SERMÃO DA MONTANHA — AMAR OS INIMIGOS (Mt 5,43-48; Lc 6,27-36)
VIDE: AMOR; AGAPE; INIMIGO; PERFEIÇÃO
EVANGELHO DE JESUS: Mt 5:43-48; Lc 6:27-36
!
Romano Guardini
Aqui é o mesmo, mas apreendido mais profundamente. A antiga doutrina dizia: «Responde com amor ao amor, e com ódio ao ódio». O mandamento impunha a correspondência do sentimento; poder-se-ia dizer, a justiça do coração. Mas este confronto mostra precisamente que esse amor não é ainda livre. É apenas uma parte da atitude moral, afirmada exatamente com os mesmos direitos perante o ódio. Esse amor vivia, se encontrasse amor. Era ainda só uma parte da existência humana imediata, que consiste em simpatia e defesa. E eis que o Senhor diz: Tal pretensa justiça, do coração não pode ser realizada por si mesma. O ódio que se julga legítimo em face do ódio será imediatamente maior do que aquele a que responde; causará assim injustiça, e dará direito a novos ódios. Mas o amor que se coloca na dependência do amor dos outros, será sempre tolhido, incerto, infecundo. Não é ainda o amor verdadeiro, que não tem ódio nenhum a seu lado, que é a força e a medida de toda a existência.
A verdadeira justiça do sentimento só é possível quando for apoiada por uma atitude, a qual já não se justifica pela correspondência de sentimentos, mas pela livre força criadora do coração. Aí então desperta o verdadeiro amor. Agora já não depende da atitude do outro, e, por isso mesmo está livre para o puro efeito da sua essência e acima da ânsia da «justiça». Ele é capaz de ainda que o outro aparentemente lhe dê direito de odiar. Deste modo adquire o poder de desenraizar o ódio e de o vencer, e só assim consegue exercer a autêntica justiça de coração. Esse amor aprende então a ver o outro no interior, e o que aí se passa com o seu «erro»; e como, no mais profundo dele não é de erro que se trata, mas antes talvez de herança, fatalidade, miséria humana — pode agora dar-lhe o seu direito perante Deus, a este irmão que participa da culpa e da miséria comuns.
Ascetismo e Misticismo
Lilian Staveley: FONTE DE OURO
A menudo pensamos: ¿en qué fallo? Soy incapaz de verme a mí mismo como un pecador, aunque públicamente confieso serlo. Pues guardo los mandamientos, soy amable con mis vecinos, soy justo con mis semejantes, no puedo pensar en ningún daño concreto que yo haga. Entonces, ¿por qué soy un pecador? Nuestra propia modestia y reverencia puede impedir que nos comparemos con Dios. Y sin embargo aquí está nuestro error; pues si hemos de entrar en el Jardín de la Felicidad y la Paz, que es el Reino de Dios, éste es el comienzo de nuestro progreso: que nos comparemos en todas las cosas con Dios, a cuya imagen estamos hechos, y, observando con tanta profundidad como podamos los terribles abismos que hay entre nosotros y Él, nos afanemos y obliguemos con lágrimas, humildad y esfuerzo constante en reparar para Él nuestras deficiencias.
«Sed perfectos como Yo soy perfecto.»
«Sed santos como Yo soy santo.»
Si esto no fuera realizable, Él no habría fijado una meta tan alta. Así pues, en esto somos pecadores: ¡en que no somos puros y bellos como el propio Dios! Ésa es una altura prodiogosa, casi inconcebible; sin embargo, Él quiere que lo intentemos, y todos los poderes del Cielo están con nosotros mientras subimos.
Maurice Nicoll: COMENTARIOS VOLUMEN IV Great Amwell House, 3 de febrero de 1951
En las instrucciones prácticas dadas en el Sermón del Monte, después de “pobre en espíritu” viene la palabra “manso”. Esta palabra, praotes en griego, significa “no resentir nuestros enemigos — de ahí la extraña expresión: “Ama a tus enemigos, haz el bien a quienes te aborrecen” se entiende mejor si significa no resentirse por lo que dicen o hacen. En este Trabajo se podría decir: “No reaccionar mecánicamente.” La última vez hablamos de “pobre espíritu”, principalmente desde el punto de vista del no identificarse. Pero un hombre resentido llega continuamente a identificarse a través de su resentimiento. Hablábamos del “pobre en espíritu” para distinguirlo del “hombre rico” a quien el Sr. Ouspensky definía como al “hombre identificado”, con lo cual quería decir que el “hombre rico” es la clase de hombre (o de mujer) que se identifica mucho con todas las cosas, con sus propias virtudes, bondad, méritos, acciones caritativas, talento, habilidad, apariencia, posición, posesiones — y así, per contra, con sus reveses, estados de ánimo negativos, fracasos, etc. En suma, están identificados con la imagen de sí que prevalece. Llevan esas imágenes en el álbum de su propia persona y le echan constantemente una ojeada en los momentos más atestados de su vida, ayudados, lo más a menudo, por un verdadero espejo. De paso, no dejen de mirarse en un espejo. Lo que es realmente USTED no es AQUELLO. El Recuerdo de Sí siempre debilita porque es causa del identificarse. Pero al mismo tiempo puede corregir nuestro retrato. Ahora bien, si un hombre rico — esto es, hablando psicológicamente, un hombre que está muy identificado — pudiera cambiar su sentimiento de Yo, dejaría de estar identificado. Pero esta idea se aplica a todos en el Trabajo — es decir, que es necesario cambiar el habitual sentimiento de Yo que puede compararse con el centro de gravedad. O mejor aún, cabe compararlo con una habitación, brillantemente iluminada, en una casa hermosa, donde los otros cuartos están en una oscuridad total o en la penumbra. Así las energías de un hombre no están extendidas por todo su ser, sino que se localizan en una parte de sí mismo — por así decir en una habitación de la gran casa de tres pisos de sí.