis, que es su grado propio de conocimiento.

Los hombres psíquicos, o animales, tienen alma racional (psyche) que proviene del cielo de la hebdómada (anima caelestis). En ellos están equilibradas la materia luminosa y la oscura. Son los cristianos, a quienes corresponde el conocimiento de la fe. Pueden ser redimidos libertando las partes luminosas de su materia. La redención la realizó el Salvador, que nació de la Virgen María, al cual se unió el eón Jesús en el momento del bautismo, hasta el momento de la pasión, en que se separó y volvió al pléroma, dejando padecer y morir solamente al cuerpo material.

El último grado es el de los hombres hylicos, o materiales, que tienen alma irracional (alogos), procedente del barro del paraíso (geodes, choicum) (Adv. haer. I 5,5). Son los paganos, en los cuales domina por completo la materia. No son capaces de redención y perecerán con el mundo material.

Cuando el demiurgo se canse de producir, Sophía achamoth retornará al pléroma y cada ser volverá a su principio. Los hombres pneumáticos (gnósticos) irán al pléroma, para lo cual tendrán que atravesar dos fronteras: la de los demonios aéreos (jueces) y la de los ángeles planetarios (cosmocrátores). Para franquear esos obstáculos los ungían con óleo en el momento de la muerte. Por su parte, el demiurgo ocupará en la ogdóada el lu gar que dejará libre achamoth, junto con los hombres psíquicos que hayan sido redimidos. En cambio, los hylicos perecerán en una conflagración universal, que será el fin de todo, pues no habrá retorno cíclico de las cosas4. Así, pues, la escatología valentiniana consiste esencialmente en que cada ser retorne al lugar que le corresponde según su naturaleza, en conformidad con su conducta en el mundo. Esas creencias escatológicas sirven de fundamento a una moral expresada con fuerza y elocuencia.

Baste esta esquemática exposición para darnos cuenta del esfuerzo realizado para tratar de integrar en una síntesis elementos tan dispares como los que entran en juego en las especulaciones gnósticas. La penuria de fuentes de información da origen a interpretaciones muy distintas entre los críticos.

Pero quizás, más que esforzarse por hallar un sentido racional a especulaciones descabelladas, que caen fuera de la órbita de la lógica más elemental, sería preferible contentarse con ver en ellas una manifestación del trágico desconcierto por que atravesó la filosofía en los siglos inmediatamente anteriores y posteriores a nuestra era cristiana.


NOTAS
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  1. Según San Hipólito, los valentinianos distinguían tres Cristos: «uno emanado del nous y de la verdad junto con el Espíritu Santo; otro, germinación de todo el plétoma, cónyuge de la sophía, que está afuera; y otro tercero, nacido mediante María para mejorar nuestra condición… Este último realizó una gran obra con su aparición» (Philosoph. VI 35).

    El P. Orbe interpreta las tres primeras parejas de eones como correspondientes a la producción del Hijo de Dios en tres fases distintas: a) la primera (nous-aletheia) sería el logos en el interior del Padre (logos endiathetos); b) la segunda (logos-zoé) sería el logos prolaticio (logos prophorikos); y c) la tercera (logos-ecclesia) sería su manifestación externa definitiva. Cf. En los albores de la exégesis joannea p.327. 

  2. Tertuliano habla irónicamente de «sigillarius motus»: «Ab illo (Salvatore) enim; si tamen ab illo, et non ab ipsa potius Achamoth, a qua occulto, nihil sentiens eius, et velut sigillario extrinsecus ductu, in omnem operationem movebatur» (Adv. Valent. 18,2: CC 2 p.768). 

  3. Adv. haer. I 5,4. «El demiurgo, dicen, no sabe absolutamente nada, sino que es amenté y estúpido, según ellos; y no sabe lo que hace o produce. Sophía, pues, operaba y dejaba sentir en él su virtud, no sabiendo él lo que hacía. De forma que, operando ella, creía el demiurgo realizar por sí solo la creación del mundo. Por donde comenzó a decir: «Yo soy el Dios, y fuera de mí no hay otro» (San Hipólito, Ref. VI 33,1; trad. de Orbe, En los albores… p.258). 

  4. «Los valentinianos no descubren por ningún lado la posibilidad de una iteración de períodos cósmicos, en que vuelva a repetirse nuevamente la economía a partir de la generación del nous hasta el nuevo incendio final. En este punto abandonan una tesis profundamente helenística y se suman a la concepción cristiana de un tiempo unilateral en que nada se repite. El cosmos se aniquila para siempre» (Antonio Orbe, En los albores… p.80).