Eckhart – Sermão 6 – Justi vivent in aeternum…

Mas os justos viverão eternamente; sua recompensa está no Senhor, e o Altíssimo cuidará deles. [Sabedoria, 5,15]


Brugger

1. «Los justos vivirán eternamente y su recompensa está con Dios» ( Sabid. 5, 16 ). Ahora fijaos muy bien en el sentido de esta ( palabra ); puede ser que suene simple y comprensible para todos, sin embargo, es muy digna de consideración y del todo buena.

2. «Los justos vivirán.» ¿Quiénes son los justos? Un escrito dice: «Es justo aquel que da a cada cual lo que es de él»: aquellos pues, que dan a Dios lo que es de Él, y a los santos y a los ángeles lo que es de ellos, y al semejante lo que es de él.

3. La honra pertenece a Dios. ¿Quiénes son los que honran a Dios? Son aquellos que se han desasido totalmente de sí mismos y no buscan en absoluto lo suyo en ninguna cosa, sea la que fuere, grande o pequeña; aquellos que no miran nada por debajo ni por encima de ellos, ni ( lo que se halla ) a su lado o en ellos; aquellos que no piensan ni en bienes, ni en honores, ni en comodidades, ni en placeres, ni en provecho, ni en recogimiento, ni en santidad, ni en recompensa, ni en el reino de los cielos, habiéndose desasido de todo ello, de todo lo suyo de tales hombres Dios recibe honor y ellos honran a Dios en el sentido propiamente dicho y le dan lo que le pertenece.

4. A los ángeles y a los santos hay que darles alegría. ¡Oh, maravilla superior a todas las maravillas! ¿Es posible que un ser humano en esta vida les dé alegría a quienes se hallan en la vida eterna? ¡Sí, es cierto! Todo santo siente mucha e inefable alegría por cualquier obra buena; por una voluntad o una aspiración buenas sienten tamaña alegría que no hay boca capaz de pronunciar ni corazón capaz de pensar lo grande que es la alegría que esto les da. ¿Por qué será así? Porque aman a Dios sobremanera, y su amor es tan verdadero que prefieren la honra ( de Dios ) a la bienaventuranza de ellos. Y esto les da tanto placer no sólo a los santos y a los ángeles, sino también a Dios mismo, tal como si fuera la bienaventuranza de Él, y su ser y su contento y su deleite dependen de ello. ¡Pues bien, ahora prestad atención! Si quisiéramos servir a Dios por ninguna otra causa que por la gran alegría que sienten quienes están en la vida eterna, y Dios mismo, podríamos hacerlo con gusto y con todo empeño posible.

5. También debemos prestar ayuda a quienes están en el purgatorio y ( procurar ) la corrección y de los que todavía viven.

6. Semejante hombre es justo en determinada manera, pero en otro sentido son justos aquellos que aceptan de Dios todas las cosas con ecuanimidad, sea lo que fuere, grande o chico, querido o desagradable ( considerándolo ) todo como igual, sin más ni menos, una cosa como la otra. Si de algún modo valoras una cosa más que otra, está mal. Debes desasirte por completo de tu propia voluntad.

7. El otro día se me ocurrió la siguiente idea: si Dios no quisiera como yo, yo querría, sin embargo, como Él. Algunas personas quieren tener su propia voluntad en todas las cosas; eso está mal, ahí hay un defecto. Hay otros un poco mejores: quieren por cierto lo que quiere Dios ( y ) no quieren nada en contra de su voluntad; ( pero ) si estuvieran enfermos, querrían más bien que fuera la voluntad divina que estuviesen sanos. Esa gente preferiría pues, que Dios quisiera según la voluntad de ellos antes que ellos quisieran ( las cosas ) de acuerdo con su voluntad ( de Dios ). Hay que aceptarlo, pero es incorrecto. Los justos no tienen absolutamente ninguna voluntad; todo lo que quiere Dios, les da lo mismo, por grande que sea la aflicción.

8. Los hombres justos toman tan en serio la justicia que, si Dios no fuera justo, Él no les importaría un comino; y se mantienen tan firmes en la justicia habiéndose desasido tan completamente de sí mismos, que no prestan atención ni al tormento del infierno ni al regocijo del reino de los cielos ni a cosa alguna. Es más: si toda la pena que sufren aquellos que están en el infierno, tanto hombres como diablos, o si todas las penas que en algún momento han sido o serán sufridas en esta tierra, estuvieran relacionadas con la justicia, no les daría un bledo; tan firmemente toman el partido de Dios y de la justicia. Al hombre justo nada le resulta más penoso y pesado que lo que está en contra de la justicia: ( es decir, el hecho ) de que no se muestre ecuánime en todas las cosas. ¿Cómo ( es ) eso? Si una cosa puede alegrar ( a los hombres ) y otra afligirlos, no son justos; más aún, si son alegres en un momento, lo son en todos; si en un momento están más alegres y en otro menos, eso está mal. Quien ama la justicia, se halla colocado tan firmemente sobre ella, que aquello que ama es su ser; no hay cosa capaz de apartarlo ni se fija en nada más. Dice San Agustín: «Donde el alma ama, ahí está con más propiedad que allí donde da vida». Nuestra palabra ( de la Sagrada Escritura ) suena modesta y comprensible para todos; y, sin embargo, difícilmente hay alguien que comprenda su significado; y no obstante, es verdad. Quien comprenda la doctrina de la justicia y del justo, comprenderá todo cuanto digo.

9. «Los justos vivirán.» Por entre todas las cosas no hay nada tan querido y tan apetecible como la vida. Y, por otra parte, no hay ninguna vida tan mala ni onerosa que el hombre, pese a todo, no quiera vivir. Dice un escrito: Cuanto más cerca se halla una cosa de la muerte, tanto más apenada está. No importa lo mala que sea la vida, quiere vivir, no obstante. ¿Por qué comes? ¿Por qué duermes? Para que vivas. ¿Por qué apeteces bienes u honores? Lo sabes muy bien. Pero ¿por qué vives? Por la vida y, sin embargo, no sabes por qué vives. La vida en sí es tan apetecible que uno la apetece a causa de ella misma. Quienes están en el infierno, ( sufriendo ) la pena eterna, no quisieran perder su vida, ni los diablos ni las almas, porque su vida es tan noble que fluye de Dios al alma sin mediador alguno. Como fluye tan inmediatamente de Dios, por eso quieren vivir. ¿Qué es la vida? El ser de Dios es mi vida. Entonces, si mi vida es el ser de Dios, el ser de Dios ha de ser mío y la esencia primigenia de Dios mi esencia primigenia, ni más ni menos.

10. Ellos viven eternamente «con Dios», de modo exactamente igual con Dios, ni por debajo ni por encima. Hacen todas sus obras con Dios y Dios ( las hace ) con ellos. Dice San Juan: «El Verbo estaba con Dios» ( Juan 1, 1 ). Era completamente igual y estaba a su lado, ni por debajo ni por encima, sino que ( era ) igual. Cuando Dios creó al hombre, creó a la mujer del costado del hombre para que le fuera igual. No la creó ni de la cabeza ni de los pies, para que no fuera para él ni mujer ni hombre, sino que fuese igual. Así también el alma justa ha de ser igual, junto con Dios y al lado de Dios, exactamente igual, ni por debajo ni por encima.

11. ¿Quiénes son los que de tal manera son iguales? Quienes no se igualan a nada, sólo ésos son iguales a Dios. El ser divino no se iguala a nada; en Él no hay ni imagen ni forma. A las almas que se ( le ) igualan de tal modo, el Padre les da en forma igual y no les escatima nada. Cuanto el Padre es capaz de hacer, lo da a esta alma de modo igual, por cierto, siempre y cuando ella no se asemeje más a sí misma que a otra persona, y no ha de hallarse más cerca de sí misma que de otro. Su propio honor, su provecho y cualquier cosa suya, no los debe apetecer más ni prestarles mayor atención que a los de un forastero. Cualquier cosa -ya sea buena, ya sea mala- que pertenezca a alguien no le ha de resultar ni ajena ni alejada. Todo el amor de este mundo está erigido sobre el amor propio. Si hubieras renunciado a este último, habrías renunciado al mundo entero.

12. El Padre engendra a su Hijo en la eternidad como igual a sí mismo. «El Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo»: era lo mismo en la misma naturaleza. Digo además: Lo ha engendrado en mi alma. Ella no sólo está con Él y Él con ella como iguales, sino que se halla dentro de ella, y el Padre engendra a su Hijo dentro del alma de la misma manera que lo engendra en la eternidad, y no de otro modo. Tiene que hacerlo, le agrade o le disguste. El Padre engendra a su Hijo sin cesar, y yo digo más aún: Me engendra a mí como su hijo y como el mismo Hijo. Digo más todavía: Me engendra no sólo como su hijo; me engendra a mí como ( si yo fuera ) Él, y a sí como ( si fuera ) yo, y a mí como su ser y su naturaleza. En el manantial más íntimo broto yo del Espíritu Santo; allí hay una sola vida y un solo ser y una sola obra. Todo cuanto obra Dios es uno; por eso me engendra como hijo suyo sin ninguna diferencia. Mi padre carnal no es mi padre propiamente dicho, sino ( que lo es ) solamente con un pequeño pedacito de su naturaleza y yo estoy separado de él; él puede estar muerto y yo ( puedo ) vivir. Por eso, el Padre celestial es de veras mi Padre, porque soy su hijo y tengo de Él todo cuanto poseo, y soy el mismo hijo y no otro. Como el Padre no hace sino una sola obra, por eso hace de mí su hijo unigénito, sin ninguna diferencia.

13. «Seremos transformados y transfigurados totalmente en Dios» ( Cfr. 2 Cor. 3, 18 ). ¡Escucha un símil! ( Sucede ) exactamente del mismo modo que cuando en el Sacramento el pan se transforma en el Cuerpo de Nuestro Señor; cualquiera sea el número de panes, se transforman en un solo cuerpo. Igualmente, si todos los panes fueran transformados en mi dedo, no habría más que un solo dedo. Luego, si mi dedo fuera transformado ( otra vez ) en pan, éste sería tanto como aquél. La cosa que se transforma en otra, llega a ser una sola con ella. Exactamente de la misma manera soy transformado en Él, de modo que Él me convierte en ser suyo ( y esto ) como uno ( y ) no igual; por Dios vivo, es verdad que no existe distinción alguna.

14. El Padre engendra a su Hijo sin cesar. Cuando el Hijo ha nacido, ( ya ) no toma nada del Padre porque lo tiene todo; pero cuando nace, toma del Padre. Con miras a ello, tampoco debemos desear nada de Dios como si fuera un extraño. Nuestro Señor dijo a sus discípulos: «No os he llamado siervos sino amigos» ( Cfr. Juan 15, 14 ss. ). Quien pide algo de otro es «siervo» y quien paga es «señor». El otro día reflexioné sobre si quería tomar o pedir alguna cosa de Dios. Lo pensaré dos veces, pues si aceptara algo de Dios, me hallaría por debajo de Él como un «siervo» y Él, al dar, ( sería ) un «señor». ( Pero ) así no ha de ser con nosotros en la vida eterna.

15. Dije una vez en este mismo lugar y sigue siendo verdad: Cuando el hombre atrae o toma algo ( que se halla ) fuera de él, procede mal. Uno no debe tomar ni mirar a Dios como ( si estuviera ) fuera de uno mismo, sino ( que lo debe tomar y ver ) como propiedad y como algo que se halla dentro de mí; además, no se ha de servir ni obrar a causa de ningún porqué, ni por la gloria de Dios ni por el propio ( honor ), ni por cosa alguna que se halle fuera de uno, sino únicamente a causa de lo que son el propio ser y la propia vida dentro de uno. Algunas personas bobas opinan que deberían ver a Dios como si estuviera allá y ellas acá. No es así, Dios y yo somos uno. Mediante el conocimiento acojo a Dios dentro de mí; ( y ) mediante el amor me adentro en Dios. Hay quienes dicen que la bienaventuranza no depende del conocimiento sino solamente de la voluntad. Se equivocan; pues, si dependiera únicamente de la voluntad no sería una sola cosa. ( Mas ) el obrar y el devenir son una sola cosa. Cuando el carpintero no opera, tampoco se hace la casa. Donde descansa el hacha, descansa también el devenir. Dios y yo somos uno en semejante obrar; Él obra y yo llego a ser. El fuego transforma en sí cuanto se le agrega, y ( esto ) se convierte en su naturaleza ( del fuego ). No es la leña la que transforma en sí el fuego, sino que el fuego transforma en sí la leña. Así también seremos transformados en Dios para que lo conozcamos tal como es ( Cfr. 1 Juan 3, 2 ). Dice San Pablo: Así conoceremos: yo ( lo conoceré ) exactamente lo mismo que de Él soy conocido, ni más ni menos, simplemente igual ( Cfr. 1 Cor. 13, 12 ). «Los justos vivirán eternamente y su recompensa está con Dios» exactamente igual.

16. Que Dios nos ayude para que amemos a la justicia por ella misma y a Dios sin porqué. Amén.

Jarczyk et Labarrière

« Les justes vivront éternellement, et leur récompense est près de Dieu. » Maintenant notez bien ce sens ; même s’il résonne de façon rudimentaire et commune, il est cependant très digne d’attention et très bon.

« Les justes vivront ». Qui sont les justes ? Un écrit dit : « Celui-là est juste qui donne à chacun ce qui est sien. » Ceux qui donnent à Dieu ce qui est sien, et aux saints et aux anges ce qui est leur, et au prochain ce qui est sien.

L’honneur appartient à Dieu. Qui sont ceux qui honorent Dieu ? Ceux qui sont pleinement sortis d’eux-mêmes et ne recherchent absolument rien de ce qui est leur en chose aucune, qu’elle soit grande ou petite, qui ne considère rien au-dessous de soi ni au-dessus de soi ni à côté de soi ni en soi, qui ne visent ni bien ni honneur ni agrément ni plaisir ni utilité ni intériorité ni sainteté ni récompense ni royaume céleste, et sont sortis de tout cela, de tout ce qui est leur, c’est de ces gens que Dieu reçoit honneur, et ceux-là honorent Dieu au sens propre et lui donnent ce qui est sien.

On doit donner joie aux anges et aux saints. Ah, merveille au-delà de toute merveille ! Un homme dans cette vie, peut-il donner joie à ceux qui sont la vie éternelle ? Oui, pour de vrai ! Chaque saint a si grand plaisir et joie si inexprimable de chaque oeuvre bonne, d’une volonté bonne ou d’un désir ils ont si grande joie qu’aucune bouche ne peut l’exprimer, et qu’aucun coeur ne peut imaginer quelle grande joie ils ont de là ! Pourquoi en est-il ainsi ? Parce qu’ils aiment Dieu de façon tellement démesurée et l’aiment d’un amour si vrai que son honneur leur est plus cher que leur béatitude. Pas seulement les saints ni les anges, plus : Dieu lui-même a si grand plaisir de là, exactement comme si c’était sa béatitude, et son être tient à cela et sa satisfaction et son plaisir. Ah, notez-le maintenant ! Si nous ne voulons servir Dieu pour aucune autre raison que la grande joie qu’ont en cela ceux qui sont dans la vie éternelle, et Dieu lui-même, nous devrions le faire volontiers et avec tout ( notre ) zèle.

Il faut aussi donner aide à ceux qui sont dans le purgatoire, et encouragement et ( bon exemple ) à ceux qui vivent encore.

Cet homme est juste selon un mode, et dans un autre sens ceux-là sont justes qui toutes choses reçoivent de façon égale de Dieu, quelles qu’elles soient, qu’elles soient grandes ou petites, agréables ou pénibles, et toutes choses également, ni moins ni plus, l’une comme l’autre. Si tu estimes une chose plus qu’une autre, ce n’est pas comme il faut. Tu dois sortir pleinement de ta volonté propre.

Je pensais récemment à propos d’une chose : Si Dieu ne voulait pas comme moi, moi pourtant je voudrais comme lui. Bien des gens veulent avoir leur volonté propre en toutes choses ; c’est mal, en cela tombe un défaut. Les autres sont un peu meilleurs, eux qui veulent bien ce que Dieu veut, ils ne veulent rien contre sa volonté ; seraient-ils malades, ils voudraient bien que ce soit volonté de Dieu qu’ils se portent bien. Ces gens voudraient donc bien que Dieu veuille selon leur volonté, plutôt que de vouloir selon sa volonté. Il faut passer là-dessus, mais ce n’est pas comme il faut. Les justes n’ont absolument aucune volonté ; ce que Dieu veut, cela leur est totalement égal, si grand soit le préjudice.

Pour les hommes justes, la justice est à ce point sérieuse que, s’il se trouvait que Dieu ne soit pas juste, ils ne prêteraient pas plus attention à Dieu qu’à une fève, et se tiennent si fermement dans la justice et sont si totalement sortis d’eux-mêmes qu’ils ne prêtent pas attention à la peine de l’enfer ni à la joie du ciel ni d’aucune chose. Oui, toute la peine qu’ont ceux qui sont en enfer, hommes ou démons, ou toute la peine qui fut jamais endurée sur terre ou doit jamais se trouver endurée, si elle était jointe à la justice, ils n’y prêteraient pas du tout attention ; si fermement ils se tiennent en Dieu et en la justice. Pour l’homme juste, rien n’est plus pénible ni difficile que ce qui est contraire à la justice, que de n’être pas égal en toutes choses. Comment donc ? Une chose peut-elle les réjouir et une autre les troubler, ils ne sont pas comme il faut, plutôt : s’ils sont heureux en un temps, ils sont heureux en tous temps ; s’ils sont plus heureux en un temps et en un autre moins, ils ne sont pas comme il faut. Qui aime la justice, il s’y tient si fermement que ce qu’il aime c’est son être ; aucune chose ne peut l’en détourner, et il ne prête attention à aucune autre chose. Saint Augustin dit : « Là où l’âme aime, là elle est plus propre que là où elle anime. » Cette parole résonne de façon rudimentaire et commune, et pourtant bien peu l’entendent telle qu’elle est, et elle est pourtant vraie. Qui entend l’enseignement à propos de la justice et à propos du juste, il entend tout ce que je dis.

« Les justes vivront ». Il n’est aucune chose si aimable ni si désirable parmi toutes les choses que la vie. Ainsi n’est-il aucune vie si mauvaise ni si difficile qu’un homme cependant ne veuille vivre. Un écrit dit : Plus une chose est proche de la mort, plus elle est pénible. Cependant, si mauvaise soit la vie, elle veut vivre. Pourquoi manges-tu ? Pourquoi dors-tu ? Pour que tu vives. Pourquoi désires-tu bien ou honneur ? Tu le sais rudement bien. Plus : Pourquoi vis-tu ? Pour vivre, et tu ne sais pourtant pas pourquoi tu vis. Si désirable est en elle-même la vie qu’on la désire pour elle-même. Ceux qui en enfer sont dans la peine éternelle ne voudrait pas perdre leur vie, ni démons ni âmes, car leur vie est si noble que sans aucun intermédiaire elle flue de Dieu dans l’âme. C’est parce qu’elle flue ainsi de Dieu sans intermédiaire qu’ils veulent vivre. Qu’est-ce que ( la ) vie ? L’être de Dieu est ma vie. Si ma vie est l’être de Dieu, il faut alors que l’être de Dieu soit mon être, et l’étantité de Dieu mon étantité, ni moins ni plus.

Ils vivent éternellement « près de Dieu », de façon vraiment égale près de Dieu, ni en dessous ni au-dessus. Ils opèrent toutes leurs oeuvres près de Dieu, et Dieu près d’eux. Saint Jean dit : « La Parole était près de Dieu. » Elle était pleinement égale et était auprès, ni en dessous ni au-dessus, mais égale. Lorsque Dieu fit l’homme, il fit la femme à partir du côté de l’homme pour qu’elle lui soit égale. Il ne la fit pas à partir de la tête ni à partir des pieds, en sorte qu’elle ne lui soit ni femme ni homme, mais en sorte qu’elle lui soit égale. Ainsi, l’âme juste doit-elle être égale près de Dieu et auprès de Dieu, vraiment égale, ni en dessous ni au-dessus.

Qui sont ceux qui sont ainsi égaux ? Ceux qui à rien ne sont égaux, ceux-là seuls sont égaux à Dieu. L’être de Dieu n’est égal à rien, en lui n’est ni image ni forme. Les âmes qui sont ainsi égale, à elles le Père donne de façon égale et ne leur retient rien de rien. Quoi que le Père puisse accomplir, il le donne à cette âme de façon égale, oui, si elle se tient pas plus égale à elle-même qu’à un autre, et elle doit ne pas être plus proche de soi que d’un autre. Son honneur propre, son utilité et quoi qu’elle ait, elle ne doit pas davantage le désirer ni y prêter attention qu’au ( bien propre ) d’un étranger. Ce qui est à quiconque, cela ne doit lui être ni étranger ni lointain, que ce soit mauvais ou bon. Tout l’amour de ce monde est bâti sur l’amour-propre. Si tu l’avais laissé, tu aurais laissé le monde entier.

Le Père engendre son Fils dans l’éternité, à lui-même égal. « La Parole était auprès de Dieu, et Dieu était la Parole » : elle était la même chose dans la même nature. Je dis plus encore : Il l’a engendré dans mon âme. Non seulement elle ( = l’âme ) est près de lui et lui près d’elle ( comme ) égale, mais il est dans elle, et le Père engendre son Fils dans l’âme selon le même mode selon lequel il l’engendre dans l’éternité, et pas autrement. Il lui faut le faire, que cela lui soit agréable ou pénible. Le Père engendre son Fils sans relâche, et je dis plus : Il m’engendre ( comme ) son Fils et le même Fils. Je dis plus : Il m’engendre non seulement ( comme ) son Fils, plutôt : il m’engendre ( comme ) soi, et soi ( comme ) moi, et moi ( comme ) son être et sa nature. Dans la source la plus intime, je sourds dans le Saint Esprit, là est une vie et un être et une oeuvre. Tout ce que Dieu opère, cela est Un ; c’est pourquoi il m’engendre ( comme ) son Fils, sans aucune différence. Mon père selon la chair n’est pas mon père à proprement parler, mais ( seulement ) en une petite part de sa nature, et je suis séparé de lui ; il peut être mort et moi vivre. C’est pourquoi le Père céleste est pour de vrai mon père, car je suis son Fils, et j’ai de lui tout ce que j’ai, et je suis le même Fils et non un autre. Car le Père opère une ( seule ) oeuvre, c’est pourquoi il m’opère ( comme ) son Fils unique, sans aucune différence.

« Nous serons pleinement transformés et changés en Dieu. » Note une comparaison. De la même manière que dans le sacrement du pain se trouve changé dans le corps de Notre Seigneur, si abondant soit le pain il devient pourtant un ( seul ) corps. De la même manière, tous les pains seraient-ils changés en mon doigt, il n’y aurait pourtant rien de plus qu’un ( seul ) doigt. Plus : mon doigt serait-il changé en pain, celui-ci serait de même nombre que celui-là. Ce qui se trouve changé dans l’autre, cela devient un avec lui. C’est ainsi que je me trouve changé dans lui, en ce qu’il m’opère ( comme ) son être, ( comme ) un non-égal ; par le Dieu vivant, c’est vrai, qu’il n’y a aucune différence.

Le Père engendre son Fils sans relâche. Lorsque le Fils est engendré, il ne prend rien du Père, car il a tout ; mais lorsqu’il se trouve engendré, il prend du Père. Dans cette perspective, nous ne devons non plus rien désirer de Dieu comme d’un étranger. Notre Seigneur dit à ses disciples : « Je ne vous ai pas appelés serviteurs mais amis. » Ce qui désire quelque chose de l’autre, c’est ( le ) serviteur, et ce qui récompense c’est ( le ) maître. Je pensais récemment si de Dieu je voulais prendre ou désirer quelque chose. J’y songerai très fort, car si de Dieu j’étais celui qui prend, je serais en dessous de Dieu, comme un serviteur, et lui comme un maître dans le fait de donner. Ce n’est pas ainsi que nous devons être dans la vie éternelle.

J’ai dit un jour ici même, et c’est vrai aussi : Ce que l’homme tire ou prend du dehors de lui( — même ), ce n’est pas comme il faut. On ne doit pas prendre ni considérer Dieu ( comme ) en dehors de soi, mais comme mon propre et ( le considérer comme ) ce qui est en soi ; on ne doit pas non plus servir ni opérer pour aucun pourquoi, ni pour Dieu ni pour son honneur ( propre ) ni pour rien de rien de ce qui est en dehors de soi, mais seulement pour ce qui est son être propre et sa vie propre dans soi. Bien des gens simples s’imaginent qu’il doivent voir Dieu comme s’il se tenait là-bas et eux ici. Il n’en est pas ainsi. Dieu et moi nous sommes un. Par le connaître je prend Dieu en moi, par l’aimer j’entre en Dieu. Certains disent que la béatitude ne réside pas dans la connaissance, mais seulement dans la volonté. Ils ont tort ; car si cela résidait seulement dans la volonté, ce ne serait pas ( un ) un. L’opérer et le devenir sont un. Lorsque le charpentier n’opère pas, la maison ne se fait pas non plus. Là où se trouve la hache, là se trouve aussi le devenir. Dieu et moi nous sommes un dans cette opération ; il opère et je deviens. Le feu transforme en soi ce qu’on lui apporte, et cela devient sa nature. Ce n’est pas le bois qui change le feu dans soi, plutôt : c’est le feu qui change le bois dans soi. C’est ainsi que nous serons changé en Dieu, de sorte que nous le connaîtrons tel qu’il est. Saint Paul dit : C’est ainsi que nous devons connaître, moi lui exactement comme lui moi, ni moins ni plus, de façon nûment égale. « Les justes vivront éternellement, et leur récompense est près de Dieu », donc égale.

Pour que nous aimions la justice pour elle-même et Dieu sans pourquoi, qu’à cela Dieu nous aide. Amen.