Intravit Iesus in quoddam castellum et mulier quaedam, Martha nomine, excepit illum in domum suam. Lucae II.
Estando Jesus em viagem, entrou numa aldeia, onde uma mulher, chamada Marta, o recebeu em sua casa. (Lc 10,38)
Brugger
He dicho una palabrita, primero en latín, la que está escrita en el Evangelio y reza así en lengua vulgar: «Nuestro Señor Jesucristo subió a una villeta y fue recibido por una virgen que era mujer» (Lucas 10, 38).
Pues bien, ahora prestad mucha atención a esta palabra: necesariamente debía ser que era virgen esa persona que recibió a Jesús. Virgen equivale a decir una persona libre de todas las imágenes ajenas, tan libre como era cuando aún no existía. Mirad, ahora podría preguntarse cómo un ser humano nació y se crió hasta llegar a la vida racional, cómo ese hombre, (digo), puede ser tan libre de todas las imágenes como era cuando aún no existía, y, sin embargo, sabe muchas cosas que todas son imágenes; entonces, ¿cómo puede ser libre?
Ahora bien, fijaos en la diferencia que os enseñaré. Si yo tuviera la razón tan abarcadora que todas las imágenes absorbidas desde siempre por toda la gente, y (además) las contenidas en Dios mismo, se hallaran dentro de mi razonamiento, pero si yo fuera tan libre de todo apego al yo que no hubiera aprehendido como propiedad mía ninguna de ellas, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, ni con el «antes» ni con el «después», y que yo, antes bien, en ese instante presente me hallara libre y desasido según la queridísima voluntad divina, y (dispuesto) a cumplirla sin cesar, entonces, en verdad, yo sería virgen sin que me estorbase ninguna imagen, y esto tan seguramente como lo era cuando aún no existía.
Digo además: El que el hombre sea virgen no le quita nada en absoluto con respecto a todas las obras que hiciera jamás; pero todo esto no le impide ser virginal y libre, sin ningún impedimento en lo que a la verdad suprema se refiere, así como Jesús es desasido y libre y virginal en sí mismo. Según dicen los maestros: Sólo una cosa igual y otra cosa igual constituyen la base para la unión, por eso el hombre debe ser virginal, virgen que habrá de recibir a Jesús virginal.
¡Ahora prestad atención y mirad bien! Si el hombre fuera siempre virgen, no daría fruto alguno. Si ha de hacerse fecundo, es necesario que sea mujer. «Mujer» es el nombre más noble que se puede atribuir al alma, y es mucho más noble que el de «virgen». Está bien que el hombre reciba en su interior a Dios, y en cuanto a esa receptividad, es virgen. Pero es mejor que Dios llegue a ser fecundo en él, porque solamente cuando el don se hace fecundo, se lo agradece, y en este caso el espíritu es mujer en cuanto a la gratitud nuevamente parturienta con la cual vuelve a dar nacimiento a Jesús dentro del corazón paterno de Dios.
En la virginidad se reciben muchos dones buenos, pero no se los da a luz nuevamente en Dios por medio de la fecundidad femenina, (y) con loa agradecida. Estos dones perecen y se anonadan todos, de modo que el hombre nunca llega a tener mayor bienaventuranza ni mejoría a causa de ellos. En tal caso su virginidad no le sirve para nada porque él, más allá de su virginidad, no es mujer con plena fecundidad. En esto reside el mal. Por ello he dicho: «Jesús subió a una villeta y fue recibido por una virgen que era mujer». Necesariamente tiene que ser así, como acabo de explicaros.
Los esposos apenas si producen más de un fruto por año. Pero esta vez estoy pensando en otra clase de «esposos»: son todos aquellos que con su apego al yo, están atados a la oración, los ayunos, las vigilias y a diversos ejercicios y penitencias externas. Todo apego del yo a una obra cualquiera que (te) quita la libertad de estar a la orden de Dios en este instante presente y a seguirlo a Él solo bajo la luz con la cual te indica qué es lo que debes hacer o dejar de hacer, (siendo) libre y nuevo en cualquier instante, como si no tuvieras otra cosa ni quisieras ni pudieras (hacerla): todo apego al yo, pues, o cualquier obra intencionada que te quita esa libertad siempre nueva, a ésos los llamo ahora «un año». Porque (en este caso) tu alma no produce ningún fruto a no ser que haya ejecutado la obra que tú has emprendido atado a tu yo, tampoco tienes confianza ni en Dios ni en ti mismo si no has terminado tu obra emprendida con apego al yo; de otra manera no tienes paz. Por ello tampoco produces fruto alguno si no has hecho tu obra. (Esta actitud) la considero «un año», y, sin embargo, el fruto es pequeño por haber surgido de la obra (hecha) con apego al yo y no con libertad. A semejantes (personas) las llamo «esposos», porque están atados a su apego al yo. Ellos dan pocos frutos que además son pequeños, según acabo de decir.
Una virgen que es mujer, ésta es libre y desasida, sin apego al yo, (y) se halla en todo momento tan cerca de Dios como de sí misma. Da muchos frutos y éstos son grandes, ni más ni menos de lo que es Dios mismo. Este fruto y este nacimiento los produce una virgen que es mujer, y ella da frutos todos los días, cien veces o mil veces, y aun innumerables veces, pues da a luz y se hace fecunda partiendo del más noble de los fondos. Para expresarlo mejor: ella (parte), por cierto, del mismo fondo donde el Padre engendra a su Verbo eterno (y) por ello se vuelve fecunda como co-parturienta. Pues Jesús, la luz e irradiación del corazón paterno — según dice San Pablo que Él es una gloria e irradiación del corazón paterno y con sus rayos atraviesa poderosamente el corazón paterno (Cfr. Hebr. 1, 3) —, este Jesús está unido con ella y ella con Él, y ella brilla y reluce junto con Él como un uno único y como una luz acendrada (y) clara en el corazón paterno.
Yo he dicho también varias veces que hay en el alma una potencia que no es tocada ni por el tiempo ni por la carne; emana del espíritu y permanece en él y es completamente espiritual. Dentro de esta potencia se halla Dios exactamente tan reverdecido y floreciente, con toda la alegría y gloria, como es en sí mismo. Allí hay tanta alegría del corazón y una felicidad tan incomprensiblemente grande que nadie sabe narrarla exhaustivamente. Pues el Padre eterno engendra sin cesar a su Hijo eterno dentro de esta potencia, de modo que esta potencia co-engendra al Hijo del Padre y a sí misma como el mismo hijo en la potencia única del Padre. Si un hombre poseyera un reino entero o todos los bienes de la tierra y renunciara a ellos con pureza, por amor de Dios, y se convirtiera en uno de los hombres más pobres que viven en cualquier parte de este mundo, y si Dios luego le diera tantos sufrimientos como los ha dado jamás a un hombre, y si él lo sufriera todo hasta su muerte, y si entonces Dios le concediera ver una sola vez con un solo vistazo cómo Él se halla dentro de esta potencia su alegría se haría tan grande que todo ese sufrimiento y esa pobreza todavía hubieran sido demasiado pequeños. Ah sí, aun en el caso de que Dios posteriormente nunca le diera el reino de los cielos, él habría recibido, sin embargo, una recompensa demasiado grande por todo cuanto había sufrido jamás, pues Dios se halla en esta potencia como en el «ahora» eterno. Si el espíritu estuviera unido todo el tiempo a Dios en esta potencia, el hombre no podría envejecer; pues el instante en el cual Dios creó al primer hombre y el instante en el que habrá de perecer el último hombre y el instante en que estoy hablando, son (todos) iguales en Dios y no son sino un solo instante. Ahora mirad, este hombre habita dentro de una sola luz junto con Dios; por lo tanto no hay en él ni sufrimiento ni transcurso del tiempo sino una eternidad siempre igual. A este hombre se le ha quitado en verdad todo asombro, y todas las cosas se yerguen esenciales dentro de él. Por ello no recibe nada nuevo de las cosas futuras ni de ninguna casualidad, ya que habita en un solo «ahora», siempre nuevo, ininterrumpidamente. Tal majestad divina hay en esta potencia.
Existe otra potencia más, que es también incorpórea; emana del Espíritu y permanece en Él y es enteramente espiritual. En esta potencia se halla Dios de continuo, fosforeciendo y ardiendo con toda su riqueza, con toda su dulzura y todo su deleite. De veras, en esta potencia hay una alegría tan grande y un deleite tan grande (e) inconmensurable que nadie sabe narrarlo ni revelarlo exhaustivamente. Digo otra vez: Si hubiera una sola persona que con la razón y de acuerdo con la verdad, contemplara ahí, por un instante, el deleite y la alegría contenidos en (esta potencia): todo el sufrimiento que padeciera y que Dios quisiera que lo soportase, le resultaría de poca monta y hasta como nada; digo más aún: Sería para él únicamente alegría y sosiego.
Si quieres saber bien si tu sufrimiento es tuyo o de Dios, lo habrás de notar por este hecho: si sufres a causa de ti mismo, cualquiera que sea la forma (en que lo hagas), este sufrimiento te duele y te resulta difícil soportarlo. Pero si sufres por Dios y sólo por Dios, este sufrimiento no te duele y tampoco te resulta pesado porque Dios sobrelleva la carga. Dicho con toda verdad: Si hubiera un hombre dispuesto a sufrir por Dios y puramente por amor de Dios, y si recayera sobre él el sufrimiento íntegro padecido por todos los hombres a través de los tiempos y con el que carga toda la humanidad junta, a él no le causaría dolor y tampoco le resultaría pesado porque Dios sobrellevaría la carga. Si alguien me colocara un quintal sobre la nuca y si luego otra persona lo sostuviera por encima de mi nuca, entonces sería lo mismo para mí cargar con cien (quintales) que con uno, porque no me resultaría pesado y tampoco me dolería. En resumen: cualquier cosa que el hombre sufre por Dios y sólo por Él, Dios se la convierte en liviana y dulce, según dije al comienzo cuando iniciamos nuestro sermón: «Jesús subió a una villeta y fue recibido por una virgen que era mujer». ¿Por qué? Necesariamente tuvo que ser así, que ella era virgen y además mujer. Ahora bien, os he dicho que Jesús fue recibido; pero todavía no os he dicho qué es la «villeta» y entonces lo diré ahora.
He señalado a veces que hay en el espíritu una potencia, la única que es libre. A veces he dicho que es una custodia del espíritu; otras veces, que es una luz del espíritu; (y) otras veces, que es una chispita. Mas ahora digo: No es ni esto ni aquello; sin embargo, es un algo que se halla más elevado sobre esto y aquello, que el cielo sobre la tierra. Por eso, lo llamo ahora de una manera más noble que lo haya hecho jamás y, sin embargo, ello reniega, tanto de la nobleza como del modo, y se halla por encima de éstos. Está libre de todos los nombres y desnudo de todas las formas, completamente desasido y libre tal como Dios es desasido y libre en sí mismo. Es tan enteramente uno y simple, como Dios es uno y simple, así que uno mediante ningún modo (de ser) logra mirar adentro. Esta misma potencia de la cual he hablado, y en la que Dios está floreciendo y reverdece con toda su divinidad y el Espíritu (se halla) en Dios, en esta misma potencia el Padre está engendrando a su Hijo unigénito tan verdaderamente como en sí mismo, pues Él vive realmente en esta potencia y el Espíritu engendra junto con el Padre al mismo Hijo unigénito, y a sí mismo como el mismo Hijo y es el mismo Hijo dentro de esa luz, y es la Verdad. Si pudierais entender (las cosas) con mi corazón, comprenderíais bien lo que digo; porque es verdad y la misma Verdad lo dice.
¡Mirad, ahora prestad atención! Esta «villeta» en el alma, de la cual hablo y en la que pienso, es tan una y simple (y) por encima de todo modo (de ser) que esta noble potencia de la que he hablado, no es digna de mirar jamás en el interior de esa «villeta», aunque fuera una sola vez, por un instante, y la otra potencia, de la cual he hablado, donde Dios fosforece y arde con toda su riqueza y todo su deleite, tampoco se atreve nunca a mirar allí adentro; tan completamente una y simple es esa villeta, y ese Uno único se halla tan por encima de todos los modos y potencias, que nunca jamás pueden echarle un vistazo una potencia y un modo y ni siquiera el mismo Dios. ¡Digo con plena verdad y juro por la vida de Dios!: Dios mismo nunca mirará ahí adentro ni por un solo momento y nunca lo ha hecho en cuanto existe al modo y en la cualidad de sus personas. Esto es fácil de comprender, pues ese Uno único carece de modo y cualidad. Y por eso: si Dios alguna vez ha de mirar adentro, debe ser a costa de todos sus nombres divinos y de su cualidad personal; todo esto lo tiene que dejar afuera si alguna vez ha de mirar adentro. Antes bien, en cuanto Él es un Uno simple, sin ningún modo ni cualidad, en tanto no es, en este sentido, ni Padre ni Hijo ni Espíritu Santo y, sin embargo, es un algo que no es ni esto ni aquello.
Mirad, así como Él es uno y simple, así entra en lo uno que acabo de llamar «villeta» en el alma, y de otro modo no entra ahí de manera alguna, sino que entra sólo así y está allí. Es ésta la parte en la cual el alma se asemeja a Dios y en ninguna otra. Lo que os he dicho es verdad; os pongo por testigo a la verdad y por prenda a mi alma.
Que Dios nos ayude a ser semejante «villeta» a la cual suba Jesús y sea recibido, permaneciendo por siempre jamás dentro de nosotros del modo que he dicho. Amén.
Beltrão
Eu tomei primeiramente esta citação dos Evangelhos em latim, que significa o seguinte: “Nosso Senhor Jesus Cristo foi a uma cidadela fortificada, e ali foi recebido por uma virgem [[Eckhart interpreta de sua maneira o texto da Bíblia em Latim, onde nada é dito sobre uma virgem.]], que era mulher”.
Prestem bem atenção a isto. Deve necessariamente ser virgem a pessoa que receber Jesus”. Virgem” significa aquele que é vazio de imagens formadas a partir do exterior, tão vazio como aquela época em que esta pessoa ainda não era. Poderia ser indagado como a pessoa, que é nascida, e possui uma compreensão racional, pode estar despida de todas imagens, como se fosse não-nascida: pois ela sabe muitas coisas, e todas estas coisas são imagens: então como poderia estar vazia destas imagens?
Atenção à explicação. Se eu tivesse compreensão suficiente para perceber todas as imagens jamais concebidas, não apenas por todos os homens, mas também por Deus mesmo — e se eu as tivesse sem apego, na ação ou inação, sem considerar o passado ou o futuro, mas ao invés me mantendo aberto neste agora presente, para receber a muito adorada vontade de Deus, e a realizar continuamente, então eu seria de fato um virgem, desobstruído por quaisquer imagens, fossem quais fossem, como quando eu ainda não era.
Mesmo assim eu digo que o fato de ser um virgem não tira do homem o mérito do trabalho que ele já tenha realizado: ele permanece em liberdade virginal, não oferecendo obstáculo algum à mais elevada verdade, da mesma forma que Jesus permanece vazio, livre e virginal. Já que, de acordo com os mestres, a união chega apenas pela junção de semelhante com semelhante, o homem que receberia o virgem Jesus, deve ele mesmo ser virgem também.
Mas, notem bem, se a pessoa permanecesse virgem para sempre, nunca daria frutos. Quem for dar frutos algum dia, deve também se tornar mulher”. Mulher”é o nome mais nobre que se poderia dar à alma — muito mais nobre que “virgem”. Pois que um homem receba Deus em si é bom, e ao fazê-lo ele é virgem. Mas para que Deus se torne frutífero em si, isto é melhor ainda, pois o único agradecimento possível por este presente são os frutos do mesmo, e aqui o espírito se torna uma mulher, cuja gratidão é a fecundidade, causando Jesus a nascer novamente no coração paterno de Deus.
Muitos bons presentes recebidos na virgindade, não renascem em Deus, e não dão frutos como uma mulher, com agradecimento e louvor. Tais presentes apodrecem, e de nada valem, por eles não chega o homem a ser nem melhor nem mais feliz. Neste caso a virgindade é inútil, porque não lhe foi adicionada a perfeita fecundidade da mulher. Isto é um grave erro. Foi por isto que eu disse, “Jesus se dirigiu a uma cidadela fortificada e ali foi recebido por uma virgem, que era mulher”. As coisas devem se passar desta forma, como acabo de demonstrar.
Quem é casado dá pouco mais que um só fruto por ano. Mas são a outros casados que eu estou me referindo agora: todos aqueles apegados a jejuns, vigílias, preces e todo tipo de disciplina e mortificação, oriundas desde fora. Todo apego a qualquer prática, que implique a perda da liberdade, para agradar Deus no aqui e agora, e para segui-lo sozinho naquela luz que te indica o que fazer e deixar de fazer, livre e renovadamente, como se você nada mais tivesse ou pudesse fazer — qualquer apego ou prática que lhe tolha esta liberdade, é o que eu chamo um ano: pois sua alma não dará frutos, até que você finalize este trabalho, ao qual está tão firmemente apegado, e também você não terá confiança nem em Deus, nem em si, até que finalize esta prática, ou trabalho, a que se propôs, pois você não descansará até terminá-lo. Isto é o que eu chamo de “um ano”, e o fruto deste trabalho é deveras mesquinho, pois proveio do apego à obra, e não da liberdade. São estes que eu chamo de “pessoas casadas”, pois o apego lhes ata. Dão pouco fruto, e mesmo assim mesquinho, como já disse.
Uma virgem que já é mulher, está liberta e sem apego: está sempre tão próxima a Deus, quanto de si mesma. Dá muitos e belos frutos, que são nem mais nem menos que Deus. Este nascimento da virgem que é mulher dá frutos e retorno a cem e mil por um! Inumeráveis são, de fato, os partos realizados neste chão nobre, ou para dizê-lo mais objetivamente, naquele chão mesmo onde o Pai fala para sempre Sua Palavra eterna. Ali ela se torna frutífera, e participa no ato de criação. Pois Jesus, que é a luz e o esplendor do coração eterno (como diz São Paulo (Heb. 1:3), que Jesus é a glória e esplendor do coração do Pai, e ilumina com este poder o coração do Pai), Jesus se une à alma, e a alma à Jesus, brilhante com ele numa só unidade, como uma só luz, pura e brilhante no coração paterno.
Eu já disse algures, que há na alma um poder que não está ligado nem à matéria nem ao tempo, que flui e se mantém no espírito, completamente espiritual. Neste poder Deus está se mostrando em toda alegria e glória que Ele é em si mesmo. Ali há, de fato, uma tão completa alegria, tão indizivelmente profunda, que não há quem a possa descrever adequadamente, pois nesta força o Pai eterno está para todo o sempre concebendo seu Filho eterno incessantemente, de tal forma que esta força concebe o Filho do Pai, e também ao Filho mesmo, no poder único do Pai. Suponhamos, como exemplo, que alguém reinasse sobre todo o mundo, sendo dono de tudo. Em seguida, suponhamos que ele a tudo abandonasse por Deus, e virasse o mais pobre dos pobres que jamais tivesse pisado na terra, e que além disto Deus lhe desse mais sofrimento que Ele tivesse jamais dado a qualquer outro ser vivente, e que ele tivesse que suportar isto até o dia mesmo em que morresse, e que então Deus lhe permitisse apenas vislumbrar como Ele é em seu poder — a alegria deste homem seria de tal ordem, que tudo aquilo que ele havia penado nada significaria para si. Sim, e mesmo que Deus lhe garantisse que isto seria tudo que ele jamais veria dos céus, ainda assim ele estaria ricamente quitado de todo seu sofrimento, pois Deus se encontra neste poder como no presente eterno. Se o espírito da pessoa estivesse sempre unida a Deus neste poder, ela não envelheceria mais. Pois o Agora no qual Deus fez o primeiro homem que existiu, o Agora no qual existirá o último homem da criação, e o Agora no qual eu me encontro, são os mesmos em Deus, e não existe senão um só Agora. Vejam, esta pessoa que vive unida com Deus, que não possui sofrimento com a passagem do tempo, e no qual todas as coisas se encontram em sua essência, nenhuma novidade lhe vem de encontro, nem qualquer acidente, pois ele vive no Agora, sempre novo e revitalizado, sem intermissões. Tal é a soberania divina que caracteriza este poder.
Existe um outro poder, também imaterial, oriundo e estabelecido no espírito, completamente espiritual. Neste poder Deus se encontra brilhante, resplandecente em Sua riqueza multifacetada, em toda doçura e alegria. Neste poder está concentrada uma alegria tão inefável, que não há o que o possa descrever. Contudo, eu afirmo, se um homem houvesse que em visão intelectual e em verdade de leve chegasse a vislumbrar a felicidade ali acumulada, então tudo aquilo que ele tivesse acaso sofrido, e tudo que Deus lhe houvesse colocado no caminho de dor, para ele nada seria, seria um zero para ele. De fato, eu digo que para ele isto seria somente alegria e conforto.
Se você quer descobrir se seu sofrimento provém de você ou de Deus, há um teste simples para isto: Se é por você que sofre, então isto é difícil de agüentar e incomoda. Mas se você sofre por Deus apenas, seu sofrimento não lhe é uma carga, e não pesa nada, pois é Deus que agüenta tudo. O fato é que, se houvesse alguém que se dispusesse a sofrer exclusivamente por Deus, então se lhe coubesse agüentar todo o sofrimento coletivo da raça humana, tudo que todos já sofreram, isto sequer o acabrunharia, pois seria Deus que levaria a carga toda. E se me colocassem uma carga de cem quilos, mas outro a tivesse levando, eu sustentaria cem quilos tão folgadamente quanto um só, pois isto não me pesaria ou causaria incômodo. Resumindo, aquilo que a pessoa sofre por Deus e somente por Deus, Ele o torna leve e fácil de levar. Como eu disse no começo deste sermão: “Jesus foi a uma cidadela fortificada, e ali foi recebido por uma virgem, que era mulher”.Por que? Tinha que ser assim, virgem e mulher. Eu já disse que Jesus foi recebido, mas ainda não expliquei o que vem a ser a cidadela fortificada, que é o que o farei agora.
Eu disse já algumas vezes que existe um poder na alma que apenas ele é livre. Por vezes o chamei de guardião do espírito, outras vezes de luz do espírito e disse ainda, em outras ocasiões, que seria uma fagulha. Mas agora eu digo que não é isto ou aquilo: é algo mais elevado que isto tudo, tanto quanto o céu é exaltado sobre a terra. Vou agora pois nomeá-lo de uma forma mais nobre que o fiz até então, mesmo que este poder não ligue para o nome e forma, por transcendê-los. Está livre de todos os nomes, e vazio de todas as formas, completamente livre e desapegado, como Deus é livre e desapegado em Si. É completamente uno e simples, como Deus é, de tal forma que homem algum o possa fitar. Aquele poder que eu mencionei, no qual Deus desabrocha para todo o sempre, e está brilhando em Sua essência, e o espírito em Deus, neste mesmo poder Deus dá a luz ao seu Filho Único tão completamente quanto em Si mesmo, pois Ele mora neste poder e o espírito faz nascer ao Pai aquele mesmo Filho único, e a Si mesmo como Filho, e Ele mesmo é o Filho único nesta luz. Se você pudesse ver isto com meu coração, você compreenderia o que eu digo, pois isto é a verdade, e a verdade declara a si própria.
Agora vejam! Tão una e simples é esta cidadela fortificada na alma, tão elevada sobre todos os modos, que este nobre poder que acabei de mencionar não é sequer digno de dar uma olhadela que seja para dentro desta cidadela fortificada, e nem mesmo aquele outro poder que eu havia mencionado, no qual Deus brilha em toda sua riqueza resplandecente e alegria, seria capaz de ter a mais leve penetração dentro desta cidadela: tão verdadeiramente una e simples é a cidadela fortificada, transcendendo a todos os modos e poderes solitariamente, que nem poder nem modo a poderá alcançar, nem mesmo Deus mesmo! Isto é fato, assim como Deus vive! Deus mesmo a isto não pode fitar, pois Ele existe nos modos e propriedades de Suas pessoas. Apenas este Uno não possui modo nem propriedade. Logo, para que Deus ali pudesse dar uma olhadela, isto lhe custaria todos Seus nomes divinos e propriedades pessoais: a todos Ele os deveria deixar do lado de fora, se quisesse fitar jamais isto. Mas apenas enquanto uno e indiviso, sem modos ou propriedades: neste sentido Deus, não é nem o Pai, nem o Filho, e nem o Espírito Santo, contudo algo Ele é, que não é nem isto nem aquilo.
Vejam, na forma em que Ele é uno e simples, Ele pode entrar naquilo que eu chamo de cidadela da alma, mas de nenhuma outra forma: apenas assim Ele ali entra e mora. Nesta parte da alma, ela é idêntica a Deus, e em mais nenhuma. O que eu acabei de dizer é a verdade: chamo a verdade como testemunha e ofereço minha alma como garantia.
Possamos nós ser aquela cidadela, a qual Jesus ascenda e seja ali recebido para morar eternamente em nós, da forma que eu descrevi, para tal nos ajude Deus!
Amém.
Jarczyk et Labarrière
Intravit Jesus in quoddam castellum
et mulier quaedam, Martha nomine,
excepit illum in domun suam. Lucae II.
J’ai dit un petit mot, d’abord en latin, qui se trouve écrit dans l’évangile et qui, traduit, dit ceci : « Notre Seigneur Jésus Christ monta à un petit château fort et fut reçu par une vierge qui était une femme. »
Et bien, prêtez maintenant attention avec zèle à ce mot : il faut de nécessité qu’ait été une vierge l’être humain par qui Jésus fut reçu. Vierge veut dire rien moins qu’un être humain qui est dépris de toutes images étrangères, aussi dépris qu’il l’était alors qu’il n’était pas. Voyez, on pourrait maintenant demander comment l’être humain qui est né et en est arrivé à une vie intellectuelle, comment peut-il être aussi dépris de toutes images que lorsqu’il n’était pas, alors qu’il sait beaucoup, toutes choses qui sont des images ; comment peut-il alors être dépris ? Prêtez attention maintenant à la distinction que je veux vous exposer. Serais-je à ce point doué d’intellect qu’en moi se trouveraient sous mode intellectuel toutes les images que tous les hommes ont jamais accueillies et qui se trouvent en Dieu même, serais-je sans attachement propre au point que d’aucune je ne me sois saisi avec attachement propre dans le faire ou dans l’omettre, par anticipation ni par atermoiement, plus : au point que dans ce maintenant présent je me tienne libre et dépris en vue de la très chère volonté de Dieu et pour l’accomplir sans relâche, en vérité je serais alors vierge sans entraves d’aucune image, aussi vraiment que j’étais alors que je n’étais pas.
Je dis en outre : Que l’être humain soit vierge, voilà qui ne lui ôte rien de rien de toutes les œuvres qu’il a jamais faites ; il se tient là virginal et libre sans aucune entrave en regard de la vérité suprême, comme Jésus est dépris et libre, et en lui-même virginal. De ce que disent les maîtres, que seules les choses égales sont capables d’union, il suit qu’il faut que soit intact, vierge, l’être humain qui doit accueillir Jésus virginal.
Prêtez attention maintenant et considérez avec zèle ! Si l’être humain était vierge pour toujours, aucun fruit ne proviendrait de lui. Doit-il devenir fécond, il lui faut de nécessité être une femme. Femme est le mot le plus noble que l’on peut attribuer à l’âme et est bien plus noble que vierge. Que l’être humain reçoive Dieu en lui, c’est bien, et dans cette réceptivité il est intact. Mais que Dieu devienne fécond en lui, c’est mieux ; car la fécondité du don est la seule gratitude pour le don, et l’esprit est une femme dans la gratitude qui engendre en retour là où pour Dieu il engendre Jésus en retour dans le cœur paternel.
Bien des dons de prix sont reçus dans la virginité sans être engendrés en retour dans la fécondité de la femme avec louange de gratitude en Dieu. Ces dons se gâtent et vont tous au néant, en sorte que l’être humain n’en devient jamais plus heureux ni meilleur. Alors sa virginité ne lui sert de rien, parce qu’à la virginité il n’adjoint pas d’être une femme en toute fécondité. C’est là que gît le dommage. C’est pourquoi j’ai dit : « Jésus monta à un petit château fort et fut reçu par une vierge qui était une femme. » Voilà qui doit être de nécessité,a ainsi que je vous l’ai exposé.
Epoux sont ceux qui donnent à peine plus d’un fruit l’an. Mais autres les époux que je vise en l’occurrence : tous ceux qui avec attachement propre sont liés aux prières, aux jeûnes, aux veilles et à toutes sortes d’exercices intérieurs et mortifications. Un attachement propre quel qu’il soit à quelque œuvre que ce soit, qui enlève la liberté d’attendre Dieu dans ce maintenant présent et de le suivre lui seul dans la lumière avec laquelle il t’inciterait à faire et à lâcher prise, libre et neuf à tout moment, comme si tu n’avais ni ne voulais ni ne pouvais rien d’autre : un attachement propre ou un projet d’œuvre, quels qu’ils soient, qui t’enlèvent cette liberté neuve en tout temps, voilà ce que j’appelle maintenant une année ; car [alors] ton âme ne donne aucun fruit à moins que d’avoir accompli l’œuvre que tu as entreprise avec attachement propre, et tu n’as confiance ni en Dieu ni en toi-même à moins que d’avoir accompli ton œuvre que tu as conçue avec attachement propre ; faute de quoi tu ne jouis d’aucune paix. C’est pourquoi aussi tu ne donnes aucun fruit à moins que d’avoir fait ton œuvre. C’est cela que je pose comme une année, et le fruit est cependant minime car il a procédé d’attachement propre à l’œuvre et non de liberté. Ceux-là, je les appelle époux, car ils sont liés à l’attachement propre. Ceux-là donnent peu de fruit, et ce fruit même est cependant minime, ainsi que je l’ai dit.
Une vierge qui est une femme, celle-là est libre et non liée sans attachement propre, elle est en tout temps également proche de Dieu et d’elle-même. Elle donne beaucoup de fruits, et ils sont grands, ni plus ni moins que Dieu lui-même. Ce fruit et cette naissance, c’est cela que cette vierge qui est une femme fait naître, et elle donne du fruit tous les jours cent fois ou mille fois et même au-delà de tout nombre, enfantant et devenant féconde à partir du fond le plus noble ; pour mieux le dire : Oui, à partir du même fond à partir duquel le Père enfante sa Parole éternelle, à partir de là elle devient féconde co-engendrante. Car Jésus, la lumière et le reflet du cœur paternel – ainsi que dit saint Paul, qu’il est une gloire et un reflet du cœur paternel -, ce Jésus est uni à elle et elle à lui, et elle brille et rayonne avec lui comme un unique Un et comme une lumière limpide et claire dans le cœur paternel.
J’ai dit aussi en outre qu’il est une puissance dans l’âme que ne touchent temps ni chair ; elle flue hors de l’esprit et demeure dans l’esprit et est en toute manière spirituelle. Dans cette puissance Dieu toujours verdoie et fleurit dans toute la félicité et dans toute la gloire qu’il est en lui-même. Là est telle félicité du cœur et si inconcevablement grande félicité que personne ne peut le dire de façon plénière. Car le Père éternel engendre son Fils éternel sans relâche, de sorte que cette puissance co-engendre le Fils du Père et soi-même comme le même Fils dans l’unique puissance du Père. Un homme aurait-il tout un royaume et tous les biens de la terre et les abandonnerait-il simplement en vue de Dieu et deviendrait-il l’un des hommes les plus pauvres qui aient jamais vécu sur terre, et Dieu lui donnerait-il alors autant à souffrir qu’il le donna jamais à un homme, et souffrirait-il tout cela jusqu’à sa mort, et Dieu lui donnerait-il alors une seule fois de contempler d’un regard la façon dont il est dans cette puissance : sa félicité serait si grande que toute cette peine et pauvreté serait encore trop minime. Oui, même si après cela Dieu ne lui donnait jamais le royaume du ciel, il aurait pourtant reçu un salaire par trop grand par rapport à tout ce qu’il aurait jamais enduré ; car Dieu est dans cette puissance comme dans l’instant éternel. L’esprit serait-il en tout temps uni à Dieu dans cette puissance que l’homme ne pourrait vieillir ; car l’instant où Dieu créa le premier homme et l’instant où le dernier homme doit disparaître et l’instant où je parle sont égaux en Dieu et ne sont rien qu’un instant. Voyez maintenant, cet homme habite dans une seule lumière avec Dieu ; c’est pourquoi ne sont en lui ni peine ni succession, mais une égale éternité. Cet homme est délivré en vérité de tout étonnement, et toutes choses se trouvent en lui de façon essentielle. C’est pourquoi il ne reçoit rien de nouveau des choses à venir ni d’aucun hasard, car il habite dans un instant en tout temps nouveau sans relâche. Telle est la souveraineté divine dans cette puissance.
Il est encore une puissance qui est également incorporelle ; elle flue hors de l’esprit et demeure dans l’esprit et est en toute manière spirituelle. Dans cette puissance Dieu sans relâche arde et brûle avec toute sa richesse, avec toute sa douceur et avec toutes ses délices. En vérité, dans cette puissance est si grande félicité et délices si grandes, sans mesure, que personne ne peut en parler ni le révéler pleinement. Mais je dis : Y aurait-il un seul homme qui là un instant contemplerait intellectuellement les délices et la félicité qui s’y trouvent : tout ce qu’il pourrait pâtir que Dieu aurait voulu qu’il pâtisse, cela lui serait tout entier peu de chose, et même rien de rien ; je dis plus encore : Cela lui serait en toute manière une félicité et une satisfaction.
Veux-tu savoir vraiment si ta souffrance est tienne ou bien de Dieu, tu dois le déceler d’après ceci : souffres-tu à cause de ta volonté propre, en quelque manière que ce soit, souffrir te fait mal et t’est lourd à porter. Mais souffres-tu à cause de Dieu et de Dieu seul, souffrir ne te fait pas de mal et ne t’est pas lourd, car c’est Dieu qui porte le fardeau. En bonne vérité ! Y aurait-il un homme qui voudrait souffrir de par Dieu et purement pour Dieu seul, et si s’abattait sur lui tout le souffrir que tous les hommes aient jamais pâti et que le monde entier à en partage, cela ne lui ferait pas mal ni ne lui serait lourd, car c’est Dieu qui porterait le fardeau. Si l’on me mettait un quintal sur la nuque et qu’ensuite ce soit un autre qui le soutienne sur ma nuque, j’en chargerais cent aussi volontiers que un, car cela ne me serait lourd ni ne me ferait mal. Dit brièvement : ce que l’homme pâtit de par Dieu et pour Dieu seul, cela Dieu le lui rend léger et doux, ainsi que je l’ai dit au commencement par quoi nous commençâmes notre sermon : « Jésus monta à un petit château fort et fut reçu par une vierge qui était une femme. » Pourquoi ? Il fallait de nécessité qu’elle soit une vierge et aussi une femme. Maintenant je vous ai dit que Jésus fut reçu ; mais je ne vous ai pas dit ce qu’est le petit château fort, ce pour quoi je veux maintenant parler.
J’ai dit parfois qu’il est une puissance dans l’esprit qui seule est libre. Parfois j’ai dit que c’est un rempart de l’esprit ; parfois j’ai dit que c’est une lumière de l’esprit ; parfois j’ai dit que c’est une petite étincelle. Mais je dis maintenant : Ce n’est ni ceci ni cela ; pourtant c’est un quelque chose qui est plus élevé au-dessus de ceci et de cela que le ciel au-dessus de la terre. C’est pourquoi je le nomme maintenant de plus noble manière que je ne l’ai jamais nommé, et il se rit de la noblesse et de la manière et est au-dessus de cela. Il est libre de tous noms démuni de toutes formes, dépris et libre tout comme Dieu est dépris et libre en lui-même. Il est aussi pleinement un et simple que Dieu est un et simple, de sorte que d’aucune manière l’on ne peut y jeter le regard. La même puissance dont j’ai parlé, là où Dieu fleurit et verdoie avec toute sa déité et l’esprit en Dieu, dans cette même puissance le Père engendre son Fils unique aussi vraiment que dans lui-même, car il vit vraiment dans cette puissance, et l’esprit engendre avec le Père ce même Fils unique et soi-même [comme] le même Fils, et est le même Fils dans cette lumière et est la vérité. Si vous pouviez voir avec mon cœur, vous comprendriez bien ce que je dis, car c’est vrai et la vérité le dit elle-même.
Voyez, prêtez maintenant attention ! Si un et simple par delà tout mode est ce petit château fort dans l’âme dont je parle et que je vise que cette noble puissance dont j’ai parlé n’est pas digne de jamais jeter une seule fois un regard dans ce petit château fort, ni non plus cette autre puissance dont j’ai parlé où Dieu arde et brûle avec toute sa richesse et avec toutes ses délices, elle ne se risquera pas à y jeter jamais un regard ; si vraiment un et simple est ce petit château fort, et si élevé par delà tout mode et toutes puissances est cet unique Un qu’en lui jamais puissance ni mode ne peut jeter un regard, pas même Dieu. En bonne vérité et aussi vrai que Dieu vit ! Dieu lui-même jamais n’y jette un instant le regard et n’y a jamais encore jeté le regard dans la mesure où il se possède selon le mode et la propriété de ses personnes. Voilà qui est facile à comprendre, car cet unique Un est sans mode et sans propriété. Et c’est pourquoi : Dieu doit-il jamais y jeter un regard, cela lui coûte nécessairement tous ses noms divins et sa propriété personnelle ; cela, il lui faut le laisser totalement à l’extérieur s’il doit jamais y jeter un regard. Mais c’est en tant qu’il est simplement Un, sans quelque mode ni propriété : là il n’est dans ce sens Père ni Fils ni Esprit Saint et est pourtant un quelque chose qui n’est ni ceci ni cela.
Voyez, c’est pour autant qu’il est un et simple qu’il pénètre dans le un que là je nomme un petit château fort dans l’âme, et autrement il n’y pénétrerait en aucune manière ; mais ce n’est qu’ainsi qu’il y pénètre et y demeure. C’est par cette partie que l’âme est égale à Dieu, et pas autrement. Ce que je vous ai dit, c’est vrai ; de quoi je vous donne la vérité pour témoin et mon âme en gage.
Pour que nous soyons un tel petit château fort dans lequel Jésus monte et se trouve reçu et demeure éternellement en nous de la manière que j’ai dite, qu’à cela Dieu nous aide. Amen.
Evans
Intravit Jesus in quoddam castellum et mulier qiuedam excepit ilium etc. (Luc. Ϊ038). I quote first in Latin this text from the gospel. The translation reads : ‘ Our Lord Jesus Christ went up into a certain fastness and was received by a certain virgin who was a wife.’
Mark the term. Needs must it be a virgin by whom Jesus is received. Virgin is, in other words, a person void of alien images, free as he was when he existed not. It may be questioned : Man born and launched on rational life, how can lie be as free from images as he was when he was not, he knowing a variety of things, images all of them : how can he possibly be void thereof ?
I answer that, were I sufficiently intelligent to have within me intellectually the sum of all the forms conceived by man and which subsist in God himself, I having no property in them and no idea of ownership, positive or negative, past or to come, but standing in the present now perfectly free in the will of God and doing it perpetually : then verily I were a virgin, unhandicapped by forms, just as I was when I was not.
Further, I hold that the fact of being virgin does not deprive a man at all of works that he has done : he is untrammelled, virgin-free of them in the sovran truth, even as Jesus is absolutely free and virgin in himself. According to the masters, likeness, likeness only, is the cause of union, so man must be maiden, virgin, to receive the virgin Jesus.
Now lay this fact to heart : the ever virgin is never fruitful. To be fruitful the soul must be wife. Spouse is the noblest title of the soul, nobler than virgin. For a man to receive God within him is good and in receiving he is virgin. But for God to be fruitful in him is still better : the fruits of his gift being gratitude therefor, and in this newborn thankfulness the spirit is the spouse bearing Jesus back into his Father’s heart.
Many good gifts received in maidenhood are not brought forth in wifely fruitfulness, reborn in praise and thanks to God. Such gifts corrupt and come to naught, man being no better and no happier for them. In this case his virginity is useless because to his virginity he does not add the perfect fruitfulness of wife. That is the mischief. Hence my text, Jesus ascended to a certain fastness and was received by a certain maid who was a wife.’ It must be so, as I have said.
Wedded folks yield little more than one fruit yearly. But it is other wedded ones that I have now in mind : those whose hearts [36] are wedded to praying, fasting, vigils or other outward discipline and mortifications of the flesh. A predilection for this sort of thing, involving loss of freedom to wait instantly on God in the here and now, and follow him alone in the light wherein he would fain show thee what to do and what to leave undone, moment by moment, fresh and clearly, as though thou hadst naught else, nor would nor could not : any such proclivity or preoccupation which constantly deprives thee of this freedom I call here a year, and thy soul yields no fruit till she is done with this work of thy affection nor hast thou any trust in God or in thyself till thou hast finished with thy predilection ; in other words, thou hast no peace. There is no fruit till thy own work is done. I reckon this a year and one whose yield is poor; the proceeds of affection not of freedom. And these folks I call wedded, yolked to their affections. Their crop is small and undersized at that, so I say, in God’s sight.
The virgin wife, free and unbound in her affections is ever as near God as to herself. She abounds in fruit and big withal, no more nor less than God is himself. This fruit, his birth, does that virgin bear who is a wife ; daily she yields her hundred and her thousandfold, nay, numberless her labours and her fruits in that most noble ground, the very ground, to speak more plainly, wherein the Father is begetting his eternal Word : there she is big with fruit. For Jesus, light and shine of the paternal heart (according to St Paul he is the ‘light and splendour’ of the Father’s heart), this Jesus is atoned with her and she with him, she is radiant with him and shining as the one alone, as one pure brilliant light in the paternal heart.
Elsewhere I have declared, there is a power in the soul untouched by time and flesh, flowing from the Spirit, remaining in the Spirit, altogether spiritual. In this power is God, ever verdant, flowering in all the joy and glory of his actual self. Such dear delight, such inconceivable deep joy as none can fully tell, for in this power the eternal Father is procreating his eternal Son without a pause, the power being big with child, the Father’s Son and its own self this selfsame Son withal, in the unique power of the Father. Suppose a man absolute monarch, the sole possessor of all earthly goods ; suppose he gave up all for God and was the poorest of the poor ; and that God laid on him to boot a burden big as ever he did lay on mortal man, all which he bare down to his death and then God granted him one fleeting vision of his being in this power : so vehement would be his joy that poverty and suffering would be wiped out. Aye, though God gave him never any taste of heaven but this, yet would he have the guerdon of his passion, for God himself is in this power as in the eternal now. If a man’s spirit were always joined to God in this same power, he could not age. [37] For the now wherein God made the first man and the now wherein the last man disappears and the now I speak in, all are the same in God where there is but the now. Behold this man in the same light as God having in Him no past nor yet to come, only one level of eternity. This man in truth has motion taken from him and all things stand intrinsic in him. Nothing new comes to him from future things nor yet by accident for lie dwells in the now, ever new and unceasingly renewed. So dominant is God in this same power.
There is another power, immortal too : proceeding from the Spirit, remaining in the Spirit, altogether spiritual. In this power God is fiery, aglow with all his riches, with all his sweetness and with all his bliss. Aye, in this power is such poignant joy, such vehement, immoderate delight as none can tell nor yet in truth reveal. I say, moreover, if once a man in intellectual vision did really glimpse the bliss and joy therein, then all his sufferings, all God intends that he should suffer, would be a trifle, a mere nothing to him; nay, I say more, it would be pure joy and pleasure.
Wouldst thou know for certain whether thy sufferings are thine own or God’s ? Tell by these tokens. Suffering for thyself, in whatever way, the suffering hurts thee and is hard to bear. But suffering for God and God alone thy suffering hurts thee not nor does it burden thee, for God bears the load. Believe me, if there were a man willing to suffer on account of God and of God alone, then though he fell a sudden prey to the collective sufferings of all the world it would not trouble him nor bow him down, for God would be the bearer of his burden. If the burden they put upon my neck is forthwith shouldered by another I would as lief a hundred pounds as one, for not to me is it heavy and distressful. In brief: man’s sufferings for God and God alone he makes both light and pleasant.
I prefaced this sermon with the words : ‘Jesus went up into a fastness and was received by a virgin who was wife.’ Why ? She must needs be virgin and wife too. How Jesus was received I have explained. I have not told the meaning of this fastness and that I will now proceed to do.
From time to time I tell of the one power in the soul which alone is free. Sometimes I have called it the tabernacle of the soul; sometimes a spiritual light, anon I say it is a spark. But now I say : it is neither this nor that. Yet it is somewhat : somewhat more exalted over this and that than the heavens are above the earth. So now I name it in a nobler fashion than before as regarding rank and mode which it transcends. It is of all names free, of all forms void : exempt and free as God is in himself. It is one and simple as God is one and simple, and no man can in any wise [38] behold it. This same power I am speaking of, herein God blooms and thrives in all his Godhood and the spirit in God; in this very power the Father bears his only Son no less than in himself, for verily he liveth in this power, the spirit with the Father giving birth therein to his very Son, itself this selfsame Son, for in this light which is the light of truth, it is the Son himself. Could ye see with my heart ye would understand my words, but it is true, for truth itself has said it.
So one and simple is this fastness, frowning above all ways, of which I mind me and am telling you, within the soul, that this high faculty I speak of is not worthy even of a fleeting glance therein; nor is that other power God glows and burns in, it durst not peer in either ; so one and indivisible this refuge is, so way-and power-transcending this solitary one that never mode nor faculty has any insight there, not even God himself. Never for an instant, as God lives, does God see into this, nor did he ever look in his conditioned nature, in his guise of Person. Note well, this one alone is lacking in every mode and quality. It follows that for God to see therein would cost him all his divine names and personal properties : all these he must forgo to look therein : only as one and indivisible, having no jot of mode or quality, not Father nor Son nor Holy Ghost as such, can he do this ; as somewhat, yes, but not as this or that.
As one and impartible behold him entering this one that here I call the fastness of the soul, but in no different guise can he get in : thus only does he enter and subsist in it. In part the soul is the same as God but not altogether.—This that I tell you is true : truth is my witness and my soul the pledge. May we be as this fastness whereinto on ascending Jesus is received to abide eternally as I have said. So help us God. Amen.