Santo Antão — Advertências
ADVERTENCIAS SOBRE LA ÍNDOLE HUMANA Y LA VIDA BUENA (cont.)
El cuerpo unido al alma sale de la oscuridad del vientre a la luz. Pero el alma unida al cuerpo permanece atada a las tinieblas del cuerpo. Es conveniente, pues, odiar y castigar al cuerpo en su calidad de enemigo y adversario del alma. El exceso de comida y la gula excitan en los hombres las pasiones de la malicia. Mientras que la continencia del vientre humilla las pasiones y salva el alma.
En el cuerpo, la vista es dada a los ojos; en el alma, es dada por el intelecto. Y así como el cuerpo privado de ojos está ciego y no ve el sol, la tierra toda, el mar centellante, y ni siquiera puede gozar de la luz, del mismo modo el alma que no tiene un intelecto bueno y un honesto modo de vida, está ciega y no contempla a Dios, creador y benefactor de todos, no lo glorifica ni puede acceder al gozo de su incorruptibilidad y de los bienes eternos.
La ignorancia de Dios significa insensibilidad y fatuidad. El mal es generado por la ignorancia, mientras que el bien surge en los hombres por el conocimiento (gnosis) de Dios y salva el alma. En consecuencia, si no estás dispuesto a llevar a cabo tus deseos, si eres sobrio y conoces a Dios, mantén tu intelecto dirigido hacia las virtudes. Pero si estás dispuesto a cumplir con tus intenciones maliciosas, que están dirigidas a la voluptuosidad — ebrio, debido a la ignorancia de Dios — , estás destinado a la perdición de los brutos, sin considerar los males que te aquejarán después de la muerte.
Se denomina providencia a lo que sucede por decreto divino, como por ejemplo, el surgir del sol o el atardecer de cada día y el fructificar de la tierra. Del mismo modo, se denomina ley lo que sucede por decreto humano. Todo ha sido hecho para el hombre.
Todo lo que Dios hace, lo hace para el hombre, porque Él es bueno. Todo lo que el hombre hace, lo hace para sí mismo, ya sea el bien como el mal. Para que tú no te asombres al comprobar la prosperidad de los malvados, debes saber que, así como los gobiernos mantienen a los verdugos, a quienes, aunque no alaban sus pésimas intenciones, ordenan ajusticiar a aquellos que son dignos de castigo, del mismo modo Dios permite que los malvados opriman a los vivos y así castiguen a los despiadados por su intermedio. Pero, al final, éstos también serán enviados a juicio, por haber maltratado a los hombres, no en calidad de ministros de Dios, sino para servir a sus propios instintos.
Los que rinden culto a los ídolos, si conocieran y vieran con el corazón a qué están prestando culto, no errarían, alejados de la verdadera piedad, ¡infelices! Mas bien, viendo el decoro, el orden y la providencia que Dios pone en todas las cosas, conocerían mejor a Aquel que ha hecho estas cosas para el hombre.
El hombre puede matar, puesto que es malo e injusto. Dios, sin embargo, no cesa de donar la vida, incluso a los indignos. Él está, de hecho, limpio de celos y es bueno por naturaleza, por esto ha querido que el mundo fuera hecho, y fue hecho. Y fue hecho para el hombre y para su salvación.
Es hombre el que ha comprendido que el cuerpo es corruptible y efímero. Éste también entiende lo que es el alma, como ésta es divina, inmortal, inspiración de Dios, y como está ligada al cuerpo para probarlo y para su deificación. Quien ha comprendido lo que es el alma, vive de modo recto y grato a Dios, no obedece al cuerpo, sino que, mirando a Dios con el intelecto, contempla y comprende los bienes eternos donados por Dios al alma.
Puesto que Dios es siempre bueno y sin celos, ha dado al hombre la libertad de elegir entre el bien o el mal, donándole el conocimiento (gnosis) a fin de que, contemplando al mundo y lo que éste contiene, conozca a Aquel que todo lo ha hecho para el hombre. Pero puede darse que los impíos quieran no entender. También es posible que no crean, que se equivoquen, o comprendan lo contrario de la verdad. Hasta este punto el hombre es libre de elegir frente al bien y frente al mal.
Es por orden de Dios que, al crecer la carne, el alma se llena de intelecto: esto sucede para que el hombre elija, entre el bien y el mal, lo que le place más. Pero el alma que no elige el bien no tiene intelecto. Porque todos los cuerpos tienen, sí, un alma, pero no se dice que toda alma tenga intelecto. Por cierto, el intelecto amante de Dios, pertenece a los prudentes, a los santos, a los justos, a los puros, a los buenos, a los misericordiosos y a los píos. Y la presencia del intelecto constituye para el hombre una ayuda en su relación con Dios.