Berdiaeff Diginidade Cristianismo III

Nicolas Berdiaeff — DIGNIDAD DEL CRISTIANISMO — INDIGNIDAD DE LOS CRISTIANOS

III

La humanidad cristiana ha cometido en su historia una triple traición hacia el cristianismo. La humanidad lo deformó primero y en seguida se apartó completament¡e de él; finalmente, y esa fué su falta más grande, empezó a maldecirlo por el mal que ella misma había creado. Cuando se critica al cristianismo se critican los pecados y los vicios de la humanidad cristiana, se critica la no aplicación de la verdad de Cristo y su deformación por el hombre. Y es precisamente por causa de esas deformaciones, de ¡esos pecados, de esos vicios humanos, por lo que el mundo se apartó del cristianismo.

A un principio ideal es necesario oponer otro principio ideal; hay que oponer un hecho real a otro hecho real. Podría defenderse la causa del comunismo probando que ha sido deformado y que no se ha aplicado nunca, como ha ocurrido con el cristianismo. Los comunistas derraman la sangre y desnaturalizan la verdad para llegar a sus fines; los cristianos han hecho lo mismo; pero parangonar el comunismo al cristianismo partiendo de ese hecho, sería un error evidente.

En el Evangelio, en los mandamientos de Cristo, en las enseñanzas de la Iglesia, en los ejemplos de los santos, en las realizaciones perfectas del cristianismo, hallaréis la buena nueva de la venida del Reino de Dios, hallaréis un llamamiento al amor hacia el prójimo, a la dulzura, al sacrificio, a la pureza de corazón, pero no hallaréis llamamientos a la violencia, a la animosidad, a la venganza, al odio, a la avidez; en una palabra, a todo aquello contra lo cual se sublevan los detractores del cristianismo. Por ,el contrario, en la teoría, en la ideología de Marx, que inspiró el comunismo, hallaréis esos llamamientos a la violencia, a la animosidad rencorosa de una clase contra otra, a la venganza, a la lucha por intereses personales, y nada que haga relación al amor, al sacrificio, a la pureza espiritual. Los cristianos han cometido en la historia esos errores con frecuencia y lo han hecho bajo la enseña de Cristo, pero de esa manera no cumplían nunca sus mandamientos. Los adversarios del cristianismo se complacen en decir que los cristianos recurren a menudo a la fuerza para defender y propagar su fe. El hecho es en sí innegable, pero demuestra que los cristianos estaban cegados por la pasión, que su naturaleza no se había iluminado todavía, que su estado de pecado deformaba la causa más justa y más santa. Cuando Pedro, queriendo defender a Jesús, sacó su espada e hirió al siervo del sumo pontífice cortándole una oreja, Jesús le dijo: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomaren espada, a espada perecerán “. (Mateo, cap. XXVI, vers. 51, 52)

La verdad divina del cristianismo, recibida por los hombres, se refracta en su naturaleza pecaminosa, en su conciencia limitada. La revelación y la vida religiosa cristiana, como toda revelación y toda vida religiosa, presuponen, no solamente la existencia de Dios, sino también la existencia del hombre. Y éste, aunque iluminado por la luz de la gracia procedente de Dios, adapta a su ojo espiritual esa luz divina e impone a la revelación los límites de su naturaleza y de su conciencia.

Sabemos por la Biblia que Dios se ha revelado a los Hebreos. Pero la cólera, el celo, la venganza que manifiesta el Dios-Jehová, no son las cualidades naturales de Dios y no son más que una imagen refractada en la conciencia del pueblo israelita, al cual eran inherentes tales errores. Los hombres desnautralizaron la idea de Dios, que a menudo se personificaba en un déspota oriental, en un monarca absoluto, y desnaturalizaron también el dogma de la Redención, que se interpretaba como la sentencia de un proceso judicial instruido por un Dios airado contra el hombre transgresor de su voluntad. Y esta manera deformada, humanamente limitada, de comprender los dogmas cristianos, llevó a los hombres a apartarse del cristianismo. La misma idea de la Iglesia se desnaturalizó. Se comprendió exteriormente identificándola con la jerarquía, con los ritos, con los pecados de los “cristianos feligreses”; se veía en ella, ante todo, una institución. La noción más profunda y más interna de la Iglesia considerándola como un organismo espiritual, como un cuerpo místico de Cristo (según la definición del apóstol Pablo) quedaba relegada a segundo término y no era accesible más que a una minoría. La liturgia, el sacramento, eran considerados como ritos exteriores; su sentido profundo y misterioso escapaba a la vista de los pseudo cristianos, y se abandonaba la Iglesia escandalizado por los vicios del clero, por los errores de las instituciones eclesiásticas, demasiado parecidas a las instituciones gubernamentales, por la fe demasiado exterior de los fieles y la hipocresía de una piedad exterior.

Hay que recordar siempre que existe en la Iglesia un elemento divino y un elemento humano; que la vida de la Iglesia es una vida “teándrica”, una acción recíproca de la divinidad y de la humanidad. La Iglesia es de fundación divina y es eterna e infalible, santa y pura y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. El elemento divino en la Iglesia es Cristo, su Jefe; es la enseñanza moral evangélica; son los principios fundamentales de nuestra fe, los dogmas de la Iglesia, los sacramentos, la acción de la gracia del Espíritu Santo. Pero el lado humano de la Iglesia es falible, pueden producirse deformaciones, enfermedades, caídas, alteraciones, lo mismo que puede encontrarse en ella un movimiento creador, un desarrollo, un enriquecimiento, un renacimiento. Los pecados de la humanidad y de la jerarquía eclesiástica no son pecados de la Iglesia, tomada en su esencia divina y no disminuyen su santidad. El cristianismo se alza contra la naturaleza humana, exige que s¡e ilumine, exige que se transfigure, y la naturaleza humana le resiste y tiende a deformarlo. Hay una lucha continua entre lo divino y lo humano, en el curso de la cual ora lo divino ilumina lo humano, ora lo humano oscurece lo divino.

El Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo carne y eso santificó la naturaleza humana. El cristianismo eleva al hombre y lo coloca en el centro del mundo; le indica el fin más alto de la vida, evoca su origen supremo y su misión más alta. Pero a diferencia de las otras religiones, no halaga la naturaleza humana en su estado de pecado y de caída y exige que el hombre se venza heroicamente.

Cristo nos enseña a amar a Dios, a amar al hombre, nuestro prójimo. El amor a Dios y el amor al hombre están indisolublemente unidos. Amamos a nuestros hermanos por amor a Dios, por amor al Padre, y en el amor a esos hermanos se revela nuestro amor a Dios. “Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor es perfecto en nosotros”. (Primera epístola de San Juan, cap. IV, vers. 12. 218) Cristo era el Hijo de Dios e Hijo del Hombre; El nos reveló la unión perfecta de Dios y del Hombre; nos reveló la humanidad de Dios y la divinidad del hombre. Pero el hombre natural se asimila difícilmente esa plenitud del amordivino y humano”. Unas veces se dirige a Dios y se aparta del hombre; se dispone a amar a Dios, pero también a sentir por el hombre indiferencia y crueldad. Así era en la Edad Media. Otras veces se vuelve hacia el hombre, dispuesto a amarlo y servirlo, pero se aleja de Dios, cuya misma idea ataca como si fuera nefasta y contraria al bien de la humanidad. Así ha ocurrido en los tiempos modernos, en el humanismo, en el socialismo humanitario. Y luego, habiendo pisoteado la verdad teándrica, habiendo separado el amor al hombre del amor a Dios, los seres humanos atacan al cristianismo y lo acusan de sus propias maldades.