Berdiaeff Cristianismo e Atividade I

Nicolas Berdiaeff — CRISTIANISMO Y ACTIVIDAD DEL HOMBRE

I

La literatura antirreligiosa soviética ha reunido todos los argumentos formulados contra el cristianismo. En ellos se repite todo lo que han sostenido sus adversarios, Voltaire, Holbach, Dupuy, Feuerbach, Marx, pero en forma eminentemente vulgar. Lenin mismo no dio pruebas de renovación ninguna ni de ninguna originalidad doctrinal por lo que se refiere a la religión, pero excedió a todos sus predecesores en la crudeza de sus invectivas. De toda esta fraseología, un solo argumento parece esencial y poderoso y puede fácilmente, por la impresión de grande verosimilitud que ofrece, convencer a aquellos que se interesan poco en el problema religioso por haber profundizado insuficientemente su esencia; hélo aquí: la religión, en general, y en particular la religión cristiana, rechaza la actividad del hombre, predica la pasividad, la sumisión al destino, la resignación ante la injusticia social y enseña a confiarse en Dios para todo, justificando por ello mismo la opresión del hombre por el hombre. Parece que en la religión cristiana el único activo es Dios y la tarea del hombre consiste solamente en orar, en resignarse, en celebrar Te Deums y en esperar que obre la gracia divina. Esta afirmación se ilustra generalmente, en la literatura antireligiosa soviética, con ejemplos simplistas que subrayan la inutilidad de la espera del milagro, de las oraciones y de las acciones de gracias para obtener una cosecha mejor y, por el contrario subrayando también la oportunidad que ofrece la adaptación a la economía rural de la técnica perfeccionada. En una palabra, se opone el tractor a la oración. Aquí queda descontado el estado de atraso, la ignorancia y el carácter supersticioso de las masas religiosas, entre las cuales el cristianismo, es decir, la religión del espíritu, no se ha desprendido enteramente de la magia pagana.

Pero los Cristianos deben reconocer de todos modos que demasiado a menudo la interpretación de su religión tendía a humillar al hombre, a negar su actividad y su facultad creadora. No cabe duda alguna de que los tratados de teología, sean por lo demás ortodoxos, católicos o protestantes, lo disminuían y lo aplastaban deliberadamente, le negaban toda posibilidad de acción creadora en el mundo ambiente, en la naturaleza y en la sociedad, justificando exclusivamente un sentimiento conservador de la vida. Esta humillación del hombre, esta limitación de sus posibilidades estaba generalmente unida a la doctrina del pecado ¡en la naturaleza humana. Partiendo del principio de que el hombre es un ser caído cuyas fuerzas han quedado irremediablemente minadas por la caída, en ¡el que todo bien que pueda manifestarse proviene de la gracia divina porque él mismo es apto sólo para hacer el mal, han venido a parar en la conclusión de que era de cualquier manera incapaz de crear un orden de sociedad justo y libre. Así se ha explotado excesivamente la doctrina de la caída y se ha utilizado para mantener al hombre en la esclavitud santificando un régimen injusto de vida.

Para comprender el origen de semejante interpretación del cristianismo y de un abuso tal de la idea del pecado, ,es preciso en todo caso tener en cuenta que en la vida religiosa coexisten dos principios: el principio divino y el principio humano, la revelación de la luz emanada de Dios y su percepción por los hombres con toda la limitación que les es propia y en la cual se acusan sus relaciones recíprocas, las relaciones de la dominación y de la esclavitud. Si sólo Dios obrara, no habría existido el mal, no habría imperfección ni sufrimiento; hubiera sido el advenimiento del Reino. Pero el hombre obra también y su actividad puede ser buena o puede ser mala. Y es activamente como el hombre ase hasta de la luz que procede de Dios y la refleja en sus tinieblas deformándola conforme a sus intereses personales y sociales por ser muy a menudo incapaz de elevarse hasta la concepción espiritual del cristianismo.

El hombre comprendió demasiado servilmente la doctrina cristiana y la misma negación de la actividad humana resultó de una actividad mala; la humillación humana fué una deformación humana del cristianismo. Porque en realidad la doctrina cristiana, que no ha sufrido alteración ninguna, nos enseña ante todo la dignidad del hombre, al que lejos de rebajar lo eleva por el contrario a una altura sin precedente. La esencia del Evangelio se resume en estas palabras: “Buscad primeramente el reino de Dios”. Este es el punto esencial del cristianismo. El Evangelio nos dice que a ese Reino se hace fuerza; pero el buscarlo corresponde a la realización de una vida perfecta, de una plenitud de vida en la cual entra toda justicia. Esa vida no puede significar una sumisión ante la mentira y la injusticia por la razón de que la naturaleza humana sea pecadora. Porque el pecado se vence por la búsqueda activa del Reino de Dios, por la búsqueda de una vida mejor, más perfecta, más integral. Podría decirse que el cristiano es un eterno revolucionario al que no satisface ningún régimen de vida, porque él busca el Reino de Dios y su justicia, porque él aspira a la transformación más radical del hombre, de la sociedad y del mundo. Si se distingue de los revolucionarios exteriores, no es por un menor radicalismo de sus ideas, sino por la exigencia de una armonía entre los medios y los fines, es decir, por la negación del odio y de la violencia como vías conducentes a la realización de una vida perfecta.

El cristianismo no corresponde de ningún modo a la continua espera del milagro como suceso procedente del exterior y que se deba realizar en el hombre independientemente de lo que él mismo representa. En efecto, una pasividad semejante está hasta condenada como una tentación. La sola posibilidad de lo milagroso implica ya en la vida espiritual una actividad del hombre. “Wladimiro Solovieff decía que es impío esperar de Dios lo que puede realizar el hombre por su sola intervención. Igualmente puede decirse que es impío apelar a Dios para obtener una buena cosecha, cuando la técnica humana, el perfeccionamiento de la ¡economía rural, son perfectamente capaces de realizarlo. Y así para todo. Dios mismo desea que la. ciencia y la civilización, la medicina y la técnica contribuyan a la obtención de una vida más perfecta. Pero la perfección interior de la vida, la transformación de las vidas humanas no puede obtenerse por ciencia ninguna ni por ninguna técnica; ella presupone la actitud espiritual del hombre para con su Dios.

Afirmar que el cristianismo es hostil a la actividad del hombre es contradecir ante todo los hechos históricos. Porque vemos que la mayor actividad se desarrolló precisamente en el curso del período cristiano de la historia y que el mayor dinamismo fué patrimonio de los pueblos que aceptaron el cristianismo, es decir, de los pueblos de Occidente. El cristianismo se halló ser una fuerza creadora y motriz en la historia y hasta sus adversarios habrán de reconocerlo. Los pueblos de las antiguas civilizaciones de Oriente (China, la India, Persia) que no lo aceptaron, parecen separarse de la Historia Universal, se anquilosan y viven del pasado. Mientras que el cristianismo es precisamente, entre todas las religiones, la que tiene más aptitud para dirigir la mirada de los pueblos hacia el porvenir.

Este hecho se ¡explica por su carácter mesiánico, por su fe en el Reino de Dios hacia el cual se encamina el mundo. El concepto mismo de la historia, como proceso dinámico lleno de sentido y dirigido hacia un fin supremo, ha surgido gracias al cristianismo. Ese concepto resulta del hecho que en el centro de la historia apareció Cristo, el Salvador del mundo, es decir, del hecho que el sentido del proceso universal se hizo carne. El mismo concepto de la historia era. desconocido a los griegos y a toda la civilización antigua porque su conciencia no estaba orientada hacia el porvenir; lo peculiar de esos pueblos era la noción de un movimiento cíclico. El griego antiguo era contemplativo, no activo; admiraba estéticamente la belleza del cosmos, de la armonía universal; su religión estaba anida a los mitos del pasado. Los acontecimientos más importantes se referían a ese pasado.

El cristianismo, por el contrario, no se limita al pasado; mira al porvenir, a la segunda venida de Cristo, al Reino de Dios, al fin del mundo, en