Bazan Metafísica

Francisco García Bazán — René Guénon e a Tradição Vivente
La doctrina metafísica
La metafísica difiere de la religión por ser un conocimiento espiritual o intelectual puro, luego ofrece dos aspectos: a) el objeto que se conoce y b) la enseñanza que imparte la experiencia de ese objeto. Es decir que la definición nominal que Guénon proporciona de la metafísica como “más allá de la física”, la interpreta como el saber especial que está más allá del saber de la física que estudia a la totalidad natural, pero también como el objeto de conocimiento de la doctrina metafísica descripta, el que de por sí o por su modo propio de existir excede a lo físico y por eso, precisamente, es indefinible. Efectivamente los nombres que tratan de caracterizar a ese sujeto de definición pertenecen todos, como estructuras verbales y lógicas, al ámbito del devenir y difícilmente la razón y lo que está sometido al cambio podrán definir, o sea, delimitar y catalogar conceptualmente, a lo que es inmutable y está por encima de las nociones generales. El término ‘metafísica’ sugerirá o designará sólo indirectamente a su objeto de captación espiritual y este objeto, en una primera tentativa de aproximación expositiva que más tarde extenderemos, es la esfera de los principios universales, es decir, de las realidades primordialmente constitutivas del universo, que son eternas, y de lo que está más allá de este universo espiritual, que ni siquiera es eterno. En la medida en que la dicha esfera trascendente es única e indivisible, lo que sufre transformaciones necesarias serán sus expresiones o productos. Se trata, por consiguiente, siempre de la misma inmutable realidad, la que será de igual modo conocida con distinta perspicacia por diferentes hombres, puesto que en este conocimiento las estructuras mudables ejercen su propia influencia. Razonablemente esta opacidad no pertenece al objeto que se conoce, sino al acto de conocimiento y a su trasmisión. El objeto metafísico, sin embargo, por cuanto vamos explicando, sobrepuja a las distinciones, divisiones y particularidades naturales y sólo puede ser aprehendido por la inteligencia pura o no formal, el espíritu, en un acto cognoscitivo que es intuitivo, o sea, un conocimiento directo e inmediato, que transforma al polo cognoscente en el conocido, o mejor, que delata la naturaleza idéntica que subyace al objeto aprehendido y a la facultad espiritual o intelectual que ejerce el acto de aprehensión. Además, este conocimiento es por su propia esencia infalible, no falla, puesto que atesora en su interioridad misma la prueba de su verdad, gracias a la inmediatez de la experiencia o actividad cognoscitiva a la que nos referimos. Huelga detenerse en afirmar que el origen de este conocimiento es suprarracional, e incluso suprapsíquico, y, que si en él existieran deficiencias, corresponderían a la formulación del pensamiento, no a su fuente intuitiva. Bien, las enseñanzas fundamentadas en esta intuición metafísica, fielmente conservadas en las doctrinas tradicionales propiamente dichas, cae de suyo, poca estimación pueden mostrar por ideas y concepciones que la mentalidad modernista occidental ha puesto en boga, como las teorías progresista, evolutiva, relativista, racionalista, individualista, cientificista, empirista, etc., que son de propia evidencia antimetafísicas.

El saber metafísico amoldándose dócilmente a la intuición de la realidad, empero, trasmite desde tiempos inmemoriales un esquema doctrinal metafísico estricto, ontológico y óntico, cuyos testimonios están dispersos por todas las tradiciones y que debe tenerse en cuenta. Su fundamento último es el carácter sui generis de lo Infinito o Absoluto, como lo más profundo de la realidad, lo que permite a Guénon reflexionar sabiamente, muy bien orientado en esta tarea por su comprensión del pensamiento de Shankara.

1) La realidad en sí, estrictamente considerada es única y sin segundo, o sea, sin nada otro que la limite o refleje y de esta manera inconfundible con los modos de ser que la envuelven y que son los que habitualmente se experimentan en la existencia natural y del espíritu. De esta manera la realidad sin atenuaciones es Posibilidad Universal y nada otro. Pero Posibilidad Universal actual, luego raíz permanente o principio inmanifesta-ble de toda otra realidad; realidades, si hemos de ser rigurosos, a medias, o mejor, enfrentadas de cara a la realidad, nada, no-realidades, apariencias. La realidad, por supuesto, es el solo sostén inmediato de los principios universales, cuya manifestación, según lo anticipamos, es el universo de nuestra experiencia diaria, superficial y profunda. Se explica, de acuerdo con esta convicción ajustadamente metafísica, que Guénon utilice para lo Absoluto o Unidad así entendido, la expresión técnica de No-Ser, puesto que bien examinado, está allende el Ser y éste es como su máscara, irradiación o primera reflexión. El filósofo francés extrayendo materiales para sus elucubraciones del Vedanta advaita puede afirmar que el No-Ser es no dual, puesto que está más allá de toda dualidad, por apretada que sea, y que, concretamente excede a aquélla que es primigenia o primordial, la de la forma (eidos) y sustancia (ousta), constitutivos esenciales que ya están presentes, como componentes necesarios, en el ámbito del Ser u orden de los principios cósmicos que siempre existen. La realidad en sí misma, oculta, no derivada, y sin ninguna posibilidad en absoluto de generación o manifestación, puesto que la produce, preside con su indiferenciación pura y sin pliegues ontológicos, cualquier tipo de distinción, la que determinándola negaría una naturaleza que es plenamente libre y serena. La realidad sin aditamentos, oropeles que la empobrecen, recibe diversos nombres en las diferentes tradiciones esotéricas que van acompañados de las exégesis correspondientes: Brahman sin cualidades, en la perspectiva metafísica hindú y ostentando su interpretación más completa en los comentarios de Shankara al triple canon del Vedanta; el Tao, en la tradición china más recóndita; Allahu Ahad (el Principio único) en el esoterismo islámico; el Uno en Plotino; la divinidad que está por encima de Dios en los escritos del Maestro Eckhart; el Abismo que reina por sobre el Silencio, entre los gnósticos alejandrinos, etc., etc.38.

Es notorio que en la región de la plenitud indiferenciada se esfuman los símbolos y las palabras sugeridoras, igual que las definiciones desaparecen ante la perfección de la idea. Todo soporte material y toda intuición espiritual revelan súbitamente su indigencia ante la inesperada aparición del anonadamiento, por eso las denominaciones positivas, las negativas y las analogías simbólicas que se emplean para caracterizar esta experiencia, poseen sólo un carácter vicario, de apoyo alusivo e indicador, para que el que las escuche y use, pueda ascender hacia un tipo de identidad que en sí misma es inefable, o sea, de naturaleza imposible de expresar y describir.

2) Las esencias no finitas, las formas universales o también el Dios personal, y creador provisto de atributos perfectos, según la imagen religiosa, de quienes depende el mundo y que lo sustentan, constituyen el principio no manifestado de la totalidad del ser cósmico. Nos estamos refiriendo en la ocasión a la región intuible de los archai, de los fundamentos eternos y paradigmáticos, posibilidad permanente, invisible e indivisa de todo el cosmos u orden manifestado. Este es el nivel del Ser propiamente dicho, el reino en el que viven su existencia perfecta las raíces ontológicas o cosmológicas, de las que el mundo es espejo, puesto que cuanto es visiblemente, su destino y la ley invisible del orden de la manifestación, aquí conservan su potencia principal.

La filosofía aristotélica al definir la metafísica como el saber de los primeros principios que dan cuenta del ente en cuanto ente, no sobrepasó este horizonte ontológico o cosmológico, y la teología cristiana cuando analiza racionalmente su fe en Dios especulando sobre la naturaleza divina y sus predicados personales, tampoco va más allá de este nivel de realidad. Analógicamente, si se tiene en cuenta la tradición hindú, nos hallaríamos en el plano del Señor del mundo, Ishvá o Ishvara, el Brahman calificado por los atributos infinitos de la omnipotencia, omnisciencia, belleza sin par, etc., o la posibilidad siempre igual de ser del cosmos mudable!. Del mismo modo esta realidad ontológica equivale al mundo de las ideas de Platón y también a la dualidad trascendental última del Samkhya, caracterizada por el momento de equilibrio de purusha y de prakriti, el espíritu y la naturaleza. Sin embargo, entre la teología y la metafísica sólo existen correspondencias analógicas y si en el basamento radical del nivel cósmico está el Ser o Dios, los resultados de la energía manifestadora de ambos se interpretan de manera diferente. Ontologicamente se habla de manifestación, de determinación, o sea, de la concreción o limitación temporoespacial y causal de una posibilidad invisible, que siempre está recogida en su fijeza ilimitada, como la superficie esférica pone un freno limitante a la fuerza expansiva e invisible del eje que la genera con su rotación perenne, mientras que religiosamente se hace referencia a la creación, es decir, al surgimiento de una realidad nueva gracias a la intervención voluntaria de Dios mediante el instrumento de su Palabra. En el fíat lux predomina el imperativo, como en el mito de Prajapati la difusión intrínsecamente exigida de lo que es perfecto. En el campo de la metafísica hay un manejo de ideas ascéticamente intelectual y lo que aparece espontáneamente es lo fenoménico; en el de la teología creacional, en cambio, predomina la acentuación sobre la imagen artesanal en atención al hombre que libremente quiere hacer algo, concepción, sostiene Guénon, a la que no son ajenos los intereses y sentimientos humanos. Pero dejando a un costado esta distinción entre manifestación y creación ¿Qué es el cosmos, dentro de los límites conceptuales de la tradición metafísica?

3) La manifestación o naturaleza (physis) en el amplio sentido en que manejaban la palabra los presocráticos, está integrada por la reflexión o especificación particularizada de los principios instauradores ideales. Se trata del sector organizado de lo que existe, caracterizado por la individualidad y el cambio en sus diversas acepciones. Es, si se quiere, el universo en su significación más amplia y en permanente devenir. La rueda del sansara, se podría decir de acuerdo con la difundida expresión india, o tornando a Grecia, el dominio natural, simultáneamente origen interno del cambio y en ininterrumpida transformación exterior. Se entenderá a la luz de’esta concepción por qué con certera acribia Guénon cataloga como intrínsecamente naturalistas a las teorías filosóficas antiguas y modernas que propugnan a la razón, a la vida, a la experiencia sensible o a la medida humana, en general, como el horizonte de sentido último de la realidad, simplemente, porque su entendimiento accidental de los seres no les permite sobrevolar más arriba de la frontera de la natura u orden de la cristalización universal. A la esfera de la manifestación corresponden los estados del ser individuales y colectivos que le son pertinentes, los que son ilimitados a causa de la abarcabilidad universal que es propia del Ser. Los estados más amplios son los correspondientes a la escala de las formas sutiles y corporales. Ambos se circunscriben al orden del universo. Las primeras formas tienen que ver con realidades psíquicas de orden cósmico o individual, las segundas con los cuerpos sensibles. Los análisis con que nuestro pensador ha esclarecido la composición del ser humano en tanto que microcosmos, teniendo en cuenta sus aspectos psíquico y corporal, ayudan a comprender el flanco tradicional de un pensamiento que, hemos de reconocerlo, la línea de interpretación judeocristiana ha condenado al olvido en Occidente. El cosmos, como orden de la manifestación, posee un principio vital, o sutil, la naturaleza que genera, y una organización sensible, la naturaleza generada. Esta se configura desde la materia secunda o cuantificada, pasando en su estructuración empírica por los elementos y los cuerpos más simples y más complejos, hasta completarse como el cuerpo del universo u organismo total. Ahora bien, este organismo incluye como a su principio a su propia ley interna (dharma) u orden de desarrollo, que es lo que la tradición india reconoce como el Manu o alma universal que preside, dándole su peculiar disposición, una etapa precisa dentro el desarrollo cíclico total de un kalpa o período de catorce manvantaras, que sucede después de una gran disolución cósmica a partir del origen del orden de la manifestación que es el Ser, el orden potencial de lo no manifestado, el dominio eterno de Ishwara o la persona divina para el hombre piadoso.

En este punto de tangencia concurren, puesto que el cosmos es una totalidad viviente, la teoría de los ciclos cósmicos, el sentido profundo de la cosmología guenoniana y también las diversas etapas que admite en la doctrina de la autorrealización, realización metafísica o liberación del hombre, que corre paralela con la teoría metafísica de los estados y grados múltiples de la realidad y del ser.

El conjunto del material expuesto insinúa, por una parte, que Guénon en pleno siglo XX ha echado los cimientos que pueden permitir la recuperación del verdadero alcance del saber metafísico, puesto que además de haber redescubierto el sentido de la realidad como una unidad jerarquizada de grados de ser de rica diversidad y rematados por la Posibili-ad en sí o Nada por exceso ante la que toda imagen se autoelimina, ha comprendido también la relación irrompible y necesaria que reina entre estos niveles jerarquizados, cada uno de los cuales es una copia o reflejo del más elevado, por eso puede remitirse a la materia como sustentáculo y no como realidad ex qua. En este momento de su razonamiento sorprendemos a nuestro autor inserto firmemente en el círculo de los representantes del más estricto pensamiento metafísico junto a Platón, Plotino, los doctores gnósticos y el advaitano maestro Shankara; pero como ellos, por añadidura, admitiendo que la metafísica como el momento más alto de la filosofía, ilumina toda su trayectoria, reconoce que ésta encierra un significado autorrealizador del sujeto que sólo se cumple cuando libera al hombre del estado de precariedad a que lo tiene sometido el constituir una imagen del Ser. No podemos concluir este capítulo sin mostrar de qué modo todo conocimiento humano adquiere relieve verdadero sólo cuando es promovido a su dimensión metafísica.