Antonio Orbe
Entre los gnósticos, nadie puso en duda la preexistencia de Cristo. Entiéndase bien, su existencia personal antes de la creación del mundo. Ninguno le asignó tampoco lo riguroso eterno, a saber, la coexistencia con Dios1. Muchos le atribuyeron una existencia aionios, no-temporal.
Sin concebirle, pues, eterno — desde siempre — , como al Dios ingénito, tampoco le definían temporal, como al mundo sensible. Le hicieron autogenes — entre ingénito y génito — , con vida superior a la materia y a la psique.
Cristo llena el hiato entre el Dios eterno y el mundo creado. Un hiato míticamente lleno de eones (resp. intelectuales o racionales puros, formas divinas o teoremas de futuras especies y aun individuos)2, jerárquicamente organizados con arreglo a los aspectos de su futura actividad en el mundo.
El esquema en su más ingenua expresión sería: Dios-Cristo-universo (= creación).
La preexistencia de Cristo impuesta por la mediación entre el Dios y el mundo, ha de tener en cuenta la índole de la mediación y sus aspectos varios. Y aquí radica la diferencia de unos documentos a otros.
Llámase autogenes por dos razones, no expresamente declaradas:
a) A diferencia del mundo génito (resp. creado), particular y sensible, fruto de verdadera ktisis (y demiurgia) y sometido a «generación y corruptela», el autogenes nació del Ingénito como fruto normal y espontáneo de su idea y voluntad (= Espíritu de Dios), y, por lo mismo, en posesión de todas aquellas cualidades (eones) ideadas para El y espontáneamente desarrolladas, una tras otra, según el orden y jerarquía de su futura mediación3.
b) En su aparición no está sujeto a una materia o mundo previo, como lo génito. [CRISTOLOGIA GNÓSTICA]
Tr. trip. (I DS; 56,26-31) enseñaría la coeternidad del Hijo con el Padre, así como (58,23; 59,4) la identidad personal del Padre y del Hijo. Véase la intr. de la ed. de Berna, p.39. Ninguna de las dos cosas se impone. Me inclino a ver simplemente un empeño, con terminología poco feliz, por subrayar la consustancialidad perfecta entre el Padre y el Hijo. ↩
En la línea de la Sofía origeniana (In lo. II 18 126), y aún mejor del Logos plotiniano (Enn. V 7,l,32ss). Puede verse A. Graeser, Plotinus and the Stoics (Leiden 1972) 42s n.4; J. Zandee, «Les enseignements de Silvanos» et Philon d’Alexandrie: Mélanges H.-Ch. Puech, 338-41; Gnostic Ideas…: Numen 11 (1964) 43-45 y 52-56; J. Jervell, Imago Dei (Göttingen 1960) 46ss; U. Früchtel, Die kosmologischen Vorstellungen bei Philo von Alexandrien (Leiden 1968) 172ss. ↩
Cf. Hip., Ref. V 12,2 (Wendland, 104,20s): «La segunda parte de la tríada de ellos (= los peratas) viene a ser una multitud indefinida de dynameis (= perfecciones dinámicas), provenientes unas de otras. El término autogenetos se aplica a Dios entre los Oracula Sibyllina (VIII 429) y en uno alegado por el Pseudo Justino (Cohortat. lis) y Cirilo Alejandrino (Adv. Iul. V: PG 76,776; cf. Porfirio, De philos. ex oracul. haurienda, ed. Wolf., p.141 = Euseb., Praep. Evang. IX 10 = Demonstr. Evang. III 3). Apokr. Iohannis (BG; 30-35) lo cita repetidas veces. Muchos otros testimonios aduce J. Whittaker (A Hellenistic Context for John 10,29,) en Vig. Chr.24 (1970) 246ss.
Entre los gnósticos setianos autogenetos (resp. autogenes) no entraña modalismo. Aunque denote la generación de sí, puede muy bien referirse, las más de las veces, al Hijo, que, de «inmanente» en el seno de Dios Padre, se hace, por espontáneo nacimiento, «prolaticio».
Y con mayor probabilidad, al igual que en los Oráculos caldaicos (Proclo, ín Tim. II 54,10 = fr.39 Des Places), el Comentario sobre el Parménides, Mario Victorino y, sobre ↩