Agustín (Eckhart)

En la verdadera obediencia no se ha de encontrar ningún «lo quiero así o asá» o «esto o aquello», sino tan sólo un perfecto desasimiento de lo tuyo. Y por lo tanto, en la mejor de las oraciones que el hombre sea capaz de rezar, no se debe decir ni «¡Dame esta virtud o este modo!», ni «¡Ah sí, Señor, dame a ti mismo o la vida eterna!», sino solamente: «¡Señor, no me des nada fuera de lo que tú quieras y haz, Señor, lo que quieres y como lo quieres de cualquier modo!» Esta (oración) supera a la primera como el cielo a la tierra. Y si alguien reza así, ha rezado bien: cuando en verdadera obediencia ha salido de su yo para adentrarse en Dios. Y así como la verdadera obediencia no debe saber nada de «Yo quiero», tampoco habrá de oírse nunca que diga: «Yo no quiero»; porque «yo no quiero» es un verdadero veneno para toda obediencia. Como dice San Agustín: «Al leal servidor de Dios no se le antoja que le digan o den lo que le gustaría escuchar o ver; pues su anhelo primero y más elevado consiste en escuchar lo que más le gusta a Dios». ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.

Ah sí, cuanto más nos pertenezcamos (a nosotros), tanto menos le pertenecemos (a Dios). El hombre que hubiera abandonado lo suyo, nunca podría echar de menos a Dios en ninguna actividad. Pero, si sucediera que el hombre diese un paso en falso o dijese palabras equivocadas o si las cosas realizadas por él resultaran mal hechas, (Dios), ya que se hallaba en el comienzo de la acción, debería cargar por obligación con el daño; (pero), en tal caso, tú no debes en absoluto abandonar tu obra. A este respecto encontramos un ejemplo en San Bernardo y en otros muchos santos. En esta vida nunca es posible librarse del todo de semejantes percances. Mas no se debe rechazar el noble trigo porque, de vez en cuando, cae neguilla por entre ese trigo. De veras, quien estuviera bien intencionado y poseyera un buen entendimiento de Dios, a ese hombre todos esos sufrimientos y percances le resultarían una gran bendición. Pues, a los buenos todas las cosas les redundan en bien, como dice San Pablo (cfr. Romanos 8, 28), y como manifiesta San Agustín: «Ah sí, incluso los pecados». ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.

Dice San Agustín: Para Dios no hay nada que sea lejano o largo. Si quieres que nada te resulte ni lejano ni largo, vincúlate a Dios, pues entonces mil años son como el día de hoy. De la misma manera digo yo: En Dios no hay ni tristeza ni pena ni infortunio. Si te quieres ver libre de todo infortunio y pena recurre y dirígete solamente a Él con completa integridad. Ciertamente, todas las penas provienen del hecho de que no te dirijas hacia Dios, ni únicamente a Él. Si tú, en cuanto a tu forma y nacimiento, te hallaras únicamente en la justicia, entonces por cierto, ninguna cosa podría darte pena a ti, así como la justicia no (puede afligir) a Dios mismo. Dice Salomón: «Al justo no lo aflige nada de lo que le pueda suceder» (Prov. 12, 21). No dice: «Al hombre justo», ni «al ángel justo», ni a esto ni a aquello. Dice: «Al justo». Lo que de algún modo pertenece al justo, especialmente lo que convierte en suya su justicia y el hecho de que él sea justo, esto es hijo y tiene (un) padre en esta tierra y es criatura y está hecho y creado porque su padre es criatura, hecha o creada. Pero «justo» sin más, no tiene ningún padre hecho o creado, y Dios y la justicia son completamente una sola cosa, y la justicia sola es su padre, por eso no caben en él (es decir, en el justo) ni pena ni infortunio como tampoco pueden caber en Dios. (La) justicia no le puede producir pena, ya que (la) justicia no es nada más que alegría, placer y deleite: además: si (la) justicia le produjera pena al justo, ella misma se produciría esta pena. Ninguna cosa despareja e injusta, ni hecha ni creada, podría apenar al justo porque todo lo creado permanece muy por debajo de él en la misma medida en que (se halla) por debajo de Dios, y no surte ninguna impresión ni influencia en el justo y no engendra a sí misma en aquel cuyo Padre es solo Dios. Por eso, el hombre debe esforzarse mucho por quitarse la imagen de sí mismo y de todas las criaturas, no conociendo a ningún padre fuera de Dios solo; luego, nada lo puede apenar ni afligir, ni Dios ni la criatura, ni lo creado ni lo increado, y todo su ser, vivir, conocer, saber y amar, proviene de Dios y (se halla) en Dios y (es) Dios. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1

Dice San Agustín: Señor, yo no quería perderte a ti, pero por mi codicia quería poseer junto contigo también las criaturas; y por eso te perdí porque te resistes a que poseamos, junto contigo (que eres) la verdad, la falsedad y el engaño de las criaturas». En otro pasaje, dice también que «es demasiado codicioso quien no se contenta con Dios solo». Y en un tercer pasaje, dice: «Quien no se contenta con Dios mismo, ¿cómo podría contentarse con los dones que Dios da a las criaturas?» A un hombre bueno no le debe brindar consuelo sino aflicción todo cuanto es extraño y desigual a Dios y que no es exclusivamente Dios mismo. Habrá de decir en todo momento: ¡Señor Dios y consuelo mío! si me remites en vez de a ti a alguna otra cosa, entonces dame otro tú para que vaya de ti hacia ti porque no quiero nada fuera de ti. Cuando Nuestro Señor prometió a Moisés nada más que bonanzas y lo envió a Tierra Santa, la cual significa el reino de los cielos, Moisés dijo: Señor, no me mandes a ninguna parte a no ser que tú mismo te dignes acompañarme. (Cfr. Exodo 33,15). ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Además existe otro consuelo. Si el hombre ha perdido bienes exteriores o a su amigo o a su pariente, o un ojo, una mano o lo que sea, ha de estar seguro de que, sufriéndolo pacientemente por amor de Dios, Él por lo menos se lo tiene todo en cuenta al precio por el cual no hubiera querido sufrirlo (la pérdida). (Pongamos por caso): Un hombre pierde un ojo. Si no hubiera querido echar de menos ese ojo por mil marcos o por seis mil o más, entonces ciertamente ante Dios y en Dios se le va a tener en cuenta todo aquello (= todo el contravalor) por lo cual no hubiera querido sufrir ese daño o pena. Y acaso Nuestro Señor se haya referido a esto cuando dijo: «Es mejor para ti entrar con un solo ojo en la vida eterna que perderte teniendo dos ojos» (Mateo 18,9). Y Dios también se habrá referido a ello cuando dijo: «Cualquiera que dejare padre y madre, hermana y hermano, casa o campo o lo que sea, recibirá cien veces tanto y la vida eterna (Cfr. Mateo 19,29)». Me atrevo a decir con certeza por mi salvación eterna y (basándome) en la verdad divina que, aquel que, por amor de Dios y por bondad, dejare padre y madre, hermano y hermana o lo que sea, recibirá cien veces tanto (y ello) de dos modos: por una parte, su padre, su madre, su hermano y hermana, le resultarán cien veces más queridos de lo que le son ahora. Por otra parte, no sólo cien (personas) sino toda la gente, en cuanto gente y seres humanos, le resultarán incomparablemente más queridos de lo que le son ahora por naturaleza su padre, (su) madre o (su) hermano. El que el hombre no se percate de ello, proviene única y exclusivamente del hecho de que aún no ha dejado por completo al padre y a la madre, a la hermana y al hermano y a todas las cosas, puramente por amor de Dios y de la bondad. ¿Cómo ha dejado por amor de Dios al padre y a la madre, a la hermana y al hermano, aquel que los encuentra aún en esta tierra dentro de su corazón, aquel que se aflige y piensa y se fija todavía en lo que no es Dios? ¿Cómo ha dejado todas las cosas por amor de Dios aquel que repara y se fija aún en este bien y en aquél? San Agustín dice: Quita este bien y aquél, entonces queda la pura Bondad flotando en sí misma en su mera extensión: éste es Dios. Pues, como he dicho arriba: este bien y aquél no le agregan nada a la bondad, sino que esconden y encubren la bondad dentro de nosotros. Este hecho lo conoce y descubre quien lo mira y contempla en la verdad ya que es verdadero en la verdad, y por lo tanto hay que descubrirlo allí y en ninguna otra parte. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Otra cosa más (y) parecida a la anterior: Ningún recipiente puede llevar en sí dos clases de bebida. ‘Si ha de contener vino, hay que verter necesariamente el agua; el recipiente debe estar vacío y limpio. Por eso: si has de recibir divina alegría y a Dios mismo, debes necesariamente verter a las criaturas. Dice San Agustín: «Vierte para que seas llenado. Aprende a no amar para que aprendas a amar. Apártate para que seas acercado». En resumidas cuentas: Todo cuanto ha de tomar y ser capaz de recibir, debe estar vacío y tiene que estarlo. Dicen los maestros: Si el ojo cuando ve contuviera algún color, no percibiría ni el color que contenía ni otro que no contenía; pero como carece de todos los colores, conoce todos los colores. La pared tiene color y por eso no conoce ni su propio color ni ningún otro, y el color no le da placer, y el oro o el esmalte no la atraen más que el color del carbón. El ojo no contiene (color) y, sin embargo, lo tiene en el sentido más verdadero, pues lo conoce con placer y deleite y alegría. Y cuanto más perfectas y puras son las potencias del alma, tanto más perfecta y completamente recogen lo que aprehenden y tanto más reciben y sienten mayor deleite, y se unen tanto más con lo que recogen (y) esto hasta tal punto que la potencia suprema del alma, que está desembarazada de todas las cosas y no tiene nada en común con cosa alguna, no recibe nada menos que a Dios mismo en la extensión y plenitud de su ser. Y los maestros demuestran que, en cuanto a placer y deleite, nada se puede comparar a esta unión y este traspaso (de lo divino) y este deleite. Por eso dice Nuestro Señor (y es) muy notable: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3). Es pobre quien no tiene nada. «Pobre en espíritu» quiere decir: así como el ojo es pobre y carece de color, siendo susceptible de (ver) todos los colores, así el pobre en espíritu es susceptible de aprehender toda clase de espíritu, y el espíritu de todos los espíritus es Dios. El amor, la alegría y la paz son fruto del espíritu. Estar desnudo, ser pobre, no tener nada, hallarse vacío, (todo esto) transforma a la naturaleza: (el) vacío hace que el agua suba por la montaña y (opera) otros muchos milagros de los cuales ahora no es momento de hablar. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

San Agustín dice que quien mejor comprende la Escritura es aquel que, desprendido de todo espíritu, busca el sentido y la verdad de la Escritura en ella misma, es decir, en el espíritu en el cual está escrita y pronunciada, o sea el Espíritu de Dios. Dice San Pedro que todos los hombres santos hablaban movidos por el Espíritu de Dios (2 Pedro 1,21). San Pablo dice: Nadie es capaz de conocer y saber qué es lo que hay en el hombre sino el espíritu que está dentro del hombre, y nadie es capaz de saber qué es el Espíritu de Dios y en Dios, sino el Espíritu que es de Dios y es Dios (1 Cor. 2, 11). Por eso un escrito, (o sea) una glosa, afirma con mucha razón que nadie puede comprender ni enseñar lo escrito por San Pablo a no ser que tenga el mismo espíritu en el cual hablaba y escribía San Pablo. Y todo mi lamento consiste siempre en que las personas de mente grosera y que carecen totalmente del Espíritu de Dios y no tienen nada de Él, pretenden opinar – conforme a su burda inteligencia humana – sobre lo que oyen o leen en la Escritura que fue pronunciada y escrita por el Espíritu Santo y en Él, y no recuerdan que está escrito: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Mateo 19, 26). Esto vale también en general y en el ámbito natural: lo que es imposible para la naturaleza inferior, es habitual y natural para la naturaleza superior. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Primero, lo que dice San Agustín: que la paciencia en el sufrimiento por amor de Dios es mejor, más preciosa, más elevada y más noble que todo cuanto se le puede quitar al hombre en contra de su voluntad; todas estas cosas son sólo bienes exteriores. Dios sabe que no encontramos ninguna persona amante de este mundo, por rica que fuera, que no estuviera dispuesta a soportar grandes dolores de buen grado y aun durante largo tiempo con tal de que luego pudiera ser poderoso señor de este mundo. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

En segundo término saco mis conclusiones no sólo de esta palabra dicha por Dios, de que está junto al hombre en su sufrimiento, sino que deduzco de la palabra y encuentro en ella lo que digo: Si Dios está conmigo en el sufrimiento ¿qué más quiero, qué otra cosa quiero? No quiero otra cosa, no quiero nada más que Dios, siempre y cuando yo esté bien encaminado. Dice San Agustín: «Muy codicioso y poco inteligente es aquel que no se contenta con Dios», y en otra parte expresa: «¿Cómo puede el hombre contentarse con los dones exteriores o interiores de Dios, si no se contenta con Dios mismo?» Por eso, vuelve a afirmar en otro lugar: Señor, si nos rechazas de ti, danos otro tú porque no queremos nada fuera de ti. De ahí que se diga en El Libro de la Sabiduría: «Con Dios, la eterna Sabiduría, he recibido de pronto todos los bienes juntos» (Sab. 7, 11). En un determinado sentido esto significa que nada es bueno ni puede ser bueno que venga sin Dios y todo cuanto viene con Dios es bueno y solamente bueno porque viene con Dios. Sobre Dios quiero guardar silencio. Si se quitara a todas las criaturas del mundo entero el ser que otorga Dios, quedarían (hechas) una mera nada desagradable, carente de valor y aborrecible. En la palabra según la cual todo el bien viene junto con Dios, se esconden aún muchos otros significados preciosos, mas ahora resultaría demasiado largo exponerlos. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

La otra palabra en que pienso, (se refiere al hecho de) que algunas personas brutas digan que muchas cosas escritas por mí en este libro, y también en otras partes, no son verdad. A ésos les contesto lo que dice San Agustín en el primer libro de sus «Confesiones». Allí afirma que Dios ya ahora ha hecho todo lo venidero aunque sucediera en miles y miles de años – con tal de que el mundo subsistiera durante tanto tiempo – y que hará todavía hoy aquello que pasó hace milenios. ¿Qué culpa tengo yo si alguien no lo entiende? Y además dice en otra parte que ama demasiado a sí mismo aquel hombre que quiere cegar a otras personas para que permanezca oculta su ceguera. A mí me basta que lo que digo y escribo sea verdad en mi fuero íntimo y en Dios. Quien ve una vara sumergida en el agua, tiene la sensación de que está torcida a pesar de que es completamente recta y esto se debe al hecho de que el agua es más espesa que el aire; sin embargo, la vara es recta y no está torcida tanto en sí misma como para la mirada de quien la ve sólo a través del aire puro. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3

Dice San Agustín: Quien sin conceptos, sin objetos corpóreos múltiples y sin imágenes reconoce interiormente aquello que no le ha proporcionado ninguna percepción exterior, éste sabe que es verdad. Pero quien no sabe nada de esto, se ríe y se burla de mí; mas yo le tengo compasión. Sin embargo, tales personas quieren ver y sentir cosas eternas y obras divinas y hallarse a la luz de la eternidad mientras su corazón revolotea aún en el ayer, aún en el mañana. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3

El primer grado del hombre interior y nuevo – como dice San Agustín – tiene la característica de que el hombre vive según el ejemplo dado por personas buenas y santas, pero al hacerlo marcha todavía apoyándose en las sillas y se mantiene cerca de las paredes (y) se refresca aún con leche. ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Dice San Agustín: Cuando el alma humana se eleva por completo hacia la eternidad, hacia Dios solo, resplandece y brilla la imagen de Dios; pero cuando el alma se torna hacia fuera, aunque sea para el ejercicio exterior de una virtud, esta imagen se encubre del todo. Y esto sería el significado del hecho de que las mujeres tienen la cabeza velada, mientras los hombres la tienen descubierta según la enseñanza de San Pablo (Cfr. 1 Cor. 11, 4 ss.). Por lo tanto: toda parte del alma que se dirige hacia abajo, recibe de aquello a que se torna un velo, una toca; pero la parte del alma que es elevada hacia arriba, es desnuda imagen de Dios, el nacimiento de Dios, descubierto (y) desnudo en el alma desnuda. Con referencia al hombre noble y de cómo la imagen de Dios, el Hijo de Dios, la semilla de naturaleza divina dentro de nosotros, nunca es extirpada aun cuando se la encubre, (de todo esto) habla el rey David en el Salterio, diciendo: El hombre si bien es atacado por diversas nonadas, sufrimientos y penas dolorosas, permanece, sin embargo, dentro de la imagen de Dios y la imagen dentro de él (Cfr. Salmo 4,2 a 7). La luz verdadera brilla en las tinieblas aun cuando no la notamos (Cfr. Juan 1, 5). ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Ahora has de saber que Dios, antes de existir el mundo, se ha mantenido – y sigue haciéndolo – en este desasimiento inmóvil, y debes saber (también): cuando Dios creó el cielo y la tierra y todas las criaturas, (esto) afectó su desasimiento inmóvil tan poco como si nunca criatura alguna hubiera sido creada. Digo más todavía: Cualquier oración y obra buena que el hombre pueda realizar en el siglo, afecta el desasimiento divino tan poco como si no hubiera ninguna oración ni obra buena en lo temporal, y a causa de ellas Dios nunca se vuelve más benigno ni mejor dispuesto para con el hombre que en el caso de que no hiciera nunca ni una oración ni las obras buenas. Digo más aún: Cuando el Hijo en la divinidad quiso hacerse hombre y lo hizo y padeció el martirio, esto afectó el desasimiento inmóvil de Dios tan poco como si nunca se hubiera hecho hombre. Ahora podrías decir: Entonces oigo bien que todas las oraciones y todas las buenas obras se pierden (=son inútiles) porque Dios no se ocupa de ellas (en el sentido de) que alguien lo pueda conmover con ellas y, sin embargo, se dice que Dios quiere que se le pidan todas las cosas. En este punto deberías escucharme bien y comprender perfectamente – siempre que seas capaz de hacerlo – que Dios en su primera mirada eterna – con tal de que podamos suponer una primera mirada – miró todas las cosas tal como sucederían, y en esta misma mirada vio cuándo y cómo iba a crear a las criaturas y cuándo el Hijo quería hacerse hombre y debía padecer; vio también la oración y la buena obra más insignificante que alguien iba a hacer, y contempló cuáles de las oraciones y devociones quería o debía escuchar; vio que mañana tú lo invocarás y le pedirás con seriedad, y esta invocación y oración Dios no las quiere escuchar mañana, porque (ya) las ha escuchado en su eternidad antes de que tú te hicieras hombre. Mas, si tu oración no es ferviente y carece de seriedad, Dios no te quiere rechazar ahora, porque (ya) te ha rechazado en su eternidad. Y de esta manera Dios ha contemplado con su primera mirada eterna todas las cosas, y Dios no obra nada de nuevo porque todas son cosas pre-operadas. Y de este modo Dios se mantiene, en todo momento, en su desasimiento inmóvil y, sin embargo, por eso no son inútiles la oración y las buenas obras de la gente, pues quien procede bien, recibe también buena recompensa, quien procede mal, recibe también la recompensa que corresponde. Esta idea la expresa San Agustín en «De la Trinidad», en el último capítulo del libro quinto, donde dice lo siguiente: «Deus autem», etcétera, esto quiere decir: «No quiera Dios que alguien diga que Dios ama a alguna persona de manera temporal, porque para Él nada ha pasado y tampoco es venidero, y Él ha amado a todos los santos antes de que fuera creado el mundo, tal como los había previsto. Y cuando llega el momento de que Él hace visible en el tiempo lo contemplado por Él en la eternidad, la gente se imagina que Dios les ha dispensado un nuevo amor; (mas) es así: cuando Él se enoja o hace algún bien, nosotros cambiamos y Él permanece inmutable, tal como la luz del sol permanece inmutable en sí misma». A idéntica idea alude Agustín en el cuarto capítulo del libro doce de «De la Trinidad» donde dice así: «Nam deus non ad tempus videt, nec aliquid fit novi in eius visione», «Dios no ve a la manera temporal y tampoco surge en Él ninguna visión nueva». A este pensamiento se refiere también Isidoro en el libro «Del bien supremo», donde dice lo siguiente: «Mucha gente pregunta: ¿Qué es lo que hizo Dios antes de crear el cielo y la tierra, o cuándo surgió en Dios la nueva voluntad de crear a las criaturas?» Y contesta así: «Nunca surgió una nueva voluntad en Dios, pues si bien es así que la criatura en ella misma no existía», como lo hace ahora, «existía, sin embargo, en Dios y en su razón desde la eternidad». Dios no creó el cielo y la tierra tal como nosotros decimos en el transcurso del tiempo: «¡Hágase esto!» porque todas las criaturas están enunciadas en la palabra eterna. A este respecto podemos alegar también lo dicho por Nuestro Señor a Moisés, cuando Moisés le dijera a Nuestro Señor: «Señor, si Faraón me pregunta quién eres ¿qué debo contestarle?», entonces respondió Nuestro Señor: «Dile pues que, El que es, me ha enviado» (Cfr. Exodo 3, 13 s.) Esto significa lo mismo que: El que es inmutable en sí mismo, me ha enviado. ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Mas, ahora pregunto yo: ¿ cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración. En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: «Son muchos quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue» (Cfr. 1 Cor. 9, 24) – todas las potencias del alma corren para obtener la corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia – Dionisio dice pues: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también a la palabra pronunciada por Agustín: El alma tiene una entrada secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho por un maestro: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente: Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas las cosas? te contesto (con una cita) del Libro de la Sabiduría; allí dice: «¡Busco descanso en todas las cosas!» (Eclesiástico 24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada, se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y es también lo más susceptible del influjo divino. En esto pensó San Pablo cuando dijo: «¡Revestíos de Jesucristo!» (Rom. 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo. Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí (el ser de) determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo, y de esta manera te has revestido de Cristo. ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo». Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con todo nuestro anhelo, según dice San Agustín: En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir, pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta: «He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (Salmo 81, 6). Suena extraño (cuando se dice) que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo poseía esta (unión)4. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3

Los hombres justos toman tan en serio la justicia que, si Dios no fuera justo, Él no les importaría un comino; y se mantienen tan firmes en la justicia habiéndose desasido tan completamente de sí mismos, que no prestan atención ni al tormento del infierno ni al regocijo del reino de los cielos ni a cosa alguna. Es más: si toda la pena que sufren aquellos que están en el infierno, tanto hombres como diablos, o si todas las penas que en algún momento han sido o serán sufridas en esta tierra, estuvieran relacionadas con la justicia, no les daría un bledo; tan firmemente toman el partido de Dios y de la justicia. Al hombre justo nada le resulta más penoso y pesado que lo que está en contra de la justicia: (es decir, el hecho) de que no se muestre ecuánime en todas las cosas. ¿Cómo (es) eso? Si una cosa puede alegrar (a los hombres) y otra afligirlos, no son justos; más aún, si son alegres en un momento, lo son en todos; si en un momento están más alegres y en otro menos, eso está mal. Quien ama la justicia, se halla colocado tan firmemente sobre ella, que aquello que ama es su ser; no hay cosa capaz de apartarlo ni se fija en nada más. Dice San Agustín: «Donde el alma ama, ahí está con más propiedad que allí donde da vida». Nuestra palabra (de la Sagrada Escritura) suena modesta y comprensible para todos; y, sin embargo, difícilmente hay alguien que comprenda su significado; y no obstante, es verdad. Quien comprenda la doctrina de la justicia y del justo, comprenderá todo cuanto digo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3

Un maestro dice una hermosa palabra: (afirma) que en el alma hay algo muy secreto y escondido y (que se halla) muy por encima de donde emanan las potencias del entendimiento y de la voluntad. Dice San Agustín: Así como es inefable aquello donde el Hijo en el primer efluvio violento emana del Padre, así existe también algo muy secreto por encima del primer efluvio violento, allí donde emanan (el) entendimiento y (la) voluntad. Un maestro que ha hablado del alma mejor que nadie, dice que todo el saber humano nunca penetra en aquello que es el alma en su fondo. (Para comprender) lo que es el alma, hace falta un saber sobrenatural. Dónde emanan las potencias del alma (para entrar) en las obras, de esto no sabemos nada: sabemos, es cierto, algo de ello, pero es poco. De lo que es el alma en su fondo, de esto nadie sabe nada. El saber que de ello se pueda tener, ha de ser sobrenatural, tiene que ser merced a la gracia: allí obra Dios (la) misericordia. Amén. ECKHART: SERMONES: SERMÓN VII 3

Ahora bien, se dice que «murieron». Esto de que «murieron» significa en primer término que se acaba cualquier cosa sufrida en este mundo y en esta vida. Dice San Agustín: Toda pena y cualquier obra trabajosa se acaban, pero es eterna la recompensa que Dios da por ellas. En segundo lugar, (significa) que debemos tener presente que esta vida entera es mortal de modo que no hemos de temer todas las penas y trabajos que nos puedan sobrevenir, pues se acabarán. En tercer lugar, que debemos comportarnos como si estuviéramos muertos de modo que no nos afecte ni lo agradable ni lo penoso. Dice un maestro: Nada es capaz de tocar al cielo, y esto quiere decir que es un hombre celestial aquel para quien todas las cosas no valen tanto que puedan afectarlo. Dice un maestro: Como todas las criaturas son tan ruines, ¿a qué se debe que pueden apartar al hombre tan fácilmente de Dios; y eso que el alma en su parte menos valiosa es más preciosa que el cielo y todas las criaturas? Él dice: Se debe a que aprecia poco a Dios. Si el hombre apreciara a Dios como debería hacerlo, sería casi imposible que cayera alguna vez. Y es una enseñanza buena (según la cual) el hombre debe comportarse en este mundo como si estuviera muerto. Dice San Gregorio que nadie puede poseer a Dios en grado considerable si no está muerto hasta el fondo para este mundo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN VIII 3

Si el ángel se dirigiera hacia las criaturas para conocerlas, se haría de noche. Dice San Agustín:Cuando los ángeles llegan a conocer a las criaturas sin Dios, hay un crepúsculo vespertino, pero cuando llegan a conocer a las criaturas en Dios, hay un crepúsculo matutinal. Si conocen a Dios como Él es ser, puramente en sí mismo, esto es el mediodía reluciente. Yo digo: El hombre debería comprender y conocer lo noble que es el ser. No hay criatura tan insignificante que no apetezca el ser. Las orugas, cuando caen de los árboles, suben penosamente por una pared para conservar su ser. ¡Tan noble es el ser! Alabamos la muerte sufrida junto a Dios para que Él nos traslade a un ser mejor que la vida: un ser en el cual vive nuestra vida, ahí donde nuestra vida se convierte en ser. El hombre debe entregarse a la muerte de buen grado y morir para obtener un ser mejor. ECKHART: SERMONES: SERMÓN VIII 3

Cada cosa obra dentro de (su) ser; ninguna cosa puede obrar más allá de su ser. El fuego no puede obrar sino en el leño. Dios obra por encima del ser en la dimensión donde Él puede desempeñarse; obra en (el) no-ser. Antes de que hubiera (el) ser, obraba Dios; obraba (el) ser cuando (el) ser aún no existía. Algunos maestros brutos dicen que Dios es un ser puro; Él se halla tan por encima del ser, como el ángel supremo está por encima del mosquito. Si yo dijera de Dios que es un ser, cometería un error tan grande, como si llamara al sol pálido o negro. Dios no es ni esto ni aquello. Y un maestro dice: Quien cree haber llegado a conocer a Dios y quien (al hacerlo), conozca alguna cosa, no conoce a Dios. Pero si he dicho que Dios no es un ser y se halla por encima del ser, esto no significa que le haya negado (el) ser, antes bien lo he enaltecido en Él. Si tomo (el) cobre envuelto en oro, entonces existe ahí y subsiste de una manera más elevada de la que tiene en sí mismo. Dice San Agustín: Dios es sabio sin sabiduría, bueno sin bondad, poderoso sin poder. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IX 3

Esta palabra que acabo de pronunciar en latín, está escrita en la Epístola y se la puede referir a un santo confesor, y esta palabra reza en lengua vulgar: «En sus días se comprobó que era justo en su interior, en sus días fue agradable a Dios» (Eclesiástico 44, 16 y 17). Encontró la justicia en su interior. Mi cuerpo se halla más en mi alma de lo que mi alma se halla en mi cuerpo. Mi cuerpo y mi alma se encuentran más en Dios de lo que están en sí mismos; y esto es justicia: la causa de todas las cosas en la verdad. Según dice San Agustín: Dios se halla más cerca del alma de lo que ella se encuentra con respecto a sí misma. La proximidad de Dios y el alma no conoce, por cierto, diferencia (entre ambos). Él mismo conocimiento en el cual Dios se conoce a sí mismo, es el conocimiento de cualquier espíritu desasido y no (es) otro. El alma toma su ser inmediatamente de Dios; por ello Dios está más cerca del alma que se halla ella con respecto a sí misma; por ende, Dios se encuentra en el fondo del alma con su entera divinidad. ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3

Cuando llegó el tiempo, nació (la) «gracia». ¿Cuándo es (la) plenitud del tiempo? Cuando ya no existe el tiempo. Cuando uno, en medio del tiempo, ha puesto su corazón en la eternidad y todas las cosas temporales han muerto en su fuero íntimo, entonces es la «plenitud del tiempo». Alguna vez dije: Quien se alegra en el tiempo, no se alegra todo el tiempo. Dice San Pablo: «¡Todo el tiempo alegraos en el Señor!» (Filip. 4, 4). Quien se alegra por encima del tiempo y fuera del tiempo, éste se alegra todo el tiempo. Dice un escrito: Tres cosas le impiden al hombre que pueda reconocer a Dios de algún modo. La primera es (el) tiempo, la segunda (la) corporalidad, (la) tercera la multiplicidad. Mientras estas tres permanecen dentro de mí, Dios no se encuentra en mi interior ni opera verdaderamente en mi fuero íntimo. Dice San Agustín:Débese a la concupiscencia del alma el que quiera agarrar y poseer muchas cosas y por ello extiende la mano hacia el tiempo y la corporalidad y la multiplicidad y al hacerlo pierde justamente lo que posee. Pues, mientras hay en tu interior más y más (cosas), Dios no puede nunca morar ni obrar dentro de ti. Si Dios ha de entrar, esas cosas siempre deben ser expulsadas, a no ser que tú las poseas de forma mejor y más elevada (en el sentido de) que dentro de ti la multiplicidad se haya convertido en uno. Entonces, cuanto mayor sea la multiplicidad en tu fuero íntimo, tanta más unidad habrá, pues una cosa será trocada en la otra. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3

Alguna vez dije: (La) unidad une toda la multiplicidad, pero (la) multiplicidad no une (la) unidad. Si somos levantados por encima de todas las cosas, y si todo cuanto hay en nuestro interior se halla (igualmente) elevado, nada nos oprime. Lo que está por debajo de mí, no me oprime. Si yo tendiera con pureza hacia Dios, de modo que no hubiese nada por encima de mí a excepción de Dios, nada me resultaría pesado y yo no me afligiría tan rápidamente. Dice San Agustín: Señor, si me dirijo hacia ti, se me quitan cualquier molestia, pena y trabajo. Si hemos ido más allá del tiempo y de las cosas temporales, somos libres y siempre alegres, y entonces se da (la) plenitud del tiempo; entonces el Hijo de Dios nace en ti. Alguna vez dije: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo» (Gal. 4, 4). Si nace en tu interior alguna cosa que no es el Hijo, no tienes el Espíritu Santo, y (la) gracia no opera dentro de ti. (El) origen del Espíritu Santo no puede emanar ni salir floreciendo de ningún lugar que no sea el Hijo. Allí donde el Padre engendra a su Hijo, le da todo cuanto posee en su esencia y naturaleza. De este acto de dar emana el Espíritu Santo. Así también es la intención de Dios dársenos completamente. Sucede de la misma manera que cuando el fuego quiere asimilar el leño y asimilarse a su vez al leño, entonces descubre que el leño le es desigual. Por esta razón le hace falta tener tiempo. Primero calienta y caldea (al leño) y luego, éste humea y crepita porque es desigual (al fuego); y después, cuanto más se caliente el leño, tanto más calmo y tranquilo se pondrá y cuanto más se iguale al fuego, tanto más pacífico será hasta convertirse totalmente en fuego. Si el fuego ha de asimilar al leño, toda la desigualdad debe ser expulsada. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3

Estos tres aspectos significan tres clases de conocimiento. El primero es sensitivo: el ojo ve hasta muy lejos las cosas que están fuera de él. El segundo es racional y mucho más elevado. El tercero significa una potencia noble del alma, tan elevada y noble que aprehende a Dios en su propia esencia desnuda. Esta potencia no tiene ninguna cosa en común con nada, de nada hace algo y todo. No sabe nada de ayer ni de anteayer ni de mañana ni de pasado mañana, porque en la eternidad, no existe ni (el) ayer ni (el) mañana, allí hay un «ahora» presente; lo que fue hace mil años y lo que sobrevendrá luego de mil años, allí se halla presente, e (igualmente) aquello que se encuentra allende el mar. Esta potencia aprehende a Dios en su vestuario. Un escrito dice: «En Él, por intermedio de Él y por Él» (Cfr. Romanos 11, 36). «En Él», esto es en el Padre, «por intermedio de Él», esto es en el Hijo, y «por Él», esto es en el Espíritu Santo. San Agustín pronuncia una palabra que suena muy desigual con respecto a la anterior y, sin embargo, le resulta del todo igual: Nada es verdad a no ser que encierre en sí toda la verdad. Esta potencia aprehende todas las cosas en la verdad. Para esta potencia no hay cosa encubierta. Dice un escrito: «La cabeza de los varones ha de estar desnuda y la de las mujeres cubierta» (Cfr. 1 Cor. 11, 7 y 6). Las «mujeres» son las potencias inferiores que deben estar cubiertas. El «varón» (en cambio), es dicha potencia que ha de estar desnuda y descubierta. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3

Acabo de pronunciar en latín una palabrita que hoy se lee en la Epístola la podemos aplicar a San Agustín y a cualquier alma buena (y) santa: (muestra) cómo se asemejan a un recipiente de oro que es firme y durable y encierra en sí la nobleza de todas las piedras preciosas (Eclesiástico 50, 10). Se debe a la nobleza de los santos el que no sea posible caracterizarlos con una sola comparación; por eso se los compara con los árboles y el sol y la luna. Y así se parangona aquí a San Agustín con un recipiente de oro que es firme y durable y encierra en sí la nobleza de todas las piedras preciosas. Y lo mismo puede decirse, conforme a la verdad, de cualquier alma buena (y) santa que ha renunciado a todas las cosas y las toma allí donde son eternas. Quien deja las cosas en cuanto son accidentes, las posee allí donde son eternas y substancia pura. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3

Y según dije antes: Así como San Agustín es comparado con un recipiente de oro que está cerrado por debajo y abierto hacia arriba, ¡mira!, así debes ser tú: si quieres hallarte junto a San Agustín y en medio de la santidad de todos los santos, tu corazón debe estar cerrado para cuanto tiene cualidad de creado y aprehender a Dios tal como es en sí mismo. Por eso, los varones son comparados a las potencias superiores porque están todo el tiempo con la cabeza desnuda, y las mujeres a las potencias inferiores porque tienen la cabeza siempre cubierta. Las potencias superiores se hallan por encima del tiempo y del espacio y se originan inmediatamente en la esencia del alma; y a causa de ello se las parangona con los varones, ya que se mantienen siempre desnudas. De ahí que su obra sea eterna. Dice un maestro que todas las potencias inferiores del alma, en cuanto han tocado (el) tiempo o (el) espacio, han perdido en la misma medida su pureza virginal y nunca pueden ser desnudadas y cernidas tan perfectamente para que lleguen a entrar alguna vez en las potencias superiores; sin embargo, obtienen una impresión de una (=esa) imagen parecida. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3

Tres son las causas por las que el alma debe odiarse a sí misma. Una causa es: he de odiarla en cuanto es mía; pues en cuanto es mía, no es de Dios. La segunda (causa): porque mi alma no se halla totalmente ubicada y plantada en Dios y hecha a su imagen. Dice Agustín: Quien quiere que Dios le pertenezca, antes debe hacerse propiedad de Dios, y esto ha de ser así necesariamente. La tercera causa es: Si el alma gusta de sí misma, en cuanto alma, y si Dios le gusta junto con el alma, está mal hecho. Dios le debe gustar en Él mismo, porque se halla completamente por encima de ella. Fue eso que dijo Cristo: «Quien ama a su alma, la perderá» (Juan 12, 25). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVII 3

Ahora bien, San Agustín afirma lo siguiente: Cuando la luz del alma, en la cual las criaturas reciben su ser, alumbra a las criaturas, él habla de una mañana. Cuando la luz del ángel alumbra y encierra en sí la luz del alma, dice que es de media mañana. Expresa David: «El sendero del hombre justo crece y asciende hasta el pleno mediodía» (Prov. 4, 18). El sendero es hermoso y agradable y placentero e íntimo. Además, cuando la luz divina alumbra la luz del ángel, y la luz del alma y la luz del ángel se recogen en la luz divina, esto lo llama mediodía. Entonces el día ha llegado a su punto más alto y más largo y más perfecto, cuando el sol se halla en el cenit y vierte su resplandor sobre las estrellas y las estrellas vierten su brillo sobre la luna de modo que todo se subordina al sol. Del mismo modo, la luz divina ha recogido en sí la luz del ángel y la luz del alma, de manera que todo se halla ordenado y enderezado, y en ese instante todo junto da loa a Dios. Ya no hay nada que no alabe a Dios y todo se yergue semejante a Dios, cuanto más semejante tanto más lleno de Dios, y todo junto alaba a Dios. Nuestro Señor dijo: «Moraré con vosotros en vuestra casa» (Jeremías 7, 3 a 7). Suplicamos a Dios, Nuestro querido Señor, que more aquí con nosotros para que nosotros moremos eternamente con Él; que Dios nos ayude a (lograr)lo. Amén. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3

San Lucas nos escribe en su Evangelio: «Un hombre había preparado una cena o un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). ¿Quién la preparó? Un hombre. ¿Qué quiere decir que lo llame una cena? Un maestro dice que significa un gran amor porque Dios no permite el acceso a nadie que no sea íntimo de Dios. En segundo lugar da a entender lo puros que deben ser quienes disfrutan de esta cena. Ahora bien, nunca llega el anochecer sin que le haya precedido un día entero. Si no existiera el sol, nunca se haría de día. Cuando sale el sol hay luz matutinal; luego brilla cada vez más hasta que llegue el mediodía. Del mismo modo surge la luz divina en el alma para iluminar cada vez más las potencias del alma hasta que llegue el mediodía. Si el alma no ha recibido una luz divina, de ninguna manera se hace jamás de día en el alma, (hablando) espiritualmente. En tercer lugar nos da a entender que, quienquiera que desee participar dignamente de esta cena, tiene que llegar al anochecer. Cada vez que fenece la luz de este mundo, se hace de noche. Ahora bien, dice David: «Él asciende hacia el anochecer y su nombre es el Señor» (Salmo 67, 5). Así (hizo) Jacobo: cuando era de noche, se acostó y se durmió (Cfr. Génesis 28, 11). Esto significa el descanso del alma. En cuarto lugar (el pasaje de la Escritura) da a entender, según dice San Gregorio, que luego de la cena ya no hay más comida. A quien Dios da esta comida, le sabe tan dulce y deliciosa que no apetece nunca más otra comida. Dice San Agustín: Dios es de tal índole que aquel que la comprende, nunca más puede descansar en otra cosa. Dice San Agustín: Señor, si te nos quitas a ti, danos otro tú, o no descansaremos nunca; no queremos nada más que a ti. Ahora bien, dice un santo con respecto a un alma amante de Dios, que lo obliga a Dios a (hacer) todo cuanto ella quiere y que lo seduce completamente de modo que Él no le puede negar nada de todo cuanto Él es. De una manera se retiró y de otra se entregó; se retiró en cuanto Dios y hombre y se entregó en cuanto Dios y hombre como otro sí mismo en un pequeño recipiente secreto. No nos gusta permitir que una gran reliquia sea tocada o vista de-velada. Por eso, se puso la vestimenta bajo la forma del pan, exactamente así como la comida material es transformada por mi alma de modo tal que no haya rinconcito en mi naturaleza que no le sea unido. Porque en la naturaleza existe una fuerza que desprende lo más burdo y lo echa afuera; y lo más noble lo lleva hacia arriba para que no quede en ninguna parte tanto como la punta de una aguja que no le sea unido. Lo que comí hace quince días, está tan unido a mi alma como aquello que recibí en el vientre materno. Lo mismo le sucede a quien recibe con pureza esta comida; se une tan verdaderamente con ella, como la carne y la sangre son uno con mi alma. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3

Era «un hombre», ese hombre no tenía nombre porque ese hombre es Dios. Ahora bien, dice un maestro, con referencia a la causa primigenia, que ésta se halla por encima de las palabras. La deficiencia reside en la lengua. Ello se debe a la excesiva pureza de su ser (=de Dios). Uno no puede hablar de las cosas sino de tres maneras: primero, por medio de aquello que se encuentra por encima de las cosas, segundo, por medio de las semejanzas de las cosas (y) tercero, mediante el efecto de las cosas. Traeré a colación un símil. Cuando la fuerza del sol hace subir desde la raíz hasta las ramas la savia más noble produciendo así la flor, la fuerza del sol permanece, sin embargo, por encima. Exactamente del mismo modo, digo yo, obra la luz divina en el alma. Aquello con lo cual el alma enuncia a Dios, sin embargo, no encierra en sí nada de la verdad propia de su ser: sobre Dios nadie sabe decir en sentido propio lo que es. A veces se dice: Una cosa se asemeja a otra. Como, pues, todas las criaturas encierran en sí poco menos que nada de Dios, tampoco saben revelar nada de Él. El arte de un pintor que ha creado un cuadro perfecto, se conoce por este último. Sin embargo, no es posible conocerlo por él íntegramente. Todas las criaturas (juntas) no son capaces de expresar a Dios, porque no son susceptibles de lo que Él es. Este Dios y hombre (pues) ha preparado la cena, este hombre inefable para el cual no existe palabra alguna. Dice San Agustín: Cuanto se enuncia de Dios no es verdad, y lo que no se enuncia de Él, esto es verdad. Cualquier cosa de la que se dice que es Dios, no lo es; lo que no se enuncia de Él, lo es más verdaderamente que aquello de lo cual se dice que lo es. ¿Quién ha preparado este banquete? «Un hombre»: el hombre que es Dios. Ahora bien, dice el rey David: «Oh Señor, cuán grande y múltiple es tu banquete y el sabor de la dulzura preparada para quienes te aman, (mas) no para aquellos que te temen» (Salmo 30, 20). San Agustín reflexionaba sobre esta comida, entonces se estremeció y no le gustaba. En eso, escuchó una voz de arriba, cerca de él, (que dijo): «Yo soy una comida para gente mayor, crece y vuélvete grande y cómeme. Pero no creas que yo sea transformado en ti: tú serás transformado en mí». Cuando Dios obra en el alma, luego es transformado en el ardor del fuego y echado afuera aquello que hay de desigual en el alma. ¡Por la verdad acendrada! el alma entra más en Dios de lo que (entra) cualquier comida en nosotros, más aún: el alma es transformada en Dios. Y en el alma hay una potencia que va segregando lo más burdo y es unida con Dios: ésta es la chispita del alma. Más que la comida con mi cuerpo, mi alma se une con Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3

Entonces le dijo al criado: «Vete y diles a los invitados que vengan; que todo está preparado» (Lucas 14, 17). Todo cuanto Él es, lo recibe el alma. Cuanto apetece el alma, ahora está preparado. Cualquier cosa que da Dios, siempre se ha encontrado en estado de devenir; en este momento, su devenir es nuevo y fresco y completo dentro del «ahora» eterno. Dice un gran maestro: Aquello que veo, es purificado y espiritualizado dentro de mi vista, y la luz que llega a mis ojos no llegaría nunca al alma de no existir aquella potencia que se halla por encima. Dice San Agustín que la chispita está más adentrada en la verdad que todo cuanto el hombre pueda aprender. Una luz está encendida. Ahora bien, se dice que una cosa es encendida por otra. Si esto ha de suceder, es necesario que aquello que arde, se halle arriba. Es como si alguien tomara un cirio apagado que ardiera aún sin llama y echara humo, y lo acercase a otro (cirio), entonces la llama humearía hacia abajo y encendería al otro. Dicen que un fuego enciende a otro. Esto lo rebato. Un fuego se encenderá a sí mismo. El que ha de encender a otro, debe hallarse por encima de él, así como el cielo no arde y es frío; sin embargo, enciende el fuego y esto sucede gracias al toque del ángel. Así también el alma se prepara con el ejercicio. Debido a él es encendida desde arriba. Esto se debe a la luz del ángel. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3

«Un hombre preparó una cena, un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). Quien, por la mañana, ofrece una comida, invita a toda clase de gente, pero para la cena se invita a personas destacadas y queridas y amigos muy íntimos. En el día de hoy la Cristiandad celebra el día de la Cena que Nuestro Señor preparó a sus discípulos, sus amigos íntimos, cuando les dio de comer su sagrado Cuerpo. Esto es lo primero. Otro significado de la cena (es el siguiente): Antes de que se llegue al anochecer debe haber una mañana y un mediodía. La luz divina surge en el alma y crea una mañana y el alma trepa en la luz a la extensión y altura del mediodía; luego sigue el atardecer. Ahora hablaremos en un tercer sentido sobre el atardecer. Cuando baja la luz, anochece; cuando todo el mundo se desprende del alma, entonces anochece (y) así el alma halla su descanso. Pues bien, San Gregorio dice de la cena: Cuando se come por la mañana, sigue más tarde otra comida; pero después de la cena no sigue ninguna otra comida. Cuando el alma prueba la comida en la Cena, y la chispita del alma aprehende la luz divina, entonces ya no le hace falta comida alguna ni busca nada de afuera y se mantiene enteramente dentro de la luz divina. Ahora bien, San Agustín dice: Señor, si te nos quitas, danos otro tú; no encontramos satisfacción en nada que no seas tú, porque no queremos nada fuera de ti. Nuestro Señor se alejó de sus discípulos como Dios y hombre, y se les devolvió como Dios y hombre, pero de otra manera y bajo otra forma. (Es) como allí donde hay una gran reliquia; no se permite que sea tocada o vista descubierta; se la engarza en un cristal o en otra cosa. Así hizo también Nuestro Señor cuando se dio como otro sí mismo. En la Cena Dios se da como comida, con todo cuanto es, a sus queridos amigos. San Agustín se estremeció ante esta comida; entonces le dijo en el espíritu una voz: «Soy una comida para gente mayor; ¡crece y aumenta y cómeme! Tú no me transformas en ti, sino que eres transformado en mí». De la comida y bebida que yo probara hace quince noches, una potencia de mi alma se eligió lo más puro y lo más fino y lo introdujo en mi cuerpo y lo unió con todo cuanto hay dentro de mí de modo que no existe nada tan pequeño que se le pueda poner encima una aguja, que no se haya unido con ello; y es tan propiamente uno conmigo como lo que fue concebido en el seno de mi madre, al principio, cuando se me infundió la vida. La fuerza del Espíritu Santo toma con igual propiedad lo más límpido y lo más fino y lo más elevado, (o sea), la chispita del alma, y lo lleva íntegramente hacia arriba dentro del fuego, (o sea) el amor, tal como diré ahora del árbol: La fuerza del sol elige en la raíz del árbol lo más puro y lo más fino y lo tira todo hacia arriba hasta la rama; allí se convierte en flor. Exactamente de la misma manera, la chispita del alma es llevada arriba en la luz y en el Espíritu Santo, y es levantada de este modo al origen primigenio, y así se hace totalmente una con Dios y tiende completamente hacia lo Uno y es una sola con Dios en un sentido más propio de lo que es la comida con relación a mi cuerpo, ah sí, lo es mucho más en la medida en que es más acendrada y más noble. Por eso se dice: «Una gran cena». Pues bien, dice David: «Señor, cuán grandes y múltiples son la dulzura y la comida que tienes ocultadas para todos aquellos que te temen» (Salmo 30, 20); y a quien reciba con miedo esta comida, nunca le gustará realmente; hay que recibirla con amor. Por eso, un alma amante de Dios vence a Dios para que tenga que entregársele por completo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3

Es ciertamente un gran don el que el alma de tal manera sea introducida por el Espíritu Santo, porque así como al Hijo se lo llama «Verbo», así al Espíritu Santo se lo llama «Don»: de este modo lo designa la Escritura (Cfr. Hechos 2, 38). Ya he dicho varias veces: El amor aprehende a Dios en cuanto es bueno; si no fuera bueno no lo amaría y no lo consideraría Dios. No ama nada que carezca de bondad. Pero el entendimiento del alma aprehende a Dios en cuanto es ser puro, un ser que flota por encima (de todo). Mas, (el) ser y (la) bondad y (la) verdad tienen la misma extensión, pues (el) ser, en cuanto existe, es bueno y es verdadero. Pero resulta que ellos (los maestros) toman (la) bondad y la colocan sobre (el) ser: con ello encubren (el) ser y le hacen una piel porque le añaden algo. Por otra parte, lo aprehenden a Él en cuanto es Verdad. (El) ser ¿es (la) verdad? Sí, pues (la) verdad se halla vinculada a(l) ser porque Él le dijo a Moisés: «Me ha enviado El que es» (Cfr. Exodo 3, 14). Dice San Agustín: La Verdad es el Hijo en el Padre, porque (la) Verdad está vinculada a(l) ser… (El) ser ¿es (la) verdad? Si se hiciera esta pregunta a varios maestros, dirían: «¡Así es!». Si alguien me hubiera preguntado a mí, le habría dicho: «¡Así es!». Pero ahora digo: «¡No!», porque (la) verdad también es una añadidura. Mas (los maestros) lo toman ahora en cuanto es Uno, porque «Uno» es más propiamente uno que aquello que se halla unido. De aquello que es uno se ha separado todo lo demás; pero, no obstante, lo mismo que se ha separado, se ha añadido también por cuanto supone diferencia. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3

San Pablo fue arrobado al tercer cielo (Cfr. 2 Cor. 12, 2 y 3). ¡Fijaos ahora en cuáles son los tres cielos! Uno es la separación de toda corporeidad, otro la enajenación de todo ser-imagen; el tercero un mero conocimiento inmediato en Dios. Ahora surge un interrogante: Si San Pablo, en el lapso en que estaba arrebatado, habría sentido si lo hubieran tocado. ¡Yo digo que sí! Cuando estaba recluido con la cerradura de la divinidad, él habría notado si lo hubiesen tocado con la punta de un alfiler, pues San Agustín dice en el libro «Del alma y del espíritu»: El alma fue creada, por decirlo así, en un punto límite entre el tiempo y la eternidad. Con los sentidos más bajos se ocupa, en el tiempo, de las cosas temporales; en cuanto a su potencia suprema comprende y siente, fuera del tiempo, las cosas eternas. Por eso digo: Si en el lapso de su arrobamiento lo hubieran tocado a San Pablo con la punta de un alfiler, él lo habría notado ya que su alma permanecía en su cuerpo, como la forma en su materia respectiva. Y así como el sol alumbra el aire, y el aire la tierra, así su espíritu recibió luz pura de parte de Dios, y (lo mismo) el alma, del espíritu y el cuerpo, del alma. Por lo tanto es evidente cómo San Pablo fue arrebatado y permaneció también (con su alma en el cuerpo). Fue arrebatado en cuanto a ser-espíritu y permaneció en cuanto a ser-alma. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3

Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3

Hay, empero, gente que dice: «Nos echáis hermosos sermones, mas nosotros no notamos nada de ello». ¡Yo también me lamento de lo mismo! Este ser es tan noble y tan universal que no necesitas comprarlo ni por un cuarto ni por medio penique. Ten sin embargo una disposición recta y una voluntad libre, entonces lo poseerás. El hombre que ha dejado así a todas las cosas en su ser más bajo y en cuanto son perecederas, las recibe de vuelta en Dios donde son verdad. Todo cuanto aquí está muerto, vive allí, y todo cuanto es materia gruesa aquí, allí, en Dios, es espíritu. Es exactamente como si alguien vertiera agua pura en un recipiente limpio, que fuera completamente puro y límpido, y lo dejara sin mover; y si luego una persona pusiera (encima) su rostro, lo vería en el fondo exactamente como es en sí mismo. Esto se debe al hecho de que el agua es pura y limpia e inmóvil. Lo mismo sucede con todos los hombres que se mantienen libres y unidos en sí mismos, y, si reciben a Dios en medio de la paz y tranquilidad, deben recibirlo también en la discordia e intranquilidad; entonces todo anda perfectamente bien. Pero si lo aprehenden menos en la discordia e intranquilidad, que en la tranquilidad y la paz, las cosas andan mal. Dice San Agustín: A quien el día le resulta enojoso y el tiempo se le hace largo, que se dirija hacia Dios donde no hay «tiempo largo» (= tiempo que dura) y en quien descansan todas las cosas. Aquel que ama a la justicia, será aprehendido por la justicia y se convertirá en justicia. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3

La palabra: «¡Esfuérzate en todas las cosas!» abarca (a su vez) tres significados. Quiere decir más o menos lo siguiente: ¡Obra tu provecho en todas las cosas!, esto significa: ¡Aprehende a Dios en todas las cosas!, porque Dios se halla en todas las cosas. Dice San Agustín: «Dios creó a todas las cosas (y esto) no en el sentido de que haya hecho que llegaran a ser mientras Él siguiera por su camino, sino que ha permanecido dentro de ellas». La gente se imagina que tiene más cuando tiene las cosas junto con Dios, que en el caso de que tenga a Dios sin las cosas. Pero, en esto se equivocan; porque todas las cosas agregadas a Dios no son más que Dios solo; y si alguien, teniendo al Hijo y junto con Él al Padre, se imaginara que tenía más que en el caso de tener al Hijo sin el Padre, estaría equivocado. Porque el Padre junto con el Hijo no es más que el Hijo solo, y el Hijo con el Padre tampoco es más que el Padre solo. Por eso, toma a Dios en todas las cosas: ésta es una señal de que te ha engendrado como a su Hijo unigénito y no (en condición) inferior. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXX 3

El alma toca a Dios con las potencias supremas; debido a ello está formada a (semejanza de) Dios. Dios se halla formado a semejanza de sí mismo y tiene su imagen de Él mismo y de nadie más. Su imagen consiste en que se conoce a fondo, no siendo nada más que luz. Cuando el alma lo toca con verdadero conocimiento, ella se le asemeja en esta imagen. Cuando un sello se imprime en cera verde o colorada o en un paño, se produce en todo caso una imagen. (Mas) cuando el sello traspasa completamente la cera de modo que no sobra ninguna cera que no sea acuñada por el sello, ella constituye una sola cosa con el sello, sin distinción alguna. De la misma manera el alma, cuando toca a Dios con verdadero conocimiento, le es unida totalmente en la imagen y en la semejanza. Dice San Agustín que el alma es tan noble y fue creada tan por encima de todas las criaturas que ninguna cosa perecedera, que perecerá en el Día del Juicio Final, es capaz de hablar ni obrar en el interior del alma sin mediación y sin mensajeros. Éstos son los ojos y los oídos y los cinco sentidos; ellos son los «senderos» por los cuales el alma sale al mundo y el mundo, a su vez, retorna al alma por estos senderos. Dice un maestro que «las potencias del alma han de regresar al alma con grandes ganancias». Cuando salen, siempre traen algo de vuelta. Por ello, el hombre debe vigilar afanosamente sus ojos para que no traigan nada nocivo para el alma. Tengo esta certeza: cualquier cosa que ve el hombre bueno, lo perfecciona. Cuando ve cosas malas, le da las gracias a Dios por haberlo puesto a salvo de ellas, y reza por aquel en quien aparece (el mal), para que Dios lo convierta. (Mas) cuando ve algo bueno, anhela que sea realizado en él. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXII 3

La segunda es la potencia tendente hacia arriba; su obra por excelencia es el tender hacia arriba. Así como es propio del ojo ver figuras y colores, y del oído oír dulces sonidos y voces, así es acción propia del alma tender ininterrumpidamente hacia arriba con esta potencia; mas, si mira a un lado, cae víctima del orgullo, lo cual es un pecado. No soporta que haya algo por encima de ella. Creo que ni siquiera puede soportar que Dios se encuentre por encima de ella; cuando Él no se halla dentro de ella, y cuando no las pasa tan bien como Él mismo, no puede descansar nunca. En esta potencia Dios es aprehendido dentro del alma en cuanto sea posible a la criatura, y en este sentido se habla de la esperanza que es también una virtud teologal. En ella, el alma tiene tan grande confianza en Dios que le parece que Dios no tiene nada en todo su ser que no le sea posible recibir. Dice el señor Salomón que «el agua hurtada es más dulce» que otra (Prov. 9, 17). Y afirma San Agustín: Me resultaban más dulces las peras que robaba que las que me compraba mi madre; justamente porque me estaban prohibidas y vedadas. Así también le resulta más dulce al alma esa gracia que ella conquista con especial sabiduría y empeño antes que aquella que es común a todo el mundo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXII 3

Pues bien, él dice: «¡Alegraos en el Señor!» Ahí distinguimos dos palabritas. La primera dice que uno ha de mantenerse continuamente «en el Señor» sin buscar fuera de Él nada que sea conocimiento y placer. Sólo entonces uno se alegra en el Señor. La otra palabrita es: «¡Alegraos en el Señor!», en su intimidad más honda y en su ser primario del cual reciben todas las cosas, mas Él no (recibe) de nadie… Ahora dice: «¡Alegraos en el Señor todo el tiempo!» Los maestros señalan que dos horas no pueden ser simultáneas, ni tampoco dos días. San Agustín dice: Se alegra todo el tiempo quien se alegra sin tiempo, y él (San Pablo) dice: «¡Alegraos todo el tiempo!»; esto quiere decir: por encima del tiempo; y «¡No os preocupéis más: el Señor está acá y cerca!» El alma que ha de alegrarse en el Señor, debe abstenerse, necesariamente, de cualquier preocupación, por lo menos en el momento en que se entrega a Dios. Por eso dice: «¡No os preocupéis; el Señor está acá, cerca de vosotros!». Esto quiere decir, en nuestro fondo más íntimo, siempre y cuando Él nos encuentre en casa y el alma no haya salido de paseo con los cinco sentidos. El alma debe estar recogida en su fondo más íntimo y en su punto más elevado y puro, permaneciendo siempre adentro sin mirar hacia fuera; entonces «Dios está acá y Dios está cerca». ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIV 3

Ahora bien, él dice: «quiso descansar en el lugar». Toda la riqueza y pobreza y bienaventuranza residen en la voluntad. La voluntad es tan libre y tan noble que no recibe (ningún impulso) de las cosas corpóreas, sino que opera su obra por su propia libertad. (El) entendimiento, ciertamente, recibe (la influencia) de las cosas corpóreas; en este aspecto la voluntad es más noble; pero sucede en cierta parte del entendimiento, en un mirar hacia abajo y en una bajada, que este conocimiento recibe la imagen de las cosas corpóreas. Mas, en la (parte) suprema, el entendimiento obra sin agregado de las cosas corpóreas. Dice un gran maestro: Todo cuanto es traído a los sentidos, no llega al alma ni a la potencia suprema del alma. Dice San Agustín, y también lo dice Platón, un maestro pagano, que el alma posee en sí misma, por naturaleza, todo el saber; por eso no hace falta que arrastre el saber hacia dentro, sino que mediante el estudio del saber externo, se revela el saber que, por naturaleza, se halla escondido en el alma. Es como (sucede con) un médico que, si bien me limpia el ojo y quita el obstáculo que (me) impide ver, no otorga la vista. La potencia del alma que obra en el ojo por naturaleza, sólo ella presta la vista al ojo, una vez quitado el impedimento. De la misma manera, no le da luz al alma todo cuanto como imágenes y formas es ofrecido a los sentidos, sino que únicamente prepara y purifica al alma para que, en su (parte) más elevada, pueda recoger puramente la luz del ángel, y junto con ella la luz divina. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

La chispita del entendimiento, ésta es la cabeza del alma, se llama el «marido» del alma, y es algo así como una chispita de la naturaleza divina, una luz divina, un rayo y una imagen inculcada, de naturaleza divina. Leemos sobre una mujer que le pidió un don a Dios (Cfr. Juan 4, 7 y 15). El primer don que da Dios, es el Espíritu Santo; en Él Dios da todos sus dones: esto es «agua viva. A quien la doy, nunca jamás tendrá sed» (Cfr. Juan 4, 10 y 13). Esta agua es gracia y luz y surge en el alma y surge adentro y se eleva y «salta hasta la eternidad» (Cfr. Juan 4, 14). «Entonces dijo la mujer: “¡Señor, dame de esa agua!” (Cfr. Juan 4, 15). Entonces dijo Nuestro Señor: “¡Tráeme a tu marido!” Entonces dijo ella: “Señor, no tengo ningún (marido)”. Entonces dijo Nuestro Señor: “Tienes razón; no tienes ninguno; pero has tenido cinco y el que ahora tienes, no es tuyo”» (Juan 4, 16 ss.). San Agustín opina: ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVII 3

Pues bien, la mujer dice: «Señor, mi marido, tu siervo, está muerto. Se presentan aquellos con quienes tenemos deudas y se llevarán a mis dos hijos». ¿Qué es lo que son los «dos hijos» del alma? San Agustín – y junto con él otro maestro pagano – habla de los dos rostros del alma. Uno está dirigido hacia este mundo y el cuerpo; en él (el alma) obra (la) virtud y (el) arte y (la) vida santificante. El otro rostro está dirigido directamente hacia Dios. En él reside continuamente la luz divina y ésta obra allí adentro por más que ella (= el alma) no lo sepa, porque no se halla en su casa. Si la chispita del alma se toma pura en Dios, entonces el «marido» vive. Ahí se da el nacimiento, ahí nace el Hijo. Este nacimiento no ocurre una vez por año ni una vez por mes ni una vez por día, sino en todo momento, es decir, por encima del tiempo en la vastedad donde no existen ni acá ni instante ni naturaleza ni pensamiento. Por eso, decimos «hijo» y no «hija». ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVII 3

San Pablo dice: «En la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gal. 4,4). San Agustín explica qué es «la plenitud del tiempo». «Allí, donde ya no hay tiempo, se da “la plenitud del tiempo”.» Cuando ya no queda nada del día, el día está en su plenitud. Esta es una verdad fundamental: cuando comienza este nacimiento, todo el tiempo debe haber desaparecido, porque no hay nada que ponga tantos obstáculos a ese nacimiento como (el) tiempo y (las) criaturas. Es una verdad segura que el tiempo no puede tocar ni a Dios ni al alma en cuanto a su naturaleza. Si el alma pudiera ser tocada por (el) tiempo, no sería alma, y si Dios pudiese ser tocado por (el) tiempo, no sería Dios. Pero, si fuera posible que el tiempo tocara al alma, Dios nunca podría nacer en ella, y ella no podría nacer jamás en Dios. Cuando Dios ha de nacer en el alma, todo cuanto es tiempo la debe haber abandonado, o ella debe haberse escapado del tiempo con (su) voluntad o (sus) anhelos. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

San Agustín dice: «El alma se iguala a aquello que ama. Si ama cosas terrestres, se vuelve terrestre. Si ama a Dios» – podría preguntarse – «se convierte entonces en Dios?» Si yo dijera tal cosa les parecería increíble a quienes tienen la inteligencia demasiado pobre y no lo comprenden. Pero San Agustín dice: «Yo no lo digo, antes bien os remito a la Escritura que expresa: “He dicho que sois dioses”» (Salmo 81, 6). Quien poseyera un poco no más de la riqueza a la que me he referido antes, sea (que le haya echado) una mirada, o sea (que tenga) sólo una esperanza o convicción (respecto a ella), ¡éste sí lo comprendería bien! Nunca cosa alguna llegó a ser tan afín ni tan igual ni tan unida por un nacimiento, como le sucede al alma para con Dios en ese nacimiento. Si se ocasiona algún impedimento, de modo que ella no se (le) asemeja en todo sentido, no es culpa de Dios; en la medida en que se pierden sus insuficiencias, en esta misma medida Él se la iguala. El hecho de que el carpintero no pueda hacer una casa hermosa con madera apolillada, no es culpa suya, la falla reside en la madera. Lo mismo sucede con la operación divina en el alma. Si el ángel más humilde pudiera configurarse o nacer en el alma, todo el mundo no sería nada en comparación; porque gracias a una sola chispita del ángel, reverdece, se cubre de hojas y resplandece todo cuanto hay en el mundo. Mas, este nacimiento lo obra Dios mismo; ahí el ángel no puede realizar ninguna obra fuera de una obra servil. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

«Llena de gracia.» La más insignificante de las obras de la gracia es más elevada que todos los ángeles en (su) naturaleza. Dice San Agustín que una obra de gracia, hecha por Dios – por ejemplo, que convierte a un pecador y hace de él un hombre bueno -, es más grande que si creara un mundo nuevo. A Dios le resulta tan fácil darles vuelta (el) cielo y (la) tierra, como es para mí darle vuelta una manzana en mi mano. Donde hay gracia dentro del alma, allí (todo) es tan puro y tan semejante y afín a Dios, y (la) gracia carece tanto de obra como no la hay en el nacimiento del cual he hablado antes. (La) gracia no realiza ninguna obra. San «Juan nunca hizo ningún prodigio» (Juan 10, 41)15. La obra (empero) que el ángel opera en Dios (= la obra servil) es tan sublime que nunca maestro o intelecto algunos podrían llegar a comprenderla. Pero, de esa obra cae una astilla – como cae una astilla de una viga que se desbasta – (o sea) un resplandor; eso sucede allí donde el ángel con su parte más baja toca el cielo; por ello reverdece y florece y vive todo cuanto hay en este mundo. A veces hablo de dos manantiales. Aunque parezca extraño, hemos de hablar según nuestra mentalidad. Un manantial del que surge la gracia, se halla allí donde el Padre engendra a su Hijo unigénito; de ese (manantial) surge la gracia, y allí ella emana de esa misma fuente. Otro manantial es aquel donde las criaturas emanan de Dios; aquella fuente dista tanto de la otra, donde surge la gracia, como el cielo de la tierra. (La) gracia no opera. Allí donde el fuego se halla en su naturaleza (ígnea), allí no perjudica ni enciende. El ardor del fuego es lo que enciende acá abajo (= en esta tierra). Mas, aun donde el ardor se encuentra en la naturaleza del fuego, no enciende y es inofensivo. Pero, allí donde el ardor se halla dentro del fuego, allí dista tanto de la verdadera naturaleza del fuego como el cielo de la tierra. (La) gracia no realiza ninguna obra; es demasiado sutil para ello; obrar le resulta tan distante como dista el cielo de la tierra. Una internación en Dios y un apego a Él y una unión con Él, esto es (la) gracia, y ahí «Dios está contigo», porque esto sigue de inmediato (luego de la salutación). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

Quien de tal modo permanece en Él, posee cinco cosas. La primera: que entre él y Dios no hay diferencia, sino que son uno. Los ángeles son muchos, sin número, porque no constituyen ningún «número individual», ya que carecen de número; esto se debe a su gran simpleza. Las tres personas en Dios son tres sin número, pero constituyen una multiplicidad. Mas, entre el hombre y Dios no sólo no existe ninguna diferencia, sino que no hay tampoco una multiplicidad; ahí no hay sino uno… La segunda (cosa) consiste en que él está obteniendo su bienaventuranza allí en la pureza donde la toma Dios mismo, y halla en ella su apoyo… La tercera (cosa) es que posee un saber junto con el saber divino y un obrar junto con el obrar divino y un conocimiento junto con el conocimiento divino… La cuarta es que Dios nace todo el tiempo en ese hombre. ¿Cómo nace Dios todo el tiempo en ese hombre? ¡Observad lo siguiente! Cuando el hombre desnuda y de-vela la imagen divina que Dios ha creado en él por naturaleza, entonces la imagen de Dios llega a revelarse en él. Pues en el nacimiento se conoce la revelación de Dios; porque el que el Hijo se llame nacido del Padre, se debe a que el Padre le revela su secreto al modo paternal. Y por eso, cuanto más y cuanto más claramente el hombre desnuda en sí la imagen de Dios, tanto más claramente nace Dios en él. Y entonces el nacimiento de Dios se debe concebir siempre de acuerdo con el hecho de que el Padre de-vela la imagen pura y resplandece en ella… La quinta (cosa) es que el hombre nace todo el tiempo en Dios. ¿Cómo nace el hombre todo el tiempo en Dios? ¡Observad lo siguiente! Por el desnudamiento de la imagen en el hombre, éste se va asemejando a Dios, porque por la imagen el hombre es semejante a la imagen divina que es Dios en su pureza de acuerdo con su esencia. Y cuanto más se desnuda el hombre, tanto más se asemeja a Dios, y cuanto más se asemeja a Dios, tanto más se une con Él. Y por ende, el nacimiento del hombre en Dios, siempre se ha de concebir en el sentido de que el hombre con su imagen está resplandeciendo en la imagen divina, que es Dios desnudo en su esencia (imagen) con la cual el hombre es uno. Por lo tanto, la unidad del hombre y de Dios se debe concebir de acuerdo con la semejanza de la imagen; porque el hombre se parece a Dios con respecto a la imagen. Y por ello: si se dice que el hombre es uno con Dios y es Dios de acuerdo con la unidad, se lo percibe según la parte de la imagen, en la cual se asemeja a Dios, y no según el hecho de que ha sido creado. Pues, si se lo toma por Dios, no se lo hace según su criaturidad; porque si se lo toma por Dios no se niega la criaturidad en el sentido de que la negación se considere como aniquilación de la criaturidad, sino que ha de considerárselo como enunciado relativo a Dios, con el cual se le quita a Él (la criaturidad). Pues Cristo que es Dios y hombre, cuando se lo percibe según la humanidad, no se toma en consideración la divinidad, mas no de modo que se niegue la divinidad, sólo que ésta no se considera en tal percepción. Y así ha de comprenderse la palabra de Agustín cuando dice: «Lo que ama el hombre, esto es el hombre. Si ama una piedra, es una piedra, si ama un hombre, es un hombre, si ama a Dios… ahora no me atrevo a continuar, pues si yo dijera que entonces sería Dios, podríais lapidarme. Pero os remito a la Escritura». Y por ello, cuando el hombre en el amor se adecua enteramente a Dios, entonces se le quita su imagen y se lo in-forma y se lo transforma en imagen dentro de la uniformidad divina, en la cual es uno con Dios. Todo esto lo posee el hombre por la permanencia dentro (de Él)4. Ahora bien, prestad atención al fruto que da el hombre en ese caso. Es el siguiente: cuando es uno con Dios, produce junto con Dios a todas las criaturas y trae la bienaventuranza a todas las criaturas en la medida en que es uno con Él. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XL 3

Ahora sucede que algunas personas se imaginan que son muy santas y perfectas, y pretenden (hacer) grandes cosas y (usar) grandes palabras y, sin embargo, anhelan y apetecen muchísimo y también quieren poseer mucho y se fijan mucho en sí mismas y en esto y aquello, y piensan que son propensas al recogimiento, y (no obstante) no son capaces de aceptar ninguna palabra (sin contestar). Por cierto, tened la seguridad de que se hallan lejos de Dios y fuera de la unión mencionada. Dice el profeta: «Vertí mi alma dentro de mí» (Salmo 41, 5). Mas, San Agustín pronuncia una palabra superior él dice: Vertí mi alma por encima de mí. Si el alma ha de ser uno con el Hijo, es necesario que llegue por encima de sí misma; y cuanto más salga de sí misma, tanto más será uno con el Hijo. Dice San Pablo: «Hemos de ser transformados en la misma imagen que es Él» (Cfr. 2 Cor. 3, 18). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3

«Y fijaos»: esta palabra «et» (= y) significa en latín una unión y un atar y encerrar. Todo cuanto está atado y encerrado por completo, significa unión. Con ello quiero decir que el hombre esté atado a Dios y encerrado y unido con Él. Nuestros maestros dicen lo siguiente: (La) unión requiere semejanza. No puede haber unión sin que haya semejanza. Lo que está atado y encerrado produce unión. Aquello que se halla cerca de mí, por ejemplo, cuando estoy sentado junto a ello o me encuentro en el mismo lugar, eso no produce semejanza. Por ello dice Agustín: Señor, cuando me hallaba lejos de ti, eso no se debía a una distancia de lugar, sino que era a causa de la desigualdad en la que me hallaba yo. Dice un maestro: Aquel cuyo ser y obra están ubicados completamente en la eternidad, y aquel otro cuyo ser y obra se dan por completo en el tiempo, ésos nunca concuerdan; jamás se encontrarán. Nuestros maestros dicen: Entre aquellas cosas cuyo ser y obra se hallan en la eternidad, y aquellas cosas cuyo ser y obra se dan en el tiempo, debe haber, necesariamente, un medio (separador). (Mas), donde hay un encierro y una atadura perfectos, ahí debe haber, necesariamente, igualdad. Donde Dios y el alma han de estar unidos, ello debe ser a causa de (la) igualdad. Donde no hay desigualdad, debe haber, obligadamente, uno solo; no está unido solamente por el encierro, sino que se vuelve uno; no sólo (es) igualdad sino igual. Por ello decimos que el Hijo no es igual al Padre, sino que es la igualdad; es uno con el Padre. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIV 3

Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (Salmo 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su vida depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su vida, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIV 3

Nuestro Señor dice, pues: «¡Tú eres bienaventurado!» Todo el mundo anhela (la) bienaventuranza. Resulta que dice un maestro: Todo el mundo anhela ser elogiado. Ahora bien, San Agustín dice: Un hombre bueno no anhela ser elogiado, mas sí desea ser digno de elogio. Nuestros maestros afirman, pues, que la virtud, en su fondo y peculiaridad, es tan acendrada y se halla tan sustraída y separada de todas las cosas corpóreas que nada puede caer en ella sin manchar la virtud, y (así) ella se convierte en defecto. Un solo pensamiento o la búsqueda de su propio provecho: (ya) no es una virtud genuina, más aún: se convierte en defecto. Así es la virtud por naturaleza. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

¿Cómo ha de ser el hombre destinado a ver a Dios? Ha de estar muerto. Nuestro Señor dice: «Nadie me puede ver y vivir» (Exodo 33, 20). Resulta que San Gregorio dice: Está muerto quien ha muerto para el mundo. Ahora fijaos vosotros mismos en cómo es un muerto y en lo poco que le atañe todo cuanto hay en el mundo. Si se muere para este mundo, no se muere para Dios. San Agustín rezó muchas clases de oraciones. Dijo: Señor, dame que te conozca a ti y a mí. «Señor, apiádate de mí y muéstrame tu rostro y dame que muera, y dame que no muera para verte por toda la eternidad». Esta es la primera (condición): si uno quiere ver a Dios, debe estar muerto. Esto significa el primer nombre: «Pedro». ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

Dice un maestro: Dios es la medida de todas las cosas, y un hombre, en cuanto alberga en su fuero íntimo una mayor parte de Dios, tanto más sabio, noble y mejor es que el otro. Tener más de Dios no es otra cosa que asemejarse más a Dios; cuanto más semejanza con Dios hay en nuestro interior, tanto más espirituales somos. Dice un maestro: Donde terminan los espíritus más bajos, allí comienzan las cosas corporales más elevadas. Todo esto quiere decir: Como Dios es espíritu, por eso es más noble la cosa más insignificante que es espíritu, que lo más elevado que es corpóreo. En consecuencia, el alma es más noble que todas las cosas corpóreas por nobles que sean. El alma fue creada como en un punto entre (el) tiempo y (la) eternidad, tocando a ambos. Con las potencias más elevadas toca la eternidad, pero con las potencias inferiores, el tiempo. Mirad, de tal manera obra en el tiempo, no según el tiempo sino según la eternidad. Esto lo tiene de común con los ángeles. Dice un maestro: El espíritu es un trineo que lleva la vida a todos los miembros a causa de la gran unión que el alma tiene con el cuerpo. A pesar de que el espíritu sea racional y realice toda la obra que se efectúa en el cuerpo, no se debe decir: Mi alma conoce o hace esto o aquello, sino que hace falta expresar: Yo hago o conozco esto o aquello a causa de la gran unión que hay entre ambos; porque los dos juntos son un solo hombre. Si una piedra recogiera en sí el fuego, obraría de acuerdo con la potencia del fuego; mas, cuando el aire recoge en sí la luz del sol, no aparece ninguna luz fuera del aire (alumbrado). Ello se debe a la penetrabilidad que éste tiene para con la luz; aun cuando en una milla (de espacio) cabe más aire que en media (milla). Mirad, me atrevo a decir, y es verdad: Debido a la gran unión que tiene el alma con el cuerpo, el alma es tan perfecta en el miembro más insignificante como en todo el cuerpo. Con referencia a ello dice Agustín: Si (ya) es tan grande la unión existente entre cuerpo y alma, es mucho más grande la unión en la cual (el) espíritu se une con (el) espíritu. Mirad, por esta razón es «Señor» y «Espíritu», para que nos haga bienaventurados en la unión con Él. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVII 3

Dice mi señor, San Gregorio: «Donde el cordero se hunde hasta el fondo, ahí nadan el buey o la vaca, y donde nada la vaca, ahí camina adelantándosele el elefante y (el agua) le cubre la cabeza». Esta (afirmación) encierra un significado muy hermoso; de ello se pueden deducir muchas cosas. Dice mi señor, San Agustín, que las Escrituras son un mar profundo y el pequeño corderito significa un hombre simple (y) humilde, capaz de escrutar las Escrituras. Por el buey, empero, que nada ahí, entendemos unos hombres de mentalidad burda; cada cual (de ellos) saca de ello lo que le basta. Mas, por el elefante que se adelanta caminando (por el agua) hemos de entender a la gente entendida que escudriña las Escrituras y las recorre caminando. Me maravilla que la Sagrada Escritura sea tan enjundiosa que los maestros digan que es imposible interpretarla según su sentido develado. Y ellos dicen: Si hay en ella una cosa de sentido burdo, hace falta interpretarla; pero, para hacerlo se necesita del símil. Al primero (el agua) le llegó hasta el tobillo, al segundo le llegó hasta la rodilla, al tercero le llegó hasta su cintura, al cuarto le llegó más allá de su cabeza, y él se hundió del todo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LI 3

Ahora bien, esto ¿qué significa? Dice San Agustín: Al principio, la Escritura le sonríe a la gente menuda y atrae al niño; pero, al final, cuando uno quiere ahondar en ella, se burla de los sabios; y nadie tiene la mentalidad tan simple, que no encuentre en ella lo adecuado para él, y, por otra parte, nadie es tan sabio que, cuando quiere ahondar en ella, no la halle (cada vez) más profunda y con más cosas (ocultas). Todo cuanto podemos escuchar aquí (en esta tierra) y todo cuanto saben decirnos, tiene en ella (la Escritura) un segundo sentido oculto. Pues, todo cuanto comprendemos en esta tierra, es tan disímil a lo que es en sí mismo y a lo que es en Dios, como si no existiera. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LI 3

Dice Agustín: «Toda la Escritura es inútil. Si se dice que Dios es un Verbo, se lo enuncia; (mas) si se dice que Dios no está enunciado, entonces es inefable». Pero resulta que Él es algo; ¿quién puede enunciar este Verbo? No lo hace nadie fuera de quien es este Verbo. Dios es un Verbo que se enuncia a sí mismo. Donde se halla Dios, allí enuncia este Verbo; donde no está, no habla. Dios se ha enunciado y se halla sin enunciar. El Padre es una obra enunciativa y el Hijo es un enunciamiento operante. Lo que hay en mi fuero íntimo, sale de mí; aun cuando lo pienso solamente, mi palabra lo revela y, sin embargo, permanece dentro de mí. Igualmente, el Padre enuncia al Hijo, sin hablar, y Este, no obstante, permanece en Él. También he dicho varias veces que la salida de Dios es su entrada. En la misma medida en que yo me hallo cerca de Dios, Él se enuncia a sí mismo en mi fuero íntimo. Todas las criaturas racionales, cuanto más salen de sí mismas en sus obras, tanto más entran en sí mismas. No es así en las criaturas corpóreas: cuanto más obran, tanto más salen de sí mismas. Todas las criaturas quieren enunciar a Dios en todas sus obras; hablan todas lo más aproximadamente que pueden, mas a Él no lo saben enunciar. Quiéranlo o no, gústeles o no: todas quieren enunciar a Dios y Él, sin embargo, permanece sin ser enunciado. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIII 3

En el escrito de un Papa se dice: Cada vez que Nuestro Señor elevó los ojos, estaba pensando en cosas grandes. Afirma el sabio en el Libro de la Sabiduría que el alma es elevada hasta Dios por la sabiduría divina (se trataría de Sabiduría 7, 28). San Agustín dice también que todas las obras y enseñanzas de Dios hecho hombre son un ejemplo y un símil de nuestra vida santificada y de (nuestra) gran dignidad ante Dios. El alma ha de ser purificada y hecha sutil a la luz (de la sabiduría) y en la gracia, y (se le debe) quitar y mondar todo cuanto de extraño hay en el alma, y también una parte de lo que es ella misma. Lo he dicho varias veces ya: El alma ha de ser desnudada de todo cuanto le es accidental (= a su ser puro), y ser elevada, así de pura, refluyendo en el Hijo con la misma pureza con que emanó de Él. Porque el Padre creó al alma dentro del Hijo. Por ello debe adentrarse en Él con tanta pureza como (tenía) al emanar de Él. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIII 3

Luego dice: «En esto consiste la vida eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero». Si (dos) hombres conocieran a Dios como «uno», y uno de ellos entendiera por ello (la cantidad numérica de) mil y el otro conociera a Dios en mayor medida como «uno», por poco que fuera, él conocería (a Dios) más como «uno» que aquel que conociera (la cantidad de) mil. Cuanto más se conoce a Dios como «uno», tanto más se lo conoce como «todo». Si mi alma fuera comprensiva y noble y pura, todo cuanto conociera, sería «uno». Si un ángel conociera (una cosa) y ella tuviera (para él) el valor de diez, y si otro ángel, más noble (= de mayor jerarquía) que aquél, conociera lo mismo, ello sería (para él) nada más que uno. Por eso dice San Agustín: Si yo conociera todas las cosas y no a Dios, no habría conocido nada. Mas, si conociera a Dios y no conociese ninguna otra cosa, habría conocido todas las cosas. Cuanto más insistente y profundamente se conoce a Dios como «uno», tanto más se conoce la raíz de la cual han germinado todas las cosas. Cuanto más se conoce como «uno» la raíz y el núcleo y el fondo de la divinidad, tanto más se conocen todas las cosas. Por eso dice: «Para que te conozcan Dios uno (y) verdadero». No dice ni Dios «sabio» ni Dios «justo» ni Dios «poderoso», sino únicamente «Dios uno (y) verdadero», y quiere decir que el alma debe apartar y mondar todo cuanto se agrega a Dios en el pensamiento o en el conocimiento, y que se lo tome desnudo tal como es (un) ser acendrado: así es «Dios verdadero». Por eso dice Nuestro Señor: «En esto consiste la vida eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero». ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIII 3

Esa «ciudad» significa cualquier alma espiritual, según dice San Pablo: «El alma es un templo de Dios» (Cfr. 1 Cor. 3, 16), y es tan fuerte, de acuerdo con lo dicho por San Agustín, que nadie puede dañarla, a no ser que ella misma se haga daño por capricho. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVII 3

En segundo término: «santidad» significa «aquello que ha sido tomado de la tierra». Dios es un algo y un ser puro, y el pecado es (la) nada y aleja de Dios. Dios creó a los ángeles y al alma de acuerdo con un algo, quiere decir, de acuerdo con Dios (= a su imagen). El alma fue creada como a la sombra del ángel y, sin embargo, ellos comparten una naturaleza común y todas las cosas corpóreas fueron creadas de acuerdo con (la) nada y distanciadas de Dios. El alma, por el hecho de que se derrama sobre el cuerpo, es oscurecida y hace falta que, junto con el cuerpo, sea elevada nuevamente hacia Dios. Cuando el alma está libre de las cosas terrestres, entonces es «santa». Mientras Zaqueo se hallaba al nivel de la tierra, no podía ver a Nuestro Señor (Cfr. Lucas 19, 2 a 4). San Agustín dice: «Si el hombre desea volverse puro, que deje las cosas terrestres». Ya he dicho varias veces que el alma no puede volverse pura si no es empujada otra vez a su pureza primigenia, tal como Dios la creó; del mismo modo, que no se puede hacer oro del cobre que se afina por el fuego dos o tres veces, a no ser que uno lo haga retroceder a su naturaleza primigenia. Porque todas las cosas que se derriten por el calor o se endurecen por el frío, tienen una naturaleza totalmente acuosa. Por lo tanto, hay que hacerlas retroceder del todo al agua, privándolas por completo de la naturaleza en que se encuentran en este momento; de tal manera, el cielo y el arte prestan auxilio para que (el cobre) sea transformado íntegramente en oro. Es cierto que (el) hierro se compara con (la) plata, y (el) cobre con (el) oro: (pero) cuanto más se lo compara (el uno con el otro), sin privarlo (de su naturaleza), tanto mayor es la equivocación. Lo mismo sucede con el alma. Es fácil señalar las virtudes o hablar de ellas; pero, para poseerlas en verdad, son muy raras. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVII 3

En tercer término dice que esa «ciudad» es «nueva». «Nuevo» se llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo. Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a Él, nos tornamos «nuevos». Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora, y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años, y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto, yo habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría en él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería nuevo, y otra vez, (si fuera) hoy, sería más nuevo todavía, y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería (nuevo) eternamente; y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío. Así (también) Dios contiene en sí, eternamente, todas las imágenes, (y esto) no como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En Él no hay nada nuevo ni imagen alguna, sino que – tal como he dicho del espejo – en nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado, Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor (por él). Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan a sí mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían odiarse y (ya) no podrían existir. Debemos amar correctamente las cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me haría falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé – y quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede conocer a Dios – pero lo que no es, lo sé bien, como se puede observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la tierra. San Dionisio dice: «Si la luz divina ha de alumbrar mi fuero íntimo, tiene que estar insertada (en él) tal como está insertada mi alma (en el cuerpo). Él dice también: La luz divina aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un símil. Si me acercara al agua y ésta estuviera revuelta y turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel (de la superficie del agua)… A los segundos se les hace visible sólo un poco de luz, como (por ejemplo) el destello de una espada cuando alguien la está forjando… Los terceros reciben más (de la luz divina), (algo así) como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos aquellos que reniegan de la luz divina, (cayendo) en pecado… Los cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude (Dios con su luz), sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín: Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo… Los quintos reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me ha mirado a través de una fisura; (y) su rostro era agraciado» (Cfr. Cantar de los Cant. 2, 9 y 14). Por ello dice también San Agustín: «Señor, tú das a veces una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa (y) esto no fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino de los cielos». Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer a Dios por completo?… Ah sí, de esto habla el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me miraba a través de una ventana» (Cantar de los Cant. 2, 9) – esto quiere decir: sin impedimento -, «y yo lo percibía, estaba parado cerca de la pared» – esto quiere decir: cerca del cuerpo que es decrépito -, y dijo: «¡Ábreme, amiga mía!» (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me pertenece por completo en el amor porque «Él es para mí, y yo soy sólo para él» (Cfr. Cant. 2, 16); «paloma mía» (Cantar 2, 14) – esto quiere decir: simple en el anhelo -, «hermosa mía» – esto quiere decir: en las obras -, «¡Levántate rápido y ven hacia mí! El frío ha pasado» (Cfr. Cantar 2, 10 y 11) por el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por el calor. «Ha desaparecido la lluvia» (Cantar 2, 11) -ésta es la concupiscencia de las cosas perecederas -. «Las flores han brotado en nuestra tierra» (Cantar 2, 12) – las flores son el fruto de la vida eterna -. «¡Vete, aquilón» que resecas! (Cantar 4, 16) – con ello Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma -. «¡Ven, auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen!» (Cfr. Cantar 4, 16) – con ello Dios le ordena a toda la perfección que se adentre en el alma. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVII 3

Segundo: de qué manera debemos servir a Nuestro Señor. San Agustín dice: «Un servidor leal es aquel que no busca en todas sus obras nada más que sólo la gloria de Dios». El señor David dice también: «Dios es mi Señor, quiero servirlo» (Cfr. Josué 24, 18 y 24), porque Él me ha servido y en todos sus servicios no me necesitaba, sino (que lo ha hecho) sólo para provecho mío; así he de servirlo yo por mi parte, buscando únicamente su gloria. Otros señores no proceden así; buscan su propio provecho al prestar(nos) servicios, porque nos sirven sólo para aprovecharse de nosotros. Por eso, no estamos obligados a prestarles grandes servicios; la retribución ha de ser proporcional a la magnitud y nobleza del servicio. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3