Berdiaeff Diginidade Cristianismo VII

Nicolas Berdiaeff — DIGNIDAD DEL CRISTIANISMO — INDIGNIDAD DE LOS CRISTIANOS

VII

La fe cristiana nos exhorta a buscar primeramente el Reino de Dios y la perfección divina. Pero los sueños, la utopía, el falso maximalismo, son ajenos a esa fe. La fe cristiana es realista y los santos padres han exhortado siempre a la sobriedad espiritual. La conciencia cristiana ve todas las dificultades que se presentan en el camino de la vida perfecta, pero sabe que “al Reino de los Cielos se hace fuerza y los valientes lo arrebatan”. El cristianismo nos incita á obrar de dentro a fuera, y no del exterior al interior. Ningún camino externo e impuesto puede darnos vida perfecta, individual y socialmente; íes indispensable un nuevo nacimiento espiritual, interno. Ese nuevo nacimiento procede de la libertad y de la gracia. No es posible crear buenos cristianos o una sociedad cristiana perfecta por la fuerza. Se impone un cambio efectivo, real, en el alma de los individuos y de los pueblos. El hecho de que los hombres lleven el nombre de cristianos no implica todavía que hayan alcanzado la vida perfecta. La realización en la vida, de la perfección cristiana, es una tarea difícil e infinita. La negación del cristianismo, a causa de la imperfección de los cristianos, es en realidad una ignorancia y una incomprensión del pecado original. Los que tienen conciencia de la caída ven en la indignidad de los cristianos una confirmación y no una negación de la dignidad del cristianismo. La religión cristiana es la religión de la Redención y de la Salvación; ella recuerda que el mundo se complace en el mal. Diversas doctrinas pretenden que se puede alcanzar la vida perfecta sin una victoria efectiva sobre el mal, pero el cristianismo no piensa así; el cristianismo reclama esa victoria, reclama un nuevo nacimiento y un renacimiento; el cristianismo es más radical, exige más.

Demasiados hombres, demasiadas cosas, ostentaron en la historia, sin merecerlos, emblemas e insignias cristianos. Nada hay más abyecto que la mentira, la simulación, la hipocresía. Este estado de cosas provocó una protesta y una sublevación. El Estado llevaba los símbolos e insignias del cristianismo y se titulaba cristiano sin serlo en realidad. Y lo mismo se puede decir de la vida, de la ciencia, del arte, de la economía, del derecho, de toda la cultura cristiana. Se llegaba hasta a apoyarse en el cristianismo para justificar la explotación del hombre por el hombre, para defender la causa de los ricos y de los poderosos. En el mundo cristiano vivía el antiguo pagano, llamado a la edificación de la vida cristiana, pero en el cual alentaban aún las males pasiones. La Iglesia ejercía en él su influjo interiormente, pero no podía vencer por la violencia sus instintos ancestrales. Ese es un proceso interior, recóndito, invisible. El Reino de Dios viene imperceptiblemente. En el mundo cristiano se habían acumulado mucha hipocresía, mucha mentira, muchos convencionalismos y mucha retórica. Era inevitable una sublevación. La revuelta y el abandono que conoció el cristianismo no procedieron muchas veces más que del deseo sincero de ver el exterior parecerse al interior. Cuando no hay cristianismo por dentro, no debe haberlo por fuera. Si el Estado, la sociedad, la cultura, no son cristianos interiormente, no hay que darles ese nombre. No se debe simular ni mentir. Esa protesta tenía un lado positivo: el odio a la mentira y el amor a la verdad. Pero al par de la sinceridad, de la protesta contra la mentira y la hipocresía, se manifiesta una nueva mentira, una nueva hipocresía.

Partiendo del principio de que los hombres y la sociedad no eran cristianos más que por de fuera, por simulación, se llegó a afirmar que el cristianismo ¡es una quimera y una mentira; el fracaso de los hombres se tuvo por fracaso de la religión cristiana. A la hipocresía cristiana se la sustituyó con una hipocresía anticristiana. Los adversarios del cristianismo se consideran mejores, más informados que los cristianos; se imaginan que han alcanzado una perfección mayor. Para decir la verdad, son seres seducidos por el mundo, que rechazan la verdad porque les llaman más la atención sus deformaciones que la verdad misma. Son inferiores a los cristianos porque han perdido el sentimiento del pecado. Nietzsche combatía apasionadamente al cristianismo porque sólo veía cristianos degenerados y exteriores; la fe cristianas, ni supo verla, ni comprenderla nunca.

El mundo cristiano sufre una crisis que lo está sacudiendo hasta lo más profundo de su esencia. El cristianismo exterior, simulado, falsamente retórico, no puede seguir existiendo; ha pasado su siglo. Asociar en la vida los ritos a un paganismo mentiroso resulta en adelante imposible. Una era de realismo efectivo comienza; en ¡ella se descubren realidades primordiales de la vida que dejan caer todos los velos exteriores, en las que el alma humana se halla frente a frente con los misteriors de la vida y de la muerte. Las conveniencias, las formas políticas y gubernamentales, han perdido todo significado. El alma humana quiere penetrar en la profundidad de la vida, quiere saber todo lo que es útil y esencial, quiere vivir en la verdad y ¡en la justicia.

En nuestra época, bajo la influencia de todas las conmociones sentidas, están naciendo almas que tienen sed ante todo de una verdad sin velos, no deformada por nada. El hombre está cansado de mentiras, de convencionalismos, de todas las formas exteriores y de todos los signos que han suplantado las realidades de la vida. El alma humana quiere ver la verdad del cristianismo sin intervención de esa mentira que los cristianos han introducido en él; el alma humana quisiera asociarse a Cristo mismo. La indignidad de los cristianos fué causa del olvido de Cristo. Por eso el renacimiento cristiano será, ante todo, un regreso al Cristo, a su Verdad, libre de toda deformación, de toda adaptación humana. La conciencia de la invencibilidad del pecado original no debe debilitar en el hombre la conciencia de su responsabilidad hacia la obra de Cristo en el mundo y no debe paralizar su esfuerzo en servicio de esa obra. La realización del cristianismo, de la Verdad y de los mandamientos de Cristo, parece a los hombres algunas veces tarea aplastante y desesperada. Pero el cristianismo mismo nos enseña que no puede ser realizado con sólo las fuerzas humanas. Lo imposible para el hombre es posible para Dios. El que cree en Cristo sabe que no está solo, que Cristo está con él, que está llamado a realizar la Verdad de Cristo en la vida, con Cristo mismo su Salvador.