Eckhart – Sermão 54a – Nosso Senhor levantou os olhos…

Assim falou Jesus, e, erguendo os olhos ao céu, disse: “Pai, chegou a hora: glorifica teu Filho, para que teu Filho te glorifique, (Jo 17,1)


Brugger

1. «Nuestro Señor levantó y elevó desde abajo sus ojos y mirando hacia el cielo, dijo: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique. A todos cuantos Tú me has dado, confiéreles la vida eterna. En esto consiste la vida eterna en que conozcan a ti solo, como Dios uno (y) verdadero”» (Cfr. Juan 17, 1 ss.).

2. En el escrito de un Papa se dice: Cada vez que Nuestro Señor elevó los ojos, estaba pensando en cosas grandes. Afirma el sabio en el Libro de la Sabiduría que el alma es elevada hasta Dios por la sabiduría divina (se trataría de Sabiduría 7, 28). San Agustín dice también que todas las obras y enseñanzas de Dios hecho hombre son un ejemplo y un símil de nuestra vida santificada y de (nuestra) gran dignidad ante Dios. El alma ha de ser purificada y hecha sutil a la luz (de la sabiduría) y en la gracia, y (se le debe) quitar y mondar todo cuanto de extraño hay en el alma, y también una parte de lo que es ella misma. Lo he dicho varias veces ya: El alma ha de ser desnudada de todo cuanto le es accidental (= a su ser puro), y ser elevada, así de pura, refluyendo en el Hijo con la misma pureza con que emanó de Él. Porque el Padre creó al alma dentro del Hijo. Por ello debe adentrarse en Él con tanta pureza como (tenía) al emanar de Él.

3. Ahora bien, se dice: «Levantó y elevó desde abajo sus ojos». En esta palabra se contiene un doble sentido. Uno implica una demostración de acendrada humildad. Si alguna vez hemos de llegar al fondo de Dios y a su punto más íntimo, debemos, en primer término, llegar con acendrada humildad a nuestro fondo propio y a nuestro punto más íntimo. Los maestros dicen que los astros derraman toda su fuerza en el fondo de la tierra, en la naturaleza y el elemento del suelo, produciendo allí el oro más puro. En la medida en que el alma llega al fondo y al punto más íntimo de su ser, la fuerza divina se derrama totalmente en ella, y opera muy en secreto y revela obras muy grandes, y el alma se torna muy grande y elevada en el amor divino que se parece al oro puro. Este es el primer significado (de) «Él levantó sus ojos».

4. El segundo implica que el alma debe elevarse humildemente con todas sus imperfecciones y pecados y asentarse e inclinarse por debajo de la puerta de la piedad donde Dios se derrama en (su) misericordia. Y debe elevar también todo cuanto de virtud y obras buenas hay en ella y con eso ha de sentarse por debajo de la puerta donde Dios se derrama al modo de su bondad. De tal manera ha de obedecer el alma, poniendo orden en sí misma, según el ejemplo (que Él dio) cuando «levantó sus ojos».

5. Luego dice: «Elevó desde abajo sus ojos». Un maestro afirma: «Quien fuera un vivo y supiera hacerlo, vertería agua sobre vino de tal modo que la fuerza del vino obrara en el (agua); entonces la fuerza del vino convertiría en vino el agua; y si ésta estuviera bien vertida sobre el vino (hasta) llegaría a ser mejor que el vino, pero por lo menos será tan rica como el vino. Lo mismo sucede en el alma que está bien ordenada en el fondo de la humildad, y así se eleva y es alzada hacia arriba en la fuerza divina: ella no descansa nunca, a no ser que llegue directamente hasta Dios y lo toque de-velado, y ella permanece totalmente adentro, y afuera no busca nada y tampoco está parada al lado de Dios ni con Dios, sino continua y directamente en Dios en la pureza del ser; en esto reside también el ser del alma, porque Dios es un ser acendrado. Un maestro dice: En Dios que es un ser acendrado, nada se adentra si no es también un ser acendrado. Por ello es (un) ser el alma que ha llegado directamente hasta Dios y dentro de Dios.

6. Por eso dice: «Elevó desde abajo sus ojos mirando hacia el cielo». Un maestro griego afirma que el cielo significa lo mismo que una «cabaña del sol». El cielo vierte su fuerza en el sol y en los astros, y los astros vierten su fuerza en el centro de la tierra y producen oro y piedras preciosas de modo que las piedras preciosas tienen la fuerza de sufrir efectos maravillosos. Algunas tienen fuerza de atracción para huesos y carne. Si se acercara un hombre, sería atado y no podría irse a no ser que conociese algunos ardides para librarse, Otras piedras preciosas atraen huesos y hierro. Cada piedra preciosa y (cada) hierba es una casita de los astros, la que abarca en sí una fuerza celestial. Así como el cielo vierte su fuerza en los astros, las estrellas, a su vez, la vierten en las piedras preciosas y en las hierbas y en los animales. Las hierbas son más nobles que las piedras preciosas, porque tienen vida creciente. (Las hierbas), empero, no aceptarían crecer bajo el firmamento material, a no ser que hubiera en él una fuerza racional de la que reciben su vida. Así como el ángel más bajo vierte su fuerza en el cielo y lo mueve, haciendo que gire y opere, así el cielo vierte muy secretamente su fuerza en todas las hierbas y en los animales. De ahí que cada hierba tiene una cualidad celestial y opera en su derredor al modo del cielo. Los animales se elevan más y poseen vida animal y sensible y, sin embargo, permanecen (atados) al tiempo y al espacio. Pero el alma, en su luz natural, se eleva en su parte suprema (= la chispa) por encima del tiempo y del espacio a la semejanza con la luz del ángel y con ella opera de manera cognoscitiva hasta (llegar) al cielo. Así, el alma ha de elevarse sin cesar en el obrar cognoscitivo. Allí donde halla algo de luz divina o de semejanza divina, allí ha de construir su cabaña (= permanecer) sin retirarse hasta que otra vez ascienda más. Y así se debe elevar cada vez más en la luz divina y llegar de ese modo, y junto con los ángeles del cielo, más allá de todas las «cabañas» hasta el puro (y) desnudo rostro de Dios. Por eso, dice él: «Miró al cielo y dijo: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti”». Sobre cómo el Padre glorifica al Hijo y cómo el Hijo glorifica al Padre, sobre esto es mejor guardar silencio que hablar; quienes deberían de hablar sobre ello, tendrían que ser ángeles.

7. Pero (digamos) algo de la palabrita que reza: «Todos cuantos Tú me has dado». Para quien se fija en el sentido exacto, significa lo mismo que: «Todo cuanto me has dado»: «esta vida eterna» se la doy a ellos, es la misma que tiene el Hijo en el primigenio efluvio violento y en el mismo fondo y en la misma pureza y en el gozo con el cual posee su propia bienaventuranza y tiene su propio ser: «Esta vida eterna se la doy a ellos» (Juan 10, 28) y otra, no. Oportunamente he expresado este sentido de manera general, pero esta noche lo paso por alto, y corresponde mas bien a la versión latina, como la he citado varias veces. Solicítaselo a Él tú mismo y atrévete a decirlo bajo mi responsabilidad.

8. Luego dice: «En esto consiste la vida eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero». Si (dos) hombres conocieran a Dios como «uno», y uno de ellos entendiera por ello (la cantidad numérica de) mil y el otro conociera a Dios en mayor medida como «uno», por poco que fuera, él conocería (a Dios) más como «uno» que aquel que conociera (la cantidad de) mil. Cuanto más se conoce a Dios como «uno», tanto más se lo conoce como «todo». Si mi alma fuera comprensiva y noble y pura, todo cuanto conociera, sería «uno». Si un ángel conociera (una cosa) y ella tuviera (para él) el valor de diez, y si otro ángel, más noble (= de mayor jerarquía) que aquél, conociera lo mismo, ello sería (para él) nada más que uno. Por eso dice San Agustín: Si yo conociera todas las cosas y no a Dios, no habría conocido nada. Mas, si conociera a Dios y no conociese ninguna otra cosa, habría conocido todas las cosas. Cuanto más insistente y profundamente se conoce a Dios como «uno», tanto más se conoce la raíz de la cual han germinado todas las cosas. Cuanto más se conoce como «uno» la raíz y el núcleo y el fondo de la divinidad, tanto más se conocen todas las cosas. Por eso dice: «Para que te conozcan Dios uno (y) verdadero». No dice ni Dios «sabio» ni Dios «justo» ni Dios «poderoso», sino únicamente «Dios uno (y) verdadero», y quiere decir que el alma debe apartar y mondar todo cuanto se agrega a Dios en el pensamiento o en el conocimiento, y que se lo tome desnudo tal como es (un) ser acendrado: así es «Dios verdadero». Por eso dice Nuestro Señor: «En esto consiste la vida eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero».

9. Que Dios nos ayude para que lleguemos a la Verdad que es (un) ser acendrado, y que permanezcamos allí por toda la eternidad. Amén.