Bernardo de Clairvaux — Sermões
EN LA FIESTA DE LA ANUNCIACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA — 25 DE MARZO
SERMÓN PRIMERO (cont.)
6. Para que habite la gloria en nuestra tierra, la misericordia y la verdad mutuamente se encontraron, y se dieron el beso la justicia y la paz. Si la gloria del padre es el hijo sabio, no habiendo otro más sabio que la misma Sabiduría, es claro que es la gloria del Padre, Cristo fortaleza de Dios y sabiduría de Dios. Pues por cuanto de muchos y varios modos se había predicho de Él en los Profetas que sería visto en la tierra, y que viviría entre los hombres; en qué manera haya sido hecho esto, y se hayan cumplido las cosas que estaban predichas por los Profetas, y cómo haya habitado la gloria en nuestra tierra, lo indica el Profeta con las palabras arriba citadas. Es como si más claramente dijera: Para que el Verbo se hiciera carne, y habitara entre nosotros, la misericordia y la verdad mutuamente vinieron a encontrarse, y se dieron el beso la justicia y la paz. Misterio grande, hermanos míos, y digno de ser considerado con la mayor diligencia, si tuviéramos inteligencia capaz de penetrar su profundidad, y a la misma inteligencia no la faltasen palabras. Sin embargo, diré lo que alcanzo, aunque sea muy poco; y con esto tal vez daré ocasión al sabio para que profundice más este misterio. Me parece que veo, Carísimos, cubierto al primer hombre, desde su creación, con estas cuatro virtudes, y adornado, según lo que dice el Profeta, con el vestido de la salud. Porque la perfección e integridad de la salud consiste en estas cuatro virtudes, ni sin todas ellas puede darse, especialmente no pudiendo ser virtudes estando separadas unas de otras. Había, pues, recibido el hombre la misericordia como una guardia y criada que había de ir delante de él y también seguirle, y que igualmente le debía proteger y amparar en todas partes. Ved ahí, qué ayo puso Dios a su párvulo y qué paje señaló al hombre recién nacido. Pero tenía necesidad de un maestro, como noble y racional criatura, que no debía ser guardada como una bestia, sino más bien educada como un párvulo. Para este magisterio ninguno era más a propósito que la Verdad misma, que le llevaría después al conocimiento (gnosis — episteme) de la Suma Verdad. Mas entretanto, para que el hombre no fuese sabio para hacer lo malo, y esto mismo se le atribuyese a pecado, como a quien sabía lo bueno y no lo hacía, recibió también la justicia para ser regido por ella. Todavía le añadió, la mano benignísima del Criador, la paz, en que reposase y se deleitase: una paz verdaderamente duplicada, de suerte que ni sintiese en su interior guerra ninguna, ni por fuera temor alguno: que es decir, que ni su carne combatiese contra el espíritu, ni le infundiese terror ninguna criatura. Así también puso él libremente nombre a todas las bestias; y la serpiente misma, no se atrevió a acometerle a cara descubierta, sino que lo hizo con fraude. ¿Qué le faltaba a quien custodiaba la misericordia, enseñaba la verdad, regía la justicia y recreaba al paz?
7. ¡Mas ay! Este hombre por una gran desdicha y necedad suya, bajó de Jerusalén a Jerico; cayó en manos de los ladrones; y según leemos, lo primero que hicieron, fue despojarle de sus vestidos. ¿No estaba despojado el que viniendo el Señor, se queja de que se halla desnudo? Ni podía volver a vestirse, o a tomar los vestidos que le habían quitado, sin que Cristo perdiese los suyos. Porque así como no podía ser vivificado en el alma sirio interviniendo la muerte corporal de Cristo, así ni podía tampoco volver a vestirse, sin que Cristo fuese despojado. Y ¿quién sabe si, para simbolizar estas cuatro partes del vestido que perdió el primero y viejo hombre, no fueron divididos en otras tantas los vestidos del segundo y nuevo Hombre? ¿Preguntas acaso qué significa la túnica inconsútil que no se dividió, sino que se dio por suerte? Yo juzgo que en ella se significa la divina imagen, que no siendo cosida y ajustada, sino innata e impresa en la naturaleza misma, no puede partirse, ni dividirse. Porque a imagen y semejanza de Dios fue hecho el hombre; consistiendo la imagen en la libertad de su arbitrio, y la semejanza en las virtudes. La semejanza sin duda pereció, pero la imagen durará tanto cuanto dure el hombre: en el infierno mismo podrá esa imagen quemarse, pero no consumirse; podrá abrasarse, pero no borrarse. La imagen pues, no se parte, sino que viene por suerte, y a cualquiera parte que vaya el alma, allí estará juntamente con ella. No sucede lo mismo con la semejanza; pues o permanece en la virtud del alma, o si ésta peca, se trueca miserablemente, volviéndose entonces el hombre semejante a las bestias irracionales.
8. Pero puesto que dijimos que había sido despojado el hombre de las cuatro virtudes, conviene que digamos en qué modo fue despojado de cada una. Perdió el hombre la justicia cuando Eva obedeció a la voz de la serpiente, y Adán a la voz de la mujer prefiriéndola a la divina. Quedaba todavía algún arbitrio que les podía valer; y esto mismo les insinuaba el Señor en aquel cargo y residencia que les hizo después de su culpa: pero le desecharon, dejando ir su corazón a palabras de malicia para alegar excusas de su pecado. El primer oficio de la justicia es no pecar; el segundo es condenar el pecado por la penitencia. Perdió el hombre la misericordia, cuando de tal modo se dejó arrastrar Eva de su concupiscencia (pleonexia, epithymia) , que ni tuvo compasión de sí misma, ni de su esposo, ni de sus hijos, que habían de nacer, entregándolos a todos juntos a una maldición terrible, y a la necesidad de la muerte. Adán también expuso a la mujer, por cuya causa había pecado, a la divina indignación, como queriendo detrás de su espalda evitar la saeta de la ira de Dios. Vio la mujer que el fruto de aquel árbol era bueno para comer y bello a los ojos y de aspecto deleitable: y dio oídos a la serpiente que le aseguraba serían corno dioses. Con dificultad se rompe una cuerda triplicada, de curiosidad, de deleite y de vanidad. Esto sólo tiene el mundo, concupiscencia (pleonexia, epithymia) de la carne, concupiscencia (pleonexia, epithymia) de los ojos, y soberbia de la vida. Embelesada y atraída por estas cosas desechó de sí toda misericordia esta madre cruel. Adán también, que con tanta imprudencia se había apiadado antes de la mujer para pecar en compañía de ella, no quiso tener de ella misericordia, cuando lo dictaba la prudencia (sophrosyne — phronesis), sufriendo por ella la pena. Fué igualmente privada la mujer de la verdad, primeramente torciendo y pervirtiendo lo que había oído: Moriréis ciertamente, y diciendo: No sea acaso que muramos: después creyendo a la serpiente que enteramente lo negaba y decía: De ningún modo moriréis. De esta misma manera fué privado Adán de la verdad, cuando tuvo vergüenza de confesarla, poniéndose a tejer las hojas, que es decir, el velo de pretextos y excusas; pues la misma Verdad ha dicho: Si alguno tuviere vergüenza de Mí delante de los hombres, tendré yo vergüenza de él delante de mi Padre. Al punto también perdieron la paz, porque no tienen paz los impíos, dice el Señor. ¿Por ventura no encontraron en sus miembros una ley contraria a la razón, los que por la primera vez comenzaron a avergonzarse de su desnudez? Yo temí, dice, porque estaba desnudo. No temías así poco antes, miserable, no temías así: no buscabas las hojas, aunque estabas desnudo en el cuerpo como ahora.