Luc Benoist — O Esoterismo
Nicolau de Cusa
Nicolás de Cusa, cardenal de la iglesia romana, justificará en su Apología su propia causa y la de sus Predecesores Plotino, Dionisio, Eckhart. También para él la pura esencia es inaccesible. Pero más intelectual que espiritual, su método para referirse a la esencia es “el arte de las transmutaciones geométricas”. Las ideas y los conceptos no son para él inmóviles.
En el límite de su desarrollo cada concepto coincide con su opuesto. Explicar, no consiste para él en referirse a una tabla de valores fijos, de tipos universales, sino en encontrar la fórmula matemática que transforma un movimiento oscuro y presentido en una función racional. El entendimiento tiene por función realizar la síntesis de los contradictorios, y si esto es posible es gracias a la presencia en el alma de un reflejo de la Divinidad. Dios es más interior al hombre que él mismo. La verdad no es más el objeto último de una larga carrera, sino el reconocimiento, en el fondo del alma, de un infinito inaccesible. El observador, como el relativista moderno, está siempre colocado en el centro. En el espacio, crea su orden y su jerarquía. En el tiempo, el instante en que vive es un reflejo de la eternidad. Bajo todos los modos del ser, Nicolás de Cusa ve una participación en lo Imparticipable.
Nadie se admirará de que haya deseado una unidad religiosa conforme a la Tradición. Da de la religión fórmulas tan abstractas que todo el mundo puede suscribirlas. Escribe un Examen crítico del Corán. Marcha a Constantinopla para conducir nuevamente al emperador bizantino bajo la obediencia de Roma. Mueve al Papa a escribir una carta al sultán turco ofreciéndole la sucesión de los emperadores de Oriente. Para él las “revelaciones” son múltiples así como los dogmas y, al igual que los ritos, corresponden a verdades parciales. “A través de la diversidad de los Nombres divinos, escribe, es a Ti a quien nombran, en efecto tal eres Tú y tal permaneces, desconocido e inefable”. Pasa de la trascendencia de una teología negativa a la inmanencia de un infinito actual. Su “docta ignorancia” realiza la superación de los contradictorios. Pero sabe bien que lo profano no es capaz de comprender el tesoro que encierra en sí. El conocimiento verdadero es esotérico. Y proclama en una fórmula magnífica: “La sabiduría grita sobre las plazas públicas y su mensaje es que habita sobre las cimas”.