Omne datum optimum et omne donum perfectum descendit a patre luminum (Jac. 1,17).
Toda dádiva boa e todo dom perfeito vêm de cima: descem do Pai das luzes, no qual não há mudança, nem mesmo aparência de instabilidade. (Tg 1,17)
Brugger
1. Santiago dice en la Epístola: «El don y la perfección óptimos descienden desde arriba, del Padre de las luces» (Santiago 1, 17).
2. Ahora, ¡prestad atención! Tenéis que saber lo siguiente: los hombres que se entregan a Dios y que buscan con todo ahínco sólo (hacer) su voluntad, cualquier cosa que Dios da a semejante hombre es la mejor; con la misma certeza que tienes con respecto a la existencia de Dios, has de saber que necesariamente debe ser lo mejor de todo y que no podría haber otro modo mejor. Por más que alguna otra cosa parezca mejor, para ti no sería tan buena, porque Dios quiere justamente este modo y no otro, y este modo ha de ser, necesariamente, el mejor para ti. Sea pues, enfermedad o pobreza o hambre o sed o lo que sea, aquello que Dios te imponga o no te imponga o lo que Dios te dé o no te dé, para ti todo esto es lo mejor; aun cuando no tengas ni recogimiento ni fervor, ninguno de los dos, y lo que tengas o no tengas: disponte sin embargo a tener bien presente en todas las cosas la gloria de Dios y luego, cualquier cosa que te haga, será la mejor.
3. Ahora podrías decir acaso: ¿Cómo sé que es o no la voluntad de Dios? Sabed pues: si no fuera la voluntad de Dios, tampoco sería. No tienes ninguna enfermedad ni otra cosa alguna sin que lo quiera Dios. Y ya que sabes que es la voluntad de Dios, debería darte tanto placer y contento, que no consideraras ninguna pena como pena; cierto, si la pena llegase al extremo máximo y tú sintieras alguna pena o sufrimiento, aun en este caso sería un error completo; pues debes aceptarlo de Dios como lo mejor de todo ya que necesariamente ha de ser lo mejor de todo para ti. Pues el ser de Dios depende de que quiere lo mejor. Por ello yo también debo quererlo y ninguna otra cosa ha de contentarme más. Si existiera una persona a la cual yo quisiera complacer con todo ahínco y si supiera con seguridad que yo a ese hombre le gustaba más con un vestido gris que con otro cualquiera por bueno que fuese, no cabe duda de que este vestido me gustaría más y lo preferiría a cualquier otro por bueno que fuera. Puesto el caso de que quisiera complacer a todos: yo haría la cosa y ninguna otra de la cual sabría que a alguien le gustaba, ya sea en palabras u obras. Pues bien ¡ahora examinaos vosotros mismos sobre cuál es el carácter de vuestro amor! Si amarais a Dios, nada podría resultaros más placentero que aquello que a Él le gustara ante todo y que su voluntad se hiciera en nosotros más que nada. Por pesados que parezcan la pena o el infortunio, si tú al sufrirlos no sientes un gran bienestar, entonces está mal.
4. A menudo acostumbro a decir una palabrita y ésta es verdad: Todos los días exclamamos y gritamos en el Padrenuestro: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Mas luego, cuando se hace su voluntad, tenemos ganas de enojarnos y su voluntad no nos satisface. Sin embargo, cualquier cosa que Él hiciera, debería gustarnos más que nada. Quienes lo aceptan así como lo mejor, permanecen en perfecta paz con respecto a todas las cosas. Ahora bien, a veces pensáis y decís: «Ay, si las cosas hubieran sucedido de otro modo, sería mejor», o: «Si esto no hubiera sucedido así, acaso habría resultado mejor». Mientras tengas esas ideas, nunca obtendrás la paz. Tú debes aceptarlo como lo mejor de todo. He aquí el primer significado de este pasaje (de la Epístola).
5. Existe además otro significado ¡pensadlo celosamente! Él (Santiago) dice: «Todo don». Sólo lo óptimo y lo más excelso son dones por excelencia y en sentido propio. No hay cosa alguna que Dios dé con tanto gusto como dones grandes. Una vez dije en este lugar que Dios incluso prefiere perdonar pecados grandes antes que pequeños. Y cuanto mayores son, con tanto más agrado y rapidez los perdona. Y exactamente lo mismo sucede con la gracia y el don y la virtud: cuanto más grandes sean, con tanto mayor placer los dará; pues su naturaleza pende del hecho de que otorgue cosas grandes. Y por ello, cuanto más valiosas son las cosas, tanto más hay de ellas. Las criaturas más nobles son los ángeles y ellos son puramente espirituales y no tienen corporeidad, y ellos son mayoría y hay más de ellos que la multitud de las cosas corpóreas. Las cosas grandes se llaman muy propiamente «dones» y le pertenecen a Él de la manera más propia y entrañable.
6. Dije alguna vez: Aquello que en sentido propio puede expresarse mediante palabras, debe salir de adentro y moverse por la forma interior y no ha de entrar desde fuera: al contrario, debe salir desde dentro. Ello vive por excelencia en lo más íntimo del alma. Allí tienes presentes a todas las cosas y ellas viven y buscan en el fuero íntimo, hallándose allí en lo óptimo y lo más elevado. ¿Por qué no notas nada de ello? Porque ahí no estás en tu casa. Cuanto más noble es una cosa, tanto más universal es. Los sentidos los tengo en común con los animales, y la vida con los árboles. El ser me resulta todavía más íntimo, lo tengo en común con todas las criaturas. El cielo es más abarcador que todo cuanto está por debajo de él; por eso es también más noble. Cuanto más nobles son las cosas, tanto más abarcadoras y universales son. El amor es noble por ser universal.
7. Parece difícil aquello que mandó el Señor: que uno debe amar al hermano en Cristo como a sí mismo (Cfr. Marcos 12, 31; Mateo 22, 39). Las personas de mentalidad grosera suelen decir que la idea es ésta: uno los debería amar a ellos (los hermanos en Cristo) con miras al mismo bien por el cual uno se ama a sí propio. No, no es así. Uno debe amarlos tanto como a sí mismo y esto no es difícil. Si queréis pensarlo bien, el amor antes que mandamiento es recompensa. El mandamiento parece difícil, (pero) la recompensa es apetecible. Quien ama a Dios como ha de amarlo y también debe amarlo, quiéralo o no, y como lo aman todas las criaturas, tiene que amar a su semejante como a sí mismo, y regocijarse de sus alegrías como de sus propias alegrías, y (debe) ansiar la honra del otro tanto como la suya propia y (amar) al forastero tanto como al pariente. Y procediendo de esta manera, el hombre se halla siempre en (un estado de) alegría, honra y ventaja, y así está verdaderamente como en el reino de los cielos y siente alegría más a menudo que si se regocijara únicamente de su propio bien. Y sabed por cierto: si tu propia honra te hace más feliz que la de otro, eso está mal.
8. Has de saber que cuando quiera que busques de algún modo lo tuyo, no encontrarás jamás a Dios, porque no buscas a Dios con pureza. Buscas alguna cosa por medio de Dios y procedes exactamente como si convirtieras a Dios en una vela para buscar algo con ella; y cuando uno encuentra las cosas buscadas, tira la vela. Esto es exactamente lo que haces: cualquier cosa que busques por medio de Dios, no es nada, sea lo que fuere, provecho o recompensa o recogimiento o lo que sea; buscas (la) nada y por lo tanto encuentras (la) nada. El que halles (la) nada, no se debe sino a que buscas (la) nada. Todas las criaturas son pura nada. No digo que sean insignificantes o que sean algo: son pura nada. Lo que no tiene ser no es nada. Todas las criaturas no tienen ser, porque su ser pende de la presencia de Dios. Si Dios se apartara por un solo momento de todas las criaturas, se anonadarían. He dicho a veces, y es verdad: Quien tomara junto con Dios todo el mundo, no tendría más que si tuviera a Dios solo. Sin Dios, todas las criaturas no tienen más (ser) del que tendría una mosca sin Dios, exactamente lo mismo, ni más ni menos.
9. Pues bien, ¡escuchad ahora una palabra verdadera! Si un hombre donara mil marcos de oro para que se construyeran con esta (suma) iglesias y conventos, esto sería una gran cosa. Sin embargo, hubiera dado mucho más quien fuese capaz de considerar como nada los mil marcos; éste hubiera hecho considerablemente más que aquél. Cuando Dios creó todas las criaturas, eran tan insignificantes y estrechas que Él no pudo moverse en ellas. Pero al alma se la igualó tanto a Él y la hizo tan a su semejanza como para poder entregarse al alma; pues lo demás que Él podría darle, ella lo considera como nada. Dios tiene que dárseme a mí Él mismo tal como se pertenece a sí mismo, de otro modo no recibo nada y nada me satisface. Quien ha de recibirlo así, íntegramente, debe haber renunciado del todo a sí mismo y haber salido de sí mismo; semejante persona recibe de Dios todo cuanto Dios tiene, con la misma propiedad con que la tienen Él mismo y Nuestra Señora y todos cuantos están en el reino de los cielos: todo esto pertenece a dicha gente del mismo modo y con igual propiedad. Quienes se han desasido de tal manera, renunciando a sí mismos, recibirán también en la misma proporción y nada menos.
10. La tercera parte (de nuestro texto) habla «del Padre de las luces». Por la palabra «Padre» se entiende la filiación, y la palabra «Padre» indica una generación pura y equivale a (decir): una vida de todas las cosas. El Padre engendra a su Hijo en el conocimiento eterno, y exactamente de la misma manera el Padre engendra a su Hijo en el alma como en su propia naturaleza y lo engendra para que pertenezca al alma, y su ser depende de que — gústele o no — engendre a su Hijo en el alma. Alguna vez me preguntaron ¿qué era lo que hacía el Padre en el cielo? Entonces dije: Engendra a su Hijo y esta actividad le resulta tan placentera y le gusta tanto que no hace nunca otra cosa que engendrar a su Hijo, y los dos hacen florecer de sí al Espíritu Santo. Donde el Padre engendra dentro de mí a su Hijo, allí soy el mismo Hijo y no otro; es cierto que somos diferentes en el ser-hombre, más allí soy el mismo Hijo y no otro. «Donde somos hijos, somos todos legítimos» (Roman. 8, 17). Quien conoce la verdad sabe bien que la palabra «Padre» contiene la generación pura y el tener hijos. Por ello somos hijo en este aspecto y somos el mismo Hijo.
11. Ahora prestad (todavía) atención a la palabra «Descienden de arriba». Resulta que os dije, hace poco: Quien quiere recibir desde arriba, necesariamente debe estar abajo con verdadera humildad. Y sabedlo con toda verdad: a quien no se halla completamente abajo, nada le cae en suerte y tampoco recibe nada por insignificante que sea. Si de algún modo has puesto tus miras en ti mismo o en alguna cosa o en alguien, no te hallas abajo y tampoco recibes nada, mas, si te encuentras completamente abajo, recibes también completa y perfectamente. El dar es propio de la naturaleza de Dios y su ser depende de que nos dé cuando nos hallemos abajo. Si no es así y no recibimos nada, le hacemos fuerza y lo matamos. Aun cuando no podemos hacérselo a Él mismo, lo hacemos a nosotros y en cuanto a nosotros se refiere. Para dárselo todo a Él como cosa suya, cuida de someterte a Dios con verdadera humildad y de enaltecer a Dios en tu corazón y tu conocimiento. «Dios, nuestro Señor, envió a su Hijo al mundo» (Gal. 4, 4). Alguna vez dije aquí mismo: En la plenitud del tiempo Dios envió a su Hijo: (lo envía) al alma una vez que ella haya ido más allá del tiempo. Cuando el alma se ha liberado del tiempo y del espacio, el Padre envía a su Hijo al alma. Pues bien, esto significa la palabra «El don y la perfección óptimos descienden desde arriba del Padre de las luces». Que el Padre de las luces nos ayude para que seamos propensos a recibir el don óptimo. Amén.
Jarczyk et Labarrière
Saint Jacques dit dans l’épître : « Le don le meilleur et (la) perfection descendent d’en haut du Père des lumières. »
Or notez-le ! Vous devez savoir ceci : les hommes qui se laissent en Dieu et cherchent seulement sa volonté en tout zèle, quoi que Dieu donne à l’homme, cela est le meilleur ; quant à toi, sois aussi certain de cela que tu l’es de ce que Dieu vit, qu’il faut de nécessité que cela soit le meilleur, et qu’il ne peut y avoir aucun autre mode qui serait meilleur. Que s’il se trouve pourtant que quelque chose autre paraisse meilleure, elle ne te serait pourtant pas aussi bonne, car Dieu veut ce mode et non un autre mode, et ce mode il faut de nécessité qu’il te soit le meilleur mode. Que ce soit maladie ou pauvreté ou faim ou soif ou quoi que ce soit que Dieu t’inflige ou ne t’inflige pas, ou quoi que Dieu te donne ou ne te donne pas, tout cela est pour toi le meilleur ; que ce soit ferveur ou intériorité, que tu n’aies aucune des deux, et quoi que tu aies ou n’aies pas : mets-toi exactement dans cette disposition que tu vises l’honneur de Dieu en toutes choses, et quoi qu’il te fasse alors, c’est là le meilleur.
Or tu pourrais peut-être dire : Comment est-ce que je sais si c’est la volonté de Dieu ou non ? Sachez-le : si ce n’était volonté de Dieu, ce ne serait pas non plus. Tu n’as ni maladie ni rien de rien que Dieu ne le veuille. Et lorsque que tu sais que c’est volonté de Dieu, tu devrais avoir en cela tant de plaisir et de satisfaction que tu n’estimerais aucune peine comme peine ; même si cela en venait au plus extrême de la peine, éprouverais-tu la moindre peine ou souffrance, alors ce n’est pas du tout dans l’ordre ; car tu dois le recevoir de Dieu comme ce qu’il y a de meilleur, car il faut de nécessité que ce te soit ce qu’il y a de meilleur. Car l’être de Dieu tient en ce qu’il veut le meilleur. C’est pourquoi je dois le vouloir aussi et aucune chose ne doit m’agréer davantage. Y aurait-il un homme auquel en tout zèle je voudrais plaire, saurais-je alors pour de vrai que je plairais davantage à cet homme dans un vêtement gris qu’en un autre, si bon qu’il soit pourtant, aucun doute que ce vêtement me serait plus plaisant et plus agréable qu’aucun autre, si bon qu’il soit pourtant. Serait-ce que je veuille plaire à quelqu’un, si je savais alors qu’il prendrait plaisir que ce soit à des paroles ou à des œuvres, c’est cela que je ferais et pas autre chose. Eh bien, éprouvez-vous vous-mêmes ce qu’il en va de votre amour ! Si vous aimiez Dieu, aucune chose ne pourrait vous être plus plaisante que ce qui lui plairait le mieux et que sa volonté accomplie le plus complètement en nous. Si lourds paraissent la peine ou le préjudice, si tu n’as pas en cela aussi grand plaisir, alors ce n’est pas dans l’ordre.
J’ai coutume souvent de dire un petit mot, et il est vrai aussi : Nous crions tous les jours et clamons dans le Pater Noster : « Seigneur, que ta volonté advienne ! » Lorsque ensuite sa volonté advient, nous voulons nous mettre en colère, et sa volonté ne nous satisfait pas. Alors que quoi qu’il fasse cela devrait nous plaire le mieux. Ceux donc qui le reçoivent comme le meilleur demeurent en toutes choses dans une paix totale. Or il vous semble parfois et vous le dites : « Ah, serait-ce arrivé autrement que ce serait mieux ». Aussi longtemps qu’il te semble de la sorte, jamais tu n’acquerras la paix. Tu dois le recevoir comme le meilleur. C’est là le premier sens de ce mot.
Il est encore un autre sens, notez-le avec zèle ! Il dit « Tout don. » Ce qui est le meilleur et le plus haut, ce sont les dons au sens propre et au sens le plus propre de tous. Dieu ne donne rien aussi volontiers que de grands dons. J’ai dit une fois en ce lieu que Dieu pardonne même plus volontiers de grands péchés que des petits. Et plus ils sont grands, plus volontiers il les pardonne et plus vite. Et il en est tout à fait ainsi en ce qui concerne grâce et don et vertu : plus ils sont grands, plus volontiers il les donne ; car sa nature tient en ce qu’il donne de grandes choses. Et c’est pourquoi meilleures sont les choses plus il y en a. Les créatures les plus nobles, ce sont les anges, et ils sont pleinement doués d’intellect et n’ont pas de corporéité en eux, et ils sont les plus nombreux de tous et il en est plus que le nombre de toutes choses corporelles. Ce sont les grandes choses qui s’appellent à proprement parler dons, et qui lui sont les plus propres et les plus intimes.
J’ai dit une fois : Ce qui à proprement parler est à même de se trouver exprimé en mots, il faut que cela provienne de l’intérieur et se meuve de par la forme intérieure, et ne pénètre pas de l’extérieur, plutôt : c’est de l’intérieur qu’il doit procéder. Cela vit à proprement parler dans le plus intime de l’âme. C’est là que toutes choses te sont présentes et intérieurement vivantes et en recherche et sont au mieux et sont au plus élevé. Pourquoi n’en trouves-tu rien ? Parce que tu n’es pas là chez toi. Plus noble est la chose, plus elle est commune. Le sens, je l’ai en commun avec les animaux, et la vie m’est commune avec les arbres. L’être m’est encore plus intérieur, je l’ai en commun avec toutes les créatures. Le ciel est plus vaste que tout ce qui est au-dessous de lui ; c’est pourquoi aussi il est plus noble. Plus nobles sont les choses, plus vastes et plus communes elles sont. L’amour est noble, parce qu’il est commun.
Paraît difficile ce que Notre Seigneur a commandé, que l’on doive aimer son frère chrétien comme soi-même. Ce que disent communément des gens grossiers, c’est que ce devrait être ainsi : on devrait les aimer eu égard au bien dont on s’aime soi-même. Non, ce n’est pas ainsi. On doit les aimer autant que soi-même, et cela n’est pas difficile. Veuillez bien le noter, amour est plus digne de récompense qu’un commandement. Le commandement semble difficile, et la récompense est désirable. Qui aime Dieu comme il doit l’aimer et aussi comme il faut qu’il l’aime, qu’il le veuille ou ne le veuille pas, et comment l’aiment toutes les créatures, il lui faut aimer son prochain comme soi-même et se réjouir de ses joies et désirer son honneur autant que son honneur propre, et l’étranger comme l’un des siens. Et c’est ainsi que l’homme est en tout temps en joie, en honneur et en prospérité, ainsi est-il exactement comme dans le royaume des cieux, et c’est ainsi qu’il a davantage de joie que s’il se réjouissait uniquement de son bien. Et sachez-le dans la vérité : ton propre honneur t’apporte-t-il plus de satisfaction que celui d’un autre, alors c’est injuste pour lui.
Sache que si tu cherches quelque chose de ce qui est tien, tu ne trouveras jamais Dieu, car tu ne cherches pas Dieu de façon limpide. Tu cherches quelque chose en même temps que Dieu, et fait justement comme si tu faisais de Dieu une chandelle avec laquelle on cherche quelque chose ; et lorsque l’on trouve les choses que l’on cherche, alors on jette de côté les chandelles. Ainsi fais-tu : quoi que tu cherches en même temps que Dieu, c’est néant, quoi que ce soit par ailleurs, que ce soit profit ou récompense ou intériorité ou quoi que ce soit ; tu cherches néant, c’est pourquoi aussi tu trouves néant. Que tu trouves néant cela n’a pas d’autre cause que le fait que tu recherches néant. Toutes créatures sont un limpide néant. Je ne dis pas qu’elles sont petites ou sont quelque chose : elles sont un limpide néant. Ce qui n’a pas d’être, cela est néant. Toutes les créatures n’ont pas d’être, car leur être tient à la présence de Dieu. Dieu se détournerait-il un instant de toutes les créatures, elles deviendraient néant. J’ai dit parfois, et c’est bien vrai : Qui prendrait le monde entier en même temps que Dieu n’aurait pas davantage que s’il n’avait que Dieu. Toutes les créatures n’ont pas davantage sans Dieu que n’aurait une mouche sans Dieu, de façon exactement égale, ni moins ni plus.
Et bien notez maintenant un mot vrai ! Un homme donnerait-il mille marks d’or, pour qu’avec cela on fasse églises et cloîtres, ce serait une grande chose. Néanmoins, il aurait donné beaucoup plus celui qui pourrait tenir mille marks d’or pour rien ; il aurait de loin fait plus que l’autre. Lorsque Dieu créa toutes les créatures, elles étaient si pitoyables et si étroites qu’il ne pouvait se mouvoir en elles. Pourtant il fit l’âme si égale à lui et si semblable de mesure, afin qu’il pût se donner à l’âme ; car quoi qu’il lui donnerait d’autre, elle l’estimerait néant. Il faut que Dieu se donne lui-même à moi en propre, tel qu’il est à soi-même, ou bien rien ne m’est imparti ni n’a de saveur pour moi. Celui donc qui doit le recevoir pleinement, il lui faut pleinement s’être donné soi-même et être sorti de soi-même ; celui-là reçoit de Dieu dans l’égalité tout ce qu’il a, autant en propre qu’il le possède lui-même et Notre Dame et tous ceux qui sont dans le royaume des cieux : cela leur appartient de façon aussi égale et autant en propre. Ceux donc qui dans l’égalité sont sortis et se sont livrés eux-mêmes, ceux-là doivent aussi recevoir dans l’égalité, et non pas moins.
La troisième parole est « du Père des lumières ». Par le mot « Père », on entend filiation, et le mort « Père » dénote un engendrer limpide et est une vie de toutes choses. Le Père engendre son Fils dans l’entendement éternel, et donc le Père engendre son Fils dans l’âme comme dans sa nature propre et (l’) engendre dans l’âme en propre, et son être dépend de ce qu’il engendre son Fils dans l’âme, que ce lui soit doux ou amer. On me demanda une fois, que fait le Père dans le Ciel ? Je dis alors : Il engendre son Fils, et cette œuvre lui est si agréable et lui plaît tellement que jamais il ne fait autre chose que d’engendrer son Fils, et tous deux font fleurir le Saint Esprit. Là où le Père engendre son Fils en moi, là je suis le même Fils et non un autre ; nous sommes certes un autre en humanité, mais là je suis le même Fils et non un autre. « Là où nous sommes fils, là nous sommes de véritables héritiers. » Qui connaît la vérité sait bien que le mot « Père » porte en soi un engendrer limpide et le fait d’avoir de fils. C’est pourquoi nous sommes ici dans ce Fils et sommes de même Fils.
Or notez cette parole : « Il viennent d’en haut. » Or je viens de vous le dire : Qui veut recevoir d’en haut, il lui faut de nécessité être en bas, en véritable humilité. Et sachez-le dans la vérité : qui n’est pas totalement en bas, il ne lui adviendra rien de rien et il ne reçoit rien non plus, si petit que cela puisse être jamais. Si tu portes le regard en quoi que ce soit sur toi ou sur aucune chose ou sur quiconque, tu n’es pas en bas et ne reçois rien non plus ; plutôt : si tu es totalement en bas, tu reçois pleinement et parfaitement. Nature de Dieu est de donner, et son être tient en ce qu’il nous donne, si nous sommes en bas. Si nous ne le sommes pas et ne recevons rien, nous lui faisons violence et le tuons. Si nous ne pouvons le faire à son encontre à lui, nous le faisons à l’encontre de nous, et aussi loin que cela est en nous. Pour que tu lui donnes tout en propre, fais en sorte que tu te places en véritable humilité au-dessous de Dieu et que tu élèves Dieu dans ton cœur et dans ta connaissance. « Dieu Notre Seigneur envoya son Fils dans le monde. » J’ai dit une fois ici même : Dieu envoya son Fils à l’âme dans la plénitude du temps, lorsqu’elle a dépassé tout temps. Lorsque l’âme est déprise du temps et de l’espace, alors le Père envoie son Fils dans l’âme. Or telle est la parole : « Le don le meilleur et (la) perfection descendent d’en haut du Père des lumière. » Pour que nous soyons prêts à recevoir le don le meilleur, qu’à cela nous aide Dieu le Père des lumières. Amen.
[tabby title=”Evans<"] My Latin quotation is from the Epistle of St James. He says, ‘Every good gift and every perfect gift comes down from above from the Father of lights. With him is no variableness nor shadow of time (or, temporal reflection).’ These two terms he uses, good gift and perfect gift, refer to different things, so our masters say. Datum befalls in time ; donum has no thought of time. Datum is a matter of self-seeking, but donum is free and unconditioned and wholly without why. A perfect gift is one betokening nothing but good-will. The perfect gift is therefore free and unconditional. The perfect gift is a friendly offering, essentially a giving albeit not bestowed. According to our masters, gifts are perfect in so far as they are love-bearers ; but good gifts are like hucksters and have ever their price. In the words of one of the saints, ‘Blood of the Holy Ghost and its glow is in one sense eternal and in another temporal.’ If my face were eternal and were held before a mirror it would be received in the mirror as a temporal thing albeit eternal in itself. The Holy Ghost has its glow. The eternal glow of his eternal blood is the perfect gift ; when the soul is worthy and receives the same it turns to the good gift. Meaning to say that this gift which is temporal in us is in itself eternal. God would give us not only his good gift ; he is ready to bestow on us his perfect gift as well, to wit, the Holy Ghost itself. Hence his words, ‘Every good gift and every perfect gift comes down from above from the Father of lights.’ From another point of view he means, so it appears to me, that the Holy Ghost is the perfect gift only as working in the intellect. As proceeding forth in the practice of good works, albeit godly, or withal in thought, it becomes good gift. It is the perfect gift so far as the soul is living in God, immanent in the light and savour of God, hanging motionless in his perfect light-nature. As St Paul says, ‘Ye shall taste the things that are above.’ The Holy Ghost is the Gift wherein ye abide in the perfection of light. The soul suspended in pure intellectual light is enjoying the things that are above. Our masters teach that corporeal things are called matter. We say, the light of intellect shuns matter, but albeit in itself wholly devoid of things it still has potentiality and that for matter. He says, ‘Taste the things that are above,’ not, that are above the earth. We have a saying. So far from matter so far pure intelligence. When in the light the grey tint of the cloth assails my eye, I see it. If it were intellect I should see nothing. We recognise another power as being far removed from matter. How so? Suppose I saw a man twenty years ago, he may now be dead, but still I have a likeness of his form as though he stood before my eyes. This power needs no matter, but it has the imperfection of receiving from matter in forms, that is to say. On the other hand, the light, intelligence, transcends what is already matter or is so potentially. While the soul abides in God, suspended in his intellectual light she has no material objectivity nor likeness nor potentiality. He says, ‘Every good gift and every perfect gift comes down from above from the Father of lights.’ What does he mean by calling it ‘good gift ? ’ Betwixt those things whose being-and-doing is in eternity and the things whose being and doing are in time there needs must be some middle term. He means that it is God, this thing whose being-and-doing is the perfect gift ; so the being-and-doing of the perfect gift is in eternity. But the being-and-doing of the good gift are in time ; which of course must mean that the soul is on the way to eternal life. Why does he promise both good and perfect gifts ? When God bestows the Holy Ghost itself, whose being-and-activity is in eternity, that is his perfect gift which, peering forth in thought, is his good gift. St Augustine says, and the masters too, the soul has some capacity which is open towards God and into which he alone can speak, whereas creature speaks into another. Into this highest power, which is addressed by God alone, he utters wisdom, which is his perfect gift. But the other one that creature speaks to is satisfied with reason. The same gift is perfect, being timeless, and good as perfecting the things of time. What is temporal in us is eternal in God. Datum in us is donum in God. What is mixed and temporal and good in us becomes, if we follow it up, perfect in God. What we are able to receive of him is infinitely small compared to what he is. Whatever else one may know one does not know God. He says, ‘he comes down from on high from the Father of lights.’ What does he mean ? The Son and the Holy Ghost have one source in the Father, and the Holy Ghost and the Son are one light and they are both of them lights. God is the Father of lights. St Augustine tells what the soul is tasting in God. He explains that in that food the tongue is savouring the invisible light ; he says the soul is not a thing of sensible appetites and pleasures ; she has a hidden energy and luminosity. According to the masters, the angels are a light : God is the entire light, with whom is no change nor time nor turning. The nobler the creature the more akin to God. All creaturely being-and-doing is in time. But the angels, who are higher, are in essence timeless and without alteration in themselves. Their wonted activities in God are free from time, but in that they look down they have an aspect (or shadow) of time. But in none of his works has God any shadow of time nor of change. So far as there is no changing, no shadow in man, so far he compares with divinity. Creature has ever this and that, one thing and another ; but in God exists neither this nor that, neither one nor other; and unless there be in us what two and two are, what is one plus other, the happenings within us remain just good and ill. There is no one or other with the Father of lights. May we be given every good gift and every perfect gift wherein we are exalted above time to the Father of lights with whom is no variableness nor temporal nature, So help us God. Amen. [tabbyending]
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