Santo Antão — Advertências
ADVERTENCIAS SOBRE LA ÍNDOLE HUMANA Y LA VIDA BUENA (cont.)
El que tiene el traje enlodado, ensucia la túnica de los que se le acercan. Del mismo modo, los que tienen mala voluntad y una conducta no recta, frecuentando y diciendo cosas inoportunas a otros de mentalidad más simple, ensucian su alma como con fango mediante el oído.
La concupiscencia (pleonexia, epithymia) es el principio del pecado, mediante la cual el alma razonable se pierde. Mientras que el amor es para el alma principio de la salvación y del Reino de los Cielos.
El cobre, si es descuidado y no es tratado con la debida atención, por no haber sido utilizado por largo tiempo, es corrompido por la herrumbre que lo recubre y pierde su belleza. También el alma ociosa, descuidando el vivir honesto y la conversión a Dios, se aleja con sus malas acciones de la protección divina y, como el cobre por la herrumbre, así es consumada por la malicia que sigue al descuido — a causa de la materia del cuerpo — y se encuentra privada de belleza e inútil para la salvación.
Dios es bueno, exento de pasiones o cambios. Si se considera como razonable y verdadero que Dios no está sujeto a cambios, no se entiende cómo Él se puede alegrar con los buenos, despreciando a los malos, encolerizarse con los pecadores, y luego, si se le rinde culto, tornarse propicio. Hay que decir, sin embargo, que Dios ni se alegra ni se enfurece, porque alegría y tristeza son pasiones; ni tampoco se le puede rendir culto con dones, porque ésto significaría que Él puede ser conquistado por el placer. No es lícito juzgar bien o mal al Divino en base a las realidades humanas. Dios es solamente bueno, hace solamente el bien, no daña nunca, porque tal es su naturaleza. Si nosotros somos buenos a semejanza suya, nos unimos a Él. Si por no tomarlo como modelo, nos tornamos malos, nos separamos de Dios. Viviendo virtuosamente, nos unimos a Dios. Si nos adherimos al mal, Él se convierte en nuestro enemigo, pero no se encoleriza vanamente. Más bien, los pecados no permiten que Dios resplandezca en nosotros, sino que nos unen a los demonios por punición. Si con plegarias y obras de bien logramos desprendernos de los pecados, ésto no significa que con nuestro culto inducimos a Dios a cambiar. En realidad, al sanar nuestra malicia con nuestras buenas acciones, y al convertirnos al Divino, nuevamente gozamos de la divina bondad; por eso, si decimos que Dios se retrae de los malos es como decir ¡que el sol se esconde a quién le falta la vista!
El alma piadosa conoce al Dios del Universo. “La piedad” no es otra cosa que el hacer la voluntad de Dios y así conocerlo, construyéndonos, sin envidia, moderados, humildes, generosos según nuestras posibilidades, sociables, y extraños a las disputas y todo lo que es grato a la divina voluntad
El conocimiento (gnosis) de Dios y el temor a Él nos curan de las pasiones de la materia. Así, cuando la ignorancia de Dios se une al alma, las pasiones, que fueron descuidadas, pudren el alma: ella es corrompida por la malicia, como una vieja herida. Pero Dios no es responsable de esto, porque Él ha enviado a los hombres ciencia y conocimiento (gnosis).
Dios ha colmado al hombre de ciencia y conocimiento (gnosis), se apresura a purificar las pasiones y la malicia voluntaria y quiere transferir lo que es mortal a la inmortalidad, solamente a causa de su bondad.
El intelecto que está en el alma pura y amante de Dios, en realidad ve al Dios increado, invisible e inexpresable, el único puro para los puros de corazón.
Corona de la incorrupción, virtud y salvación del hombre es el llevar las desventuras de buen ánimo y dando gracias. Además, el dominar la ira, la lengua, el vientre, los placeres, constituye una enorme ayuda para el alma.
La providencia divina es aquella que tiene al mundo en sus manos. No existe ningún lugar abandonado por la providencia. Es providencia la palabra perfecta de Dios, la que da forma a la materia que constituye al mundo, y es creadora. y artífice de todas las cosas que son hechas. No es posible que la materia se organice sin el poder descendiente de la Palabra, que es imagen, intelecto, sabiduría y providencia de Dios.