FRANCISCO GARCÍA BAZÁN — METAFÍSICA E CIÊNCIAS
Excertos de “René Guénon ou a Tradição Vivente”
El enfoque estrictamente metafísico de la realidad no sólo no ha sido superado por las nuevas concepciones como una antigualla perimida y absurda en su relación con los hechos, sino que al mismo tiempo es el único que puede dar una respuesta apropiada a los problemas humanamente más acuciantes de la actualidad.
En primer lugar, si el ámbito del ente o manifestación no está encerrado sobre sí mismo, y tiene su sentido propio por sobre su límite, desde el horizonte del Ser, cuantos instrumentos mentales se ocupen por extender analíticamente el conocimiento del dominio de los seres perderán significación real si intentan artificiosamente romper amarras con su propia luz significativa. El ente, por consiguiente, en tanto que entidad física admitirá el estudio científico con fines prácticos, pero sin que esta tarea desarrolle una voluntad omnímoda de destrucción de aquel objetivo más verdadero que sobrepujando el simple nivel científico, reclama la presencia de su móvil originario: la actividad contemplativa. La posible utilidad del conocimiento científico es la consecuencia de la vocación y esfuerzo de búsqueda de la verdad y no al revés. El científico recompone, no domina. De esta manera no se trata del hecho de que la ontologia impida o rechace el desarrollo científico, sino de que ella exige elevar la mirada por encima del simple razonamiento y la mera aplicación, porque es su dirección interna. El afán de saber de movimiento horizontal es de esta manera signo de la aspiración al saber trascendental y con criterio semejante sería posible ver crecer la estatura de las ciencias particulares actuales desde un nivel puramente profano y utilitario hasta su límite propio, el de aspirar a ser ciencias tradicionales. Es decir, saberes que se ajusten con sus investigaciones a objetos o sectores parciales del orden cíe la manifestación, pero respetada esa parcela fenoménica como el reflejo de un orden de principios universales invisibles que lo constituyen.
De este modo las matemáticas en su doble dimensión aritmética y geométrica se patentizarán en última instancia por encima de su peculiaridad cuantitativa de cálculo y mensura, como el sello cualitativo de un orden de relaciones, medidas y proporciones armónicas invisibles y virtuales que poseen diverso carácter de aplicación.
Las denominadas ciencias fácticas, como la física y química contemporáneas, se integrarán en universos epistemológicos más amplios y densos, como los de la cosmología y alquimia, que tradicionalmente han percibido al cosmos y sus transformaciones como el reflejo de un orden metafísico que se ofrece a través de un cuerpo y fisiología cósmicos y seguirán prestando una valiosa colaboración auxiliar a otros saberes. El orbe, además, no presentará una conformación espacial indiferente o convencional, sino según los criterios tradicionales de una geografía sagrada.
Las ciencias que tienen al hombre como su objeto de examen, como la medicina, o las admitidas como ciencias del hombre, porque se considera que tematizan los resultados de su actividad consciente: historia, sociología, psicología, ciencias políticas, economía, etc., se integrarán no sólo en una cosmobiología universal unitaria, incluidas, por lo tanto, las correspondencias astrológicas, sino también en el cuadro del sentido último del universo y del hombre en él. Con ello los enfoques interdisciplinarios adelantarán su perfil mostrando los rasgos que le son intrínsecos, es decir, reconociendo cada ciencia la presencia en su terreno parcial de saberes que les son ajenos, pero admitiendo con su reconocimiento la aspiración integradora del saber humano y la necesidad de tener que ser completadas con una necesaria visión filosófica.
La medicina puede tener una tendencia pragmática básica y muy generalizada a curar al enfermo, pero fracasará en su cometido subsidiario si por observar una estricta orientación somática confinada a cuidar al cuerpo, aniquila al hombre.
La historia no podrá ser mera disciplina histórica que ambiciona recuperar hechos del pasado en relación con el hombre, movida por la historicidad íntima del ser humano o justipreciando los hechos como signos de un diálogo que orienta el destino trascendente del hombre, bien sea en su nivel existencial o teológico, será preferiblemente el entramado armónico universal que refleja en indefinida espiral cósmica la espontánea irradiación de lo Absoluto inextricablemente combinada con la libertad humana, cuya actividad orientada por fines genera méritos y deméritos. La historia sólo puede concebirse correctamente y en su ultimidad como metafísica de la historia. El lector podrá orientarse debidamente con la lectura del capítulo III.
Sucede algo similar con las ciencias que analizan la disposición de las comunidades humanas y su destino. Las sociedades se insertan en cuerpos tradicionales más amplios, las civilizaciones, y éstas, como hemos visto, deben sus principios organizadores legítimos a la tradición primordial, la que se desarrolla históricamente en correspondencia con el proceso cósmico; luego las organizaciones sociopolíticas son la actualización de una ley o disposición dhármica que a través de ellas se desenvuelve en uno de sus aspectos. El respeto por los principios trascendentes, la estructuración jerarquizada de las funciones intelectuales, políticas, productoras y de intercambio y la adhesión firme a la propia disposición personal, son criterios básicos de un orden tradicionalmente establecido. Nuestras modernas sociología, politicología y economía, e incluso la filosofía política comprendida en sus formas coetáneas más profundas, a las que inspira el ideal comunitario del bien común político y trascendente, deben insertarse en la concepción tradicional de una metafísica de la civilización que sobrepuje e integre las políticas nacionales, para recuperar un sentido político que es primariamente de raíz cultural. Guénon veía ratificada su intuición en la desnaturalización de la civilización y de su orden interno, lo que significó para Occidente la desmembración de la cristiandad con la correspondiente atomización de la idea del Sacro Imperio en la concepción moderna de las nacionalidades y observaba también con elevada dosis de pesimismo, la desintegración interna de que daba síntomas el Islam pocos años después de su llegada a El Cairo. El capítulo IV del presente volumen intentará facilitar al lector una respuesta más amplia acerca de estos interrogantes de metafísica sociopolítica.
Tampoco es posible en el marco de una doctrina metafísica coherente considerar al hombre como una entidad subsistente, creada desde la nada para la eternidad. Si el hombre como espíritu viviente (jivâtman) no es un simple organismo semoviente, tampoco se identifica con su alma, principio de vida e individualidad, y ni siquiera es indiscernible de la potencia perfecta de ser un hombre (hombre terrestre, verdadero o primordial, y universal): el hombre es en su mismidad insustituible la negación de toda diferenciación, luego lo Absoluto mismo, Unidad, Identidad Suprema. Encaramados en la cima de una metafísica del hombre, . que excede a toda antropología de sesgo arraigadamente teológico, puesto que descansa sobre la verdad religiosa de la intuición de la persona humana, la antropología se desvanece en metafísica y la triple teoría de la liberación (moksha) del advaita Vedanta, a la que Guénon ha dedicado páginas que le son predilectas, explica debidamente esta actitud. En el capítulo VI se podrán confirmar estas ideas del pensador francés con mayor extensión y sobre el fondo de un superior desarrollo de su interpretación de la filospfía hindú.
Finalmente, por sobre todas las anteriores aplicaciones filosóficas de la metafísica campea una condición que las adelanta y posibilita con todo el vigor de las realidades experimentadas al entender que no nos estamos moviendo en un universo de abstracciones o de las simples inquietudes de un hombre problemático. La liberación y el saber integral no se logran por el simple ejercicio de la reflexión, sino viviendo las ideas, asimilándo-as vitalmente, o dicho de otro modo, incorporándose en una rama iniciática verdadera o regular.