Eckhart (T:PI:20) — Do Corpo de Nosso Senhor

20. Del Cuerpo de Nuestro Señor. Cómo se lo debe recibir a menudo y de qué manera y con qué devoción.


A quien desea recibir de buena gana el Cuerpo de Nuestro Señor, no le hace falta mirar qué es lo que siente o nota en su fuero interior o cuán grande es su ternura o devoción, sino que ha de observar cómo son su voluntad y disposición de ánimo. No debes dar mucha importancia a lo que sientes; antes bien, considera como grande aquello que amas y anhelas.

El hombre que quiere y puede acercarse despreocupadamente a Nuestro Señor, en primer lugar debe averiguar si tiene la conciencia libre de todo reproche en cuanto al pecado. En segundo lugar, la voluntad del hombre ha de estar dirigida hacia Dios de manera que no pretenda ni apetezca nada que no sea Dios ni completamente divino, y que le disguste aquello que no es compatible con Dios. Justamente en este aspecto el hombre debe darse cuenta de lo alejado o cercano de Dios que se halla: depende de si posee mucho o poco de tal disposición. En tercer lugar, al hacerlo ( =comulgar con frecuencia ) ha de notarse en él que el amor del Sacramento y de Nuestro Señor va creciendo cada vez más y que la veneración temerosa no disminuye a causa de las frecuentes comuniones. Pues, aquello que a menudo es vida para determinada persona, para otra es mortal. Por ello debes fijarte en tu fuero íntimo ( para ver ) si crece tu amor hacia Dios y no se apaga tu veneración. Si haces así, cuanto más a menudo acudas al Sacramento, tanto mejor llegarás a ser y también dará un resultado tanto mejor y más útil. Y por eso, no permitas que te quiten a tu Dios con palabras o prédicas; porque, cuanto más, tanto mejor y más agradable a Dios. Pues Nuestro Señor tiene ganas de morar dentro del hombre y junto con él.

Ahora podrías decir: ¡Ay, señor, me veo tan vacío y frío y perezoso y por esto no me animo a acudir a Nuestro Señor!

Entonces digo yo: ¡Tanto más necesitas acudir a tu Dios! pues por Él serás inflamado y sentirás ardor y en Él serás santificado y vinculado y unido sólo a Él, pues, en el Sacramento, y en ninguna otra parte, encuentras con igual excelencia esta merced de que tus fuerzas corpóreas se unan y concentren gracias al excelso poder de la presencia corpórea del Cuerpo de Nuestro Señor, de modo que todos los sentidos dispersos del hombre y su ánimo se concentren y unan en esta ( presencia ), y ellos que, dispersos entre sí, estaban demasiado inclinados hacia abajo, aquí son enderezados y presentados ordenadamente a Dios. Y este Dios que mora en el interior los acostumbra a dirigirse hacia dentro y les quita el hábito de dejarse estorbar físicamente por las cosas temporales y así se tornan hábiles para las cosas divinas, y, fortalecido por su Cuerpo, tu cuerpo es renovado. Porque nosotros hemos de ser transformados en Él y totalmente unidos con Él ( Cfr. 2 Cor. 3, 18 ), de modo que lo suyo llegue a ser nuestro y todo lo nuestro suyo, nuestro corazón y el suyo, un solo corazón, nuestro cuerpo y el suyo, un solo cuerpo. Nuestros sentidos y nuestra voluntad e intención, nuestras potencias y miembros, habrán de ser trasladados en Él de manera tal que no lo sienta y perciba en todas las potencias del cuerpo y del alma.

Ahora podrías decir: ¡Ay, señor, yo no percibo en mí nada de cosas grandes sino sólo pobreza! ¿Cómo podré atreverme entonces, a acudir a Él?

A fe mía, si quieres transformar del todo tu pobreza, acude al abundante tesoro de toda la riqueza inconmensurable, así serás rico; pues debes abrigar en tu fuero íntimo la certidumbre de que sólo Él es el tesoro que te puede bastar y colmar. «Por lo tanto -dirás- quiero dirigirme hacia ti para que tu riqueza llene mi pobreza, y toda tu inconmensurabilidad colme mi vacío y tu ilimitada e inescrutable divinidad llene mi humanidad demasiado indigna y corrupta».

«¡Ay, señor, he pecado mucho; no puedo expiarlo!»

Justamente por ello acude a Él, que expió todas las culpas como era debido. En Él bien podrás ofrecer al Padre celestial un digno sacrificio por todas tus culpas.

«¡Ay, señor, me gustaría cantar loas, pero no puedo!»

Acude a Él, sólo Él es un agradecimiento aceptable para el Padre y una loa inconmensurable, verídica y perfecta de toda la bondad divina.

En suma, si quieres ser librado de todas las flaquezas y revestido de virtudes y mercedes y guiado y conducido deliciosamente hacia el origen, con todas las virtudes y mercedes, consérvate en un estado tal que puedas recibir el Sacramento dignamente y con frecuencia; entonces serás unido a Él y ennoblecido por su Cuerpo. Ah sí, en el Cuerpo de Nuestro Señor el alma es insertada en Dios tan íntimamente que todos los ángeles, los kerubimes al igual que los serafines, ya no conocen ni saben encontrar ninguna diferencia entre ambos; pues dondequiera que toquen a Dios, tocarán al alma, y donde toquen al alma, ( tocarán ) a Dios. Nunca hubo unión igualmente estrecha, porque el alma se halla unida a Dios mucho más estrechamente que el cuerpo al alma, los que constituyen un solo hombre. Esta unión es mucho más estrecha de lo que ( sería ) si alguien vertiera una gota de agua en un tonel de vino: allí habría agua y vino: y esto será transformado de tal modo en una sola cosa que todas las criaturas juntas no serían capaces de descubrir la diferencia.

Ahora podrías decir: ¿ Cómo puede ser? ¡ Si yo no siento nada de eso!

¿Qué importa? Cuanto menos sientas y más firmemente creas, tanto más elogiable será tu fe y tanto más será estimada y elogiada; pues la fe íntima del hombre es mucho más que meros supuestos. En ella poseemos un saber verdadero. En verdad, no nos falta nada sino una fe recta. El que nos imaginemos tener un bien mayor en una cosa que en otra, se debe sólo a preceptos externos, y sin embargo, no hay más en una cosa que en otra. Pues bien, en la misma medida en que uno cree, recibe y posee.

Ahora podrías decir: «¿Cómo sería posible que yo creyera en cosas más elevadas mientras no me encuentro en semejante estado sino que soy débil y me inclino hacia muchas cosas?»

Mira, en este caso debes observar en ti dos cosas diferentes que también caracterizaron a Nuestro Señor. Él también tenía potencias superiores e inferiores y ellas tenían ( que hacer ) dos obras distintas: sus potencias superiores poseían la eterna bienaventuranza y disfrutaban de ella. Pero, al mismo tiempo, las inferiores se encontraban sometidas a los máximos sufrimientos y luchas en esta tierra, y ninguna de esas obras era un obstáculo para el objeto de otra. Así habrá de ser también en tu fuero íntimo, de modo que las potencias supremas se hallen elevadas hacia Dios y le sean ofrecidas y unidas íntegramente. Más aún: todos los sufrimientos, a fe mía, han de ser encargados exclusivamente al cuerpo y a las potencias inferiores y a los sentidos; mas el espíritu debe elevarse con plena fuerza y abismarse, desapegado, en su Dios. Pero el sufrimiento de los sentidos y de las potencias inferiores -al igual que esa tribulación- no lo afectan ( al espíritu ); porque cuanto mayor y más recia es la lucha, tanto mayores y más elogiables son también la victoria y la honra por la victoria, pues en este caso, cuanto mayor sea la tribulación y cuanto más fuerte el impacto del vicio, y el hombre los vence, no obstante, tanto más poseerás también esa virtud y tanto más le gustará a tu Dios. Y por ello: si quieres recibir dignamente a tu Dios, cuida de que tus potencias superiores estén orientadas hacia tu Dios, que tu voluntad busque su voluntad y ( fíjate en ) cuál es tu intención y cómo anda tu lealtad hacia Él.

En semejante ( estado ) el hombre nunca recibe el precioso Cuerpo de Nuestro Señor sin recibir al mismo tiempo una gracia extremadamente grande; y cuanto más a menudo ( lo haga ) tanto más beneficioso ( será ). Ah sí, el ser humano sería capaz de recibir el Cuerpo de Nuestro Señor con tal devoción y disposición de ánimo que él, estando destinado a llegar al coro más bajo de los ángeles, con recibirlo una sola vez sería elevado al segundo coro; ah sí, sería imaginable que lo recibieras con una devoción tal que te considerarían digno de ( ingresar en ) los coros octavo y noveno. Por ende, si dos hombres fueran iguales en toda su vida, mas uno de ellos hubiera recibido dignamente el Cuerpo de Nuestro Señor una vez más que el otro, entonces el ( primer ) hombre sería frente al segundo como un sol resplandeciente y obtendría una unión especial con Dios.

Esta recepción y bienhadada fruición del Cuerpo de Nuestro Señor no dependen sólo de la ingestión exterior, sino que se dan también cuando se comulga espiritualmente con el ánimo ansioso y unido ( a Dios ) en la devoción. Esto lo puede hacer el hombre con una confianza tal que llega a ser más rico en mercedes que ninguna persona en esta tierra. El hombre puede hacerlo mil veces por día y más aún, se halle donde se hallare, esté enfermo o sano. Pero debemos prepararnos para ello como si fuéramos recibiendo el sacramento, bien ordenadamente y de acuerdo con la fuerza del deseo. Mas si uno no tiene el deseo, que se estimule y prepare para tenerlo y que actúe conforme a ello, así llegará a ser santo en este tiempo y bienaventurado en la eternidad; pues seguir a Dios e imitarlo, esto es la eternidad. Que nos la dé el Maestro de la verdad y el Amante de la pureza y la Vida de la eternidad. Amén.