Bernardo de Clairvaux — Sermões
EN LA FIESTA DE LA ANUNCIACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA — 25 DE MARZO
SERMÓN PRIMERO (cont.)
12. Mientras tanto, inclinándose el Juez, con el dedo escribía en la tierra. Las palabras de aquella Escritura que la Paz iba leyendo en alta voz a medida que Él las trazaba, por estar sentada más cerca de Él, eran estas: La Verdad dice: pereceré yo si no se ejecuta la sentencia dada contra Adán. Y la Misericordia replica: Estoy perdida si no consigo que se apiaden de él. Pues bien, establezcamos una muerte buena y santa, con lo cual una y otra habrá obtenido lo que pide. Todos se pasmaron al oír las palabras de la Sabiduría, al oír aquel arbitrio que era composición y sentencia al mismo tiempo; pues era manifiesto que no se las dejaba ocasión alguna de queja, con tal de que se pudiese hacer lo que una y otra pretendían: esto es, que muriese el hombre, y juntamente consiguiese misericordia. Pero ¿cómo, dicen ambas, se podrá hacer esto? La muerte es cruelísima y amarguísima: la muerte infunde a los mismos oídos susto y horror. ¿En qué modo podrá hacerse buena? La muerte, dice el Juez, de los pecadores es pésima, pero la muerte de los Santos puede hacerse preciosa. ¿Por ventura no será preciosa, si fuere la puerta de la vida y la entrada de la gloria? Sí, contestan, preciosa será entonces: mas ¿cómo se hará esto? Será así, prosigue el Juez, si hallamos a alguno que, sin deber nada a la muerte, consienta en morir por amor al hombre: porque no podrá la muerte asir al inocente, sino que éste, como está escrito, taladrará con un garfio las quijadas del infernal Leviatán; y entonces será derribado el centro de la muralla, y se llenará el caos inmenso ahondado por el pecado entre la muerte y la vida. Sin duda el amor, fuerte como la muerte, y aún más fuerte que la muerte, si penetrare en el atrio de aquel valiente armado, le atará y saqueará todas sus alhajas, y al penetrar abrirá paso en lo profundo del mar del pecado, a fin de que puedan pasar tras él los que por él hayan sido librados.
13. Pareció buena la propuesta, como que era fiel y digna de todo acatamiento. Pero ¿dónde encontrar ese ser inocente e inmaculado que se preste a morir no por solventar una deuda propia, sino por pura liberalidad; no por haberla merecido sino por puro beneplácito? Sale al punto la Verdad a dar la vuelta al orbe entero, y no halla a nadie totalmente libre de mancha, ni aún el niño cuya vida es de un solo día sobre la tierra. La Misericordia a su vez registra todo el Cielo, y aún en los mismos Ângeles encuentra, no diré la maldad, pero sí una caridad menor que la que se busca. Sin duda esta victoria estaba reservada para aquel Señor, cuya caridad fue la mayor de todas, pues puso su vida por unos siervos inútiles e indignos. Porque, aunque Él ya no nos llama siervos, esto mismo es efecto de un amor inmenso y de una insigne dignación. Mas nosotros, aunque hiciésemos enteramente cuanto nos han mandado, ¿qué otra cosa deberíamos decir sino que somos siervos inútiles? Pero ¿quién presumiría proponerle esto? Vuelven al día señalado la Verdad y la Misericordia muy congojadas por no haber encontrado lo que tanto deseaban.
14. Entonces la Paz las llama aparte, y procura consolarlas diciéndoles: Vosotras no entendéis palabra acerca de este asunto, y es inútil que os devanéis los sesos; porque no hay nadie, absolutamente nadie que pueda realizar esta hazaña. Sólo Aquel que indicó el remedio, es capaz de aplicarlo. Entendió el Rey lo que le quería significar con esto y dijo así: Pésame de haber hecho al hombre. Pena tengo, dice; pues, a mí me toca tolerar la pena y hacer penitencia por el hombre que yo crié. Mas al punto añadió: Vedme ahí, ya vengo; no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba. Y llamando en seguida al Ângel Gabriel; anda, le dice, di a la hija de Sión: Mira que viene tu Rey. Apresuróse el Ângel a cumplir este encargo, y dijo a la hija de Sión: oh hija de Sión, prepara tu tálamo para recibir en él a tu Rey. Se adelantaron al Rey que había de venir la Misericordia y la Verdad, como está escrito: La misericordia y la verdad irán delante de, vuestro rostro. La Justicia le preparó el trono, según el Profeta que dice: ha justicia y el juicio son la preparación de vuestro trono. La Paz vino en compañía del Rey para que se viera que había sido fiel el Profeta que dijo: Habrá paz en nuestra tierra, cuando Él viniere. De ahí es, que habiendo nacido el Señor, cantaba el coro de los Ângeles: Paz sea en la tierra a los hombre de buena voluntad. Entonces la Justicia y la Paz, que parecían estar discordes entre sí, se dieron el beso amistosamente. A la verdad, la primera justicia (si es que merece tal nombre), que procedía de la ley, no llevaba en sus labios el dulce beso, sino más bien un aguijón, oprimiendo más con el temor que atrayendo por el amor. Por esto no tuvo eficacia para la reconciliación, como la tiene ahora la presente justicia, que viene por la fe en Jesucristo. Porque ¿de dónde procedía que ni Abraham, ni Moisés, ni los demás justos de aquel tiempo podían recibir en su muerte la paz de la bienaventuranza, ni entrar en el reino de la paz, sino de que todavía la justicia y la paz no se habían dado el ósculo de la reconciliación? Por eso, Carísimos, debemos amar y seguir la justicia con el más fervoroso celo, pues la justicia y la paz se han dado ya el ósculo de reconciliación, y han establecido entre sí un pacto indisoluble de amistad: de suerte, que cualquiera que traiga consigo el testimonio de la justicia, será recibido con placentero rostro y alegres abrazos por la paz, durmiendo ya y descansando en su regazo dulcemente.