Antonio Orbe — servidores de Dios, escribe:
Esta bendición debía El realizarla personalmente y El mismo debía salvarnos por su propia sangre, según lo dio a conocer Isaías cuando dijo (Is 63,9): «No un intercesor ni un ángel, sino el Señor en persona los salvó, porque los ama y tiene cuidado de ellos; El mismo los redimió».
El contexto inmediato siguiente revela la incapacidad de la Ley mosaica en orden a la redención. El intercesor podría muy bien aludir a Moisés. A raíz de la encarnación del Logos—discurre Ireneo—,
también la Iglesia lleva frutos, (a saber), los que se salvan, porque ya no un intercesor—Moisés—ni un mensajero—Elias—, sino el Señor en persona nos salvó (cf. Is 63,9), dando a la Iglesia más hijos que a la Sinagoga….
El intercesor (resp. legado) y el ángel isaianos denotan dos personajes simbólicamente representativos en la Escritura. Negarles a ambos el poder salvífico o redentor equivale a desautorizar como economía cabal, definitiva, la de la Ley y los Profetas.
¿Cuál de las dos parádosis llevaba las simpatías de Ireneo? ¿La de ángel-natura o la de ángel-hombre (oficio)? La primera figura en Adv. haereses, y la segunda, en la Epideixis (dos veces); siempre entre multitud de otros testimonios. El Santo depende de florilegios y no descubre incompatibilidad entre ellos.
Jamás se planteó Ireneo el tema que más podría hoy interesar: si los ángeles o arcontes son idóneos para salvar al hombre. Su angelología se lo atajaba. Nadie da lo que no tiene. Un ser «sin carne» podrá físicamente aventajar al hombre; no por eso le aventaja sobre-naturalmente, ni en su destino. Destituido de la «imagen y semejanza divina», el ángel es incapaz de salvar al hombre, asemejándole positiva, progresivamente a Dios.
Tampoco—dentro del linaje humano—Moisés, intercesor y legado singular de Yahvé, ni Elias, ángel suyo, valen para redimir a los hombres. Primero han de ser ellos redimidos. Incapaces de dar a la Iglesia los hijos que no supieron dar a la Sinagoga, eran tan estériles como la Ley y los Profetas.
Dar hijos a Dios quedaba para el Unigénito del Padre. En el fondo, según exégesis ireneana de Isaías (63,9), ningún ángel y ningún hombre—aunque tan legado divino como Moisés y tan ángel como Elias—eran aptos para conferir una salud fundada en la filiación divina.