Uno de los principales méritos del trabajo del Sr. Ricolfi es aportar nuevas indicaciones en lo que concierne a la existencia de los «Fieles de Amor» en la Francia septentrional: y el poema poco conocido de Jacques de Baisieux sobre los Fiefs d’Amour (NA: identificados a los «feudos celestes» por oposición a los «feudos terrestres») sobre el que se extiende bastante, es particularmente significativo a este respecto. Las huellas de tal organización son con seguridad mucho más escasas en esta región que en el Languedoc y en Provenza, (¿Es por simple coincidencia que en el Compagnonnage, la «Vuelta a Francia» deje de lado toda la región septentrional y no comprenda más que las ciudades situadas al sur del Loira, o no hay que ver en ello algo cuyo origen puede remontarse muy lejos y cuyas razones, ni que decir tiene, se han perdido hoy día completamente de vista?) no hay que olvidar sin embargo que apareció, un poco más tarde, el Roman de la Rose; y además se sugieren estrechas relaciones con la «Caballería del Grial» (NA: a la cual Jacques de Baisieux hace alusión explícitamente) por el hecho de que Chretien de Troyes tradujo el Ars amandi de Ovidio, que muy bien podría tener, de este modo, otro significado distinto al puramente literal (NA: y no habría razones para extrañarse por parte del autor de las Metamorphosis). Seguramente, está lejos de haberse dicho todo sobre la «caballería errante», cuya idea misma se relaciona a la de los «viajes» iniciáticos: no podemos, por el momento, más que recordar todo lo que ya se ha escrito sobre este último tema y añadiremos solamente que la expresión de «caballeros salvajes», señalada por el Sr. Ricolfi, merecería ella sola un estudio particular. ESOTERISMO CRISTIANO: «FIELES DE AMOR» Y «CORTES DE AMOR»
No creemos pues, para las cosas de este orden, en las «invenciones de los poetas» a las cuales el Sr. Waite parece dispuesto a dar importancia; estas invenciones, lejos de tratar de lo esencial, no hacen más que disimularlo, voluntariamente o no, envolviéndolo de apariencias engañosas de una «ficción» cualquiera; y a veces lo hacen muy bien, pues en tanto que se hacen tan abusivas, acaba por llegar a ser casi imposible descubrir el sentido profundo y original; ¿no es así como, en el mundo griego, el simbolismo degeneró en «mitología»? Este peligro va en aumento puesto que el poeta mismo no tiene consciencia del valor real de los símbolos, pues es evidente que este caso puede presentarse; el apólogo de «el asno que lleva las reliquias» se aplica aquí como en muchos otros casos y el poeta, entonces, jugará en suma un papel análogo al del pueblo profano, conservando y transmitiendo a su antojo los legados iniciáticos, como lo hemos dicho antes. La cuestión se plantea aquí muy particularmente: ¿los de los romances del Grial estuvieron en este último caso o por el contrario fueron conscientes, en uno u otro grado, del sentido profundo de lo que expresaban? No es fácil responder con certeza, pues, ahí también, las apariencias pueden engañar: en presencia de una mezcla de elementos insignificantes e incoherentes, se está tentado de pensar que el autor no sabía de qué hablaba; sin embargo no es forzosamente así, pues ocurre a menudo que las oscuridades e incluso las contradicciones son perfectamente voluntarias, y que los detalles inútiles tengan expresamente por finalidad desviar la atención de los profanos, de la misma manera que un símbolo puede ser disimulado intencionadamente en un motivo ornamental más o menos complicado; en la Edad Media sobre todo, los ejemplos de este género abundan, tanto como en Dante y los «Fieles de Amor». El hecho de que el sentido superior sea menos transparente en Chretien de Troyes, por ejemplo, que en Robert de Boron, no prueba necesariamente que el primero haya sido menos consciente que el segundo; aún menos habría que concluir que este sentido esté ausente de sus escritos, lo que sería un error comparable al que consiste en atribuir a los antiguos alquimistas preocupaciones de orden únicamente material, por la única razón de que ellos no han juzgado conveniente escribir claramente que su ciencia era en realidad de naturaleza espiritual. (NA: Si el Sr. Waite cree, como así parece, que algunas cosas son muy «materiales» para ser compatibles con la existencia de un sentido superior en los textos en que se encuentran, podríamos preguntarle lo que piensa, por ejemplo de Rabelais o de Boccaccio.) Por lo demás, la cuestión de la «Iniciación» de los autores de romances tiene quizá menos importancia de la que podría creerse en principio, puesto que de todas maneras no cambia nada las apariencias bajo las cuales está presentado el tema; en cuanto a que se trata de una «exteriorización» de legados esotéricos, lo que no podría ser de ninguna manera una « vulgarización», es fácil de comprender que debe ser así. Iremos más lejos: un profano puede incluso, por tal «exteriorización», haber servido de «portavoz» a una organización, que lo habría elegido a este efecto simplemente por sus cualidades de poeta o escritor, o por otra razón contingente. Dante escribió con perfecto conocimiento de causa; Chretien de Troyes, Robert de Boron y muchos otros fueron probablemente mucho menos conscientes de lo que expresaban y quizá incluso algunos de ellos no lo fueron en absoluto; pero poco importa en el fondo, pues, si existía tras de ellos una organización iniciática, fuera la que fuese, el peligro de una deformación debida a su incomprensión se encontraba por ello mismo descartada, pudiendo esta organización guiarles constantemente sin que se dieran cuenta, ya fuese por intermedio de algunos de sus miembros que les facilitasen los elementos a introducir en su obra, ya fuese por sugerencias o influencias de otro género, más sutiles y menos «tangibles», pero no menos reales ni menos eficaces. Se comprenderá sin esfuerzo que esto no tiene nada que ver con la supuesta «inspiración» poética, tal como la entienden los modernos, y que no es en realidad más que imaginación pura y simple, ni con la «literatura», en el sentido profano de la palabra; y añadiremos enseguida que no se trata tampoco de «misticismo»; pero este último punto toca directamente otras cuestiones que consideraremos en la segunda parte de este estudio. ESOTERISMO CRISTIANO: EL SANTO GRIAL