MESTRE ECKHART — SERMÕES
SERMÓN LVI — «María estaba parada al lado del sepulcro y lloraba» (Juan 20, 11).
Era un milagro que ella, tan afligida como estaba, pudiera llorar. «El amor la hacía estar de pie, el dolor (la hacía) llorar». «Entonces avanzó y miró en el interior del sepulcro». Buscaba a un hombre muerto «y encontró a dos ángeles vivos». (Juan 20, 12). Orígenes dice: Ella estaba parada. ¿Por qué se quedaba parada mientras los apóstoles habían huido?… Ella no tenía nada que perder; todo cuanto tenía, lo había perdido con Él. Cuando Él murió, ella murió junto con Él. Cuando lo sepultaron, sepultaron junto con Él al alma de ella. Por eso, no tenía nada que perder.
«Entonces avanzó»; entonces Él le salió al encuentro. «Ella pensó que era un jardinero y dijo: “¿Dónde lo habéis colocado?”» (Cfr. Juan 20, 15). Estaba tan preocupada por Él que sólo recordaba una de las palabras (que podría haber dicho): «¿Dónde lo habéis colocado?» Así le dijo. Luego Él se le reveló paso a paso. Si Él se le hubiera revelado de improviso, cuando todavía estaba llena de anhelos, ella habría muerto de alegría. Si el alma supiera cuándo Dios entraría en ella, la alegría la mataría; y si, además, supiera cuándo se separaría de ella, moriría de dolor. No sabe cuándo viene ni cuándo se va. Lo que concibe bien es cuándo está con ella. Un. maestro dice: Su llegada y su retirada se (le) ocultan. Su presencia no se esconde, ya que Él es una luz, y a la naturaleza de la luz corresponde revelarse.
María buscaba únicamente a Dios; por eso lo encontró, y no anhelaba nada fuera de Dios. Al alma que ha de buscar a Dios, todas las criaturas la deben atormentar. A ella la atormentaba ver a los ángeles. De la misma manera, todas las cosas han de ser como nada para el alma destinada a buscar a Dios. Si el alma ha de encontrar a Dios, debe tener seis actitudes. Primero, aquello que antes le resultaba dulce, habrá de serle amargo. Segundo, el alma se le tiene que hacer demasiado estrecha de modo que no puede permanecer dentro de sí misma. Tercero, no ha de desear nada que no sea Dios. Cuarto, que nadie pueda consolarla fuera de Dios. Quinto, que no sea capaz de volver a las cosas perecederas. Sexto, que no tenga descanso interior hasta que (Dios) vuelva a ser suyo.
Roguemos, etcétera.