Livro IV

Del libro IV: Boecio se queja de que la doctrina de la divina Providencia, más que resolver, agrava el problema real: ¿por qué se ve intervenir tan poco a la justicia — indudablemente, la «justicia poética» — en el desarrollo de los acontecimientos? Philosophia da dos respuestas.

(1) Todo es justicia. Los buenos siempre reciben su premio y los malos su castigo, por el simple hecho de ser lo que son. El poder y las acciones perversos son el castigo al deseo perverso, y será infinito, por ser el alma inmortal (como afirma la filosofía con la misma firmeza que la teología). Ese pasaje recuerda el infierno de Virgilio cuyos habitantes ausi omnes immane nefas ausoque potiti, «todos planearon hechos espantosos y los llevaron a cabo» (Eneida, VI, 624). Se continúa en Milton quien dice de los paganos justos que «consideraban que la deportación a un infierno local… no era un castigo tan propio de Dios como castigar el pecado con el pecado» (Doctrine and Discipline, II, 3). Y, sin embargo, sostiene Boecio, es muy extraño ver a los malos florecientes y a los virtuosos afligidos. ¡Pues, claro!, responde Philosophia, todo es extraño hasta que se conoce su causa. Compárese con el Squire’s Tale (F 258).

(2) Lo que «en la ciudadela de la divina sencillez» es la Providencia, cuando se ve desde abajo, reflejado en la multiplicidad del tiempo y el espacio, es el Destino.3 Y, así como, en el caso de una rueda, cuanto más nos acercamos al centro menos movimiento notamos, así también cuanto más se acerca un ser finito a la participación en la (inmóvil) Naturaleza divina, tanto menos sujeto se ve al Destino, que es una simple imagen móvil de la eterna Providencia. La Providencia es enteramente buena. Decimos que los malos prosperan y los inocentes sufren. Pero no sabemos quiénes son los malos y quiénes los inocentes; mucho menos sabemos lo que necesitan ambos. Toda clase de suertes, vistas desde el centro, son buenas y curativas. La suerte que llamamos «mala» afirma a los hombres buenos y refrena a los malos, si así la aceptan. De forma que, con sólo que estemos cerca del eje, con que participemos más en la Providencia y suframos menos el Destino, «estará en nuestras manos hacer de nuestra fortuna lo que gustemos».4 O, tal como expresa Spenser en este pasaje, «todo el mundo puede por sí mismo dar la fortuna que desee a su vida» (F. Q., VI, ix, 30).

Sin embargo, el fruto más noble de este pasaje no se expresó en palabras. En la iglesia de Santa María del Popólo de Roma la cúpula situada encima de la tumba de Chigi nos presenta la imagen boeciana completa de la rueda y el eje, del Destino y la Providencia. En la circunferencia exterior aparecen pintados los planetas, los dispensadores del destino. En un círculo más pequeño, dentro y por encima de ellos, figuran las inteligencias que los mueven. En el centro, con las manos alzadas para orientar, está sentado el Motor Inmóvil.1


  1. J. Seznec, The Survival of the Pagan Gods, trad. de B. F. Sessions (1953), p. 80.