Fraile Basilides

Guillermo Fraile — HISTÓRIA DA FILOSOFIA

Basílides (h.120-161). Nació en Alejandría, pero era originario de Siria e influido por Menandro. Enseñó en tiempo de Adriano (127-158) y Antonino Pío (158-161). Sobre su doctrina poseemos referencias de San Ireneo (I 24,3-6) y San Hipólito (Phil. VII 20ss), pero con variantes tan notables, que a primera vista parecen antitéticas, por lo cual es preferible exponerlas por separado.

Le preocupaba sobre todo la cuestión del origen del mal, moral y físico, y se esfuerza por explicarlo eximiendo a Dios de toda responsabilidad. «Yo diré cualquier cosa antes que atribuir el mal a Dios». Al mismo tiempo tiene una profunda aspiración soteriológica. De esta doble preocupación procede una exuberante cosmología, con que trata de explicar el origen del universo.

San Ireneo le atribuye un sistema emanatista. En el principio existía el Padre ingénito, del cual, por un proceso de emanación, nació ñus, de éste el logos, y de éste phrónesis. De phrónesis procede una pareja de eones, sophía y dynamis. De éstos, a su vez, procedieron las virtudes, los principados y los ángeles, que fabricaron el primer cielo. De éstos se derivaron otros ángeles, que hicieron un segundo cielo, a semejanza del primero, y así sucesivamente hasta completar el número de 365, que corresponde a otros tantos días del año, número representado por la palabra mágica Abraxas, cuyas letras, sumadas dan por resultado 365 (= 1+ 2 + 100 + 1 + 200 + 1 + 4- 60). Los ángeles pertenecientes al último cielo, que es el que ven los hombres, formaron el mundo terrestre. Su jefe es el Dios de los judíos. Pero, habiendo querido éste someter todas las naciones a su pueblo predilecto, los demás ángeles se le opusieron. Entonces el Padre ingénito, para evitar la perdición de las gentes, envió a su primogénito Nus (que fue llamado Cristo) para que libertase a los que creyeran en él. Nus apareció en forma de hombre. Pero no sufrió la pasión, porque Simón Cireneo llevó la cruz y fue sacrificado en vez de Cristo. Este tomó la apariencia de Simón, burlando a sus perseguidores y subiendo de nuevo al cielo Caulacau. Jesús fue enviado al mundo para destruir la obra de los ángeles prevaricadores. Pero los que creen que fue realmente crucificado y muerto son todavía siervos. Los que, por el contrario, creen que no murió, sino que ascendió al Padre, consiguen la liberación del alma, que es la única que se salva, pues el cuerpo está destinado a la corrupción (Adv. haer. I 24,3-7).

San Ireneo le atribuye, además, el desprecio hacia la ley judía, la práctica de la magia y la más abyecta liviandad. La impecabilidad estaba reservada a unos cuantos escogidos, que eran sólo el uno por mil.

San Hipólito le atribuye un sistema más complicado. La realidad aparece dividida en varios sectores:

1.° Mundo hipercósmico. «Hubo un. tiempo en que no existía nada. Ni sustancia, ni forma, ni accidente; ni lo simple, ni lo compuesto, ni lo incognoscible, ni lo invisible, ni el hombre, ni el ángel, ni Dios, ni ninguna cosa de las que se designan con nombres y se perciben con la inteligencia o con los sentidos» (19 Philosoph. VII 20-27). Solamente existía el No-ser («lo que Aristóteles llama pensamiento del pensamiento, y estos herejes No-ser»). Este No-ser no tenía ideas, ni reflexión, ni pasiones, ni deseos, ni voluntad. Era inengendrado, incomprensible, innominable. Pero a la vez era el principio de todas las cosas. En él se contenían los gérmenes de todos los seres como en un inmenso granero (panspermia), o como el tronco, las raíces y las hojas en la semilla de las plantas, o como las especies en el género. Otros textos pudieran entenderse en el sentido de la existencia eterna de dos principios eternos; por un lado, el dios No-ser, trascendente, y, por otro, una masa caótica, a manera de una inmensa semilla cósmica, sobre la cual actúa Dios.

El dios No-ser «quiso» crear el mundo. De esa voluntad procedieron tres «filiaciones» (huiotes) distintas, pero consustanciales (homousios) con Dios, a) La primera era simple. Apenas brotó del No-ser, retornó a su primer principio, como un rayo de luz, que se refleja sobre el foco que lo produce, b) La segunda era compuesta y más pesada. No siendo capaz de volver por sí misma al No-ser, tomó unas alas de Espíritu Santo, y con su ayuda pudo también retornar al primer principio. Pero el Espíritu Santo, por ser de distinta naturaleza, no pudo retornar a Dios, y permaneció en el umbral del No-ser. c) La tercera quedó aprisionada en el cúmulo de los gérmenes del universo, que son la fuente, el principio y el fin de todos los seres parciales, y allí permaneció esperando la purificación para poder retornar al primer principio1.

2.° Estereoma. Debajo del mundo hipercósmico está el estereoma, cerrado herméticamente por el firmamento, esfera sólida que lo aisla del universo inferior. El Espíritu Santo había ayudado a retornar a la segunda filiación, pero él mismo no había podido hacerlo. Entonces se dividió, y engendró el gran arconte, cabeza del mundo, hermosísimo y potentísimo, el cual, en medio del silencio que reinaba debajo del firmamento, olvidó su origen y se creyó que era el ser supremo. Pero se cansó de su soledad, y para llenarla engendró, a su vez, un hijo, también bellísimo, y lo hizo sentar a su derecha. Así resultó la ogdóada. El gran arconte, ayudado por su hijo, organizó el mundo de los seres celestes y etéreos, introduciendo en ellos el orden y la armonía.

A su vez, del semillero inicial, agitado por la tercera filiación, que había quedado sumergida en él, salió otro segundo arconte, el cual engendró otro hijo, y lo hizo sentar a su diestra, quedando constituida la hebdómada, que corresponde a los siete planetas. En el último cielo, que es el de la luna, reside el Yavé de los judíos, que era un ambicioso, y para aumentar su territorio creó la tierra y los hombres.

Durante mucho tiempo la ogdóada y la hebdómada reinaron cada una en su región respectiva. El arconte de la hebdómada fue el que habló a Moisés y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, pero no le dijo el nombre del Dios superior. De esta manera, todo el universo estaba en desorden y pecado, y reclamaba una redención. Para realizarla, la primera «filiación», sin descender de lo alto y sin separarse del dios No-ser, se dio a conocer al gran arconte por medio de su hijo, bajo el nombre de Evangelio. El gran arconte se dio cuenta de su error, y reconoció al No-ser como superior, confesando su pecado de soberbia. Así quedó iluminada la ogdóada. El hijo del gran arconte comunicó el Evangelio al segundo arconte, que también reconoció su error y se arrepintió, quedando también iluminada la hebdómada. La revelación prosiguió transmitiéndose a través de los 365 cielos, y todo volvió a quedar en orden.

Pero faltaban la tierra y los hombres, y para comunicarles el Evangelio descendió de la hebdómada una luz milagrosa sobre Jesús, hijo de María, por obra del cual quedó también redimida la tercera filiación, y todo el universo recuperó el orden, reconociendo la realidad del primer No-ser. Jesús padeció y murió, pero sólo en apariencia, pues la Pasión sólo le afectó en su cuerpo material. Basilides consideraba todo sufrimiento como un castigo. Si los mártires sufrieron tormentos, fue porque eran culpables. Al parecer admitía también la transmigración de las almas.

Comparando las exposiciones de San Ireneo y de San Hipólito, a primera vista resulta difícil conciliarias. No obstante, en ambas se notan huecos, que pueden llenarse combinándolas entre sí. Quizás respondan a distintos documentos de la secta, cuyo pensamiento no se desenvolvió ciertamente según las reglas de la lógica, sino por yuxtaposición de elementos, en virtud de una interpretación descabellada del hecho del mal, del pecado y de la redención, combinando en absurda mescolanza nociones platónicas, aristotélicas y cristianas, integradas en una cosmología disparatada.

Sucedió a Basilides su hijo Isidoro, el cual abandonó los temas cosmológicos para fijarse principalmente en el análisis antropológico. Enseñaba crudamente la necesidad de satisfacer las más bajas pasiones como medio para adquirir la tranquilidad del alma requerida para la oración. La parte racional del hombre es libre, y su libertad no queda anulada bajo la opresión de los más bajos instintos2. Parecidas aberraciones reaparecerán siglos más tarde en los alumbrados.


NOTAS
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  1. Orbe, A., Variaciones gnósticas sobre las alas del alma: Gregorianum, 60 (1954) p.34. 

  2. Se le atribuyen varias obras: una Etica, Explicación del profeta Parkor, Sobre el acrecentamiento del alma (Philosoph. VII 20).