Arcanjos — Serafiel
Henry Corbin: Corpo Espiritual e Terra Celeste
De acuerdo con la tradición, Gabriel es, en efecto, el ángel de la Revelación y el ángel del Conocimiento, el mensajero enviado a los profetas. Pero él mismo recibe de sí mismo las revelaciones divinas que les comunica, a través de los otros tres arcángeles que sostienen el trono: Azrael, Serafiel y Miguel.
Una aleya coránica (39:68) menciona los dos “toques de trompeta” que debe emitir el Ángel Serafiel. El afán especulativo de nuestros teósofos shaykhíes se ha volcado en este versículo. Esta “trompeta” del Ángel es, por supuesto, un instrumento cósmico. Cada uno de sus orificios representa el “tesoro”, la matriz original de la que procede cada ser, el yism ashli, el cuerpo sutil, esencial y congénito (yism B), arquetipo de la individualidad humana. El primer toque de la trompeta anuncia la reabsorción total del cosmos; cada ser vuelve a su origen y allí permanece adormecido durante el intervalo de una pausa, cuyo valor se expresa como equivalente a cuatro siglos de nuestro tiempo terrenal (es evidente que no se trata de cronología ni de tiempo cuantitativo). El segundo toque de la trompeta de Serafiel anuncia la Renovación de la Creación (taydid al-jalq), un nuevo ciclo cósmico que se anuncia como una apocatástasis, una restauración de todo a su pureza paradisíaca absoluta.
Lo mismo ocurre con el cuerpo de “carne espiritual” (yasad B) que sobrevive “en la tumba”. Cuando Dios desea resucitar a las criaturas difunde por toda la Tierra una lluvia que procede del océano situado debajo del Trono, cuyas aguas son más frías que la nieve… a las que alude una aleya del Corán (“Y su Trono reposaba sobre las Aguas”, 11:9). Entonces la faz de la Tierra se confunde en un océano único. Las olas chocan impulsadas por la vehemencia de los vientos. Se produce una afinación universal. Los miembros del cuerpo espiritual (yasad B) de cada persona individual se reúnen en un organismo de “aspecto” perfecto, es decir, de acuerdo con la estructura que ofrecía el cuerpo en este mundo; a la cabeza se une el cuello, al cuello se le une el busto, y así sucesivamente. Se añaden elementos de esa otra Tierra (la Tierra celeste). De este modo el cuerpo espiritual lleva a cabo su nacimiento “en la tumba”, como el hongo en su humus. Cuando el tañido de Serafiel hace vibrar la trompeta, los Espíritus emprenden el vuelo. Cada Espíritu se apresura a buscar su carne espiritual (el yasad B), hace estallar la tumba, que cede ante ella como la capa de humus cede ante el empuje del hongo. “Y helos aquí erguidos, fijando sus miradas” (39:61). Este cuerpo espiritual que resucita es el cuerpo que pertenece a la Tierra de Hurqalya. Éste es el cuerpo con el que los humanos resucitan, y con el que entran en el Paraíso o en el Infierno.
Estos “seis tesoros” están situados en el orificio (de la Trompeta cósmica de Serafiel, que es la matriz) de este Espíritu. Cuando el arcángel Serafiel tañe la “Trompeta de la Resurrección” (el “segundo toque” de la Trompeta) el espíritu desciende hacia la tumba. Una vez reunidos todos sus tesoros, penetra en el yasad sutil (el yasad B, caro spiritualis); en ese momento están “reunidos”, es decir, resucitados.
Mi correspondiente pregunta también lo que quiero decir al manifestar que entre los dos “toques” de la Trompeta de Serafiel, el Espíritu se siente atraído, absorbido, por los orificios de esa Trompeta que es su matriz; me pregunta qué quiero decir con los “seis Tesoros” y qué es lo que prueba todo esto.
Pero el yo-espíritu perdura, vela, no sucumbe al sueño. Como dice el Imam Ya‘far: “Cuando vuelve, vuelve al estado por el que comenzó”. No es en absoluto la vuelta a una mezcla, sino la vuelta a un estado de yuxtaposición, porque el primer toque, el “toque fulgurante” se reabsorbe, y cada cosa vuelve a su origen. Vuelve con el conjunto de las formas adoptadas, y es la vuelta de una yuxtaposición. Como le habían hecho descender de “seis Tesoros”, vuelve hacia ellos; su propio cese supone su disyunción: su Forma imaginal vuelve al Tesoro del que procedía. Del mismo modo, su materia prima, su naturaleza, su alma, su pneuma, su intelecto, cada uno de ellos vuelve respectivamente al Tesoro del que salió. Éstos son los Tesoros a los que, como ya hemos dicho, alude esa aleya coránica: “Nada existe sin que el Tesoro exista en nosotros” (15:21). Estos Tesoros son los que forman cada vez un conjunto, que es a su vez la matriz de cada yo-espíritu, la que se designa simbólicamente como el orificio o “agujero” que corresponde, en la Trompeta de Serafiel, a ese espíritu.
En cuanto al cuerpo que, en el momento del exitus, permanece con el Espíritu (el yo-espíritu); éste es el cuerpo esencial, el cuerpo en su verdadero sentido (yism haqiqi, yism B), que está compuesto por la materia prima y la Forma imaginal (mital). Es el soporte de la naturaleza incorruptible, del alma y del intelecto. Es la realidad esencial del hombre, el hombre en su verdadera acepción. Este cuerpo esencial es de la misma clase que el cuerpo del universo: para el microcosmos es el homólogo de la Esfera suprema, la que establece y define las orientaciones espaciales. Su capacidad para sentir los placeres, de la comida, de la bebida, del tacto, del placer amoroso, es setenta veces superior a la capacidad que le corresponde al cuerpo elemental material. Este cuerpo esencial, el yo-espíritu, no se separa nunca de él, y él a su vez no se separa nunca del Espíritu, lo hace tan sólo en el momento de la pausa cósmica que señala el intervalo entre los dos tañidos de la Trompeta de Serafiel.
Cuando Serafiel hace vibrar en la Trompeta el “toque fulgurante”, que es el “soplo de la reabsorción universal”, cada Espíritu se ve impulsado, reabsorbido por el de los “agujeros” de esta Trompeta, que es la matriz. Esta matriz está formada por seis “tesoros”. Desde su entrada, el yo-espíritu encuentra en el primer tesoro su propia Imagen o forma imaginal; en el segundo tesoro encuentra su materia prima; en el tercero, su naturaleza incorruptible; en el cuarto está el alma; en el quinto, el pneuma; en el sexto, el intelecto. Cuando estos Tesoros están disociados, el yo-espíritu queda anulado, y anula su operatividad. Sólo así es posible decir que “se destruye” (es decir, hasta el segundo “toque” de la Trompeta de Serafiel). Pero no se produce ninguna unión que fusione las distintas partes integrantes, pues dicha mezcla es propia solamente del alma vegetal y del alma animal: del alma vegetal porque está constituida por elementos sublunares: el Fuego, el Aire, el Agua, la Tierra. Cuando estas partes elementales se disocian, “vuelven” a ser lo que eran, para mezclarse, no para yuxtaponerse cada una independientemente. Las partes ígneas vuelven al Fuego elemental, mezclándose y confundiéndose con él. Del mismo modo, cada una de las partes vuelve a aquello de donde procedía —el Aire, el Agua, la Tierra— para mezclarse y confundirse con ello. Lo mismo ocurre con el alma animal, que procede de los movimientos de las Esferas celestes. Cuando ésta se separa, vuelve al lugar de donde procedía, para mezclarse, no para yuxtaponerse, porque es tan sólo una suma de energías resultantes de las energías de las Esferas celestes y proporcional a sus movimientos…
En resumen, podemos decir lo siguiente: el Espíritu nunca se separa de su cuerpo original esencial (yism B); sólo se separa, es decir, “muere”, durante el intervalo comprendido entre los dos tañidos de la Trompeta de Serafiel: el primero, que es el “tañido fulgurante” o hálito de la reabsorción universal, y el segundo, que es el hálito de la Resurrección.
En cuanto al primer yism (yism A, el cuerpo astral, constituido por los influjos de los Cielos de Hurqalya), ya hemos dicho que con él parte el yo-espíritu del cuerpo material elemental (yasad A) cuando se apodera de él el Ángel de la muerte. El cuerpo arquetipo (yism B) sobrevive con este cuerpo astral, que es el que recibe sus energías en el mundo intermedio o barzaj, hasta el primer toque de la Trompeta (es decir, hasta el comienzo de la gran pausa cósmica). Cuando el tañido de Serafiel hace vibrar por primera vez la Trompeta, el Espíritu queda despojado de él y desaparece. Este cuerpo es también, al igual que el primer yasad (yasad A, cuerpo elemental material), un accidente, pero un accidente entre los accidentes del mundo intermedio o barzaj. Es, asimismo, una forma que el Imam Ya‘far, como ya hemos recordado antes, compara con un ladrillo que se rompe; cuando lo has reducido a polvo, su primera forma ha desaparecido para siempre. Si la vuelves a colocar en el molde, volverá a surgir idéntica a sí misma en cierto aspecto, aunque muy distinta en otro aspecto. Así es como lo dice Dios en su Libro: “Cada vez que su piel se consuma. Nosotros se la sustituiremos por otra, a fin de que sufran el castigo” (4:59).
Este primer toque de la Trompeta de Serafiel, es el que se denomina “toque fulgurante”; es un soplo que aspira y otra a los Espíritus para reabsorberlos en la Trompeta de Serafiel. Cada yo-espíritu vuelve a su propia matriz, representada simbólicamente como uno de los “agujeros” realizados a lo largo de esta Trompeta; es el lugar de su origen esencial, del que salió para descender hacia los cuerpos en su existencia anterior. Esta matriz consta de seis moradas o habitáculos: en el primero se aspira la Imagen o Forma imaginal de este yo-Espíritu; en el segundo, su materia sutil consustancial; en el tercero, su naturaleza de luz correspondiente al elemento ígneo; en el cuarto, su alma, correspondiente al Elemento fluido; en el quinto, su propio pneuma que corresponde al elemento aéreo; en el sexto, su intelecto consustancial. Cuando se habla de su desaparición, eso significa la desaparición y la desintegración de estos seis principios constitutivos (de su cuerpo esencial, yism B). El yo-espíritu ya no tiene consciencia ni sentimiento. Durante esta pausa, estos seis principios constitutivos no se disolverán en una mezcla ya que cada uno de ellos tiene su realidad específica; permanecen yuxtapuestos en sus anatomías respectivas.
Cuando la Voluntad divina se propone la Renovación de la Creación y que fructifiquen gérmenes de la existencia anterior, Serafiel es el encargado de hacer vibrar en la Trompeta el soplo del gran Despertar. A diferencia del “toque fulgurante” (que reabsorbe), es un soplo que impulsa. Al penetrar en la sexta morada impulsa al intelecto hacia el pneuma en la quinta morada, luego impulsa el intelecto y al pneuma hacia el alma en la cuarta morada; después impulsa a los tres juntos, intelecto, pneuma y alma hacia la naturaleza de luz en la tercera morada; más tarde impulsa a los cuatro juntos hacia la materia sutil consustancial hacia la segunda morada, e impulsa finalmente a los cinco hacia la Imagen o Forma imaginal en la primera morada. Entonces el yo-espíritu recupera su composición y su estructura, su conciencia y su capacidad de sentir.
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