Arte Prece Mente

::-=A Arte da Prece — a mente, o espírito e o coração=-::

A definição básica de oração dada na antologia é muito simples: a oração é essencialmente um estado de se estar perante Deus. Nas palavras de S.1 (século XVII) — nesta antologia: “A oração é um voltar a mente e os pensamentos para Deus. Orar significa estar perante Deus com a mente, mentalmente olhar concentrado e sem desvio para Ele, e conversar com Ele com temor e esperança reverentes.” Esta noção de “estar perante Deus” é recorrente em2: “A principal coisa é estar com a mente no coração perante Deus, e permanecer perante Deus incessantemente dia e noite, até o final da vida”. Teofano ainda afirma: “Não contradizemos os sentido das instruções dos Santos Padres se dizemos: comporte-se como quiser, desde que aprendas a esrar perante Deus com a mente no coração, pois nisto jaz a essência da questão”. Este estado de estar perante Deus pode ser acompanhado por palavras, ou pode ser “sem som”: as vezes falamos a Deus, as vezes simplesmente permanecemos em Sua presença, nada dizendo, mas conscientes que Ele está próximo a nós, “mais próximo a nós que nossa própria alma” (frase de3). Como coloca4: “a oração interior quer dizer permanecer com a mente no coração perante Deus, seja simplesmente vivendo em Sua presença, ou expressando súplica, graças, e glorificação”.

Enquanto5 fala de “estar perante Deus com a mente”,6 é mais preciso, e afirma “estar perante Deus com a mente no coração”. Esta noção de estar “coma mente no coração”constitui um princípio cardeal na doutrina ortodoxa da oração. Para apreciar as implicações desta frase, é primeiramente necessário olhar brevemente o ensinamento ortodoxo sobre a natureza do homem.

7 e outros autores na8 falam de três elementos no homemcorpo, alma e espírito — que Teofano assim descreve: “O corpo é feito de terra; no entanto não é algo morto mas vivo e dotado de uma alma viva. Dentro desta alma é soprado um espírito — o espírito de Deus, com a intenção de conhece-Lo, reverencia-Lo, busca-Lo e saboreá-Lo, e a ter sua alegria Nele apenas, e em nada mais.” A alma, então, é o princípio básico da vida — o que faz um ser humano algo vivo, em oposição a massa inanimada de carne.

Além destes elementos, o coração9), é o centro primordial da vida, princípio determinante de todas as nossas atividades e aspirações (Mt 6:21 Porque onde estiver o vosso tesouro, aí estará também o vosso coração).

Somente com a “mente no coração” o homem pode conhecer Deus; passando de seu coração natural para seu coração mais profundo — seu “aposento” (Mt 6:6 Mas tu, quando orares, entra no teu aposento e, fechando a tua porta, ora a teu Pai que está em secreto; e teu Pai, que vê em secreto, te recompensará publicamente). Neste aposento, com a mente no coração, o homem encontra o “espírito divino” que a Santíssima10 lhe implantou quando de sua criação, e por ele vem a conhecer o Espírito de Deus, “voltando-se para si-mesmo”11) e descobrindo o Reino dos Céus dentro de si.


Excertos da tradução em espanhol da Editorial Lumen
Fuera de esos tres elementos: el espíritu, el alma y el cuerpo, hay otro aspecto de la naturaleza humana que permanece por afuera de esta clasificación tripartita: el corazón. El término “corazón” tiene una importancia muy particular en la doctrina ortodoxa sobre el hombre. Cuando, en Occidente, se habla del corazón, se entiende por ello las emociones y los afectos; pero en la Biblia como en la mayoría de los libros ascéticos de la Iglesia ortodoxa, el corazón tiene una significación mucho más rica: es el órgano principal del ser humano, físico y espiritual; es el centro de la vida, el principio determinante de todas sus actividades y todas sus aspiraciones. El corazón incluye igualmente las emociones y los afectos, pero significa mucho más; abraza todo lo que constituye lo que nosotros llamamos una “persona”.

Las homilías de San Macario desarrollan esta noción del corazón: “El corazón gobierna todo organismo corporal y reina sobre él, y cuando la gracia posee al corazón, ella gobierna todos los miembros y todos los pensamientos, pues es en el corazón que se encuentra el intelecto y todos los pensamientos del alma, así como sus deseos; por su intermedio la gracia penetra igualmente todos los miembros del cuerpo.

“El corazón es de una profundidad insondable; podemos encontrar allí, salas de recepción y dormitorios, puertas y portales, numerosas oficinas y pasajes. Se encuentra allí el taller de la justicia tanto como el de la maldad. La muerte y la vida están en él… El corazón es el palacio de Cristo, es allí donde Cristo, nuestro Rey, viene a tomar su reposo con los ángeles y los espíritus de los santos; en él permanece, lo recorre y establece su Reino.

“El corazón no es más que un pequeño navio y, sin embargo, allí se encuentran leones, dragones, criaturas venenosas y todos los refinamientos de la maldad; los senderos rugosos y ásperos y los abismos abiertos. Pero también están Dios y los ángeles, la Vida y el Reino, la Luz y los apóstoles, la ciudad celeste y los tesoros de la gracia. Todo está allí”.

Así comprendido, resulta claro que el corazón no se confunde con ninguno de los tres elementos constitutivos del hombre, el cuerpo, el alma o el espíritu, pero que, sin embargo, está ligado a cada uno de los tres.

El corazón es una realidad material; es una parte de nuestro cuerpo, el centro de nuestro organismo desde el punto de vista físico. Ese aspecto material del corazón no debe ser olvidado; cuando los textos ascéticos ortodoxos hablan del corazón, ellos entienden, entre otras cosas, el corazón carnal, un músculo del cuerpo, y es necesario evitar comprenderlos únicamente desde el punto de vista simbólico o metafórico.

El corazón está, de una manera especial, ligado al psiquismo del hombre, a su alma. Cuando el corazón cesa de latir, sabemos que el alma ya no está en el cuerpo. Además, lo que nos interesa aquí muy especialmente, el corazón está ligado al espíritu, como dice Teófano: “El corazón, es el hombre profundo, el espíritu. Es en él que se encuentran la conciencia, la idea de Dios y nuestra dependencia total en relación a él y todos los tesoros eternos de la vida espiritual”. La palabra “corazón”, nos dice, debe a veces ser comprendida “no en su sentido ordinario, sino en el sentido de ‘Hombre interior’, según San Pablo o, según San Pedro, el ‘hombre oculto del corazón’. Es el espíritu a la imagen de Dios que fue insuflado en el primer hombre, y que permanece en nosotros, incluso después de la caída”. Es por ello que los autores griegos y rusos gustan de citar este texto: “El hombre interior y el corazón son de una profundidad inconmensurable” (Sal. 63, 7) (2). Ese “corazón profundo”, es el espíritu del hombre; él designa el centro o la cima de nuestro ser, lo que los místicos romanos y flamencos llaman el “fondo del alma”. Es allí, en el “corazón profundo”, donde el hombre encuentra a Dios frente a frente.

Sabiendo esto, es posible comprender en alguna medida lo que Teófano quiere decir cuando describe la oración como el estado de aquél que “se presenta ante Dios con la inteligencia en el corazón”. Durante todo el tiempo que el asceta ora con el intelecto en la cabeza, actúa únicamente con los recursos de la inteligencia humana y, a este nivel, no realizará jamás un encuentro personal e inmediato con Dios. Mediante el uso de su cerebro él puede saber algo respecto de Dios, pero no puede conocer a Dios. En efecto, no puede tener conocimiento directo de Dios sin un amor muy intenso, y un amor semejante debe venir no sólo del cerebro, sino del hombre todo entero, es decir, del corazón. Es necesario, pues, que el asceta descienda de su cabeza a su corazón. No se le pide abandonar sus potéVicias intelectuales -la razón también es un don de Dios-, pero debe descender con su intelecto a su corazón.

Comienza, entonces, por descender a su corazón natural y, de allí, a su corazón profundo, en ese lugar interior del corazón que no es ya una realidad carnal. Allí, en esas profundidades, descubre en primer lugar el espíritu con la semejanza de Dios que la Santa Trinidad insufló en el hombre en el momento de la creación, y con ese espíritu, llega a conocer el Espíritu de Dios que permanece en cada cristiano a partir del bautismo, aunque la mayoría de nosotros no tenga conciencia de su presencia. En esa perspectiva, todo el fin de la vida ascética y mística consiste en redescubrir la gracia del bautismo. Aquél que quiera avanzar a lo largo del sendero de la oración interior debe “volver en sí mismo”, encontrar el Reino de los Cielos que está en el interior, y de esa manera pasar la frontera misteriosa que separa lo creado de lo increado.


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  1. Dimitri de Rostov 

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  5. Dimitri de Rostov 

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