Eckhart (T:PI:21) — Do fervor

21. Del fervor.


Cuando un hombre quiere recibir el Cuerpo de Nuestro Señor que acuda sin grandes preocupaciones. Pero conviene y es muy útil confesarse antes, aun sin tener conciencia de haber pecado, ( sólo ) para ( obtener ) el fruto del sacramento de la confesión. Mas, si hubiera alguna cosa que lo declarara culpable y él, a causa de sus obligaciones, no fuera capaz de confesarse, entonces, que se reúna con su Dios, declarándose culpable ante Él con gran arrepentimiento y conformándose hasta que disponga de tiempo para confesarse. Si en el ínterin se olvida de la conciencia o del reproche del pecado, podrá pensar que Dios lo había olvidado también. Antes que con los hombres hay que confesarse con Dios, y cuando se es culpable, tomar muy en serio la confesión ante Dios y acusarse con rigor. Cuando uno quiere recibir el sacramento, tampoco debe pasar por alto con ligereza esta última ( obligación ) ni dejarla a un lado a causa de la expiación exterior, porque ( sólo ) la disposición de ánimo del hombre en sus obras es justa y divina y buena.

Uno debe aprender a estar ( interiormente ) libre en plena actividad. Mas para un hombre inexperto constituye una empresa inusitada llegar a un punto donde no lo estorbe ninguna muchedumbre ni obra -para ello se requiere un gran fervor- y que tenga continuamente presente a Dios y que Él le resplandezca siempre, todo desnudo, en cualquier momento y en cualquier ambiente. Para esto se requieren un fervor bien ágil y dos cosas en especial: una ( consiste en ) que el hombre mantenga bien cerrado su fuero íntimo de modo que su ánimo esté protegido contra las imágenes que se hallan afuera, para que permanezcan fuera de él y no se paseen con él, ni lo traten de manera inadecuada, ni encuentren su morada dentro de él. La otra cosa ( consiste en ) que el hombre no se entregue ni a sus imágenes interiores, ya sean representaciones o un enaltecimiento de su ánimo, ni a las imágenes exteriores o cualquiera que sea la cosa que el hombre tenga presente, y que con todo esto no se desorganice ni se distraiga ni se enajene con la multiplicidad. El hombre ha de acostumbrar a. todas sus potencias para que actúen así y se orienten en este sentido, mientras él se acuerda de su intimidad.

Ahora podrías decir: ( Mas ) el hombre debe dirigirse hacia fuera si ha de obrar cosas externas; porque ninguna obra puede ser realizada a no ser en su propia forma de presentación.

Esto es bien cierto. Sin embargo, las apariencias externas no son ninguna cosa externa para el hombre ejercitado porque todas las cosas tienen para el hombre interior una divina ( e ) interna forma de existencia.

He aquí lo que es necesario ante todas las cosas: que el hombre acostumbre y ejercite su entendimiento para que ( se dirija ) bien y perfectamente hacia Dios, así lo divino aparecerá en su interior en todo momento. Para el entendimiento no hay nada tan propio ni tan presente ni tan cercano como Dios. El ( entendimiento ) nunca se dirige hacia otra parte. No se vuelve hacia las criaturas a no ser que se le haga fuerza y agravio en cuyo caso es quebrantado y pervertido directamente. Luego, cuando está corrompido en un joven o en cualquier persona, hay que educarlo con grandes esfuerzos, y uno debe hacer todo cuanto pueda para acostumbrar y atraer otra vez al entendimiento. Pues, por más que Dios le sea propio y natural, una vez que se halle pervertido y afianzado en las criaturas habiéndose apropiado de sus imágenes y acostumbrado ( al trato de las criaturas ), se habrá debilitado tanto en esta parte y se hallará tan impotente con respecto a sí mismo, y tan contrariado en sus nobles afanes, que todo el empeño que el hombre pueda poner, resultará poco para recuperar su viejo hábito. Y aun cuando ponga todo ( su esfuerzo ), necesitará cuidarse continuamente.

Ante todo, el hombre debe acostumbrarse a adquirir hábitos firmes y adecuados. Si un hombre inexperimentado y no ejercitado quisiera comportarse y actuar como otro experimentado, se arruinaría por completo y no llegaría a nada. Cuando el hombre antes que nada se ha desacostumbrado y enajenado, él mismo, de todas las cosas, entonces sí ‘podrá ejecutar todas sus obras con tino y entregarse a ellas sin preocupación, o carecer de ellas sin ningún impedimento. En cambio: cuando el hombre ama una cosa y se regocija con ella y cede voluntariamente a ese gozo, ya se trate de comida o bebida o de cualquier otra cosa, esto no puede hacerse sin daño en un hombre no ejercitado.

El hombre debe acostumbrarse a no buscar ni desear lo suyo en nada sino que ( ha de ) encontrar y aprehender a Dios en todas las cosas. Porque Dios no otorga ningún don -y nunca lo otorgó- para que uno posea el don y descanse en él. Antes bien, todos los dones que Él otorgó alguna vez en el cielo y en la tierra, los dio solamente con la finalidad de poder dar un solo don: éste es Él mismo. Con todos esos dones sólo quiere prepararnos para ( recibir ) el don que es Él mismo; y todas las obras que Dios haya hecho alguna vez en el cielo y en la tierra, las hizo únicamente para poder hacer una sola obra, es decir, para que Él se haga feliz a fin de poder hacernos felices a nosotros. Por lo tanto digo: Debemos aprender a contemplar a Dios en todos los dones y obras, y no hemos de contentarnos con nada ni detenernos en nada. Para nosotros no existe en esta vida ningún detenerse en modo alguno de ser, y nunca lo hubo para hombre alguno por más lejos que hubiera llegado. Antes que nada, el hombre debe mantenerse orientado, en todo momento, hacia los dones divinos y ( esto ) cada vez de nuevo.

Me referiré brevemente a una mujer que deseaba mucho que Nuestro Señor le diera una cosa; pero entonces yo dije que ella no estaba bien preparada y si Dios le diese el don sin que estuviera preparada, ( ese don ) se echaría a perder.

Una pregunta: ¿Por qué no estaba preparada? ¿Si ella tenía buena voluntad y vos decís que ésta es capaz de hacer todas las cosas y contiene en sí todas las cosas y toda la perfección?

Esto es verdad. ( Mas ) en la voluntad hay que contemplar dos significaciones: una voluntad es contingente y no esencial, otra es decisiva y creadora y habitual.

A fe mía, no es suficiente que el ánimo del hombre se halle desasido en el momento actual cuando uno quiere unirse con Dios, sino que uno debe disponer de un desasimiento bien ejercitado que tanto precede como perdura. Entonces es posible recibir grandes cosas de Dios y recibir a Dios en todas las cosas. ( Pero ) si uno no está preparado, arruina el don y a Dios junto con el don. Es ésta la razón por que Dios no nos puede dar siempre lo que pedimos. La falta no está en Él, pues Él tiene mil veces más prisa de dar que nosotros de aceptar. Pero nosotros lo forzamos y lo agraviamos al impedirle ( que haga ) su obra natural por culpa de nuestra falta de preparación.

El hombre debe aprender a sacar de su interior su sí-mismo y a no retener nada propio y a no buscar nada, ni provecho ni placer ni ternura ni dulzura ni recompensa ni el paraíso ni la propia voluntad. Dios nunca se entregó, ni se entregará jamás, a una voluntad ajena. Sólo se entrega a su propia voluntad. Donde Dios encuentra su voluntad, ahí se entrega y se abandona a ella con todo cuanto es. Y cuanto más dejemos de ser en cuanto a lo nuestro, tanto más verdaderamente llegaremos a ser dentro de ésta ( la voluntad divina ). Por ello no es suficiente que renunciemos una sola vez a nosotros mismos y a todo cuanto poseemos y podemos, sino que debemos renovarnos con frecuencia y hacer que nosotros mismos seamos simples y libres en todas las cosas.

También es muy útil que el hombre no se contente con poseer en su ánimo las virtudes, como son ( la ) obediencia, ( la ) pobreza y otra virtud; antes bien, el hombre ha de ejercitarse, él mismo, en las obras y frutos de la virtud y ponerse a prueba con frecuencia, anhelando y deseando que la gente lo ejercite y ponga a prueba. Porque no basta con hacer las obras de la virtud, ya sea obedecer, ya sea cargar con la pobreza o el desprecio, ya sea que uno se humille o renuncie a sí mismo de otra manera, sino que se debe aspirar a obtener la virtud en su esencia y fondo y no hay que desistir nunca hasta lograrlo. Y si uno la tiene, esto se puede conocer por el siguiente hecho: cuando uno ante todas las cosas es propenso a la virtud y hace las obras de la virtud sin preparación ( especial ) de la voluntad, ejecutándolas sin designio propio y especial en aras de una causa justa y grande y las hace más bien por ellas mismas y por amor a la virtud y sin ningún porqué entonces posee la virtud en su perfección y antes no.

Que uno aprenda a desasirse de sí mismo hasta no retener ya nada propio. Todo el tumulto y la discordia provienen siempre de la propia voluntad, no importa que uno lo note o no. Uno mismo debe entregarse, junto con todo lo suyo, a la buena y queridísima voluntad de Dios, mediante el puro desasimiento del querer y apetecer, y esto con respecto a todo cuanto uno pueda querer o apetecer con miras a cualquier cosa.

Una pregunta: ¿Hace falta que renunciemos también voluntariamente a ( sentir ) la dulzura de Dios? ¿No puede ser que esto provenga también de nuestra desidia y de poco amor hacia Él?

Sí, es cierto: cuando se pasa por alto la diferencia. Pues, provenga de la desidia o del desasimiento o del verdadero retraimiento, uno debe observar si, estando del todo desasido en su fuero íntimo, se ve en este estado de modo tal que le es tan leal a Dios como si tuviera el sentimiento fortísimo, de manera que uno en semejante estado hace todo cuanto haría en aquél y nada menos, y que uno se mantendría tan desasido de todo consuelo y auxilio como haría en el caso de sentir la presencia de Dios.

Al hombre recto, que tiene la voluntad completamente buena, ningún tiempo le puede resultar demasiado breve. Pues, donde la voluntad tiene la calidad de querer ( hacer ) cabalmente todo cuanto puede -no sólo ahora sino que querría hacer todo cuanto pudiera en el caso de que le fuera dado vivir mil años- semejante voluntad rinde tanto como se pudiera lograr con las obras durante mil años: ante Dios lo ha hecho todo.