MESTRE ECKHART — SERMÕES
SERMON XXVI
Mulier, venit hora et nunc est, quando veri adoratores adorabunt patrem in spiritu et veritate.
Así está escrito en el Evangelio de San Juan. Del largo relato saco una palabrita. Dijo Nuestro Señor: «Mujer, llegará la hora y ha llegado ahora, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad y a tales (adoradores) busca el Padre» (Juan 4, 23).
Ahora fijaos en la primera palabrita que dice: «Llegará la hora y ha llegado ahora». Quien quiere adorar al Padre tiene que trasladarse con su deseo y su confianza en la eternidad. Hay una parte suprema del alma que se yergue por encima del tiempo y no sabe nada del tiempo ni del cuerpo. Todo cuanto sucedió alguna vez hace mil años, el día que fue hace mil años, en la eternidad no se halla más lejos que esta hora en la que vivo ahora, o el día que habrá de llegar en mil años, o en el tiempo más lejano que puedas contar, (todo esto) en la eternidad no queda más lejos que esta hora en la que vivo.
Pues bien, dice Él: «que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad». ¿Qué es la verdad? (La) verdad es tan noble que, si fuera posible que Dios se apartara de la verdad, yo querría seguir a la verdad y abandonar a Dios; porque Dios es la Verdad y todo cuanto se halla en el tiempo y todo cuanto fue creado alguna vez por Dios, no es la Verdad.
Ahora dice: «Adorarán al Padre». ¡Ay, cuántos hay que adoran un zapato o una vaca u otra criatura y se preocupan por ellos; es gente muy tonta! Tan pronto como imploras a Dios por amor de las criaturas, solicitas tu propio perjuicio porque la criatura, en cuanto tal, lleva en sí amargura y perjuicio y mal y molestia. Y por eso le sirve bien a la gente que tenga molestias y amarguras. ¿Por qué? Las han solicitado.
He dicho a veces: Quien busca a Dios y busca alguna cosa junto con Dios, no encuentra a Dios; en cambio, aquel que busca sólo a Dios, de veras, encuentra a Dios y no halla nunca a Dios solo, porque todo cuanto Dios es capaz de hacer, lo halla (junto) con Dios. Si buscas a Dios y lo buscas a causa de tu propio provecho y de tu propia bienaventuranza, por cierto, no buscas a Dios. Por eso dice que los verdaderos adoradores adoran al Padre y lo dice muy bien. Si alguien dijera a un hombre bueno: «¿Por qué buscas a Dios?» — «Porque es Dios». «¿Por qué buscas a la verdad?» — «Porque es la verdad». «¿Por qué buscas a la justicia?» — «Porque es la justicia»: semejantes personas están bien encaminadas. Todas las cosas que se encuentran en el tiempo, tienen un porqué. Es como si alguien preguntara a un hombre: «¿Por qué comes?» — «Para tener fuerza». «¿Por qué duermes?» — «Con el mismo fin»; y así son todas las cosas que se hallan en el tiempo. Pero quien preguntara a un hombre bueno: «¿Por qué amas a Dios?» — «No lo sé, por amor de Dios». «¿Por qué amas la verdad?» — «Por amor de la verdad». «¿Por qué amas la justicia?» — «Por amor de la justicia». «¿Por qué amas la bondad?» — «Por amor de la bondad». «¿Por qué vives?» — «¡De veras, no lo sé! Me gusta vivir».
Dice un maestro: Quien una sola vez es tocado por la verdad, por la justicia y por la bondad, no podrá apartarse nunca más de ellas por un solo instante aunque dependieran de ello todas las penas del infierno. Además dice: Cuando un hombre es tocado por estas tres — la verdad, la justicia y la bondad — a semejante hombre le resulta tan imposible apartarse de estas tres como le resulta imposible a Dios apartarse de su divinidad.
Dice un maestro que el bien tiene tres ramas. La primera rama es (la) utilidad, la segunda rama es (el) gozo, la tercera rama es (la) honestidad. Por eso dice: «adorarán al Padre». ¿Por qué dice: «al Padre»? Si buscas al Padre, o sea a Dios solo, encuentras junto con Dios todo cuanto Él puede realizar. Es una verdad cierta y una verdad necesaria y una verdad confirmada por escrito, y aunque no estuviera escrito, sin embargo, sería verdadero: Si Dios poseyera aún más, no podría escondértelo y debería revelártelo y Él te lo da; yo he dicho a veces: Te lo da y te lo da al modo de un nacimiento.
Dicen los maestros que el alma tiene dos rostros, y el rostro superior contempla a Dios en todo momento y el inferior mira un poco hacia abajo y guía a los sentidos; y el rostro superior es lo más elevado del alma, se mantiene en (la) eternidad y no tiene nada que ver con el tiempo y no sabe nada ni del tiempo ni del cuerpo. Y he dicho algunas veces que en este (rostro) yace encubierto algo así como la fuente de todo bien y como una luz resplandeciente que alumbra en todo momento, y como un fuego ardiente que arde todo el tiempo y el fuego no es otra cosa que el Espíritu Santo.
Los maestros dicen que dos potencias fluyen desde la parte suprema del alma. Una se llama voluntad, la otra, entendimiento, y la perfección de estas potencias se da en la potencia suprema llamada entendimiento: éste no puede descansar nunca. No tiende hacia Dios, en cuanto Espíritu Santo y en cuanto Hijo: huye del Hijo. Tampoco tiende hacia Dios en cuanto Dios. ¿Por qué? Porque ahí tiene (un) nombre. Y si existiesen mil dioses, el (entendimiento) siempre se abriría paso porque lo quiere (encontrar) allí donde no tiene nombre alguno: quiere algo más noble, algo mejor de lo que es Dios en cuanto tiene nombre. Entonces ¿qué quiere? No lo sabe; lo quiere en cuanto es Padre. Por eso dice Felipe: «Señor, haznos ver al Padre, y ya nos basta» (Juan 14, 8). Lo quiere en cuanto es la médula de donde surge (la) bondad; lo quiere en cuanto es un grano del cual emana bondad; lo quiere en cuanto es una raíz, una vena, de la cual brota (la) bondad, y sólo allí es Padre.
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y nadie (conoce) al Hijo, sino el Padre» (Mateo 11, 27). En verdad, si hemos de llegar a conocer al Padre, debemos (cada uno) ser hijo. En alguna oportunidad pronuncié tres palabritas, comedlas como (si fueran) tres nueces moscadas picantes y luego tomad un trago. Primero: si queremos (cada uno) ser hijo debemos tener un padre, porque nadie puede decir que es hijo, a no ser que tenga un padre, y nadie es padre, a no ser que tenga un hijo. Si el padre ha muerto, uno dice: «Era mi padre». Si el hijo ha muerto, uno dice: «Era mi hijo», porque la vida del hijo pende del padre y la vida del padre pende del hijo; y por eso nadie puede decir: «Soy hijo», a no ser que tenga un padre; y en verdad es hijo el hombre que hace todas sus obras por amor… Otra cosa que más que nada convierte al hombre en hijo, es (la) ecuanimidad. Si está enfermo, que le guste tanto estar enfermo como sano (y) sano como enfermo. Si se le muere su amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si le vacían un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios!… La tercera cosa que debe tener un hijo consiste en que no puede inclinar su cabeza sobre algo que no sea el Padre. ¡Oh, cuán noble es esa potencia que se halla elevada por encima del tiempo, y que se mantiene sin (tener) lugar! Porque al encontrarse por encima del tiempo, tiene encerrado en sí todo el tiempo, y es todo el tiempo. Mas, aun cuando fuera poco lo que uno poseyese de aquello que se halla elevado por encima del tiempo, se habría enriquecido con gran rapidez; porque lo que se encuentra allende el mar, no está a mayor distancia de esa potencia que aquello que ahora está presente.
Y por eso dice: «A tales (adoradores) busca el Padre» (Juan 4, 23). ¡Mirad! Así nos acaricia Dios, así nos implora, y Dios siente ansias hasta que el alma se aparte y se libere de la criatura, y es una verdad cierta y una verdad necesaria el que Dios tenga tanta necesidad de buscarnos como si toda su divinidad dependiera de ello, y en efecto es así. Y Dios no puede prescindir de nosotros tan poco como nosotros de Él; pues, incluso si pudiéramos apartarnos de Dios, Dios nunca podría apartarse de nosotros. Digo yo que no quiero pedirle a Dios que me dé (nada); tampoco quiero ensalzarlo porque me ha dado (algo), sino que le quiero pedir que me haga digno de recibir, y quiero ensalzarlo porque pertenece a su naturaleza y a su ser el que tenga que dar. Quien quisiera quitarle esto a Dios, le quitaría su propio ser y su propia vida.
Que nos ayude la Verdad, de la cual acabo de hablar, para que de dicha manera lleguemos verdaderamente (cada uno) a ser hijo. Amén.