Antonius Advertencias 15

Santo Antão — Advertências

ADVERTENCIAS SOBRE LA ÍNDOLE HUMANA Y LA VIDA BUENA (cont.)

Dios ha creado la generación y la muerte sobre la Tierra. En el Cielo, providencia y decreto. Pero todo fue hecho para el hombre y su salvación. Dios, quien no necesita de ningún bien, ha creado para el hombre el Cielo y la Tierra y los elementos, deseando darle por medio de éstos, el goce de todos los bienes.

Las realidades mortales están sujetas a las inmortales. Pero las inmortales sirven a las mortales, es decir, los elementos al hombre, gracias al amor por el hombre y a la bondad innata de Dios creador.

El que se empobreció y no puede causar ningún daño, no puede ser tenido en cuenta por sus actos entre los píos hombres. El que puede perjudicar y no se sirve de su poder para el mal, sino que es considerado con los más míseros por piedad hacia Dios, éste será recompensado con bienes aquí y más allá de su muerte.

Por amor al hombre del Dios que nos ha creado, son numerosas las vías hacia la salvación que convierten a las almas y las conducen al Cielo. Las almas de los hombres reciben, efectivamente, recompensas por las virtudes y castigos por las transgresiones.

El Hijo está en el Padre, y el Espíritu Santo en el Hijo, y el Padre está en ambos. El hombre conoce, por fe, todas las realidades invisibles e inteligibles. La fe es el voluntario consentimiento del alma.

Aquellos que por alguna necesidad o contingencia se ven obligados a nadar en grandes ríos, si están sobrios se salvan: si sucediera que las corrientes son violentas y fueran arrastrados, si se aferran a algún arbusto que crece en la orilla, aún se pueden salvar. Pero todos aquellos que se encuentran en estado de embriaguez, aunque en innumerables ocasiones se hayan ejercitado perfectamente en la natación, al ser vencidos por el vino, son sumergidos por la corriente y salen del mundo de los vivos. Del mismo modo el alma, al incurrir en los remolinos y en las agitadas corrientes de la vida, si no se ha tornado sobria respecto a la malicia de la materia y, por lo tanto, si no se conoce a sí misma, no sabe cómo ella, divina e inmortal, ha sido ligada a la materia del cuerpo, que es efímera, expuesta a múltiples sufrimientos y mortal. Así, el alma es arrastrada por la perdición de los placeres carnales y, despreciándose, ebria de ignorancia, incapaz de ayudarse, perece y se encuentra fuera del número de aquellos que se salvan. Muchas veces el cuerpo, como un río, nos arrastra hacia placeres inconvenientes.

El alma razonable, manteniéndose inmóvil en su buena determinación, guía sus potencias irascibles y concupiscibles, sus pasiones irracionales, como a caballos: venciéndolas, acorralándolas y superándolas, ella es coronada y hecha digna de la victoria de los Cielos, recibiendo del Dios que la ha creado este premio por su victoria y sus fatigas.

El alma verdaderamente razonable, viendo la suerte de los malos y el bienestar de los impíos, no se turba al imaginar su goces en esta vida, como hacen los insensatos. Porque bien sabe ésta cómo la suerte es inestable, la riqueza, incierta, la vida, efímera, y sabe cómo la justicia no se deja corromper por donativos. Y un alma tal, tiene fe de no ser descuidada por Dios, y de que el alimento necesario le será administrado.

La vida del cuerpo y su goce entre grandes riquezas, teniendo poder mundano, es la muerte del alma mientras que la fatiga, la resignación y la indigencia vivida agradeciendo, así como la muerte del cuerpo, son vida y felicidad eterna para el alma.

El alma razonable que desprecia la creación material y la vida efímera, elige el regocijo celeste y la vida eterna, recibiéndola de Dios, mediante un vivir honesto,