Cristologia Morte Ressurreição

ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA

ENTRE A MORTE E A RESSURREIÇÃO
* 1. «Ao terceiro dia»
* 2. Os componentes de Jesus e seu paradeiro
* 3. Situação dos infernos
* 4. Jesus libera aos cativos
* 5. Conclusão

El descensus ad inferos, que tanto preocupó a los primeros eclesiásticos, no interesó a los gnósticos. Entiéndase, en su alcance obvio, como bajada del Salvador al reino subterráneo del hades. La tierra sensible ocupa el centro del mundo, como estrato último e ínfimo. No había que buscar otros «infiernos», inferiores aún. Y, naturalmente, tampoco introducir en ellos, durante el triduo pascual, al Salvador.

El duelo entre Jesús y el Thanatos tuvo lugar en dos etapas. Primera, en la cruz, con la entrega voluntaria del alma (= Cristo psíquico) al Padre, no al Thanatos. Fue la etapa decisiva. En ella hizo valer el Hijo su universal eficacia como creador (primero) y salvador. Segunda, en el cielo infralunar, dominado hasta entonces por el enemigo (= Thanatos). He ahí el hades, o región de cautiverio para las almas. Para los gnósticos (no para los marcionitas) situábase en alguno de los cielos infralunares entre la tierra y el primer cielo planetario (de la Hebdómada).

La topología importaba muy poco para ahondar en el triunfo de Cristo sobre la muerte. El fenómeno se extiende lo mismo a los discípulos de Valentín que a los de Basílides y setianos. El verdadero hades, dominio del cosmocrátor (= diablo, enemigo, Thanatos) es la Héxada, o mundo de la materia; región de ignorancia y de pasiones, en que el alma y el espíritu arrastran una existencia de muerte continua, indigna de sí.

La misión salvífica se resume en la pistis y gnosis: en arrancar de la ignorancia del verdadero Dios a los justos, psíquicos puros o criptopneumáticos. Entre los que viven — normalmente — en el mundo sensible y los que murieron en él, apenas hay — tocante a la muerte — diferencia alguna. Tan muertos son los que viven aquí en ignorancia como los que «en ignorancia» salieron y pasaron a la región de las almas (resp. «racionales») separadas. Un mismo régimen los envuelve a todos, las mismas pasiones (de tristeza, temor, angustia…), la misma incapacidad para superarlas. El hades gnóstico no parece haberse caracterizado por torturas físicas, materiales, de alguna duración. Los hombres hílicos y los psíquicos de mala vida no tardaban en deshacerse a su paso por la región del fuego. El hades se caracteriza por la ignorancia del verdadero Dios. El «príncipe» o arconte de este mundo atajaba a las almas en su vuelo hacia Yahvé (= Hebdómada) y las retenía, sea por medio de la heimarmene, sea — entre algunos gnósticos — por la inserción en el «ciclo de la génesis» (resp. «reincorporación»).

El «ciclo de la generación» devolvía a las almas — siempre en régimen de ignorancia — a este mundo para iterar la vida de pasiones con igual perspectiva que en ciclos anteriores. No había prácticamente solución de continuidad entre el hades — régimen de solas almas — y el cosmos (sensible), régimen de espíritus o psiques «encarnados». Eran dos fases igualmente gobernadas por la agnosia, única verdadera «muerte» del alma (resp. del pneuma). Los grandes gnósticos descuidaban el estudio de unas postrimerías, paradójicamente iteradas a favor de la ignorancia, característica de paganos y hebreos. E igualmente mostraban poco interés por la suerte del Salvador (en su alma y espíritu) durante el intervalo entre la cruz y la resurrección.

Analizamos, no obstante, las cortas noticias referibles al triduo. El contenido doctrinal de la fórmula «al tercer día», desde los tres días divinos (= la Trinidad, anterior al sol y la luna) y los tres cósmicos, en que se reparte la dispensación de la salud, hasta los tres en que el Salvador reconstruye el templo de su Iglesia, los días en que se manifiestan los tres Adán (espiritual, psíquico y terreno), y su probable aplicación a los elementos físicos de Jesús (= tríada constitutiva) en el triduo pascual. El punto último interfiere con la exégesis de Lc 23,46, doblemente atestiguada por los valentinianos y referida lo mismo al alma que al pneuma de Jesús.

El Salvador fía del Padre — no del demiurgo — la suerte de ambas esencias, encomendándolas en «sus manos». ¿Habrá que entender semejante depósito en sentido obvio ? El espíritu no pudo ir hasta el Padre ignoto; menos el alma. Bastaba interesar a Dios a favor de ambos durante su régimen de separación, dondequiera que estuviesen. Los gnósticos otorgan a la palabra de Jesús (Lc 23,46) una dimensión eclesial. Más les importa la salud (resp. protección de Dios) de las dos iglesias, primicialmente contenidas en el alma y el espíritu de Jesús, que las sustancias componentes del Salvador. Más atienden al alcance salvífico de la recomendación que a la recomendación misma. A lo largo de la economía, la protección del Padre sobre ambas garantiza su salvación futura en virtud de la palabra salvífica de Jesús.

Por lo que hace a la eficacia de semejante palabra y el paradero de los componentes físicos, apuntamos la trayectoria presumible en Justino gnóstico y, sobre todo, en Basílides. Ni uno ni otro han legado elementos sobre el triduo. Dan la impresión de que finiquitan la vida de Jesús con la muerte en cruz. El Salvador distribuye — según lo atestigua la palabra que dirige a su madre — los propios componentes a partir del cuerpo, para disociarse de una vez, encomendarlos a la sustancia o estrato correspondiente, y asegurar así (kata taxin) su permanencia (soteria). La eficacia de la cruz se manifestaría singularmente en la de sus palabras. En virtud de ellas, a título de «cabeza» o «principio» de las iglesias y aun del universo, iniciaría Jesús como paradigma, en su propia persona, la secesión y apocatástasis, que se prolongaría durante el NT — en todos y cada uno de los hombres (no excluidos los materiales) y aun especies físicas — para acabar en la final synteleia. Justino y Basílides, ¿se han negado a teorizar sobre el intervalo entre la muerte en cruz y la resurrección de Jesús? No consta. Puestos únicamente a inculcar la eficacia salvífica de la cruz, la han proyectado sobre el universo entero, hacia la apocatástasis de las sustancias, compendiadas en la persona de Jesús.