O PEREGRINO QUERUBÍNICO — LIVRO I
EPIGRAMAS 261-270
I, 261: Las bodas del cordero.
EL festín está listo, el cordero muestra sus heridas:
ay de ti, si aún no has encontrado a Dios, tu esposo.
I, 262: El vestido de bodas.
EL vestido de bodas es Dios, y el amor de su Espíritu:
póntelo, y se alejará de ti lo que enturbia tu espíritu.
I, 263: Dios nunca acaba de explorarse.
LA eterna deidad es tan rica en actos y razones,
que nunca aún se ha explorado a sí misma por completo.
I, 264: Las criaturas son el eco de Dios.
NADA despliega su ser sin voz: Dios oye por doquier,
en todas las criaturas, su eco y su alabanza.
I, 265: La armonía.
¡AY, que nosotros los hombre no cantemos juntos,
como las avecillas del bosque, cada uno su nota con placer!
I, 266: Para el burlón nada es bueno.
SÉ que el ruiseñor no censura la nota del cucú:
tú empero, si no canto como tú, te mofas de la mía.
I, 267: Una sola cosa rara vez agrada.
AMIGO, si siempre cantáramos todos algo único,
¿qué coro sería éste, y qué canción?
I, 268: La variación engalana.
CUANTA mayor diferencia puede expresarse en las voces,
tanto más maravilloso suelo oírse el canto.
I, 269: Para Dios todo es igual.
DIOS presta exactamente tanta atención al graznido,
como al gorjeo, que le dedica la alondra.
I, 270: La voz de Dios.
LAS criaturas son la voz del Verbo Eterno:
él canta y resuena para sí, en la gracia y en la ira.