En el libro III: todos los hombres saben que el bien auténtico es la felicidad, y todos los hombres la buscan, pero la mayoría por caminos errados, como un borracho que sabe que tiene una casa, pero no puede encontrar el camino que lleva a ella.5 Chaucer reproduce ese símil en el Knight’s Tale (A 1 261 y ss.).
Aún así, incluso los caminos errados como la riqueza o la gloria muestran que los hombres vislumbran de algún modo la verdad; pues el auténtico bien es glorioso como la fama y autosuficiente como la riqueza. La inclinación natural es tan fuerte, que forcejeamos en dirección de nuestro lugar natal, como el pájaro enjaulado lucha por regresar a los bosques. Chaucer tomó esta imagen para su Squire’s Tale (F 261 y ss.).
Una de las imágenes falsas del bien es la nobleza. Pero la nobleza no es otra cosa que la fama (y ya hemos desacreditado a ésta) de nuestros antepasados, que era un bien de ellos, no nuestro.6 Esta doctrina tuvo una progenie numerosa en la Edad Media y se convirtió en un tema particular para las discusiones escolares. Es la que da sentido a la canzone de Dante a comienzos del Convivio, IV, y a otro texto de De Monarchia (II, 3). El Román de la Rose (18, 165 y siguientes) llega más lejos que Boecio y se atreve a equiparar genti-lesse y virtud. La versión inglesa desarrolla todavía más el original francés en este punto (2185-202). The Wife of Bath reproduce la idea de Boecio con mayor exactitud (D. 1154). Gower, como el Román, identifica la nobleza con la «virtud al servicio del valor» (IV, 2 261 y ss.). Puede perdonársenos que sonriamos, cuando un autor (nada ignorante en otras cuestiones) encuentra en este pasaje la prueba de que Fower expresa los sentimientos de la burguesía, que en su época estaba (como de costumbre) «empezando a adquirir importancia».
Entonces la argumentación pasa de un salto a la afirmación de que el bien completo y perfecto, del que por lo general solamente conseguimos fragmentos o sombras, es Dios. Durante la demostración de esto — aunque ni los cristianos ni los platónicos necesitaban una nueva demostración — deja caer, como un axioma, la afirmación de que todas las cosas perfectas son anteriores a todas las imperfectas. Era un principio común a casi todos los pensadores antiguos y medievales, excepto los epicúreos. Ya he puesto de relieve la diferencia radical que esto supone entre su pensamiento y los conceptos desarrollistas o evolucionistas de nuestra época, diferencia que quizá no deje de afectar a zona o nivel alguno de la conciencia.
Aquellos que alguna vez se han alzado a contemplar «el círculo admirable de la sencillez divina» han de procurar no volver a mirar los objetos mundanos. El autor da fuerza al precepto mediante la historia de Orfeo y las fatales consecuencias de que mirase hacia atrás para ver a Eurídice; su relato de dicha historia fue tan influyente como el de Virgilio. También tiene una gran importancia estructural en De Consolatione, pues el propio Boecio, cuando Philo-sophia lo visitó en el libro I, estaba entregándose precisamente a ese tipo de retrospección. También alcanzó su punto más alto como poeta en los famosos versos sobre el mismo tema:
Orpheus Eurydicen suam
Vidit, perdidit, occidit.1)
III Met. XII, 296. (Orfeo vio, perdió, mató a su Eurídice. ↩