Daleth Guimel

Letras DALETH ד e GUIMEL ג
Daleth, Guimel
Cabala
René de Tryon-Montalembert & Kurt Hruby: A Cabala e a Tradição Judaica
GUIMEL é a letra «angélica»: miríades de anjos fazem-lhe cortejo com as suas asas.

Elias Lipiner: Excertos do livro de Elias Lipiner, “As letras do Alfabeto na criação do mundo”
Apresentaram-se, então, as letras Dáleth (ד) e Guímel (×’) invocando o mesmo pedido. Também a elas respondeu: ‘Contentai-vos em permanecerdes juntas (na ordem alfabética), que os pobres jamais desaparecerão da terra e estarão necessitados de auxílio. Dáleth é a inicial da palavra Dal (pobre) e Guímel ê a inicial da palavra Gamol (prestar auxílio). Por essa razão não devereis afastar-vos um do outro, devereis antes coexistir!’.

Mario Satz: Senderos en el jardín del corazón
Un conocido pasaje de Mateo (13.31) circunscribe el Reino de los Cielos al grano o la simiente (Semente de Mostarda): “El Reino de los Cielos es semejante al grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo.” La palabra campo, SADEH, contiene el eco, HED, de lo que “vela en el interior del corazón”. La voz SHAD, pecho, conduce parabólicamente al césped, DÉSHE, cuyo verdor revela el poder del infinito emanado de la ALEF. Por ello, pues, el campo aludido es el campo magnético interior, y la cosecha, o sea el fruto de la labor espiritual, la comprensión de nuestra naturaleza celeste. Si recurrimos a la que debe de haber sido la versión original de la parábola, nos maravilla descubrir que Jesús emplea GARGAR, para grano. La doble GUÍMEL, y la doble REISH, duplican el vocablo habitar, GAR. El ser humano habita en el cielo en la misma medida en que el cielo habita en él. De ahí que a mayor eco, más honda la voz, más polifónico el abismo de las sucesivas semillas uránicas que encierran, una detrás de otra, como el ciclo respiratorio, la aparición y desaparición del Universo. Pero la parábola continúa, y al final de la germinación al hombre le ha nacido el árbol en el que se posan los pájaros angélicos.

Hay un pasaje, en el Salmo 119, que lleva el subtítulo de la letra DÁLET y que pide: “Vivifícame según tu palabra”. El concepto de palabra, DABAR, tiene en hebreo el mismo sentido ontológico que la idea griega del Logos. Con la letra anterior, GUIMEL, se percibía la trascendencia del aparato de fonación, del sonido humano aún no transformado en palabra. La cuarta dimensión que viene a concretar la ד enuncia la palabra, la “mínima unidad de sentido” dentro de la lengua, según especificó Aristóteles. La mayor parte de los profetas comienzan su ministerio advirtiendo que “la palabra del Creador viene” hacia ellos. El vibrante, nítido sonido de las cuerdas vocales, es el que abre la puerta, DÉLET, del conocimiento, DAAT, y en todos los casos la palabra es la llave. Nótese que superpuestos ambos conceptos se distingue la semejanza de la DAT, que significa ley, y la desemejanza del vocablo AL, encima, sobre. La “puerta es estrecha”; pero una vez pasada, una vez articulada o abierta, es la vida la que importa: accediéndose a lo inefable se trasciende el hábito de la ley.

En el hombre, ADAM, la palabra-puerta de la DALETH parece separarlo a la vez que unirlo a su madre, EM. El ED, vapor, exhalación o nube de la que surge el hombre a través de la sangre, DAM, consiste en esa energía que condensada en el cielo presagia la rotura de las aguas, es decir, el nacimiento de una vestidura o medida, MAD, para que lo ilimitado de la à pueda existir en el plano fenoménico. Volviendo a los Salmos, verdadero vivero de maravillas, hallamos la constatación de lo anterior. “Mi hijo (BNÍ, Salmos 2.8) eres tú. Yo te engendré (IALDETIJÁ), hoy.” Alusión al presente continuo de la puerta-palabra a nuestra disposición, espacio que sólo puede ser franqueado por un nuevo nacimiento, o bien —como aseguró Jesús— por los niños. El niño, IÉLED, es el que conoce el poder misterioso de la doble YOTA, é, contenida en la frase anterior, exactamente en la voz “engendré”. Pero volver a nacer es entender que así como nuestra madre nos dio la luz, del mismo modo debemos ser capaces de darla, desde nuestra materia, nosotros. Por otra parte, ¿quién sino el niño se comporta frente al lenguaje, una vez que ha cruzado el umbral del mero sonido, como ante una puerta giratoria o un trompo acústico cuyos movimientos, reveces y paronomasias, conducen a la captación inmediata del mundo circundante? Para el adulto el lenguaje es convención o prevención; para el niño, música y misterio, onomatopeya y metáfora luminosa. Prolongación de sí misma, la lengua es mano, YAD, y la mano, lengua, cuyo movimiento, encarnado en la LÁMED, le ayuda a celebrar y experimentar la dimensión en la que ha aparecido. Sin embargo, con los años dejará de utilizar tanto la mano, y la lengua ya no lo conducirá al acto con la misma naturalidad de antes, pero por eso mismo, en la búsqueda ulterior de lo sagrado, de lo extático, tendrá que recuperar aquella dimensión que tuvo en sus primeros años.