Maurice Nicoll — SEMENTES CAÍDAS NA BOA TERRA
A BOA TERRA
Retornemos a la idea general de la Parábola del Sembrador antes de buscar el significado de la ‘buena tierra’. El detalle y la parte no pueden entenderse salvo con relación a la idea total. Como un todo, la parábola trata de la enseñanza para la evolución interior del hombre. Las categorías de personas a quienes define se refieren a las posibilidades que hay en las que se hallan (o fueron sembradas) en la vida con relación a la recepción y comprensión de la enseñanza y que se someten a la evolución interior, pues tal es su motivo. Tras cada una de las parábolas hay una idea general, y los detalles y el lenguaje varían con ella. En esta parábola todo se refiere a la idea general de que, primero, hay una enseñanza que se llama la Palabra; segundo, que los hay que pueden y que no pueden entenderla y entre los que pueden entenderla hay quienes la aceptan íntegramente, y la aplican. A estos últimos se llama la simiente caída en ‘buena tierra’ y son los que pueden dar frutos de perfección. Ahora bien, una enseñanza sobre la evolución interior trata principalmente del hombre en sí. El sujeto del experimento es el propio hombre. Es él quien tiene que evolucionar a través del conocimiento y la aplicación de la verdad sobre la evolución interior. Únicamente de este modo podrá dar frutos. La simiente de la Palabra crecerá en él. A la vez, él mismo es una semilla de la enseñanza sembrada en él. La semilla, la Palabra, no puede crecer a menos que él mismo crezca o evolucione. Es decir, a medida que él crezca crecerá la Palabra en él. Al contrario, esto puede ser cosa difícil de entender, pues los hombres toman el conocimiento, o la verdad, como si fuese algo aparte o separado de ellos mismos, algo distinto a la clase de gente que son. La idea es que existe un orden de conocimiento o de verdad que no puede entenderse debidamente, salvo por medio del desarrollo personal de sí mismo. Parece raro, pero pensadlo. Lo evidente es que si existe un conocimiento acerca de la propia evolución, ésta tiene que ser la evolución de sí mismo. Su arte lo hemos de aplicar a nosotros mismos.
El arte, el artista, el sujeto con que trabaja son una sola cosa. Nadie se molestaría en aplicar cualquier clase de conocimiento, en el orden de cosas que fuere, a menos que advierta su bondad. Si el hombre no capta la bondad de una cosa, no conseguirá saber mucho de ella. O bien puede aprender algo, pero al hallarlo de difícil aplicación, lo abandonará. Lo que hace que un hombre sea fuerte, en cualquier cosa que haga y con relación a su conocimiento, es la convicción que tiene de que su conocimiento es bueno. Si carece de una convicción profunda de la bondad de algo, este ‘algo’ no pesará gran cosa en sus decisiones, aun cuando tenga cierto interés intelectual como una forma de conocimiento o de verdad. Ya hemos visto que la categoría de ‘pedregales’ en la definición de la parábola se refiere a los seres de esta naturaleza. Reciben la verdad, pero carecen de profundidad de tierra, o sea que no pueden ver su bondad. Y en cuanto aumentan las dificultades, su interés se esfuma.
Los que dan frutos son únicamente los clasificados de ‘buena tierra’. Tener buena tierra significa tener el poder de ver el bien. De ver el bien, la bondad de la Palabra, del conocimiento que enseña la verdad acerca de la evolución interior o Reino de los Cielos que está en el hombre mismo. El poder de captar el bien de la enseñanza les es posible solamente a los de esta categoría. Los de la primera, los sembrados junto al camino, no ven nada realmente bueno en ella. La segunda ve algo bueno; son los sembrados en los pedregales. Los de la tercera, sembrados en los espinos, ven demasiado lo bueno en otras cosas, en las preocupaciones y los afanes del mundo. La última categoría ve lo bueno en distintos grados, pero en cada uno ve lo suficiente para, dar fruto.. Dar fruto es hacer florecer, en sí mismo, la enseñanza de la evolución interior. El fruto son ellos mismos mediante su propia evolución. Se ve lo mismo en muchas de las cosas de la naturaleza, sólo que esta es una evolución maquinal, automática. La oruga se transforma en mariposa. Pero esto ‘sucede’; es maquinal. En el caso del hombre, su posible evolución a un estado superior de sí mismo no es cosa que suceda. Tiene que trabajar el conscientemente. Pero, como en el caso de la oruga, el experimento es él mismo; él es el experimento de su propia metamorfosis o transformación, que tanto y tan claramente acentúan los Evangelios, destacándola como la verdadera finalidad del hombre. Tal cual es, el hombre es ‘tierra’; cuando pasa por una evolución interna, es ‘cielo’. Cuando se emplea el “Padre Nuestro” con este fin y se dice: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”, uno en realidad implora la transformación de sí mismo, pero sin saberlo. Cuando las gentes rezan eso, piden el más pleno florecimiento de sus propias vidas, de sí mismas. Pero la Tierra en el hombre es de muy distintas caudados. En algunos es solamente tierra junto al camino. En otros, pedregales. Los hay llenos de abrojos y de espinas. Y también quienes son buena tierra. Para poder cambiar, el hombre debe ante todo recibir la enseñanza correspondiente a su nivel natural, en su propia ‘tierra’. La simiente ha de hallar una tierra adecuada, y esta tierra es en el hombre la clase de persona que es.
Ya hemos visto que hay distintas clases de hombres, distintas ‘tierras.’ Al caer únicamente como semilla en el hombre, la verdad es importante. Tiene que caer en tierra adecuada. La verdad, la enseñanza, el conocimiento de la evolución interior ha de unirse al bien para desarrollarse y crecer. Esto significa que el hombre ha de ser capaz de ver lo bueno de la verdad que se le enseña, pues de otro modo no pasará nada. El poder ver el bien o lo bueno de cualquier cosa es muy distinto a “ser bueno.” En realidad, no tiene nada que ver con “ser bueno”, sino con el poder o la potencialidad del bien. Tener bien es poseer la capacidad de ver el valor de alguna cosa. Esto es bondad. Y tal la concepción fundamental del bien en los Evangelios. Toda forma de conocimiento, toda forma de verdad tiene que hallar y unirse a su correspondiente bondad para que se haga viva.
Toda verdad tiene su propia bondad, y el punto en que pueden encontrarse y unirse es el Hombre.
El bien y la verdad han de unirse para dar fruto. Cuando una persona empieza a ver lo bueno de alguna verdad que se le enseña. comienza a producirse una unión entre lo que sabe y lo que es. Y esto se debe a que el hombre no puede querer (en el sentido de aplicar la voluntad) cosa alguna hasta no haber reconocido su bondad No basta saber que una cosa es cierta. Ha de querer la verdad, y para poder quererla necesita ver lo bueno de ella, lo bueno del conocimiento que se enseña. De este modo la verdad se conecta íntimamente a lo que él es, y así se convierte en una verdad viviente. Entonces, cuanto mejor vea en ella, tanto más crecerá la verdad y más se desarrollará. Y mientras más verdad vea, más crecerá el bien que ve.