11. Lo que debe hacer el hombre cuando extraña a Dios y Dios se ha escondido.
Brugger
Tienes que saber, además, que la buena voluntad en absoluto puede perder a Dios. Pero sí lo extraña a veces en la sensación de su ánimo y a menudo cree que Dios se ha ido. ¿Qué debes hacer entonces? Exactamente lo mismo que harías si gozaras del mayor de los consuelos: aprende a hacer esto mismo cuando padezcas el mayor de los sufrimientos y compórtate exactamente igual a como te comportabas en el primer caso. No existe ningún consejo tan bueno para encontrar a Dios ( como el que dice ) que ( se lo halla ) allí donde uno se desprende de Él. Y así como te sentías cuando lo tuviste por última vez, así haz ahora mientras lo extrañas ( y ) de esta manera lo encontrarás. Más aún: la buena voluntad no pierde ni extraña a Dios nunca jamás. Mucha gente dice: Tenemos buena voluntad, pero no tienen la voluntad de Dios; quieren tener su propia voluntad y enseñarle a Nuestro Señor que haga las cosas así o asá. Esta no es buena voluntad. En Dios hay que buscar cuál es su queridísima voluntad.
Dios aspira en todas las cosas a que renunciemos a nuestra voluntad. Cuando San Pablo habló mucho con Nuestro Señor y Nuestro Señor mucho con él, todo esto no dio ningún resultado hasta que él renunciara a su voluntad diciendo: «Señor ¿qué quieres que yo haga?» ( Hechos de los Apóstoles 9, 6 ). Entonces Nuestro Señor sabía muy bien qué era lo que él tenía que hacer. Lo mismo sucedió cuando el ángel se apareció a Nuestra Señora: todo cuanto ella y él hubieran hablado alguna vez, nunca la hubiese convertido en Madre de Dios; pero tan pronto como ella renunció a su voluntad, llegó a ser inmediatamente una verdadera Madre del Verbo eterno y recibió a Dios en seguida. Él se hizo hijo suyo por naturaleza. No hay tampoco cosa alguna para hacernos hombres verdaderos fuera del renunciamiento a nuestra voluntad. De veras, sin renunciar a nuestra voluntad en todas las cosas, no obramos absolutamente nada ante Dios. Pero, si llegáramos a desprendernos íntegramente de nuestra voluntad y nos animáramos a renunciar a todas las cosas, exterior e interiormente, por amor de Dios, entonces habríamos hecho todo y antes no.
Son pocos los hombres a quienes, a sabiendas o sin saberlo, no les gustaría ser exactamente así, pero ( con la condición ) de tener la experiencia de grandes cosas y querrían tener el modo y el bien todo esto no es nada más que propia voluntad. Entrégate totalmente a Dios con todas las cosas y luego no te aflijas por lo que Él hace con lo suyo. Miles de hombres han muerto y están en el cielo sin haberse desprendido nunca de su voluntad con cabal perfección. Una voluntad perfecta y verdadera sería sólo aquella con la cual uno se hubiera entregado íntegramente a la voluntad de Dios, careciendo de propia voluntad: y quien haya logrado más a este respecto, será colocado en mayor medida y más verdaderamente en Dios. Ah sí, un avemaría pronunciado con tal disposición de ánimo, en la cual el hombre se despoja de sí mismo, es más útil que mil salterios leídos sin ella; sí, ( dar ) un paso con esta disposición, sería mejor que cruzar el mar careciendo de ella.
El hombre que tan enteramente hubiera renunciado a sí mismo junto con todo lo suyo, en verdad, se hallaría colocado tan completamente en Dios, que dondequiera que se tocara a ese hombre, se debería tocar primero a Dios; porque él se halla del todo en Dios, y Dios se encuentra en torno de él, tal como mi bonete encierra mi cabeza; y quien quisiera agarrarme debería tocar primero mi vestimenta. Igualmente: si he de beber, la bebida debe pasar primero por mi lengua; allí adquiere su sabor. De veras, si la lengua se halla revestida de amargor, el vino, por dulce que sea en sí, habrá de convertirse siempre en amargo a causa de aquello por cuyo intermedio me llega. En verdad, un hombre que se hubiera desasido totalmente de lo suyo, estaría envuelto en Dios de tal manera que todas las criaturas no serían capaces de tocarlo sin tocar antes a Dios, y las cosas que habrían de llegar hasta él, tendrían que llegarle a través de Dios; aquí reciben su sabor y se hacen deiformes. Por grande que sea el sufrimiento, si viene a través de Dios, Dios es el primero en sufrir por él. Sí, por la verdad que es Dios mismo: un sufrimiento que afecta al hombre, por ejemplo, un malestar o una contrariedad, nunca es tan insignificante que, una vez puesto en Dios, no lo toque a Él inconmensurablemente más de lo que lo toca al hombre, y le resulte más repugnante de lo que le resulta repugnante al hombre. Mas, si Dios lo sufre a causa del bien que ha previsto para ti con ese ( sufrimiento ), y si tú estás dispuesto a sufrir lo que sufre Dios y que te llega a través de Él, entonces adquiere de derecho índole divina, ya se trate de desprecio, así como de honores, de amargura al igual que de dulzura y de la más profunda oscuridad lo mismo que de la luz más clara: todo recibe de Dios su sabor y se hace divino, porque todo cuanto sucede a ese hombre se va adaptando a Dios, ya que ( ese hombre ) no tiende hacia otra cosa ni le gusta nada más, y por ello aprehende a Dios en medio de toda amargura como en la mayor de las dulzuras.
La luz resplandece en las tinieblas, allí la percibimos. Si no, la doctrina o la luz ¿para qué servirían a la gente a no ser que la aprovecharan? Cuando se hallan en medio de las tinieblas o del sufrimiento, habrán de ver la luz.
Ah sí, cuanto más nos pertenezcamos ( a nosotros ), tanto menos le pertenecemos ( a Dios ). El hombre que hubiera abandonado lo suyo, nunca podría echar de menos a Dios en ninguna actividad. Pero, si sucediera que el hombre diese un paso en falso o dijese palabras equivocadas o si las cosas realizadas por él resultaran mal hechas, ( Dios ), ya que se hallaba en el comienzo de la acción, debería cargar por obligación con el daño; ( pero ), en tal caso, tú no debes en absoluto abandonar tu obra. A este respecto encontramos un ejemplo en San Bernardo y en otros muchos santos. En esta vida nunca es posible librarse del todo de semejantes percances. Mas no se debe rechazar el noble trigo porque, de vez en cuando, cae neguilla por entre ese trigo. De veras, quien estuviera bien intencionado y poseyera un buen entendimiento de Dios, a ese hombre todos esos sufrimientos y percances le resultarían una gran bendición. Pues, a los buenos todas las cosas les redundan en bien, como dice San Pablo ( cfr. Romanos 8, 28 ), y como manifiesta San Agustín: «Ah sí, incluso los pecados».