Maurice Nicoll — A FLECHA NO ALVO
A PARÁBOLA DO MORDOMO INFIEL (cont.)
Muchos se han quedado perplejos ante este consejo que Cristo da a sus discípulos (v. Nicoll Prudencia), debido a los errores de traducción. También está mal traducido aquel versículo que dice: ‘Haceos amigos de las riquezas de maldad, para que cuando faltareis os reciban en las moradas eternas.’ El error estriba en ‘las moradas eternas’. El versículo inmediatamente anterior menciona a ‘los hijos de este siglo’. La versión en griego dice de ‘este eón’, concepto que tiene diversos significados y que los Evangelios presentan de muchos modos distintos. En este caso significa un período, una época. En el verso siguiente se da esta misma palabra, pero como un adjetivo (aionos) y, sin embargo, se la ha traducido por ‘eterno’ —moradas eternas—, dándole de inmediato un sentido superior que no puede tener en vista de todo el contenido de la parábola. Literalmente hablando, la frase ‘los hijos de este siglo’ o ‘los hijos de este eón’ ha de referirse a las moradas eónicas del versículo siguiente. La idea de los hijos de este siglo se acerca más a la idea de eón, y las moradas (literalmente tabernáculos, skenai) del siguiente versículo son moradas de este período de tiempo, o era humana, o lo que el mundo considera ya firme, o establecido como verdad; lo estima como motivo de creencia y así ha hecho su morada en él. El sentido general del versículo no es, sin embargo, contradictorio, aunque la traducción vulgar así lo haga aparecer. Significa que el mayordomo utiliza este período de tiempo, se hace de una situación en él y emplea, utiliza su verdad, y todo lo que a esta verdad corresponde.
La palabra deudores (kreopheiletes) que se emplea en esta parábola representa al mundo. En su condición ordinaria, en la que no ha vuelto en si y que no sabe nada de su verdadero significado, el hombre es, para los Evangelios, un deudor. A través de toda la parábola del mayordomo infiel y de la interpretación que le da Jesús, corre la idea de dos órdenes de verdad; una que se refiere a la evolución y el desarrollo interior del hombre, para que llegue a lo propio, y otra que se refiere a la vida exterior y a todo lo que no le es propio. Visto desde abajo, hay una enorme brecha entre estas dos ideas. Y se acentúa esta brecha en la parábola del rico y de Lázaro (Lucas, XVI, 19/31), que sigue a la del mayordomo. Es imposible pasar de una verdad terrenal a la verdad de que habla Jesús, pues lo inferior no puede comprender a lo superior. Pero la verdad superior sí que puede comprender a la inferior y utilizarla. De modo que, al fin y al cabo, lo que hace el mayordomo es comprensible. El Evangelio considera deudor a todo el que permanece en la ignorancia de una verdad superior. Y aun cuando la verdad superior es algo que se ha sembrado siempre en el mundo, y las gentes leen y se enteran de ella, no la entienden. Por este motivo en la parábola del rico y de Lázaro dice Jesús que aunque un hombre se levante de entre los muertos, las gentes no se persuadirán de lo superior; es decir, no cambiarán de manera de pensar. (Lucas, XVI, 31) ‘Tampoco se persuadirán si alguno se levantare de entre los muertos.’ Se considera que con relación a una verdad superior, todos los hombres son deudores; o sea con relación a una posibilidad superior que llevan en sí mismos. Si el hombre permanece inferior a sí propio, está en deuda consigo mismo. Si, por ejemplo, sabe algo más o mejor y obra peor o contra lo que sabe, se endeuda consigo mismo. Se endeuda con lo mejor de sí y con su mayor comprensión. Esto es lo que causa la infelicidad a muchos, pues es algo que la mayoría siente pero en realidad no saben qué es lo que deben, ni por qué están en deuda consigo mismos. Pero los Evangelios enseñan que el hombre ha de someterse a una evolución interior que comienza con la metanoia y termina con el renacimiento y el reino de los cielos. Su punto de vista es que todos, sin excepción, son deudores. Hay muchas parábolas acerca de las deudas y una de ellas compara al hombre con uno que debe millones. La segunda súplica personal en el ‘Padre Nuestro’, dice: ‘perdona nuestras deudas’. En el original griego, deudas es aphiemi. Vale decir que se pide la cancelación de todo cuanto uno debe, que se las elimine del todo. Este es el sentido del perdón. El mayordomo no puede liquidar todas las deudas de los deudores, pues eso sería pretender que el mundo es justo, que nada debe y que es lo mismo que el reino de los cielos. Pero las disminuye en cuanto a sí mismo, a su entendimiento. Redime parte de la deuda. Presenta las cuentas haciendo aparecer en ellas que los deudores, el mundo, deben menos. Y de este modo tiende un puente entre las riquezas del verdadero conocimiento y el mundo. No se altera ante el inminente despido, ni cambia su actitud hacia las riquezas de verdad. Le queda una oportunidad y la aprovecha. Sigue siendo un mayordomo fiel, sólo que ahora vuelve su conocimiento hacia el mundo, hacia las riquezas de maldad, y se convierte en un mayordomo de este mundo. Con tal fin comienza deliberadamente a ver la vida como un deudor que debe menos de lo que es su deuda, la ve mejor de lo que es, ve a las gentes mejor de lo que son y utiliza el conocimiento del mundo a la luz del suyo propio, o sea a la luz del conocimiento que ha obtenido como mayordomo en el mundo de verdad o de las riquezas de verdad. Así comienza a utilizar a Mammon, o las riquezas de maldad. Y por esto le alaba Jesús. Pero se presenta a los fariseos entendiendo mal lo que Jesús enseña, y creen que se refiere a riquezas materiales, que habla de las riquezas del mundo, o sea de dinero y nada más. ‘Y oían también estas cosas los Fariseos, los cuales eran avaros, y se burlaban de él.’ (Lucas, XVI 14)
Supongamos que un hombre entra quizás a una escuela esotérica, o a un monasterio, y se somete a cierta disciplina a fin de lograr una verdad superior. O bien tomemos a los discípulos que se sometieron a Jesucristo, aceptándolo como maestro. De la manera que los presentan los Evangelios, poco entienden de todo lo que se les enseña. ¿Qué podría hacer un hombre en estas circunstancias si se le dice que ya no puede continuar? Supongamos que sabe algo, que ha logrado algún entendimiento, y que tal vez haya alcanzado una situación como la del mayordomo de la parábola. De pronto se le acusa, se inventa maliciosamente algún cargo en su contra, sin que se pueda verificar si es cierto o no. Se le dice que no puede ‘más ser mayordomo’. ¿A dónde se ha de volver? Quizás hasta ese momento pensara que la vida y sus verdades son cosa inútil; hasta puede darse el caso de que esta sea la razón de que haya buscado una verdad de otro orden. Puede ser que la vida le haya herido y que ya no sea capaz de hacer nada en ella; o quizás tenga muy poca experiencia del mundo. Supongamos que su maestro, o quienquiera que representa la verdad que él sigue, advierte que no puede continuar en semejantes condiciones y tiene que volver al mundo y aprender de él. Y a fin de probarlo le pide que se marche. Esta idea, la de una prueba, bien podríamos introducirla al comienzo mismo de la parábola a fin de explicarnos la conducta del hombre rico y lo vago que es el cargo contra el mayordomo. ¿Se va a comportar malamente, va a convertirse en un ser débil, a quejarse o a considerar que se le ha tratado injustamente y a buscar modos de justificarse? Tomemos nota de la referencia que el versículo XV hace de los fariseos. ‘Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.’ ¿O se va a conducir (el mayordomo) corno uno que conserva la disciplina y la comprensión que ya ha logrado, o sea que obrará como uno que es phronimos? En la parábola, el mayordomo obra de esta manera. O sea que hace lo que es correcto y justo desde el punto de vista de Cristo y desde el punto de vista de todo lo que ha aprendido y la verdad que sigue. Bajo esta luz, la parábola se transforma en una maravilla de misericordia e inteligencia. Es la parábola que trata acerca de un hombre que, hallándose en un trance en el que todos se hallan, vistas las circunstancias, obra con justicia y rectamente, sin pretender justificarse; reflexiona, e inmediatamente hace lo que ve con claridad que es lo único que puede hacer, si ha de obrar bien.