Angela de Foligno 6

Angela de Foligno — Livro da Vida
Seleção de Bernard McGinn, tradução de Fray Contardo Miglioranza
Sexto Paso: “Horribles tinieblas pobladas de demonios”

El sexto es el paso de la múltiple pasión, tejida de enfermedades del cuerpo y de innumerables y horrendos tormentos del alma y del cuerpo, provocados por los demonios. Confieso yo, fraile secretario, que no presté mucho cuidado a este paso ni supe transcribirlo bien, relatando tantos hechos que eran interesantes y merecían ser conocidos. Sólo intenté referir unas pocas palabras o algunas experiencias de la sierva de Cristo durante sus sufrimientos, como podía captarlas de sus labios. Las anotaba rápidamente como pinceladas, porque no podía comprenderlas en orden. La sierva de Cristo me confió que no creía pudieran ser descritas las enfermedades del cuerpo, y menos todavía las enfermedades o sufrimientos del alma, que, decía, eran incomparablemente mayores. Sólo con respecto a los padecimientos del cuerpo la oí decir que no le había quedado parte del cuerpo que no sufriera horriblemente.

Acerca de los tormentos del alma, causados por los demonios, no sabía hallar otra comparación que la del hombre ahorcado, el que, con las manos atadas a la espalda y con los ojos vendados, colgado del patíbulo, continuara viviendo; un ahorcado al que no se prestara ningún socorro, ni apoyo, ni re medio. Y añadía que de manera aún más desesperada y cruel era torturada por los demonios. A este propósito quiero citar la opinión de un fraile menor, persona digna de todo crédito, el cual, al escuchar de la misma siervo de Cristo cuan atrozmente fuese atormentada, se quedó pasmado y le tuvo compasión. Más aún, el mismo fraile, por revelación que Dios le hizo, vio que era verdadero todo el martirio de esos atroces tormentos de que ella se quejaba, y en medida aún mayor que lo que dijera la siervo de Cristo; y por eso guardó siempre para con ella una gran piedad y una profunda devoción. Y todo lo que pude anotar, un tanto de prisa y esquemáticamente, es lo siguiente. Decía, pues, la siervo de Cristo:

Veo a los demonios que cuelgan a mi alma de tal modo que, así como al ahorcado no le queda ningún apoyo, así tampoco le queda a mi alma alguna ayuda. Todas las virtudes del alma sufren una subversión bajo la mirada del alma que ve, constata y queda atónita. Cuando el alma ve este trastorno y este aniquilamiento de todas sus virtudes y su impotencia para resistir, el alma experimenta tal dolor, y su pena y su ira son tan desesperadas, que apenas puedo llorar a causa de la ira y de la aflicción excesiva.

A veces lloro sin reaccionar; otras veces, me sobreviene un furor tal que me siento impulsada a desgarrarme. A veces no me puedo retener y me golpeo cruelmente la cabeza y otras partes del cuerpo que llegan hasta la tumefacción. Cuando el alma ve caer y perderse toda virtud, entonces estallan el miedo y el llanto. Levanto hacia Dios mis gritos y alaridos muchas veces, sin pararme: “¡Hijo mío, hijo mío, no me abandones, hijo mío!”1 .

Ângela me confió que en su cuerpo no le queda parte alguna que no haya sido golpeada y castigada por los demonios.

Por esto dijo que no creía se pudieran describir los sufrimientos del cuerpo, y menos todavía los del alma. Afirmó que en este paso todos los vicios vuelven a nacer: no es que tengan vida larga, pero aportan y causan una gran pena. También los vicios jamás conocidos se manifiestan en el cuerpo y provocan un extenuante tormento, si bien no duradero.

Cuando desaparecen me procuran un gran alivio. Advierto que había sido entregada a muchos demonios que hacen rebrotar los vicios desaparecidos y añaden otros que jamás poseí.

Entonces, al recordar que Dios fue castigado y despreciado y pobre, quisiera que todos mis males y aflicciones fueran duplicados.

Mientras me hallo en medio de esas horrendas tinieblas pobladas de demonios, donde parece que falta toda esperanza de bien y la oscuridad grava pavorosa, vuelven a brotar esos vicios que sabía ya muertos en lo íntimo del alma. Son los demonios los que desde afuera los avivan y suscitan otros que jamás existieron. En el cuerpo los sufrimientos son menores; sin embargo, en tres partes de él, si bien no en las partes verecundas, siento un fuego tal que a veces para apagarlo apliqué fuego natural, hasta que llegó tu prohibición2.

Mientras me hallo en esas tinieblas, creo que preferiría ser asada en lugar de padecer esos sufrimientos; más aún, grito e invoco la muerte por cualquier medio que Dios quiera enviármela. En ese momento digo a Dios que, si debiera arrojarme al infierno, no lo retrase, sino que lo haga en seguida. Le grito: “Visto que me has abandonado, remata tu obra y húndeme en el abismo”. Pero comprendo que todo es obra de los demonios, que esos vicios no viven en el alma porque el alma jamás los consiente, sino que son impuestos con violencia al cuerpo, el cual es atormentado por tal angustia y tal asco que preferiría morir en lugar de soportarlos. Por su parte el alma ve que le es quitado todo poder. Y si bien no consiente, con todo no tiene fuerza de resistir a los vicios y, aunque reconozca que están contra Dios, cae en ellos.

Hay un cierto vicio que se me ha impuesto abiertamente, pero que jamás conocí. Claramente advierto que Dios ha permitido que se manifestara en mí. Y es un vicio tan grave que supera cualquier otro. Pero también Dios me ha otorgado abiertamente una virtud contra ese vicio, la que en seguida lo derrota, y con una tal fuerza que, si no tuviera por otros motivos una fe segura en Dios, sólo por esto me quedaría en el alma una fe inconmovible y sólida, de la que no podría tener ninguna duda. La virtud persevera siempre y el vicio queda vencido.’ Y la virtud se adueña de mí y no me deja caer en el vicio y es una virtud de tal fortaleza que no sólo me sostiene, sino que me infunde tanto ánimo y aliento que en esto reconozco la intervención de Dios.

Ninguna tentación de la vista ni del oído ni ninguna otra inclinación al mal podrían desviarme de esa virtud hacia algún movimiento pecaminoso. Y aunque todos los hombres del mundo y todos los diablos del infierno me tentaran con todos los medios y se coligaran contra mí, no podrían empujarme hacia la más pequeña culpa. Este hecho deja en mí una profunda fe en Dios, justamente porque el vicio es tan grave que me avergüenzo de manifestarlo, y es tan imperioso que, cuando esa virtud está oculta o me parece que me abandona, no hay nada, ni vergüenza, ni castigo, que me podría detener de despeñarme en el pecado. Pero en ese momento sobreviene la mencionada virtud que felizmente me libera y me impide que por todos los males y los bienes de este mundo pueda caer en pecado.

Yo, fraile, he visto sufrir a esta siervo, de Cristo mucho más horrendamente de lo que se pueda describir. Pero este sexto paso duró poco: apenas dos años, y en su última fase se desarrolló junto al séptimo, el que entre todos es el más admirable y que comenzó algún tiempo antes de que el otro terminara.

Pude constatar que el sexto paso, después de breve tiempo, cesó por extinción, pero no del todo ni totalmente, especialmente en relación a las muchas enfermedades del cuerpo, que la afectaron permanentemente. También pude constatar que la siervo de Cristo quedó en el séptimo paso muy mucho tiempo sin que lo precisemos, creciendo constantemente en Dios. Y aunque estuviera siempre muy enferma y comiera muy poco, sin embargo, era corpulenta y rozagante, si bien los miembros del cuerpo y las articulaciones estuvieran hinchados y llenos de dolores. Con mucha pena-podía moverse, caminar o sentarse, pero todas las enfermedades del cuerpo las consideró siempre muy llevaderas.

Más tarde, hallándose ya la siervo de Cristo en el séptimo paso después de haber completamente abandonado el sexto, me refirió algunas cosas sobre el sexto paso…

NOTAS


  1. El corazón de Ângela, enfrentado a los máximos combates del espíritu, está en la más dramática tensión. Todo su ser parece sacudido por un huracán de torturas: el cuerpo en el potro de los tormentos, el alma angustiada, los demonios desencadenados, el cielo encapotado, el abismo infernal abierto. Se ve humillada y perdida por brotes viciosos. Aparentemente es la desesperación más negra. Su lenguaje, nacido en el fragor de la lucha, parece plasmado de gemidos y clamores. Para comprender a Ângela y para orientar a otras almas en tan tremendos combates, debemos desbrozar el campo y subrayar tres actitudes básicas, que se manifiestan en nuestra santa. Aunque el combate sea a sangre y todo parezca incierto y enturbiado, no debemos desmayar nunca en la fe. Aunque las tentaciones acometan impetuosas y sus coletazos nos peguen fuerte, no debemos aceptar nunca el pecado con la voluntad. Aunque estemos colgados de un lazo sobre el abismo, no debemos desesperar jamás, sino que debemos adherir siempre a Dios, sufrir por haberlo ofendido y estar dispuestos a padecer todo mal antes que ofenderlo. Ese abismo de torturas en que se debate Ângela se parece a la agonía de Jesús en el Huerto y a la vez nos ofrece un magnífico testimonio de su fe y de su amor

  2. El gran maestro de la vida espiritual, San Juan de la Cruz, divide las supremas etapas de purificación del alma antes de llegar a la plena unión con Dios o abrazo místico, en dos momentos: noche oscura de los sentidos, que está orientada a purificar la parte inferior del hombre; y noche oscura del espíritu, que está enderezada a sacudir, desapegar y renovar lo más íntimo del alma. Ésas etapas’ pueden repetirse, para que el alma esté siempre alerta y en disponibilidad; y pueden ser sucesivas o simultáneas. Ângela las experimentó todas. En ella los estremecimientos de la carne y los embates del espíritu llegan a un clímax de inaudita violencia.