Cristo (Eckhart)

El hombre no se debe imaginar que al proceder así pierda alguna gracia, pues aquello que él deja voluntariamente por amor, lo recibirá en forma mucho más noble, tal como dijo Cristo: «Quien dejare una cosa por mí, recibirá cien veces tanto». (Mateo, 19,29). Sí, en verdad, lo que el hombre deja y de lo cual se desprende por amor de Dios, incluso en el caso de que ansíe muchísimo tener esa sensación de consuelo y de fervor entrañable, y si hace todo cuanto pueda hacer (para conseguirlo), pero Dios no se lo da, y (luego) él se resigna y renuncia a ello voluntariamente por amor de Dios: en verdad, lo encontrará en Él exactamente como si hubiera tenido plena posesión de todo el bien que existiera jamás, (pero) se hubiese privado, enajenado y desprendido de él voluntariamente por amor de Dios; recibirá cien veces tanto. Pues todo cuanto al hombre le gustaría tener, pero prescinde y se abstiene de ello por amor de Dios, ya sea de índole material o espiritual, lo encuentra todo en Dios como si lo hubiera poseído y se hubiese despojado de ello voluntariamente; porque el hombre, de buena voluntad, debe hallarse privado de todas las cosas por amor de Dios, y por amor desembarazarse y prescindir de todo consuelo en el amor. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.

El que a veces tengamos que desprendernos por amor de tal sensación, nos lo indica Pablo, (hombre) lleno de amor, allí donde dice: «Porque he deseado ser apartado de Cristo por amor de mis hermanos» (Romanos 9, 3). Así opina conforme con esta misma modalidad (y) no según la primera modalidad del amor, porque de ésta no quiso hallarse apartado ni un instante por todo cuanto pudiera suceder en el cielo y la tierra; (al decirlo), él piensa en el consuelo. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.

Esta seguridad es mucho más grande, perfecta y genuina que la primera y no puede engañar. La intuición, en cambio, podría engañar y fácilmente podría tratarse de una iluminación falsa. Esta (seguridad), empero, se siente en todas las potencias del alma y no puede ser engaño en todos cuantos aman verdaderamente a Él; ellos lo dudan tan poco como dudan de Dios (mismo), ya que el amor expulsa todo el temor. «El amor no tiene temor» (1 Juan 4, 18), según dice San Pablo, y también está escrito: «El amor cubre la plenitud de los pecados» (1 Pedro 4,8). Pues allí donde se cometen pecados, no puede haber plena confianza ni amor; porque éste cubre por completo el pecado; no sabe nada de pecados. No es como si uno no hubiera pecado, sino que (el amor) borra completamente los pecados, y los expulsa como si nunca hubiesen existido. Pues todas las obras de Dios son tan completamente perfectas y de riqueza sobreabundante que Él, a quien perdona, lo perdona enteramente y sin reserva, y con mucho mayor agrado los (pecados) grandes que los pequeños y esto produce una confianza cabal. Considero que este saber es infinita e incomparablemente mejor y trae más recompensa y es más genuino que el primero; ya que para él ni el pecado ni cualquier otra cosa constituyen un estorbo. Porque, a quien Dios encuentra lleno de determinado amor lo juzga también de manera proporcional, no importa que haya pecado mucho o nada. Pero aquel a quien se le perdona más, también debe amar más, según dijo Cristo, Nuestro Señor: «Aquel a quien se le perdona más, que ame también más» (Cfr. Lucas 7, 47). ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 15.

¡Esto sí es cierto! Es justo que sigamos a Nuestro Señor, pero no de todos los modos. Nuestro Señor ayunó durante cuarenta días. Pero que nadie se proponga imitarlo a este respecto. Cristo hizo muchas obras con la intención de que lo siguiéramos espiritual y no materialmente. Por ello debemos esforzarnos por ser capaces de seguirlo de un modo racional; porque a Él le interesa más nuestro amor que nuestras obras. Debemos seguirlo en cada caso a nuestro modo propio. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 17.

Cristo ayunó durante cuarenta días. Imítalo en el sentido de observar cuál es la cosa a que eres más propenso o dispuesto a hacerla: entonces ocúpate de eso y obsérvate rigurosamente a ti mismo. A menudo te conviene desprenderte más y sin preocupación de dicha cosa en lugar de abstenerte completamente de la comida. Igualmente, te resultará a veces más difícil callar una sola palabra que abstenerte de toda conversación. Y de la misma manera, a veces le es más difícil a una persona aceptar una palabrita injuriosa sin importancia que acaso un golpe pesado para el cual estaba preparada, y le resulta más difícil estar sola en una muchedumbre que en el yermo, y a menudo le cuesta más renunciar a una cosa pequeña que a otra grande y hacer una obra pequeña en lugar de otra considerada grande. De esta manera el hombre, en la medida de su flaqueza, puede seguir muy bien a Nuestro Señor y no puede ni debe pensar jamás que se halle lejos de Él. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 17.

Interiormente, el hombre debe haber formado su imagen dentro de Nuestro Señor Jesucristo con miras a todas las cosas, de un modo tal que se encuentre en él un reflejo de todas las obras y de la apariencia divinas; y el hombre, en cuanto sea capaz de hacerlo, debe, con perfecta adaptación, llevar en su fuero íntimo todas las obras de (Cristo). Tú debes obrar y Él debe adquirir (forma). Haz tu obra con recogimiento íntegro y toda la disposición de tu ánimo; acostúmbralo a éste en todo momento a proceder así y (acostúmbrate) a formar tu imagen dentro de Él en todas tus obras. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 18.

Hay un maestro llamado Avicena que dice: La nobleza del espíritu que se mantiene desasido es tan grande que cualquier cosa que vea, es verdadera y cualquier cosa que pida, le está concedida y en cualquier cosa que mande, se le debe obedecer. Y has de saber con certeza: Cuando el espíritu libre se mantiene en verdadero desasimiento, lo obliga a Dios a (acercarse) a su ser; y si fuera capaz de estar sin ninguna forma ni accidente, adoptaría el propio ser de Dios. Pero este (ser) no lo puede dar Dios a nadie fuera de Él mismo; por lo tanto, Dios no le puede hacer al espíritu desasido otra cosa que dársele Él mismo. Y el hombre que se halle así en perfecto desasimiento, será elevado a la eternidad, en forma tal que ninguna cosa perecedera lo pueda conmover, que no sienta nada que sea corpóreo, y se dice que está muerto para el mundo porque no le gusta nada que sea terrestre. A esto se refirió San Pablo cuando dijo: «Vivo y, sin embargo, no vivo; Cristo vive en mí» (Gal. 2, 20). ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Alguien podría decir entonces: ¿Cristo tuvo también un desasimiento inmóvil cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34) y María, cuando estaba al pie de la cruz y se habla mucho de sus lamentaciones?… ¿cómo concuerda todo esto con el desasimiento inmóvil? A este respecto debes saber que – según dicen los maestros – hay en cualquier hombre dos clases de hombre: uno se llama el hombre exterior, eso es la sensualidad; a este hombre le sirven los cinco sentidos y, sin embargo, el hombre exterior obra en virtud del alma. El otro hombre se llama el hombre interior, eso es la intimidad del hombre. Ahora has de saber que un hombre espiritual que ama a Dios, no emplea las potencias del alma en el hombre exterior sino en la medida en que lo necesitan forzosamente los cinco sentidos; y lo interior se vuelve hacia los cinco sentidos sólo en cuanto es conductor y guía de los cinco sentidos y los protege para que no se entreguen a su objeto en forma bestial, según hacen algunas personas que viven de acuerdo con su voluptuosidad carnal al modo de las bestias irracionales; y semejantes gentes antes que gente se llaman con más razón animales. Y las potencias que posee el alma más allá de lo que dedica a los cinco sentidos, las da todas al hombre interior, y cuando este hombre tiene un objeto elevado (y) noble, el (alma) atrae hacia sí todas las potencias que ha prestado a los sentidos, y de este hombre dicen que está fuera de sí14 y arrobado porque su objeto es una imagen racional o algo racional sin imagen. Pero debes saber que Dios espera de cualquier hombre espiritual que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: «Amarás a tu Dios de todo corazón» (Cfr. Marcos 12, 30; Lucas 10, 27). Ahora bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente en (provecho) del hombre exterior. Esta es la gente que dirige todos sus sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del hombre interior. Debes saber pues, que el hombre exterior puede actuar y, sin embargo, el hombre interior se mantiene completamente libre de ello e inmóvil. Resulta que en Cristo hubo también un hombre exterior y un hombre interior, y lo mismo (vale) para Nuestra Señora; y todo cuanto Cristo y Nuestra Señora dijeron alguna vez sobre cosas externas, lo hicieron según el hombre exterior, y el hombre interior se mantenía en un desasimiento inmóvil. Y así habló (también) Cristo cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34), y pese a todos los lamentos de Nuestra Señora y a otras cosas que hacía, su intimidad siempre se mantuvo en inmóvil desasimiento. Escucha para ello una comparación: Una puerta se abre y cierra en un gozne. Ahora comparo la hoja externa de la puerta al hombre exterior y el gozne al hombre interior. Entonces, cuando la puerta se abre y cierra, la hoja exterior se mueve de acá para allá y el gozne permanece, no obstante, inmóvil en el mismo lugar y esto es la causa de que no cambie nunca. Lo mismo sucede en nuestro caso, supuesto que lo sepas entender bien. ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Mas, ahora pregunto yo: ¿ cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración. En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: «Son muchos quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue» (Cfr. 1 Cor. 9, 24) – todas las potencias del alma corren para obtener la corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia – Dionisio dice pues: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también a la palabra pronunciada por Agustín: El alma tiene una entrada secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho por un maestro: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente: Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas las cosas? te contesto (con una cita) del Libro de la Sabiduría; allí dice: «¡Busco descanso en todas las cosas!» (Eclesiástico 24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada, se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y es también lo más susceptible del influjo divino. En esto pensó San Pablo cuando dijo: «¡Revestíos de Jesucristo!» (Rom. 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo. Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí (el ser de) determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo, y de esta manera te has revestido de Cristo. ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Quien quiere reconocer, pues, la nobleza y la utilidad del perfecto desasimiento, que se fije en las palabras de Cristo relativas a su humanidad cuando dijo a sus discípulos: «Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá a vosotros» (Juan 16, 7). Es justamente como si dijera: Habéis proyectado demasiado placer en mi apariencia presente, por ello no podéis tener el placer perfecto del Espíritu Santo. Por eso, despojaos de las imágenes y uníos con la esencia carente de forma, ya que el consuelo espiritual de Dios es sutil; de ahí que no sea ofrecido a nadie que no haya renunciado al consuelo terrestre. ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

¡Prestad atención, pues, todas las personas sensatas! Nadie está más animado que aquel que se mantiene en el mayor desasimiento. Nunca puede haber consuelo corpóreo y terrestre sin perjuicio espiritual, «porque la carne tiene deseos contrarios contra el espíritu y el espíritu contra la carne» (Gal. 5, 17). Por ende, quien siembra un amor desordenado en la carne (Cfr. Gal. 6, 8) cosecha la muerte eterna; y quien siembra en el espíritu un amor como corresponde, cosecha del espíritu la vida eterna. Por lo tanto, cuanto más rápido el hombre huya de lo creado, tanto más rápido correrá a su encuentro el Creador. ¡En este punto, prestad atención, todas las personas sensatas! Como el placer que podríamos sentir ante la apariencia corpórea de Cristo le pone trabas a nuestra susceptibilidad frente al Espíritu Santo, ¡cuánto mayores serán las trabas que nos pone frente a Dios el placer desordenado con el que anhelamos perecederos consuelos! por eso, el desasimiento es lo mejor de todo, ya que purifica el alma y acendra la conciencia e inflama el corazón y despierta el espíritu y agiliza el ansia y conoce a Dios y aparta a la criatura y se une con Dios. ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

¡Ahora, prestad atención, todas las personas sensatas! El animal más rápido que os lleva a esta perfección, es el sufrimiento, porque nadie goza más de la eterna dulzura que aquellos que se hallan con Cristo en medio de la mayor de las amarguras. No hay nada más bilioso que el sufrir y no hay nada más melifluo que el haber-sufrido; ante la gente, nada desfigura más al cuerpo que el sufrimiento, mas ante Dios, nada adorna más al alma que el haber-sufrido. El fundamento más firme sobre el cual puede erguirse esta perfección, es la humildad porque el espíritu de aquel cuya naturaleza se arrastra aquí en el rebajamiento máximo, levanta vuelo hacia lo más elevado de la divinidad, pues el amor trae sufrimiento y el sufrimiento trae amor. Y por lo tanto, quien desea alcanzar el perfecto desasimiento, que corra tras la perfecta humildad, así se acercará a la divinidad. ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

¡Ah, prestad atención! ¿Quiénes eran las personas que compraban y vendían, y quiénes son hoy en día? ¡Escuchadme bien! Ahora hablaré en mi sermón tan sólo de gente buena. Sin embargo, indicaré esta vez quiénes eran los mercaderes y quiénes siguen siéndolo, esos que compraban y vendían y (los que) continúan haciéndolo de la misma manera, (y) a quienes Nuestro Señor echó a golpes expulsándolos y lo sigue haciendo aún hoy en día con todos cuantos compran y venden en este templo: no quiere que ni uno solo (de ellos) permanezca adentro. Mirad, mercaderes son todos aquellos que se cuidan de no cometer pecados graves y les gustaría ser buenos y, para la gloria de Dios, ellos hacen sus obras buenas, como ser, ayunar, estar de vigilia, rezar y lo que hay por el estilo, cualquier clase de obras buenas, mas las hacen para que Nuestro Señor les dé algo en recompensa o para que Dios les haga algo que les gusta: todos ésos son mercaderes. Esto se debe entender en un sentido burdo, porque quieren dar una cosa por otra y de esta manera pretenden regatear con Nuestro Señor. Con miras a tal negocio se engañan. Pues, todo cuanto poseen y todo cuanto son capaces de obrar, si lo dieran todo por amor de Dios y obrasen por completo por Él, Dios en absoluto estaría obligado a darles ni a hacerles nada en recompensa, a no ser que quiera hacerlo gratuita (y) voluntariamente. Porque lo que son, lo son gracias a Dios, y lo que tienen, lo tienen de Dios y no de sí mismos. Por lo tanto, Dios no les debe nada, ni por sus obras ni por sus dádivas, a no ser que quisiera hacerlo voluntariamente como merced y no a causa de sus obras ni de sus dádivas, porque no dan nada de lo suyo (y) tampoco obran por sí mismos, según dice Cristo mismo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). Esos que quieren regatear así con Nuestro Señor, son individuos muy tontos; conocen poco o nada de la verdad. Por eso, Nuestro Señor los echó a golpes fuera del templo y los expulsó. La luz y las tinieblas no pueden hallarse juntas. Dios es la Verdad y una luz en sí misma. Por ello, cuando Dios entra en este templo, expulsa la ignorancia, o sea, las tinieblas, y se revela Él mismo mediante la luz y la verdad. Cuando se llega a conocer la Verdad, los mercaderes han desaparecido, y la verdad no apetece hacer negocio alguno. Dios no busca lo suyo, Él es libre y desasido en todas sus obras y las hace por verdadero amor. Lo mismo hace también aquel hombre que está unido con Dios; él se mantiene también libre y desasido en todas sus obras, y las hace únicamente por la gloria de Dios, sin buscar lo suyo, y Dios opera en el. ECKHART: SERMONES: SERMÓN I 3

Parece difícil aquello que mandó el Señor: que uno debe amar al hermano en Cristo como a sí mismo (Cfr. Marcos 12, 31; Mateo 22, 39). Las personas de mentalidad grosera suelen decir que la idea es ésta: uno los debería amar a ellos (los hermanos en Cristo) con miras al mismo bien por el cual uno se ama a sí propio. No, no es así. Uno debe amarlos tanto como a sí mismo y esto no es difícil. Si queréis pensarlo bien, el amor antes que mandamiento es recompensa. El mandamiento parece difícil, (pero) la recompensa es apetecible. Quien ama a Dios como ha de amarlo y también debe amarlo, quiéralo o no, y como lo aman todas las criaturas, tiene que amar a su semejante como a sí mismo, y regocijarse de sus alegrías como de sus propias alegrías, y (debe) ansiar la honra del otro tanto como la suya propia y (amar) al forastero tanto como al pariente. Y procediendo de esta manera, el hombre se halla siempre en (un estado de) alegría, honra y ventaja, y así está verdaderamente como en el reino de los cielos y siente alegría más a menudo que si se regocijara únicamente de su propio bien. Y sabed por cierto: si tu propia honra te hace más feliz que la de otro, eso está mal. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3

Si en alguna parte existiera un rey rico que tuviese una hija hermosa y la desposara con el hijo de un hombre pobre, entonces serían elevados y ennoblecidos por este hecho todos los integrantes de su estirpe. Dice, pues, un maestro: Dios se hizo hombre (y) gracias a ello todo el género humano ha sido elevado y ennoblecido. Con razón debemos regocijarnos de que Cristo, nuestro hermano, por fuerza propia haya ascendido al cielo por encima de todos los coros angelicales, y esté sentado a la diestra del Padre. Este maestro ha dicho palabras acertadas, pero yo por cierto, no daría gran cosa por ello. ¿De qué me serviría si yo tuviera un hermano que fuese un hombre rico mientras yo fuera pobre? ¿De qué me serviría si tuviera un hermano que fuera un hombre sabio mientras yo fuera un necio? ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3

Los maestros dicen por lo general que todos los hombres son igualmente nobles en su naturaleza. Pero yo digo conforme a la verdad: Todo el bien que han poseído todos los santos y María, la Madre de Dios, y Cristo, en cuanto a su humanidad, me pertenece (también) a mí en esta naturaleza. Ahora podríais preguntarme lo siguiente: Como yo en esta naturaleza poseo todo cuanto Cristo puede realizar según su humanidad ¿a qué se debe entonces que enaltezcamos a Cristo venerándolo como Nuestro Señor y Nuestro Dios? Esto se debe al hecho de que haya sido un mensajero de Dios (enviado) a nosotros, y nos ha traído nuestra salvación. La salvación que nos trajo era nuestra. Allí donde el Padre engendra a su Hijo en el fondo más entrañable, allí entra también volando esta naturaleza (humana). Ella es una y simple. Puede ser que alguna cosa se deje entrever o se apegue, pero no es lo Uno. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3

Donde termina la criatura, ahí Dios comienza a ser. Pues bien, lo único que Dios te exige, es que salgas de ti mismo, en cuanto a tu índole de criatura, y que permitas a Dios ser Dios dentro de ti. La menor imagen de lo creado, que en algún instante se forma dentro de ti, es tan grande como lo es Dios. ¿Por qué? Porque te impide (tener) un Dios entero. Justamente allí donde entra la imagen, Dios debe retirarse así como toda su divinidad. Mas, donde sale la imagen, allí entra Dios. Él desea tanto que tú salgas de ti mismo, en cuanto a tu índole de criatura, como si de ello dependiera toda su bienaventuranza. Pues bien, mi querido hombre, ¿qué daño te hace si le permites a Dios que sea Dios dentro de ti? Sal completamente de ti mismo por amor de Dios, luego Dios saldrá por completo de sí mismo por amor de ti. Cuando estos dos salen, entonces lo que queda es un Uno simple. En este Uno el Padre engendra a su Hito dentro del manantial más íntimo. Allí sale floreciendo el Espíritu Santo y allí surge dentro de Dios una voluntad que pertenece al alma. La voluntad es libre mientras no se halla afectada por ninguna criatura y por nada que sea criaturidad. Cristo dice: «Nadie asciende al cielo sino Aquel que ha bajado del cielo» (Juan 3, 13). Todas las cosas fueron creadas de (la) nada; por eso su verdadero origen es (la) nada, y en cuanto esta noble voluntad se inclina hacia las criaturas, en tanto se derrama con ellas en su nada. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3

Esta palabra está escrita en el Evangelio y dice en lengua vulgar: «Un hombre noble marchó a una región lejana, apartándose de sí mismo, y regresó enriquecido» (Lucas 19, 12). Ahora bien, leemos en uno de los Evangelios que Cristo dijo: «Nadie podrá ser mi discípulo que no venga en pos de mí» y haya renunciado a sí mismo sin retener nada para sí mismo (Cfr. Lucas 14, 27); y semejante (hombre) posee todas las cosas ya que no poseer nada equivale a tenerlo todo. Mas, someterse a Dios con ansias y de todo corazón y poner su voluntad enteramente en la voluntad de Dios sin echar ninguna mirada a la criaturidad: quien haya «salido» así de sí mismo, de veras será devuelto a sí mismo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3

Tres son las causas por las que el alma debe odiarse a sí misma. Una causa es: he de odiarla en cuanto es mía; pues en cuanto es mía, no es de Dios. La segunda (causa): porque mi alma no se halla totalmente ubicada y plantada en Dios y hecha a su imagen. Dice Agustín: Quien quiere que Dios le pertenezca, antes debe hacerse propiedad de Dios, y esto ha de ser así necesariamente. La tercera causa es: Si el alma gusta de sí misma, en cuanto alma, y si Dios le gusta junto con el alma, está mal hecho. Dios le debe gustar en Él mismo, porque se halla completamente por encima de ella. Fue eso que dijo Cristo: «Quien ama a su alma, la perderá» (Juan 12, 25). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVII 3

Nuestro Señor se dirigió a una ciudad, llamada Naín, y con Él iban una muchedumbre y también los discípulos. Cuando llegó al portón (de la ciudad) estaban sacando de ahí a un joven muerto, hijo único de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó el féretro donde yacía el muerto, y dijo: «Joven, yo te digo ¡levántate!». El joven se incorporó y en seguida comenzó a hablar gracias a (su inherente) semejanza (con el Verbo divino = Cristo), diciendo que había resucitado merced a la Palabra eterna (Lucas 7, 11 a 15). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3

El mar, ¿por qué se llama «furia»? Porque se enfurece y está inquieto. «Ordenó a sus discípulos que subieran». Quien quiere escuchar al Verbo y llegar a ser discípulo de Cristo, tiene que subir y elevar su entendimiento por encima de todas las cosas corpóreas, y debe cruzar la «furia» de la inconstancia (inherente) a las cosas perecederas. Mientras existe alguna volubilidad, ya sea astucia o ira o tristeza, ella tapa el entendimiento de modo que no puede escuchar al Verbo. Dice un maestro: Quien ha de entender las cosas naturales y aun las materiales, debe desnudar su conocimiento de todas las demás cosas. Yo ya he dicho varias veces (lo siguiente): Cuando el sol vierte su luz sobre las cosas corpóreas, entonces transforma aquello a que puede abrazar, en (vapor) fino y lo alza consigo: si la luz del sol fuera capaz de hacerlo, lo elevaría hasta el fondo de donde ella ha emanado. Mas, cuando lo alza por el aire y (el vapor) se ha extendido en sí mismo y calentado por obra del sol y luego (cuando) sube hacia el frío, sufre un revés por el frío y se precipita en (forma de) lluvia o nieve. Así sucede con el Espíritu Santo: levanta al alma y la eleva y alza junto con Él, y si ella estuviera preparada, la levantaría hasta el fondo de donde Él ha emanado. Así acaece cuando el Espíritu Santo mora en el alma: entonces ella sube porque Él la alza junto consigo. Mas, cuando el Espíritu Santo se retira del alma, ella cae hacia abajo porque aquello que es de la tierra, cae hacia abajo; pero aquello que es de fuego, va girando hacia arriba. Por ello, el hombre debe haber pisoteado todas las cosas que son terrestres, y todo cuanto pueda encubrir el entendimiento para que no quede nada que no sea igual al conocimiento. Si (el alma) obra (sólo) en el conocimiento, es igual a éste. El alma que de tal manera ha ido más allá de todas las cosas, es elevada por el Espíritu Santo y Él la alza junto consigo hasta el fondo de donde Él emanó. Ah sí, la lleva a su imagen eterna de donde ella ha surgido, a esa imagen según la cual el Padre ha configurado todas las cosas, a esa imagen en la cual todas las cosas son uno, a la extensión y profundidad en las cuales vuelven a terminar todas las cosas. Quien quiere llegar a este (punto), escuchar al Verbo y ser discípulo de Jesús, la salvación, debe haber pisoteado todas las cosas que son desiguales (a la imagen). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3

¡Ahora prestad atención! Dice San Pablo: Cuando miramos con el rostro descubierto el esplendor y la claridad de Dios, somos re-formados e in-formados en la imagen que es toda una imagen de Dios y de la divinidad (Cfr. 2 Cor. 3, 18). Cuando la divinidad se entregó enteramente al entendimiento de Nuestra Señora, ésta recibió a Dios en su seno porque era desnuda y pura; y lo que brotó de la superabundancia divina fluyó en el cuerpo de Nuestra Señora, y por obra del Espíritu Santo se formó un cuerpo en el cuerpo de Nuestra Señora. Y si ella no hubiera llevado la divinidad en el entendimiento, nunca lo habría concebido (a Cristo) corpóreamente. Dice un maestro: Es una merced especial y un gran don el que uno vuele hacia arriba con el ala del conocimiento y eleve el entendimiento al encuentro de Dios, y que sea llevado de claridad en claridad y con claridad en claridad (Cfr. 2 Cor. 3, 18). El entendimiento del alma es lo más elevado del alma. Cuando ésta se halla afirmada en Dios, el Espíritu Santo la introduce en la imagen y la une con ella. Y con la imagen y el Espíritu Santo se la hace pasar y se la introduce en el fondo. Allí donde se halla in-formado el Hijo, allí habrá de ser in-formada también el alma. A ella que de tal manera es introducida y concentrada y centrada en Dios, le obedecen todas las criaturas, como (le sucedió) a San Pedro: Mientras sus pensamientos estaban concentrados y centrados con simpleza en Dios, el mar se unía bajo sus pies de modo que él caminaba sobre el agua (Cfr. Mateo 14, 29 ss.), mas, cuando fijó su pensamiento en lo de abajo, se fue hundiendo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3

Dice San Pablo: «Acoged en vosotros, introducid en vuestro fuero íntimo a Cristo)» (Cfr. Romanos 13, 14). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3

Al desasirse el hombre de sí mismo, acoge a Cristo, Dios, bienaventuranza, beatitud y santidad. Si un muchacho contara cosas extrañas, se las creerían; San Pablo, en cambio, promete grandes cosas y apenas se las creéis. En caso de que te despojes, te promete (que encontrarás a). Dios, (la) bienaventuranza y (la) santidad. Es sorprendente: si el hombre se ve obligado a desasirse, entonces, al hacerlo él introduce en su fuero íntimo a Cristo y (la) santidad y (la) bienaventuranza, y es muy grande. El profeta se maravilla de dos cosas. En primer lugar, de lo que opera Dios con las estrellas, con la luna y el sol. En segundo lugar, su asombro se refiere al alma: de que Dios hiciera y siga haciendo cosas tan grandes con ella y por medio de ella, porque hace cuanto puede por amor de ella. Hace muchas cosas grandes a causa de ella y se dedica completamente a ella y esto se debe a la grandeza con que fue creada (Cfr. Salmo 8, 2ss.). ¡Fijaos pues, en lo grande que la ha hecho! Compongo una letra según la imagen que corresponde a la letra dentro de mí, en mi alma, pero no según mi alma. Lo mismo sucede con Dios. Dios ha creado todas las cosas en general, según la imagen de todas las cosas (vale decir: las ideas), la que abarca dentro de sí, y no según Él mismo. A algunas las ha hecho en especial según algo que emana de Él, como ser (la) bondad, (la) sabiduría y cuanto se enuncia de Dios. Pero al alma no la ha creado sólo según la imagen que se halla dentro de Él, ni según aquello que de Él emana (y) se enuncia de Él, sino que la ha hecho según Él mismo, ah sí, de acuerdo con todo cuanto Él es según su naturaleza, su esencia y su obra emanante e inmanente (inneblîbend), y según el fondo donde permanece en sí mismo, donde está engendrando a su Hijo unigénito, del cual sale floreciendo el Espíritu Santo: según esta obra emanante (e) inmanente Dios ha creado al alma. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3

Dicen los maestros que la naturaleza humana nada tiene que ver con el tiempo y que es completamente intangible y le resulta mucho más entrañable y cercana al hombre de lo que es él para sí mismo. Y por ello, Dios adoptó la naturaleza humana y la unió a su persona. Entonces, la naturaleza humana llegó a ser Dios porque Él adoptó la naturaleza humana pura y no (la de) ningún hombre. Por eso, si tú quieres ser el mismo Cristo y Dios, despójate de todo cuanto el Verbo eterno no aceptó para sí. El Verbo eterno no aceptó para sí a ningún hombre; por eso, despójate de lo que tienes de ser humano y de lo que eres tú y tómate desnudo, de acuerdo con la naturaleza humana, así serás lo mismo en el Verbo eterno que es en Él la naturaleza humana. Porque entre la naturaleza humana tuya y la suya no hay diferencia, es una sola, ya que es en Cristo lo que es en ti. Por eso dije en París que en el hombre justo se cumple lo que dijeron en cualquier momento (con respecto a Cristo) las Sagradas Escrituras y los profetas; porque si tú andas bien, se cumple en ti todo cuanto está dicho en las Alianzas Antigua y Nueva. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3

¿Cómo has de andar bien? Esto debe comprenderse de dos maneras según la palabra del profeta que dice: «(Al llegar) la plenitud del tiempo, el Hijo fue enviado» (Gálatas 4, 4). (La) «plenitud del tiempo» existe en dos aspectos. Una cosa está «plena» cuando se halla en su punto final, así como el día está «pleno» cuando anochece. Del mismo modo, cuando todo el tiempo se desprende de ti, el tiempo está «pleno». El otro (aspecto) se da cuando el tiempo llega a su fin, es decir, la eternidad; porque entonces todo el tiempo termina, pues allí no hay ni antes ni después. Allí todo cuanto existe, se halla presente y es nuevo, y allí abarcas, en una contemplación presente, aquello que sucedió, y que habrá de suceder, en cualquier momento. Allí no existe ni antes ni después, allí todo está presente; y en esa contemplación presente estoy poseyendo todas las cosas. Esta es «plenitud del tiempo», y así ando bien encaminado y soy verdaderamente el hijo único y Cristo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3

Digo yo: (La) humanidad y (el) hombre son (dos cosas) distintas. (La) humanidad en sí misma es tan noble que lo más elevado de ella tiene similitud con los ángeles y parentesco con la divinidad. La unión máxima que ha tenido Cristo con el Padre, me resulta asequible con tal de que sepa deshacerme de lo proveniente de esto o aquello, siendo capaz de entenderme como humanidad. Todo cuanto Dios ha dado alguna vez a su Hijo unigénito, me lo ha dado a mí tan completamente como a Él, y nada menos, sino que me lo ha dado en mayor medida: a mi humanidad en Cristo le dio más que a Él, porque a Él no se lo dio; a mí me lo ha dado y no a Él; no se lo dio, ya que Él lo poseyó en el Padre desde la eternidad. Si te golpeo, golpeo en primer término a un Burcardo o a un Enrique y sólo luego golpeo al ser humano. Mas Dios no hizo tal cosa; Él adoptó primero la humanidad. ¿Quién es un hombre? Un hombre que tiene su nombre propio de Jesucristo. Y por lo tanto dice Nuestro Señor en el Evangelio: «Quien toca a uno de éstos aquí, toca el ojo mío» (Cfr. Zacarías 2,8). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3

Dice San Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que están arriba, allí donde Cristo está sentado a la diestra de su Padre, y gustad de las cosas que están arriba y no permitáis que os gusten las cosas que se hallan en la tierra» (Colos. 3, 1 s). Luego pronuncia otra palabra: «Estáis muertos y vuestra vida está oculta junto con Cristo en Dios» en el cielo (Colos. 3, 3). En tercer (lugar), las mujeres buscaban a Nuestro Señor en la tumba. Entonces, encontraron a un ángel «cuyo semblante era como un relámpago y su vestidura (era) blanca como la nieve y él dijo a las mujeres: “¿A quién buscáis? ¿Buscáis a Jesús que ha sido crucificado?… no está aquí”» (Cfr. Mateo 28, 1 Ss. y Lucas 24, 5 s.). Porque Dios no está en ninguna parte. De lo ínfimo de Dios todas las criaturas están repletas, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Ellas no le contestaron, pues cuando no hallaron a Dios, el ángel les disgustó. Dios no se halla ni acá ni allá ni en (el) tiempo ni en (el) espacio. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

Ahora bien, San Pablo dice: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que están arriba». Con respecto a la primera palabra (=habéis resucitado) piensa en dos significados. Alguna gente resucita a medias, se ejercita en una virtud y no en otra. Hay otros, poco nobles por naturaleza, que están ansiosos por las riquezas. Otros son más nobles por naturaleza y no se fijan en los bienes, pero quieren obtener honores. Dice un maestro que todas las virtudes necesariamente se dan en estrecha unión. Si bien sucede que un hombre esté más dispuesto a ejercitarse en una virtud que en las otras, todas están unidas, necesariamente, como una sola cosa. Ciertas personas resucitan del todo, mas no resucitan con Cristo. Por eso, todo cuanto es propio de uno, tiene que resucitar por completo. Por otra parte, se hallan algunas personas que resucitan del todo con Cristo; pero quien haya de experimentar un verdadero renacimiento con Cristo, tendrá que ser muy sabio. Los maestros dicen que es verdadera la resurrección cuando una persona ya no muere más. En ninguna parte existe una virtud tan grande como para que no se encuentre alguna gente que la haya puesto en práctica con fuerza natural, porque a menudo la fuerza natural opera signos maravillosos y milagros. Si se han visto también en los paganos todas las obras exteriores que alguna vez se han comprobado en los santos. Por eso dice (San Pablo): Debéis resucitar con Cristo porque Él se halla arriba, adonde no puede llegar ninguna naturaleza. Aquello que es nuestro, debe resucitar por completo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

Existen tres señales (para ver) si resucitamos por completo. La primera: si buscamos «las cosas que están arriba». La segunda: si nos gustan «las cosas que están arriba». La tercera: si no nos gustan «las cosas que están en la tierra». Ahora bien, San Pablo dice: «Buscad las cosas que están arriba». Pues ¿dónde y de qué modo? El rey David dice: «Buscad el rostro de Dios» (Salmo 104,4). Aquello que ha de existir (junto) con muchas cosas, necesariamente debe hallarse arriba. Aquello que produce el fuego, tiene que estar, necesariamente, por encima de lo (que enciende), como el cielo y el sol. Nuestros más insignes maestros opinan que el cielo es el lugar de todas las cosas y, sin embargo, (él mismo) no tiene lugar, ningún lugar natural, y da lugar a todas las cosas. Mi alma es indivisa y, no obstante, se encuentra del todo en cada uno de los miembros. Donde ve mi ojo, no oye mi oído; donde oye mi oído, no ve mi ojo. Lo que yo veo u oigo físicamente, se me infunde espiritualmente. Mi ojo recibe el color con la luz; pero éste no entra en el alma porque aquello (=que entra en el alma) es una reducción (del color). Todo cuanto reciben los sentidos exteriores, para que sea introducido espiritualmente, viene de arriba, de parte del ángel: éste lo estampa en la parte superior del alma. Ahora bien, nuestros maestros afirman: Aquello que se halla arriba, ordena y ubica lo inferior. Santiago dice al respecto: «Todos los dones buenos y perfectos descienden desde arriba» (Santiago 1, 17). La señal de que alguien ha resucitado por completo con Cristo, consiste en que busca a Dios por encima del tiempo. Busca a Dios por encima del tiempo quien busca sin tiempo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

Ahora dice él (San Pablo): «Buscad las cosas que están arriba». ¿Dónde se busca? «Allí donde Cristo está sentado a la diestra de su Padre». ¿Dónde está sentado Cristo? No está sentado en ninguna parte. Quien lo busca en algún lugar, no lo encuentra. Su parte menor se halla por doquier, su parte superior no está en ningún lugar. Dice un maestro: Quien conoce alguna cosa, no conoce a Dios. «Cristo» significa lo mismo que un «ungido» que está ungido con el Espíritu Santo. Los maestros dicen: El estar sentado significa lo mismo que tranquilidad, e implica: allí donde no hay tiempo. Aquello que da vueltas y cambia, no tiene tranquilidad; en segundo término: la tranquilidad no agrega nada. Nuestro Señor dice: «Yo soy Dios y no cambio» (Malaquías 3, 6). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

Cristo está sentado a la diestra de su Padre. El mayor bien que puede ofrecer Dios, lo constituye su mano derecha. Cristo dice: «Yo soy una puerta» (Juan 10, 9). El primer efluvio violento y el primer derretimiento, allí donde Dios se derrite (sucede) donde se derrite en su Hijo y allí, Éste vuelve a derretirse en el Padre. Yo dije un buen día que la puerta es el Espíritu Santo: a través de ella se derrite en (su) bondad en todas las criaturas. Donde hay un hombre natural, éste comienza a obrar con «la mano derecha». Dice un maestro que el cielo recibe inmediatamente de Dios. Otro maestro dice que no es así: porque Dios es un espíritu y una luz acendrada; por eso, aquello que ha de recibir inmediatamente de Dios, ha de ser, con necesidad, un espíritu y una luz acendrada. Dice un maestro: Es imposible que alguna cosa corpórea sea susceptible del primer efluvio violento allí donde emana Dios, si no es una luz o un espíritu acendrado. El cielo se halla por encima del tiempo y es la causa del tiempo. Un maestro dice que el cielo, en su naturaleza, es tan noble que no puede degradarse a ser la causa del tiempo. En su naturaleza no puede ser causa del tiempo; (pero), en su trayectoria es la causa del tiempo, es decir, en la deserción (de la naturaleza) del cielo, (mas) él mismo es atemporal. Mi color no es mi naturaleza, antes bien, es una deserción de mi naturaleza, y nuestra alma se halla muy por encima y «está oculta en Dios». Entonces no digo solamente: por encima del tiempo, sino «oculta en Dios». ¿Es esto lo que significa el cielo? Todo cuanto es corpóreo es una deserción y un azar y un rebajamiento. El rey David dice: «Ante la vista de Dios, mil años son como un día que ha pasado» (Salmo 89, 4); porque todo cuanto es futuro y cuanto ha pasado se halla todo allá en un solo «ahora». ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio: «¡Permaneced en mí!» (Juan 15, 4), y en la Epístola se enuncia otra palabra: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría» (Eclesiástico 14, 22). Y estas dos palabras coinciden: la palabra de Cristo: «¡Permaneced en mí!» y la palabra de la Epístola: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría». ECKHART: SERMONES: SERMÓN XL 3

Quien de tal modo permanece en Él, posee cinco cosas. La primera: que entre él y Dios no hay diferencia, sino que son uno. Los ángeles son muchos, sin número, porque no constituyen ningún «número individual», ya que carecen de número; esto se debe a su gran simpleza. Las tres personas en Dios son tres sin número, pero constituyen una multiplicidad. Mas, entre el hombre y Dios no sólo no existe ninguna diferencia, sino que no hay tampoco una multiplicidad; ahí no hay sino uno… La segunda (cosa) consiste en que él está obteniendo su bienaventuranza allí en la pureza donde la toma Dios mismo, y halla en ella su apoyo… La tercera (cosa) es que posee un saber junto con el saber divino y un obrar junto con el obrar divino y un conocimiento junto con el conocimiento divino… La cuarta es que Dios nace todo el tiempo en ese hombre. ¿Cómo nace Dios todo el tiempo en ese hombre? ¡Observad lo siguiente! Cuando el hombre desnuda y de-vela la imagen divina que Dios ha creado en él por naturaleza, entonces la imagen de Dios llega a revelarse en él. Pues en el nacimiento se conoce la revelación de Dios; porque el que el Hijo se llame nacido del Padre, se debe a que el Padre le revela su secreto al modo paternal. Y por eso, cuanto más y cuanto más claramente el hombre desnuda en sí la imagen de Dios, tanto más claramente nace Dios en él. Y entonces el nacimiento de Dios se debe concebir siempre de acuerdo con el hecho de que el Padre de-vela la imagen pura y resplandece en ella… La quinta (cosa) es que el hombre nace todo el tiempo en Dios. ¿Cómo nace el hombre todo el tiempo en Dios? ¡Observad lo siguiente! Por el desnudamiento de la imagen en el hombre, éste se va asemejando a Dios, porque por la imagen el hombre es semejante a la imagen divina que es Dios en su pureza de acuerdo con su esencia. Y cuanto más se desnuda el hombre, tanto más se asemeja a Dios, y cuanto más se asemeja a Dios, tanto más se une con Él. Y por ende, el nacimiento del hombre en Dios, siempre se ha de concebir en el sentido de que el hombre con su imagen está resplandeciendo en la imagen divina, que es Dios desnudo en su esencia (imagen) con la cual el hombre es uno. Por lo tanto, la unidad del hombre y de Dios se debe concebir de acuerdo con la semejanza de la imagen; porque el hombre se parece a Dios con respecto a la imagen. Y por ello: si se dice que el hombre es uno con Dios y es Dios de acuerdo con la unidad, se lo percibe según la parte de la imagen, en la cual se asemeja a Dios, y no según el hecho de que ha sido creado. Pues, si se lo toma por Dios, no se lo hace según su criaturidad; porque si se lo toma por Dios no se niega la criaturidad en el sentido de que la negación se considere como aniquilación de la criaturidad, sino que ha de considerárselo como enunciado relativo a Dios, con el cual se le quita a Él (la criaturidad). Pues Cristo que es Dios y hombre, cuando se lo percibe según la humanidad, no se toma en consideración la divinidad, mas no de modo que se niegue la divinidad, sólo que ésta no se considera en tal percepción. Y así ha de comprenderse la palabra de Agustín cuando dice: «Lo que ama el hombre, esto es el hombre. Si ama una piedra, es una piedra, si ama un hombre, es un hombre, si ama a Dios… ahora no me atrevo a continuar, pues si yo dijera que entonces sería Dios, podríais lapidarme. Pero os remito a la Escritura». Y por ello, cuando el hombre en el amor se adecua enteramente a Dios, entonces se le quita su imagen y se lo in-forma y se lo transforma en imagen dentro de la uniformidad divina, en la cual es uno con Dios. Todo esto lo posee el hombre por la permanencia dentro (de Él)4. Ahora bien, prestad atención al fruto que da el hombre en ese caso. Es el siguiente: cuando es uno con Dios, produce junto con Dios a todas las criaturas y trae la bienaventuranza a todas las criaturas en la medida en que es uno con Él. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XL 3

San Lucas escribe en el Evangelio: «Cuando se cumplieron los días, Cristo fue llevado al templo. Y fijaos que allí en Jerusalén había un hombre llamado Simeón, éste era justo y temeroso de Dios; esperaba la consolación del pueblo de Israel y en él estaba el Espíritu Santo» (Cfr. Lucas 2, 22 ss.). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIV 3

Ahora ¡prestad atención! Nadie puede conocer al Padre sino su único Hijo, porque Él mismo dice que: «Nadie conoce al Padre sino su Hijo, y nadie conoce al Hijo sino su Padre» (Cfr. Mateo 11, 27). Y por ende: si el hombre ha de conocer a Dios, en lo cual consiste su eterna bienaventuranza, entonces tiene que ser junto con Cristo un único hijo del Padre; y por eso: si queréis ser bienaventurados, debéis ser un solo hijo, no muchos hijos sino un solo hijo. Habéis de ser bien distintos según el nacimiento carnal, mas en el nacimiento eterno debéis ser uno solo, porque en Dios no hay nada más que un solo origen natural; y por eso no existe ahí nada más que una sola emanación natural del Hijo, no dos sino una. Por lo tanto: si habéis de ser un único hijo, junto con Cristo, debéis constituir una única emanación junto con el Verbo eterno. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3

El hombre ¿cómo puede llegar a ser un único hijo del Padre? ¡Observad lo siguiente! El Verbo eterno no asumió (la naturaleza de) este hombre o aquél, sino que asumió una naturaleza humana libre (e) indivisa que era pura sin rasgo (individual): porque la forma simple de la humanidad carece de rasgos (individuales). Y a causa de esto, porque en la asunción la naturaleza humana fue asumida por el Verbo eterno, simplemente, sin rasgos (individuales), la imagen del Padre, que es el Hijo eterno, se convirtió en imagen de la naturaleza humana. Pues, así como es verdad que Dios se hizo hombre, también es verdad que el hombre se hizo Dios. Y, por consiguiente, la natura humana está transformada, en cuanto se ha convertido en la imagen divina, que es (la) imagen del Padre. Entonces: si habéis de ser un único hijo, debéis desasiros y separaros de todo cuanto provoca diferenciación en vosotros. Porque el hombre (individual) es un accidente de la naturaleza (humana), y por lo tanto separaos de todo cuanto es accidente en vosotros, y consideraos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. Y luego, por cuanto la misma naturaleza – según la cual os consideráis – se ha convertido en Hijo del Padre eterno, gracias a la asunción por el Verbo divino, llegaréis (cada uno) a ser hijo del Padre eterno junto con Cristo ya que os consideráis de acuerdo con la misma naturaleza que allí (= en Cristo) se hizo Dios. Por eso, cuidaos de (no) consideraros como sois acaso ese hombre o aquél, sino concebíos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. En consecuencia: si queréis ser un solo hijo, separaos de cualquier «no», porque el «no» produce diferenciación. ¿Cómo? ¡Fijaos! Por el hecho de que no seas aquel hombre, el «no» produce una diferenciación entre tú y aquel hombre. Y por consiguiente: si queréis carecer de diferenciación, libraos del «no». Porque en el alma hay una potencia separada del «no», ya que no tiene nada en común con cosa alguna; porque en esta potencia no hay nada fuera de Dios solo: Él arroja, desnudo, su luz en esta potencia. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3

Ahora fijaos empeñosamente en esta palabra que dijo Cristo: «Mayor es la bienaventuranza del hombre que escucha. mi palabra y la guarda, antes que del seno que me llevó y de los pechos que mamé». Si yo hubiera dicho estas palabras y fueran las mías propias, según las cuales es más bienaventurado aquel que escucha la palabra de Dios y la guarda, de lo que lo es María a causa del Nacimiento por el cual es la madre carnal de Cristo… repito, si yo lo hubiera dicho, la gente se sorprendería. (Pero) resulta que lo dijo Cristo mismo. Por eso hay que creérselo a Él en cuanto verdad, porque Cristo es la Verdad. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora fijaos en qué es lo que oye «quien escucha la palabra divina». Escucha a Cristo nacido del Padre en completa igualdad con el Padre y habiendo adoptado nuestra humanidad. (Ambas cosas) se hallan unidas en su persona. Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo: he aquí la palabra que escucha íntegramente quien escucha la palabra de Dios y la guarda con toda perfección. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

San Gregorio nos prescribe cuatro puntos que debe observar el hombre que ha de «escuchar y guardar la palabra de Dios». El primero es que se debe haber mortificado él mismo con respecto a todo deseo carnal, habiendo aniquilado en su fuero íntimo todas las cosas perecederas, y él mismo también debe estar muerto para todo lo perecedero. Segundo: que se halle totalmente y para siempre elevado hasta Dios con conocimiento y amor y con ternura verdadera (e) íntegra. El tercer punto consiste en que no le haga a nadie lo que le apenaría que se lo hicieran a él. El cuarto punto implica que sea generoso en cuanto a las cosas materiales y bienes espirituales, que lo dé todo generosamente. Hay muchas personas que aparentan dar y en verdad no lo hacen. Son aquellos que dan sus dones a quienes tienen más que ellos del don que dan, donde acaso ni se apetece ese (regalo), o donde aspiran que a trueque de su don se les haga algún servicio o se les devuelva algo en cambio o se les reverencie. El don de semejante gente se llamaría, más propiamente, una petición en vez de un don, porque en verdad no dan nada. Nuestro Señor Jesucristo era libre y pobre en todos sus dones que nos dio caritativamente: en todos sus dones no buscó nada suyo, más aún: aspiraba sólo a (la) loa y gloria del Padre y a nuestra bienaventuranza, y por el amor verdadero se entregó Él mismo a la muerte. El hombre, pues, que quiere dar por amor de Dios, ha de dar los bienes materiales puramente por Dios de modo que no piense en (recibir) ni un servicio ni una retribución ni honras perecederas, y que no busque para sí nada que no sea (la) loa y (la) honra de Dios, y que, por amor de Dios, ayude a su prójimo necesitado de alguna cosa para su sustento. Y del mismo modo habrá de dar también los bienes espirituales, allí donde sabe que su hermano en Cristo los recibe de buen grado para corregir así su vida por amor de Dios, y no ha de apetecer ni agradecimiento ni recompensa de ese hombre ni ventaja alguna y tampoco debe pedir ninguna recompensa de parte de Dios por el servicio (prestado), excepto que Dios sea loado. De tal modo ha de mantenerse libre con respecto a su dádiva, tal como Cristo permaneció libre y pobre con respecto a todos sus dones que nos dio. Dar de este modo significa dar en realidad. Quien cumple con estos cuatro puntos, puede confiar de veras en que ha escuchado y también guardado la palabra de Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Toda la santa Cristiandad le atribuye gran honra y dignidad a Nuestra Señora por haber sido la madre carnal de Cristo; y así corresponde. La santa Cristiandad implora su gracia y ella puede obtenerla (de Dios) y esto corresponde. Y si la santa Cristiandad le rinde honores tan grandes, como corresponde, mucha más alabanza y honor puede rendir la santa Cristiandad a aquel hombre que ha escuchado y guardado la palabra divina, porque él es todavía más bienaventurado de lo que es Nuestra Señora por el (mero) hecho de ser la madre carnal de Cristo, según dijo Cristo mismo. Tanta honra e incontablemente más recibe el hombre que escucha y guarda la palabra divina. Este preámbulo os lo he dicho para que os concentréis mientras tanto. Perdonadme por haberos detenido de tal manera. Ahora quiero predicar. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Tomamos del Evangelio tres pasajes; sobre ellos quiero predicaros. El primero reza: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». El otro dice: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto» (Juan 12, 24 ss.). El tercero (se refiere a) que Cristo dijo: «Entre los hijos nacidos de mujer, nadie es mayor que Juan Bautista» (Cfr. Mateo 11, 11). Por de pronto paso por alto los dos últimos (pasajes) y hablo del primero. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Y Cristo dijo: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». ¡Ahora fijaos empeñosamente en este significado! El Padre mismo no escucha nada fuera del susodicho Verbo, no conoce nada más que este Verbo, no dice nada más que este mismo Verbo, no engendra nada más que este mismo Verbo. En este mismo Verbo escucha el Padre y conoce el Padre y engendra a sí mismo y también a este mismo Verbo y a todas las cosas y a su divinidad, totalmente hasta el fondo, a sí mismo de acuerdo con la naturaleza, y a este Verbo con la misma naturaleza en otra persona. ¡Ea, fijaos ahora en este modo de hablar! El Padre enuncia, racionalmente, con fecundidad su propia naturaleza íntegra en su Verbo eterno. No es que pronuncie el Verbo voluntariamente, como un acto de voluntad, como cuando se dice o se hace algo a fuerza de voluntad, y a causa de esa misma fuerza uno también podría omitirlo si quisiera. Así no son las cosas con el Padre y con su Verbo eterno, sino que Él, quiéralo o no, debe pronunciar, y engendrar sin cesar, este Verbo, porque se halla de manera natural junto al Padre como una raíz (de la Trinidad), dentro de la naturaleza del Padre, tal como es el Padre mismo. Mirad, por ello el Padre pronuncia el Verbo voluntariamente y no por (fuerza de) la voluntad, y naturalmente y no por (fuerza de) la naturaleza. En este Verbo el Padre enuncia mi espíritu y tu espíritu y el espíritu de cada hombre (como) igual al mismo Verbo. En este mismo (acto de) hablar tú y yo somos (cada uno) un hijo por naturaleza, de Dios como (lo es) el mismo Verbo. Pues, según dije antes: El Padre no conoce nada fuera de este mismo Verbo y de sí mismo y de toda la naturaleza divina y de todas las cosas en este mismo Verbo, y todo cuanto conoce en Él es igual al Verbo y es, por naturaleza, el mismo Verbo en la Verdad. Cuando el Padre te da y te revela este conocimiento, te da de veras (y) del todo su vida y su ser y su divinidad en la Verdad. En esta vida, el padre, (o sea) el padre carnal, le comunica su naturaleza a su hijo, mas no le da su propia vida ni su propio ser, porque el hijo tiene otra vida y un ser distinto del que tiene el padre. Este hecho se demuestra por lo siguiente: El padre puede morir y el hijo, vivir; o, el hijo puede morir y el padre, vivir. Si los dos tuvieran una sola vida y un solo ser, tendría que suceder necesariamente que ambos muriesen o viviesen juntos, ya que la vida y el ser de ambos sería uno solo. Pero, así no es. Y por eso, cada uno es ajeno al otro y están diferenciados en cuanto a vida y ser. Si saco (el) fuego de un lugar y lo coloco en otro, por más que sea fuego, se halla dividido: éste puede arder y aquél apagarse, o éste puede apagarse y aquél arder; y por ende, no es ni uno solo ni eterno. Pero, como dije antes: El Padre en el reino de los cielos te da su Verbo eterno y en el mismo Verbo te da su propia vida y su propio ser y su divinidad toda; porque el Padre y el Verbo son dos personas y una sola vida y un solo ser indiviso. Cuando el Padre te recoge en esta misma luz para que tú contemples, de modo cognoscitivo, a esta luz en esta luz, de acuerdo con la misma peculiaridad con la cual Él, con su poder paterno, se conoce en este Verbo (= esta luz) a sí mismo y a todas las cosas, (así como conoce) al mismo Verbo, según (la) razón y (la) verdad, tal como he dicho, entonces te da poder para engendrar, junto a Él, a ti mismo y a todas las cosas y (te concede) su propio poder igual que a este mismo Verbo. Así pues, estás engendrando sin cesar, junto con el Padre por la fuerza del Padre, a ti mismo y a todas las cosas en un «ahora» presente. Dentro de esta luz, según he dicho, el Padre no conoce ninguna diferencia entre Él y tú y ninguna ventaja, ni menor ni mayor, que entre Él y su mismo Verbo. Porque el Padre y tú mismo y todas las cosas y el mismo Verbo son uno dentro de la luz. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo – según expondré ahora – es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en el cuerpo de dos maneras. Primero – según dije antes -, el alma noble junto con el Verbo eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del primer momento en que Él (= el Cristo de cuerpo y alma) fue creado y unido (con su naturaleza divina), ella (= el alma de Cristo) pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya no tenía nada que ver con él (es decir, con su cuerpo), fuera de estar unida a él y de vivir (con él). Pero su vida, (si bien) se realizaba con el cuerpo, (se hallaba) por encima del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida a el. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por un punto (de la contemplación del bien supremo), por causa de todo cuanto debía realizar la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así (y) a pesar de todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada, de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente: todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta vida por el hambre, la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia (= la de Cristo), quieren imitarlo en su vida (poniendo) todos sus esfuerzos. Mirad, ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo (que es) su alma noble, la cual en esa (condición) se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para (la) bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta (meta). Aquel hombre que intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo, para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue: cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y (tenga que soportar) muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en que Dios lo disponga, (todo) esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano de trigo, (o sea) tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos, (propio) de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad de Jesucristo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Nuestro Señor no contradice su propia palabra. Cuando elogiaba a Juan por ser mayor, quería decir que era pequeño a causa de su verdadera humildad, ésta era su grandeza. Lo sabemos por el hecho de que Cristo mismo dijera: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). Todo cuanto en nosotros son virtudes, en Dios es ser puro y su propia naturaleza. Por ello dijo Cristo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». Por humilde que fuera Juan, su virtud tenía, sin embargo, una medida, y más (allá) de esa medida no era ni más humilde ni mayor ni mejor de lo que era. Luego dijo Nuestro Señor: «Si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos», como si quisiera decir: Si hubiera alguien que sobrepasara esa humildad, aunque fuera por una pizca o por cualquier cosa, y fuese proporcionalmente más humilde que Juan, ése sería mayor en el reino de los cielos por toda la eternidad. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

¡Ahora fijaos bien! Ni Juan ni ninguno de todos los santos nos han sido señalados como fin que debemos perseguir, o como meta limitada por debajo de la cual hemos de permanecer. Sólo Cristo, Nuestro Señor, es nuestro fin, a Él hemos de seguir y (Él es) nuestra meta por debajo de la cual hemos de permanecer y a la que debemos ser unidos, iguales a Él en toda su gloria, así como nos corresponde la unificación. En el reino de los cielos no hay ningún santo tan santo ni perfecto que su vida (en esta tierra), en cuanto a sus virtudes, no se haya realizado dentro de (determinada) medida, y según esa medida es también la jerarquía de su vida eterna, y toda su perfección (en el cielo) corresponde por completo a esa medida. Por cierto (y) en verdad: si existiera un solo hombre que sobrepasara la medida correspondiente al santo más destacado que ha vivido virtuosamente y recibido por ello su bienaventuranza… si existiese, pues, un solo hombre que sobrepasara en algo esa medida de la virtud, él sería en la manifestación de la virtud todavía más santo y más bienaventurado que aquel santo lo haya sido jamás. Digo por Dios – y es tan verdadero como que Dios vive -: No hay ningún santo tan perfecto en el cielo que tú no pudieras sobrepasar el grado de su santidad con (tu) santidad y (tu forma de) vida, y que no pudieses llegar más alto que él en el cielo y permanecer (así) por la eternidad. Por eso digo: Si alguien fuera más humilde que Juan e inferior (a él), habría de ser eternamente mayor que él (= Juan) en el reino de los cielos. La verdadera humildad es esta: que un hombre con todo cuanto es por naturaleza, como ser creado de la nada, no se empeñe en nada, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, fuera de esperar la luz de la gracia. Que uno sea prudente en (su) hacer y dejar de hacer, ésta es la verdadera humildad de la naturaleza. (La) humildad del espíritu consiste en el hecho de que él (= el hombre) se adjudique o atribuya tan poco de todo el bien que Dios le hace continuamente, como hacía cuando aún no existía. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora se podría preguntar por qué ella se acercaba tanto siendo mujer, mientras los varones – uno que amaba a Dios y el otro que era amado por Dios – sentían miedo. Y aquel maestro dice: «La razón era que ella no podía perder nada porque se había entregado a Él; y como era suya, no sentía miedo». Es como si yo hubiera regalado mi capote a una persona y alguien quisiera quitárselo, entonces no sería obligación mía impedírselo ya que pertenecía a quien (se lo había dado), según he afirmado varias veces. Ella no sintió miedo por tres razones: primero, porque pertenecía a Él. Segundo, porque se hallaba muy alejada de la puerta de los sentidos y estaba ensimismada. Tercero, porque su corazón estaba junto a Él. Su corazón se hallaba donde estaba Él. Por eso, no tuvo miedo… La segunda razón por la cual ella se hallaba tan cerca – (así) explica el maestro – era la siguiente: ella anhelaba que vinieran a matarla para que su alma – ya que no podía encontrar a Dios con vida en ninguna parte – hallara a Dios en algún lugar… La tercera razón por la cual estaba tan cerca, era esta: como ella sabía bien que nadie podía ir al cielo antes de que Él mismo hubiera ascendido, y como su alma debía tener algún sostén, entonces, si hubieran venido a matarla, (habrían cumplido) su deseo para que su alma se hallara en el sepulcro y su cuerpo cerca de la tumba: (es decir) su alma adentro y su cuerpo al lado; porque abrigaba la esperanza de que Dios (= la divinidad de Cristo) hubiera atravesado la humanidad (de Cristo) y que (de esa manera) algo divino hubiera permanecido en el sepulcro. Es como si yo hubiera tenido una manzana en la mano durante algún tiempo; cuando yo soltara (la fruta), algo de ella – tanto como un aroma – perduraría en (la mano). Así abrigaba ella la esperanza de que algo divino hubiera permanecido en la tumba… La cuarta razón por la cual se hallaba muy cerca del sepulcro era la siguiente: como ella dos veces había perdido a Dios, vivo en la cruz y muerto en el sepulcro, temía que si ella se alejara del sepulcro, perdería también la tumba. Pues, si hubiera perdido (también) la tumba, ya no tendría absolutamente nada. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LV 3

Un maestro dice: Señor ¿qué es lo que has pensado al eludir por tanto tiempo a esa mujer; cuál era su culpa o qué hizo? Desde aquella vez que tú le perdonaras sus pecados, no hizo nada sino amarte (Cfr. Lucas 7, 47). (Mas) si hubiera hecho algo, perdónaselo en tu bondad… Si ella amaba tu cuerpo, sabía, sin embargo, muy bien que la divinidad se hallaba presente. Señor, apelo a tu verdad divina, de que le dijiste que nunca le serías quitado. Tienes razón porque nunca abandonaste su corazón y dijiste: «A quien te ama, lo amarás a tu vez, y te revelarás a quien se levanta temprano» (Cfr. Prov. 8, 17). Pues bien, San Gregorio dice: Si Dios (= Cristo) (todavía) hubiera sido mortal y si hubiera tenido que rehuirla tanto tiempo, se le habría destrozado completamente el corazón (a Cristo). ECKHART: SERMONES: SERMÓN LV 3

En estas palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe seguir y servir a Nuestro Señor por cuanto Él dice: «Quien me sirve, que me siga». Por ello, las palabras vienen a propósito para San Segundo, (cuyo nombre) dice lo mismo que «el que sigue a Dios», pues él (San Segundo) dejó (sus) bienes y vida y todo por amor de Dios. Así, todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede ser un estorbo para (su trato) con Dios. Dice Crisóstomo: Estas son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas corpóreas, las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y (les es) difícil y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales. Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas dulces a los oídos lo mismo que a la boca?… Porque no están hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente. En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta fácil dejar todas las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de los cielos cuando está en venta, y nada es tan noble y su posesión hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar. Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los cielos: (en especial) su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad, no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a sí mismo y a su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales. Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a su discípulo cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces dijo el discípulo: «Maestro, tu instrucción me ha enaltecido y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire». Porque todas las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto más elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo a las cosas materiales. Por eso, las cosas materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en (su) esencia. Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza con Dios, él, antes de probar o gustar (la comida), se moriría de hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al primer (punto) de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios (= Cristo). ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3

El tercer (punto) consiste en que nos fijemos en esa recompensa, (o sea) en lo que dice Nuestro Señor: «Donde estoy yo, habrá de estar conmigo mi servidor» (Cfr. Juan 12, 26). ¿Dónde se halla la morada de Nuestro Señor Jesucristo? Ella se encuentra en el ser-uno con su Padre. Es una recompensa demasiado grande el que todos cuantos lo sirven, habrán de habitar en unión con Él. Por eso dijo San Felipe, cuando Nuestro Señor hablara de su Padre: «Señor, muéstranos a tu Padre y nos basta» (Cfr. Juan 14, 8), como si quisiera decir que le bastaba la (mera) visión. Debemos sentirnos mucho más contentos (empero) por habitar en unión con Él. Cuando Nuestro Señor se transfigurara en la montaña y les mostrara un símil de la claridad que hay en el cielo, San Pedro pidió también a Nuestro Señor que permanecieran allí eternamente (Cfr. Mateo 17, 1 a 4; Marcos 9, 1 a 4; Lucas 9, 28 a 33). Deberíamos tener un anhelo desmedidamente grande de (llegar a) la unión con Nuestro Señor (y) Dios. Esta unión con Nuestro Señor (y) Dios se ha de conocer sobre la base de la siguiente instrucción: Así como Dios es trino en las personas, así es uno por naturaleza. De ese modo hay que comprender también la unión de Nuestro Señor Jesucristo con su Padre y con el alma. Así como se distingue entre (el) blanco y (el) negro – el uno no puede tolerar al otro, el blanco no es negro – así sucede (también) con (el) algo y (la) nada. Nada es aquello que no puede tomar nada de nada; algo es aquello que recibe algo de algo. Exactamente así sucede con Dios: aquello que es algo, se halla siempre en Dios; allí no falta nada de ello. Cuando el alma es unida a Dios, tiene en Él todo cuanto es algo, en su entera perfección. Allí, el alma se olvida de sí misma – tal como es en sí misma – y de todas las cosas y se reconoce como divina en Dios, por cuanto Dios se halla en ella; y hasta ese punto se ama en Él a sí misma como divina y se halla unida con Él sin diferenciación de modo que no goza ni se alegra de nada a excepción de Él. ¿Qué más quiere apetecer o saber el hombre cuando se halla unido con Dios con tanta felicidad? Dios creó al hombre para esta unión. Cuando el señor Adán infringiera el mandamiento, fue expulsado del paraíso. Entonces, Nuestro Señor colocó delante del paraíso a dos custodios: un ángel y una espada llameante que era de doble filo (Cfr. Génesis 3, 23 ss.). Esto significa dos cosas mediante las cuales el hombre puede volver al cielo así como cayó de él. La primera: por medio de la naturaleza del ángel. San Dionisio dice: «La naturaleza angelical significa lo mismo que la revelación de la luz divina». Con los ángeles, (y) por medio de los ángeles y la luz (divina), el alma ha de dirigirse otra vez hacia Dios hasta que retorne al origen primigenio… Segundo: por medio de la espada llameante, esto quiere decir que el alma ha de volver por medio de obras buenas y divinas, hechas con amor ardiente por Dios y el hermano en Cristo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3

Pues bien, él (= el sabio) dice: «Con el espíritu de la sabiduría he recibido a la vez todas las cosas buenas» (Sabiduría 7, 11). Por entre los siete dones, el don de la sabiduría es el más noble. Dios no da ninguno de estos dones sin darse primero Él mismo, y de modo igual y de manera engendrante. Todo cuanto es bueno y puede traer gozo y consuelo, lo poseo todo en el «espíritu de la sabiduría» y (también) toda la dulzura, de manera que no permanece fuera (del espíritu) ni tanto como la punta de una aguja; y, sin embargo, sería nonada si uno no lo poseyera tan perfecta e igual y rectamente como lo goza Dios, así gozo yo lo mismo de modo igual en su naturaleza. Porque Él, en «el espíritu de la sabiduría», opera en forma completamente igual de modo que lo mínimo llega a ser como lo máximo, pero no lo máximo como lo mínimo. Es como si alguien injertara un vástago noble en un tronco tosco, luego todos los frutos salen según la nobleza del vástago y no según la tosquedad del tronco. Así sucede también en este espíritu: allí todas las obras se vuelven iguales, porque lo mínimo llega a ser como lo máximo, y no lo máximo como lo mínimo. Él (= Dios) se entrega de manera engendrante, porque la obra más noble en Dios es engendrar, con tal de que en Dios una cosa fuera más noble que otra; porque todo el placer de Dios está cifrado en engendrar. Todo cuanto me es congénito no me lo puede quitar nadie, a no ser que me quite a mí mismo. (En cambio) todo cuanto me puede caer en suerte, lo puedo perder; por eso, Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos todo nuestro deleite en Él. Por eso dijo Cristo, según escribe San Juan en el Evangelio: «Me siguen» (Juan 10, 27). Seguir a Dios en sentido propio, eso está bien: que obedezcamos a su voluntad, como dije ayer: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). San Lucas escribe en el Evangelio que Nuestro Señor dijo: «Quien quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Lucas 9, 23). Quien renunciara a sí mismo en sentido propio, éste pertenecería a Dios por antonomasia, y Dios le pertenecería a él por antonomasia; de ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre. Para semejante hombre resulta tan fácil renunciar a todas las cosas como a una lenteja; y a cuanto más renuncia, tanto mejor. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3

Por amor de Dios, San Pablo deseaba ser apartado de Cristo por (la salud de) sus hermanos (Cfr. Romanos 9, 3). Este (aspecto) preocupa mucho a los maestros y les produce grandes dudas. Algunos dicen que (sólo) se refería a un tiempo determinado. Esto, en absoluto es verdad; de tan mal grado por un instante como eternamente, y también con tanto gusto eternamente como por un instante. Siempre y cuando ponga sus miras en la voluntad de Dios, será más de su agrado cuanto más dure, y cuanto mayor sea el suplicio, tanto más lo querrá, exactamente como (sucede con) un mercader. Si él estuviera seguro de que aquello que compraba por un marco, le rendiría diez, pondría todos los marcos que poseyese, y todo el trabajo necesario, con tal de estar seguro de que volvería a casa con vida y ganaría tanto más… todo esto le resultaría agradable. Justamente esto le sucedió a San Pablo: la cosa de la que sabía que era la voluntad de Dios… cuanto más tiempo, tanto más querida, y cuanto mayor (el) suplicio, tanto mayor (la) alegría; porque cumplir con la voluntad divina, es el reino de los cielos; y cuánto mayor (sea) el suplicio (sufrido) de acuerdo con la voluntad divina, tanto mayor (será) la bienaventuranza. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3

El alma no tiene diferencia frente a Nuestro Señor Jesucristo, sólo que el alma tiene un ser más burdo, porque su ser (de Cristo) está vinculado a la persona eterna (del Hijo). Pues, en cuanto ella se deshiciera de su tosquedad – y si pudiera deshacerse de ésta por completo -, ella sería perfectamente lo mismo (que Cristo); y todo cuanto se puede decir de Nuestro Señor Jesucristo, se podría decir del alma. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3