THEOSOPHOS — CASPAR SCHWENCKFELD (1490-1561)
Resumo de Alexandre Koyre
Desde los trabajos de Max Weber y de E. Troeltsch conocemos el papel jugado en la historia de las ideas, e incluso en la historia a secas, por los pequeños grupos sectarios protestantes. Fue ahí, en estos medios de «fantasiosos» y de «entusiastas», como se los denominaba durante la Reforma, entre los heréticos que vagaban de ciudad en ciudad, perseguidos cada vez con mayor dureza por las iglesias protestantes, donde seguía vivo el impulso de renovación espiritual que había preparado y alimentado la Reforma. Y puede decirse que, a la inversa, todos cuantos conservaban intacto este impulso primitivo, todos los que en la naciente Reforma prolongaban el movimiento ideológico derivado de la mística medieval, vivían por necesidad en la oposición. Los Schwenckfeld, los Denck, los Karlstadt no admitían ni compromiso ni parones. Al organizarse, frente a las iglesias protestantes, con una rapidez sorprendente, al elaborar una jerarquía, una dogmática y una ortodoxia nuevas, al interponer otra vez entre el hombre y Dios una mediación externa, creían defender el sueño místico de la inmediación; a los defensores de la «letra», de la «carne», a los creadores de un «nuevo paraíso», oponían su religión «espiritual», la religión del «hombre interior» y su noción del «espíritu».
Eran, por supuesto, «fantasiosos» y «entusiastas» que no tenían noción alguna de las cosas de aquí abajo. Filósofos mediocres; teólogos de pacotilla. Y, sin embargo, cosa curiosa: mientras, malgastando sus fuerzas en interminables y estériles combates dogmáticos, las distintas ortodoxias se anquilosan de modo progresivo, los «espiritualistas» elaboran, o al menos esbozan, los temas religiosos y metafísicos que tomarán y desarrollarán los grandes teólogos y los grandes filósofos del siglo pasado.
Más adelante tendré ocasión de estudiar algunos representantes de los «defensores del espíritu». No forman, de todos modos, un grupo compacto con doctrinas comunes y precisas. Muy al contrario: entre un Sebastián Franck, por ejemplo, con su pan-naturalismo místico, y un Gaspar Schwenckfeld, con su supranaturalismo dualista, la distancia es tan grande como la que separa a ambos de Lutero. El término de «espiritualistas» que se les aplica es engañoso. Su relativa unidad radica en la común oposición a Lutero y al luteranismo, a la jerarquía de la iglesia externa. Quizá radique con mayor motivo en la oposición violenta de Lutero y del luteranismo a las doctrinas diversas, pero igualmente peligrosas, de los herejes.
Caspar Schwenckfeld, más joven que Lutero, cuya fuerte influencia le había «llevado al Evangelio», alma única y puramente religiosa, no permaneció mucho tiempo en el luteranismo. Como para Franck y otros más, para él Lutero se apartaba del camino que parecía haberse trazado. En lugar de fundar una comunidad evangélica, la Reforma luterana degeneraba en un movimiento político-religioso y Lutero acababa de restablecer la mayoría de las cosas que él mismo había combatido y echado por tierra. La libertad del cristiano, la libre piedad evangélica, la adoración de Dios «en espíritu y en verdad» parecían haber cumplido su etapa; la cristiandad luterana era de nuevo sometida a la ley (Knechtschaft für dem Gesetze), la religión del espíritu volvía a la idolatría de la letra.
Temas conocidos de la literatura «espiritualista». Y, sin embargo, nada en común entre Schwenckfeld y Franck. Ningún interés en el primero por salvaguardar la libertad moral del hombre; y Schwenckfeld no plantea en términos de moral el problema de las relaciones entre el hombre y su Dios. Ninguna preocupación metafísica; es menos filósofo aún que Lutero; como Lutero, es «hombre religioso».
En el fondo estuvo, podemos decirlo, muy cerca de Lutero. Casi con toda seguridad, más cerca que Melanchton.