MESTRE ECKHART — SERMÕES
SERMÓN XLVI — Haec est vita aeterna.
Estas palabras están escritas en el santo Evangelio, y Nuestro Señor Jesucristo dice: «En esto consiste la vida eterna, en que te conozcan a ti solo, como Dios verdadero y a tu Hijo Jesucristo, a quien enviaste» (Cfr. Juan 17, 3).
Ahora ¡prestad atención! Nadie puede conocer al Padre sino su único Hijo, porque Él mismo dice que: «Nadie conoce al Padre sino su Hijo, y nadie conoce al Hijo sino su Padre» (Cfr. Mateo 11, 27). Y por ende: si el hombre ha de conocer a Dios, en lo cual consiste su eterna bienaventuranza, entonces tiene que ser junto con Cristo un único hijo del Padre; y por eso: si queréis ser bienaventurados, debéis ser un solo hijo, no muchos hijos sino un solo hijo. Habéis de ser bien distintos según el nacimiento carnal, mas en el nacimiento eterno debéis ser uno solo, porque en Dios no hay nada más que un solo origen natural; y por eso no existe ahí nada más que una sola emanación natural del Hijo, no dos sino una. Por lo tanto: si habéis de ser un único hijo, junto con Cristo, debéis constituir una única emanación junto con el Verbo eterno.
El hombre ¿cómo puede llegar a ser un único hijo del Padre? ¡Observad lo siguiente! El Verbo eterno no asumió (la naturaleza de) este hombre o aquél, sino que asumió una naturaleza humana libre (e) indivisa que era pura sin rasgo (individual): porque la forma simple de la humanidad carece de rasgos (individuales). Y a causa de esto, porque en la asunción la naturaleza humana fue asumida por el Verbo eterno, simplemente, sin rasgos (individuales), la imagen del Padre, que es el Hijo eterno, se convirtió en imagen de la naturaleza humana. Pues, así como es verdad que Dios se hizo hombre, también es verdad que el hombre se hizo Dios. Y, por consiguiente, la natura humana está transformada, en cuanto se ha convertido en la imagen divina, que es (la) imagen del Padre. Entonces: si habéis de ser un único hijo, debéis desasiros y separaros de todo cuanto provoca diferenciación en vosotros. Porque el hombre (individual) es un accidente de la naturaleza (humana), y por lo tanto separaos de todo cuanto es accidente en vosotros, y consideraos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. Y luego, por cuanto la misma naturaleza — según la cual os consideráis — se ha convertido en Hijo del Padre eterno, gracias a la asunción por el Verbo divino, llegaréis (cada uno) a ser hijo del Padre eterno junto con Cristo ya que os consideráis de acuerdo con la misma naturaleza que allí (= en Cristo) se hizo Dios. Por eso, cuidaos de (no) consideraros como sois acaso ese hombre o aquél, sino concebíos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. En consecuencia: si queréis ser un solo hijo, separaos de cualquier «no», porque el «no» produce diferenciación. ¿Cómo? ¡Fijaos! Por el hecho de que no seas aquel hombre, el «no» produce una diferenciación entre tú y aquel hombre. Y por consiguiente: si queréis carecer de diferenciación, libraos del «no». Porque en el alma hay una potencia separada del «no», ya que no tiene nada en común con cosa alguna; porque en esta potencia no hay nada fuera de Dios solo: Él arroja, desnudo, su luz en esta potencia.
Mirad, el hombre que de esta manera es un solo hijo, recoge (el) movimiento y (el) efecto y todo cuanto toma… lo recoge todo en lo suyo propio. Pues, el que el Hijo del Padre, según la eternidad, sea Hijo, lo es a partir del Padre. Mas, cuanto tiene, lo tiene en Él mismo, porque es uno con el Padre, según (el) ser y (la) naturaleza. Por eso tiene (el) ser y (la) esencia totalmente en sí mismo y por ende dice: «Padre, así como yo y tú somos uno, así quiero que ellos sean uno» (Cfr. Juan 17, 11 y 21). Y del mismo modo que el Hijo es uno con el Padre, según (el) ser y (la) naturaleza, así eres tú uno con Él según (el) ser y (la) naturaleza, y lo posees todo en tu fuero íntimo como el Padre lo tiene en Él; no lo tienes como préstamo de Dios, porque Dios es tuyo. Y por consiguiente: todo cuanto tomas, lo tomas de lo tuyo; y las obras que no tomas dentro de lo tuyo, esas obras están todas muertas ante Dios. Son esas las obras que haces movido por causas ajenas, fuera de ti, ya que no provienen de la vida; por eso están muertas; porque vive aquella cosa que recoge el movimiento en lo suyo propio. Y por lo tanto: si las obras del ser humano han de vivir, deben ser tomadas de lo suyo propio (y) no de cosas ajenas, ni fuera de él, sino dentro de él.
¡Ahora prestad atención! Si amáis a la justicia, por cuanto (la) justicia se halla sobre ti o en ti, no amáis a la justicia en cuanto es la justicia, y así no la tomáis ni la amáis tal como es en su simpleza, sino que la tomáis como dividida. Como Dios es, pues, la justicia, no lo tomáis ni lo amáis de acuerdo con el hecho de que es simple. Y por ello, tomad la justicia en cuanto es (la) justicia, porque entonces la tomáis según ella es Dios. Y, por lo tanto: donde opera la justicia, ahí operáis vosotros porque entonces ejercéis (la) justicia en todo momento. Ah sí, y aunque el infierno se hallara en el camino de la justicia, vosotros ejerceríais la justicia y aquél no constituiría para vosotros ninguna pena, os redundaría en alegría ya que vosotros mismos seríais la justicia; y en consecuencia debéis ejercer la justicia. Pues, en la medida en que alguna cosa asciende dentro de la comunidad, en esta misma medida es uno con la simpleza de esa comunidad y es (proporcionalmente) más simple.
Que Dios nos ayude a (obtener) esta simpleza de la verdad. Amén.