Casa sobre Rocha [OPEI]

Antonio OrbeParábolas Evangélicas em São Irineu

CAPITULO 3.—La casa sobre roca (Mt 7,24-27; Lc 6,47-49)

    • I. Fuera de San Ireneo
    • II. San Ireneo
    • A MODO DE CONCLUSIÓN

      A MODO DE CONCLUSIÓN

    La parábola resume dos actitudes, la del sabio y la del necio, traduciéndolas por dos casas: la del sabio, con fundamento en piedra, y la del necio, con cimiento en arena. Oikia, en ambos casos, esconde dos dimensiones, doctrinal y práctica. Al sabio no le caracteriza la mera doctrina, sino también su proyección en la vida.

    La idea, simplicísima, adquirió desde muy pronto versiones varias, con arreglo a la noción de «sabio» o necio.

    Para los gnósticos, representados en el Evangelio de Tomás (log.32), «sabio» equivale a gnóstico. La casa se traduce en «ciudad»; el cimiento de piedra, en alto monte. El hombre espiritual, miembro de la «raza incapaz de conmoción», se asienta sobre el Salvador. El título remoto de su firmeza es la natura divina; el inmediato, la iluminación (gnosis) por el Salvador. Los embates inútiles, las pasiones psíquicas superadas a raíz de la gnosis. Evang. Thomae prescinde del necio. El «sabio» (= espiritual) tiene su ciudadanía en alto, por encima de la terrena conversación. Rompe la comunión entre la teoría y la vida terrena, la correspondencia entre la doctrina y la práctica (Contra Heresias I,6,4), que sólo vale para el psíquico.

    Para los eclesiásticos, el sabio se identifica con el justo, cuya vida responde a la fe. La roca es Cristo, la fe en él. La casa del sabio mira más bien a la «sabiduría» o justicia práctica. Jamás, entre eclesiásticos, hay solución de continuidad entre la doctrina y la práctica, entre el régimen celeste de sabiduría y sus repercusiones terrenas. El justo vive (y cumple el Evangelio) aquí. Las palabras del Salvador se han de poner por obra, conforme a su dimensión universal, sin excepción para los «espirituales» (gnósticos).

    La falta de correspondencia entre la doctrina de Jesús y las obras de los discípulos descubre entre los herejes la inconsistencia de su fundamento. Las manifestaciones de su vida práctica bastan a descalificar cualesquier doctrinas. Sólo demuestra tener la mente asentada en Dios, como sobre roca inconmovible, quien carga con las enfermedades de los demás (cf. Ad Pol. 1,3) por sobreabundancia de comunión con él.

    Todos blasonan de fundarse en Cristo. ¿En qué se conoce el fundamento sobre piedra? En los efectos. Tertuliano compromete con demasiada facilidad la firmeza de la roca (resp. de la fe o doctrina) por los efectos de quienes la invocan. Un rigorista cree incompatibles con el cimiento en Cristo determinadas manifestaciones. Y por ahí impugna el recurso de los indulgentes a la penitencia de ciertos pecados.

    Si toda justicia (resp. sabiduría) ha de cimentarse en Cristo, de modo especial la de las vírgenes y la de los confesores de la fe, singularmente combatida. San Cipriano se libró, por instinto, de aplicaciones exageradas. Ni la continencia ni la confesión de fe denuncian por su fundamento en Cristo que los no vírgenes y los no mártires le ignoran. A la medida de la justicia y perfección será, con todo, la necesidad de apoyarse en la Piedra.

    Orígenes previene la exégesis heterodoxa que distingue entre la doctrina (de salud) oída y su respuesta por el hombre. Entre valen — tinianos, a la doctrina de gnosis comunicada por el Salvador respondía el «espiritual» por sympatheia, al margen del libre albedrío. Según el alejandrino, es premisa elemental la respuesta «libre», meritoria, al Evangelio. Hay, sin embargo, circunstancias que oscurecen la mente y, sin quitarle libertad, la predisponen en mal. Orígenes mismo, a raíz de su expulsión de Alejandría, sentíase incapaz de continuar la exégesis de San Juan. Faltábale ánimo sereno para edificarla con solidez.

    En tiempos de persecución se echa de ver la firmeza del cristiano. El ideal está en que, lejos de caer ante los embates de los enemigos, externos e invisibles, los ponga en fuga, haciéndoles sentir la energía de la fe. El altar o la tienda se trasladan de un punto a otro. No así la casa cimentada en Cristo, Piedra única e inconmovible, con las siete columnas que sobre él edificó la sabiduría. Orígenes, poco explícito, piensa tal vez en la plenitud del Espíritu Santo, que da cohesión al edificio de la Iglesia, frente a las tormentas de espíritus malignos. Las aplicaciones origenianas van y vienen a merced de mil pensamientos, sin delatar exégesis contrarias. El alejandrino ignora la interpretación gnóstica, o nunca le da importancia. En lo dogmático tampoco ve honduras en la parábola. No le interesan la correspondencia entre los oráculos de la fe y su cumplimiento, ni los misteriosos enlaces entre el justo y la Piedra fundamental, Cristo.