Unión del alma y el cuerpo
Ammonio, maestro de Plotino, explicaba así la dificultad que nos ocupa (refiérese Nemesio a la unión del alma y el cuerpo): “Lo inteligible es de tal naturaleza, que se une a aquello que puede recibirlo, tan íntimamente como se unen las cosas que se alteran mutuamente al unirse, y que, al mismo tiempo, en esa unión, permanece puro e incorruptible, como ocurre a aquellas cosas que sólo están yuxtapuestas. En lo que a los cuerpos se refiere, la unión altera, en efecto, aquellas partes que se aproximan, pues que forman otros cuerpos: así se truecan los elementos en cuerpos compuestos, el alimento en sangre, la sangre en carne y en otras partes del cuerpo. Mas en lo que atañe a lo inteligible, la unión se efectúa sin que haya alteración, porque es cosa que repugna a la naturaleza de lo inteligible sufrir alteración alguna en su esencia. Desaparece o deja de ser, pero no es susceptible de cambio. Ahora bien, lo inteligible no puede ser aniquilado; de otra manera, no sería inmortal; y, como el alma es la vida, si cambiase en su unión con el cuerpo pasaría a ser otra cosa, y ya, no sería la vida. ¿Qué procuraría, entonces, al cuerpo, si no le diese la vida? El alma no sufre, pues, alteración en su unión.
Puesto que está demostrado que lo inteligible es inmutable en su esencia, síguese necesariamente de ello que no se altera al mismo tiempo que las cosas a que está unido. El alma está, pues, unida al cuerpo, pero no forma un mixto con él. La simpatía que entre ellos existe demuestra que están unidos, porque el ser animado es íntegramente un todo simpático a sí mismo y por ende verdaderamente uno.
Lo que prueba que el alma no forma un mixto con el cuerpo es que tiene el poder de separarse de él durante el sueño, que lo deja como inanimado, conservándole solamente un soplo de vida, porque no muera por completo, y que sólo se sirve de su actividad propia en sueños, para prever lo porvenir y para vivir en el mundo inteligible.
Evidénciase esto mismo cuando el alma se recoge para entregarse a sus pensamientos, porque entonces se separa del cuerpo tanto cuanto puede, y se retira en sí misma para poder aplicarse mejor a la consideración de las cosas inteligibles. Con ser incorpórea, en efecto, se une al cuerpo tan estrechamente como están unidas las cosas que al combinarse conjuntamente perecen una por obra de la otra y dan así nacimiento a un mixto; al mismo tiempo, permanece sin alteración, como permanecen dos cosas que sólo están yuxtapuestas, y conservan su unidad; por último, modifica según su propia vida aquello a que está unida, y no es modificada, en cambio, por ello. De igual suerte que el sol, con su presencia, torna todo el aire luminoso sin que él cambie en nada, y así se mezcla al aire sin mezclarse a él, por así decirlo, así el alma, aun estando unida al cuerpo, sigue siendo por completo distinta de él. Pero hay una diferencia, y es que el sol, como es un cuerpo y está, por consiguiente, circunscrito en un determinado espacio, no está dondequiera que esté su luz, del mismo modo que el fuego permanece en el leño o en la mecha de la lámpara como encerrado en un lugar, al paso que el alma, como quiera que es incorpórea y no sufre circunscripción local, está por entero dondequiera que está su luz, y no hay parte del cuerpo por ella iluminado en que no esté toda ella. No es el cuerpo el que ejerce mando sobre el alma, sino, por el contrario, el alma la que manda en el cuerpo. No está el alma en el cuerpo como en un vaso o en un odre; antes es el cuerpo quien está en ella.
Lo inteligible no es, pues, aprisionado por el cuerpo; espárcese por todas sus partes, las penetra, las recorre, y mal podría estar encerrado en un lugar, porque, en virtud de su naturaleza, reside en el mundo inteligible, y no tiene otro lugar que él mismo o que un inteligible situado todavía más alto. Así, el alma está en sí misma cuando razona, y en la inteligencia cuando se entrega a la contemplación. Por consiguiente, cuando se afirma que el alma está en el cuerpo no quiere decirse que esté en él como en un lugar, sino simplemente que está en relación habitual con él, y que se encuentra presente en él, como decimos que Dios está en nosotros. Porque pensamos que el alma está unida al cuerpo, no de manera corporal y local, sino por su relación habitual, por su inclinación y su disposición, como un amante está ligado a aquella a quien ama. Por otra parte, como la afección del alma no tiene extensión, ni peso, ni partes, mal puede estar circunscrita por límites locales. ¿En qué lugar puede ser encerrado lo que no tiene partes? Porque el lugar y la extensión corporal son inseparables: el lugar es el espacio limitado en que el continente encierra al contenido. Pero si se dijera: Mi alma está en Alejandría, en Roma, o en cualquier otra parte, seguiría hablándose de lugar sin caer en ello, ya que estar en Alejandría, o, en general, estar en cualquier parte, es estar en un lugar, siendo así que el alma no está absolutamente en ningún lugar; sólo puede estar en relación con algún lugar, ya que queda demostrado que mal podría estar encerrada en un lugar. Por consiguiente, cuando un inteligible está en relación con un lugar, o con una cosa que se encuentra en un lugar, decimos, por modo figurado, que ese inteligible está en ese lugar, porque tiende a él con su actividad, y tomamos el lugar por la inclinación o por la actividad que hacia él lleva al inteligible. Cuando tendríamos que decir: “Ahí actúa el alma”, lo que decimos es: “Ahí está el alma”. (Nemesio. Op. Cit. Cap. III)