SACRAMENTOS — EUCHELAION — EXTREMA-UNÇÃO
Este sacramento, que se da a aquellos que están en peligro de muerte, tiene algunas funciones específicas. Al igual que todos los sacramentos fue instituido por Cristo como signo «visible» y vehículo de gracia. Consideremos su propósito.
Los efectos de la Extremaunción son tan variados como poderosos. En cuanto a su «fin» o «propósito», es «la cura perfecta del alma» —y ciertamente tiene el poder inherente de alcanzar su fin en aquellos que no ponen ningún obstáculo a la gracia que transmite. Como lo explica el concilio de Trento, «este efecto es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción borra los pecados, si queda alguno que haya de ser expiado, y las consecuencias del pecado, y alivia y fortalece el alma de la persona enferma, excitando en él una gran confianza en la misericordia divina, sostenido por la cual sobrelleva con mayor ligereza los trastornos y sufrimientos de la enfermedad, y resiste más fácilmente las tentaciones del demonio que le acecha el calcañar; y, a veces, cuando ello es conveniente para la salvación del alma, recobra la salud personal». Estos efectos se agrupan usualmente bajo cuatro enunciados.
Su primer efecto es la remisión de los pecados la cual se sigue de este pasaje de Santiago: «Si alguien está en estado de pecado, sus pecados le son perdonados», y esto en verdad es confirmado por la «forma» misma del sacramento, Indulgeat tibi Dominus… quidquid… deliquisti… («el Señor te perdone todo lo que has pecado…»). Por supuesto, es verdad que los pecados mortales son perdonados por la Confesión, la Absolución y la Penitencia —pero no es inusual que un hombre enfermo no pueda confesarse; así es que, con tal de que no ponga ningún obstáculo a la infusión de la Gracia en su alma a través de este sacramento, incluso si no puede confesarse, aun así es lavado del pecado y recupera su pureza bautismal. Para un individuo en tales circunstancias la Extremaunción deviene al pilar de su salvación. Puede argüirse que la Absolución condicional obvia la necesidad de este sacramento final, pero tiene todavía otros efectos.
En segundo lugar, este sacramento remite la pena temporal debida a nuestros pecados. Como ha dicho el Padre Kilker, «fue instituido para la cura perfecta del alma, con vistas a su entrada inmediata en la gloria, a no ser que el Omnisciente Señor de la vida y de la muerte considere más conveniente la restauración de la salud corporal. Por consecuencia, debe cumplir la supresión de todas las torpezas, y debe hacernos aptos para entrar en nuestra morada celeste sin retraso. Si esto no fuera así, sería absurdo decir que este sacramento es consummativum spiritualis curationis». Sin embargo, esta doctrina no debe ser interpretada como queriendo decir que infaliblemente tiene lugar la remisión de la deuda temporal entera cuando se recibe la Extremaunción. El sujeto mismo bloquea a menudo la plenitud del efecto por disposiciones defectuosas e impidientes. Pero, si el sujeto tiene en todo modo la disposición y devoción correctas, debe admitirse que recibe la plenissimam poenarum relaxationem —la completa remisión de la pena temporal.
Un tercer efecto, y terriblemente importante es el que se llama la confortatio animae, o «confortación del alma». La aproximación de la muerte, con sus aflicciones, con su postración física y la inquietud mental asociada a ella, puede ser verdaderamente una experiencia sumamente aterradora. El hombre a pocas cosas teme tanto como a este «momento de la verdad». Revisa entonces sus pasadas acciones, y, como se dice en el Libro de la Sabiduría, «Vendrán con temor al pensamiento de sus pecados, y sus iniquidades se alzarán contra ellos para culparlos». Al mismo tiempo reconoce que pronto deberá comparecer ante el tribunal de Dios. Es precisamente en este tiempo cuando el Demonio usa de todos sus poderes para atacar el alma. Como lo señala el catecismo del concilio de Trento: «Aunque el enemigo del género humano no deja nunca, mientras vivimos, de pensar en nuestra ruina y destrucción, sin embargo, en ningún momento se esfuerza más violentamente para destruirnos y, si es posible, para privarnos de toda esperanza de misericordia divina, como cuando ve que se acerca el último día de la vida». Ahora bien, el tercer efecto de este sacramento es «librar a las mentes de los fieles de este asedio, y llenar el alma con piadosa y santa alegría». Provee, además, de «armas y fortaleza… a los fieles… para hacerlos capaces de quebrar la violencia y la impetuosidad del adversario, y de luchar bravamente contra él…». ¿Quién de nosotros puede ser tan presuntuoso como para no desear ardientemente semejante asistencia?
En cuarto lugar, es una doctrina de nuestra fe que uno de los efectos de la Extremaunción es la restauración de la salud corporal, si esa restauración es conveniente para la salud del alma.
Por último, aunque estrictamente hablando no es un efecto teológico, la administración del sacramento bajo las circunstancias tradicionales hacía perfectamente evidente al individuo a quien se le administraba que se estaba encarando a la muerte. Ya no podía ocultarse más a sí mismo la realidad de su situación. Por así decir, era forzado a entrar en el campo de batalla, y no se le permitía extraviarse en ningún dulce sueño morfinizado con que «todo iba a ir perfectamente». Y cuán a menudo los médicos y familiares vieron los maravillosos efectos que este sacramento operaba sobre las almas de aquellos que lo recibían —volviendo, por así decir, sus últimos momentos sobre la tierra en un anticipo de esa paz y gloria celestes que se ofrecen potencialmente a toda alma.
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