Boaventura Ciencia Divina

Étienne Gilson — A Filosofia de São Boaventura
AS IDEIAS E A CIÊNCIA DIVINA
La palabra “idea” significa en efecto la esencia divina considerada en relación con una creatura. Ahora bien, esta relación no es en Dios nada real, porque no puede existir relación real entre una unidad infinita y una multiplicidad finita; pero es necesario que los nombres que designan las ideas y las distinguen, correspondan a algo, so pena de resultar todas equivalentes y por consiguiente totalmente vanas. Este algo es precisamente la semejanza; y para conocer su naturaleza, una vez más hemos de volver a recordar lo que es la expresión.

La verdad que se expresa es única e idéntica a sí misma tanto para la razón como en realidad. Las cosas expresadas en cambio son múltiples virtualmente en cuanto que son realizables, y realmente múltiples una vez realizadas. En cuanto a la expresión misma, y por lo tanto la idea, es para nosotros intermedia entre el sujeto cognoscente y la cosa conocida: respectum médium inter cognocens et cognitum. Tomada en sí misma se confunde con la verdad que la expresa, pero mirada en relación con lo que expresa, se acerca para nosotros a la naturaleza de las cosas expresadas. Por consiguiente, las expresiones de dos cosas diferentes por la esencia divina, en sí miradas, son realmente idénticas, pero consideradas con respecto a las cosas, reciben una especie de multiplicidad, porque expresar a un hombre no es expresar a un asno, como predestinar a Pedro no es predestinar a Pablo, y crear un hombre no es crear un ángel. Según eso las ideas designan las expresiones divinas no con respecto al mismo Dios, sino con respecto a las cosas; introdúcese pues una cierta multiplicidad no en lo que ellas son, ni siquiera en lo que significan, sino en lo que connotan. Ocurre como si la multiplicidad de las cosas materiales, reflejo de las ideas divinas, proyectase una especie de reflejo diverso sobre su unidad, tanto que creyéramos, por una ilusión natural, encontrar ya en ella preformada una pluralidad que no podría allí existir por cuanto supondría la existencia de la materia en Dios. Allí sólo puede darse la distinción que cabe introducir entre las ideas, la distinción de razón, si es verdad que no puede existir en Dios relación real con las cosas, pero distinción fundada en las cosas con tal de cuidarse de no hipostasiar indebidamente las relaciones reales de las cosas con Dios1. San Buenaventura buscó en vano una comparación sensible que nos permitiera imaginarnos de alguna manera esta relación. Quizás la que más se aproximara a su deseo fuera aquella de la luz que a la vez sería su iluminación y su propia irradiación; si la irradiación exterior de este punto luminoso se confundiera con él, él sería al mismo tiempo cada uno de sus rayos aun cuando éstos fueran perpendiculares los unos a los otros. De esta forma la verdad divina es como una luz, y sus expresiones de las cosas son otras tantas irradiaciones luminosas orientadas a lo que ellas expresan; pero la comparación es deficiente porque ninguna luz es su propia irradiación, y porque además nadie podrá imaginar lo que sería una irradiación intrínseca. Por eso nosotros hemos prevenido al lector diciéndole que la intuición de una verdad de ese género puede estar preparada por el conocimiento discursivo, pero que éste no puede en definitiva dárnosla.

De lo que antecede se desprende fácilmente hasta dónde puede llegar la multiplicación de las ideas. Por lo mismo que su pluralidad no es real y carece de otro fundamento del que encuentra en las cosas, existen necesariamente tantas ideas cuantas cosas. Por ser expresiones, deben multiplicarse según la multiplicidad de lo real que ellas expresan, y por ser unas en sí mismas, hemos de concebir tantas cuantos géneros, especies y hasta individuos2. Aun hay más. El fundamento de la diversidad de ideas reside en la diversidad de sus objetos; según eso, la expresión, que como verdad divina que es una, connota sin embargo una infinidad de cosas, entre las cuales está particularmente el número finito de las cosas creadas. Lo que nos autoriza pues a concebir como múltiples a las ideas no es que su objeto sea creado; todas las relaciones de la infinidad de los posibles expresados en el acto divino, con el acto que los pone, son otros tantos fundamentos que nos permiten concebir la multiplicidad de ideas. Del hecho de que Dios pueda crear una infinidad de cosas, aunque en realidad sólo haya creado un número finito, y que no puede crear nada que no conozca, podemos deducir que existe en Dios una infinidad de ideas. Infinidad que por lo demás no entraña confusión ninguna, ya que la confusión sólo podría existir si todas las ideas fueran realmente distintas, porque entonces su actualización sería incompatible con la distinción y el orden. Pero como la multiplicidad de ideas se funda en la inmensidad de la verdad divina que por un solo acto expresa y conoce la totalidad de lo posible, sería imposible que en ese acto único se introdujera la más mínima confusión. San Buenaventura ha llevado tan lejos el sentido de esta unidad real de las ideas en Dios, que, así como se niega a hacer llegar hasta ellas la distinción que separa a los seres que representan, asimismo rehusa también atribuirles el orden o la jerarquía de perfección existente entre los seres cuyos modelos son ellas. El hombre es más noble que el caballo, pero la idea de hombre no lo es más que la de caballo; las cosas están ordenadas, y Dios las conoce como ordenadas; pero entre las ideas por las cuales Dios las conoce, no hay tal orden real. Atribuir un orden o una perfección a las ideas, sería atribuirles ante todo una subsistencia separada, e introducir en Dios mismo la pluralidad. Las ideas, por tanto, no tienen relación ninguna sino con sus ideados; entre sí no la tienen: in ideis non est ordo ad invicem, nec secundum rem, nec secundum rationem, sed tantum ad ideata.

*A CIÊNCIA DIVINA

  1. lbíd., p. 608. Pero sobre todo véase la exposición mucho más rica de las Quaest. disp. de scient Chr., III, concl., t. V, PP. 13-14: “De esta suerte ha de entenderse lo que vamos diciendo, porque la verdad divina es la luz, y sus expresiones respecto de las cosas son como las irradiaciones luminosas, aunque intrínsecas, que llevan y conducen determinadamente hacia aquello que en ellas se expresa.”[]
  2. La idea en Dios, secundum rem, es la misma verdad divina; secundum rationem intelligendi es la semejanza de lo conocido. Y esta semejanza es la razón expresiva del conocer, no sólo lo universal, sino también lo particular, por más que ella no sea ni universal ni singular, como Dios tampoco lo es.” (I Sent., 35, un., 4, concl., t. I, p. 610.)[]