Berdiaeff Cristianismo e Atividade III

Nicolas Berdiaeff — Cristianismo e Atividade Humana

III

El materialismo filosófico e histórico ¿puede afirmar la actividad del hombre? De hecho, sus partidarios la sostienen. Pero al hacerlo ¿permanecen fieles a sus principios?, ¿están en estado de justificarse lógicamente? El marxismo es de gran actualidad y sus adeptos apelan a la actividad. Pero, ¿puede su enseñanza referente al hombre legitimar esa actividad? Seguramente que no. La doctrina que pretende que la economía condiciona toda la vida humana, que toda la historia está determinada por el desarrollo de las fuerzas materiales productivas, que toda ideología no es más que el reflejo de la realidad económica, es en- sí misma pasiva, no reserva ningún lugar a la iniciativa creadora del hombre. Todo lo que el hombre piensa, todo lo que hace, no es más que el reflejo de la realidad material; el hombre está impulsado por fuerzas impersonales, materialmente sociales, situadas fuera de él.

La crisis que pasa la filosofía soviética contemporánea viene de la dificultad que tiene en justificar, desde un punto de vista marxista, la actividad del hombre y en particular la prodigiosa actividad de los comunistas rusos. Los jóvenes entonces tratan de aportar rectificaciones al marxismo, de limitar su determinismo social, de contrarrestar el materialismo mecanicista, de reconocer la posibilidad de un “auto-dinamismo” en el mundo que no esté determinado por el medio exterior. Pero todo eso no se verifica sin que’la lógica sufra grandes sacrificios y la terminología filosófica serias deformaciones. En efecto, transfiere la libertad del espíritu a la materia, la cual recibe en suerte la vida, la actividad, la lógica, la libertad, la posibilidad del movimiento espontáneo. Empero la materia y el proceso material, si se emplea correctamente la terminología filosófica, no pueden en ninguna manera ser activos; el libre auto-dinamismo no es propio de ellos, no se les puede atribuir dialéctica ninguna. Sólo el espíritu es activo; la actividad implica un principio espiritual. Si el hombre no es más que una ínfima fracción de la materia universal, si no es otra cosa que el producto de la naturaleza material y del medio social, si no es sino un momento transitorio y un instrumento de los procesos materiales, naturales y sociales, entonces no se plantea siquiera el problema de su actividad. Un concepto semejante excluye de antemano la noción de actividad en el mundo, puesto que todas las cosas están determinadas desde fuera, no son más que el reflejo de algo diferente, no son sino el resultado de la necesidad. Si el materialismo dialéctico de los marxistas-leninistas afirma la actividad inusitada del hombre — del hombre social, se entiende — susceptible de transformar a su gusto el mundo entero y hasta de abrogar las leyes de la naturaleza, eso resulta de que transfiere las propiedades del espíritu al seno de la materia, cometiendo por ese hecho mismo, como ya lo hemos indicado, una violación ilícita de la terminología establecida. El materialismo es a menudo un símbolo verbal y convencional, cuando en realidad ha dejado de exisitr.

Aquí tocamos al argumento de fondo de toda la propaganda antireligiosa, al ataque al parecer más fuerte contra el cristianismo y al mismo tiempo a la refutación principal de ese argumento. La defensa de la actividad humana resulta ser completamente ficticia. Porque los que reprochan al cristianismo que rechaza la actividad humana, ignoran no solamente esa actividad, sino que en realidad ignoran al hombre mismo.

En efecto, la concepción del mundo marxista-leninista afirma, no la actividad del hombre, sino la de la colectividad social, que aplasta al ser humano y lo transforma en un instrumento. Reconocer la actividad humana es reconocer en el hombre una iniciativa creadora, una libertad de acción. El hombre es activo si es un ser espiritual libre disfrutando de un valor absoluto; si no se ve reducido al estado de simple instrumento para servir a los fines de un proceso social. El hombre es activo si crea ese proceso y no es libre cuando ese proceso lo crea a él. Por consiguiente, el activismo soviético, en el cual el hombre no es más que el dócil ejecutor de un mandato social, no tiene ninguna relación con el activismo humano. El comunismo materialista que toma como realidad única y original la colectividad social considerándola efectivamente como prodigiosamente activa y todo poderosa, niega al hombre mismo. De modo que podríamos decir, volviendo a la terminología cristiana, que toda la actividad se debe exclusivamente a la “gracia” de la colectividad, del partido comunista y no a la libertad humana. La sociedad comunista se pone en lugar de Dios. Se acusa al cristianismo de atribuir la actividad a Dios y la pasividad al hombre. Se le interpreta como un fatalismo que hace obrar a Dios en el mundo independientemente del hombre y en cierto modo por encima de él, por cuanto este último no es un sujeto independiente, sino únicamente el objeto de la acción divina. Se le reprocha que reserva la potencia activa exclusivamente a la gracia, omitiendo la libertad humana. Pero nosotros sabemos que la Iglesia católica condenó el ocasionalismo, teoría según la cual sólo la causa eficiente, es decir, Dios, produce un efecto en el mundo, mientras que las causas secundarias, la naturaleza y el hombre, se limitan a procurarle la ocasión para obrar.

La conciencia cristiana se ha sublevado siempre contra la noción fatalista de la acción de Dios en el mundo. Ella ha sostenido siempre que Dios obra, no por encima del hombre e independientemente de él, sino por medio de él, a través de su libertad y de su actividad. Esta idea la encontramos también en el sabio adagio popular que dice: “A Dios rogando y con el mazo dando”. En una palabra, si el hombre no es más que el reflejo de los procesos materiales y sociales, es deeir, el instrumento pasivo de esos procesos cuyas órdenes ejecuta dócilmente, tenemos todo derecho a afirmar que sólo la naturaleza y la sociedad son activas.

Los marxistas-leninistas objetarán a eso que la naturaleza y la sociedad se manifiestan a través de la lucha activa de clases. Ellos protestarán seguramente contra una interpretación fatalista de su doctrina. La filosofía soviética más reciente se niega también a ver en el marxismo un determinismo y llega hasta a aceptar el indeterminismo, o dicho de otro modo, la libertad de la materia misma. El mecanicismo, que excluye la actividad de los hombres, se ve claramente condenado. Pero, ¿con qué derecho se permiten entonces interpretar el cristianismo en el espíritu de un cierto mecanicismo? Porque concibiendo la acción de Dios sobre el hombre bajo la forma de impulsión ejercida desde fuera, se acaba por darle exactamente la misma interpretación que la del mecanicismo en lo que se refiere al movimiento de la materia. Ahora bien, tenemos infinitamente más razones para concebir la acción de la gracia divina ejerciéndose a través de la actividad humana, y en esa actividad, manifestándose del interior sobre la libertad misma del hombre, a la cual fortalece y transfigura, que verla como ejerciéndose desde fuera, es decir, independientemente del hombre. Sea como quiera, estamos más autorizados a admitir relaciones semejantes entre Dios y el hombre — porque son espirituales, y por consiguiente libres — que entre la naturaleza o la sociedad, tomadas del lado del materialismo, y el hombre. Las relaciones materiales expresan siempre una coacción exterior, mientras que Dios, como ser espiritual, no puede obrar más que desde el interior, desde la profundidad de la conciencia humana; Dios no puede obrar más que sobre la libertad del hombre y a través de ¡esa libertad. Y la fe en Dios es una fe en esa fuerza interior que ilumina la libertad humana.

La acción de la naturaleza y d© Ia sociedad, la del comité central del partido comunista, no presupone en ningún modo la libertad y la actividad interiores del espíritu humano. La naturaleza y la sociedad pueden obrar desde fuera sobre el hombre, pueden obligarlo a ésta o a la otra acción y en realidad, el hombre se siente continuamente bajo su imperio; su actividad no es, casi siempre, otra cosa que una adaptación a las exigencias de sus necesidades, una adaptación de carácter defensivo. Se reduce, en suma, a una reacción de auto-conservación. La actividad creadora sólo se manifiesta cuando el hombre se eleva espiritualmente por encima de las exigencias del medio natural y social que le rodea, cuando lo transforma en lugar de ser transformado por él. No puede calificarse de actividad más que lo que procede del interior al exterior. Si yo me encuentro sujeto de la mañana a la noche a ocupaciones serviles por orden de las clases dominantes, por orden del Estado, de la sociedad o del comité central del partido, soy pasivo y no activo. Porque el trabajo puede ser pasivo. Y así es con toda labor servil, no solamente en la sociedad en que subsiste la esclavitud, sino también en las sociedades capitalistas y comunistas. Sin duda, se puede amaestrar al hombre hasta el punto de que sienta satisfacción en ejecutar los mandatos de la sociedad, de que se sienta plenamente libre en su servidumbre, activo en su pasividad; puede hacerse de él un animal social disciplinado. Pero entonces su imagen se altera, su dignidad desaparece; la sociedad humana se asemeja a un hormiguero. Y tarde o temprano, el hombre se sublevará, como el héroe de “El espíritu subterráneo”, de Dostoiewsky. Por el contrario, la acción de Dios sobre el hombre presupone necesariamente la libertad del espíritu. No es posible imaginarse esa acción como exterior y mecánica. Si se la ha podido imaginar así, es porque se la concebía por analogía con la acción de las fuerzas de la naturaleza o de los poderes sociales, porque se transferían a Dios las relaciones sociales de dominio y de sumisión. Sola la acción interior del espíritu sobre el espíritu implica la libertad y la actividad, tanto las del sujeto como las del objeto de la acción; sólo ella excluye la violencia y la pasividad. Empero Dios es espíritu y obra en el hombre como ser espiritual. El espíritu es libertad y actividad por definición.

La esclavitud del hombre, tan frecuente en la vida religiosa pagana y aun en la cristiana, fué siempre el índice de una concepción religiosa desprovista de espiritualidad, reflejo de un estado social de servidumbre. La revelación religiosa estaba deformada constantemente por ese estado de cosas y se aceptaba servilmente. La acción de Dios en el hombre, entonces, se concebía como acción de la fuerza natural y social y no como acción de un ¡espíritu sobre otro espíritu. Precisamente es la sociedad, cuya organización mecánica alcanza la perfección, la que puede obrar sobre el hombre desde fuera y exigir una actividad que le sea provechosa, dejándolo de todos modos inteiormente pasivo y reducido a la esclavitud. La violencia y la tiranía en que abunda la historia del cristianismo, la de la Iglesia, no fueron nunca violencia y tiranía de Dios, del Espíritu, sino de la sociedad humana amparándose detrás de símbolos, de fórmulas y de signos cristianos. Se personificaba a Dios como un autócrata absoluto; se veía en la Iglesia un Estado monárquico ; se transferían a la vida religiosa las relaciones y los lazos sociales. Sin duda, muchas cosas se pueden interpretar aquí en sentido marxista, de acuerdo con el materialismo histórico. Pero, ¿qué significa eso sino que nos prueba una vez más que todo lo que había de servil en el cristianismo mismo tenía un origen social y no religioso? Los que dirigen la propaganda antireligiosa niegan el espíritu, es decir, la única fuente de actividad y de libertad, de la dignidad suprema del hombre, adñutiendo como sola realidad la naturaleza y la sociedad, que en todo tiempo fueron el origen de la pasividad y de la esclavitud del hombre. Estos son de la misma familia de los pseudo cristianos que deformaron en el pasado la revelación de Cristo.

El hombre no funda su actividad sino en el dominio de la naturaleza y de la sociedad y su sumisión por el espíritu. Sólo entonces es cuando su actitud con respecto a ellas es independiente, libremente activa. Por lo tanto, no solamente el argumento principal de la propaganda antireligiosa se derrumba, sino que se vuelve contra los que lo emplearon. Los que luchan por la actividad del hombre deben luchar al miSmo tiempo por el espíritu, oponiéndose a la opresión ilimitada e implacable de la sociedad sobre el hombre.